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18. El sacrificio que importa | Parte 2

Tanja detuvo el vehículo en la zona de estacionamiento, en Vantaa. Emma iba a su lado, sosteniendo una caja de madera con una fuerza que dejaba sus dedos aún más blancos. Ninguna hizo el menor ademán de descender.

—Podríamos comprar un mapa —sugirió Emma—. Para que no se note demasiado que sabemos a dónde vamos.

—Tú lo sabes. Yo solo confío.

Senna permanecía en silencio. Sabía que se había excedido más temprano, pero comprendía también que estaba agotando sus tiempos en aquella protección que rompía con todo parámetro para el que había sido creada. No ella, su especie. Sin embargo, ni en ella ni en su especie Senna encontraba un lugar que le perteneciera. Mencionar en voz alta que la razón por la que no podía hacer un kird y mantenerlo era que su akmieele estaba desviando el uso de la energía para la supervivencia le demostró que tenía las palabras para explicar su malestar. Solo tenía que acercarse a Jouko y liberarlas, hacerle saber que tenía prisa por dar con Perttu. Tenía que pedirle a Ensio que hiciera algo, suplicar su atención como jamás lo había hecho. Abrazar a su madre por si el tiempo no le era suficiente. Esperar.

Solo tenía que hablar y esperar. No había nada más que pudiera hacer para cambiar su situación más que resistir a costa de los nudos que escondía Jaakko Virtanen.

—Compraré uno por si acaso —resolvió Emma—. No podemos contar con que tu padre señalizó cada camino. —Salió del vehículo luego de guardar la caja en su bolso y estiró los brazos.

—Senna...

—Ahora no —la cortó—. Que pueda ser útil depende de mi concentración. La ansiedad es paralizante para cualquier alkyren. —No quiso agregar que también lo era el miedo, y que temía que algo ocurriera en un sitio donde más personas estarían recorriendo los senderos y disfrutando un domingo entre la naturaleza—. Me basta con la ansiedad que me da hablar mañana con mi madre.

Salieron del vehículo a la vez. Emma no las había esperado y estaba pagando por un mapa en el momento en el que llegaron a su lado. Les sonrió y tomó a cada una de un brazo mientras las guiaba hacia la entrada.

La nieve no superaba los cinco centímetros en algunos tramos, pero lo cubría todo. La calma que le producía el frío hizo que Senna relajara sus músculos en el abrigo de aquel invierno que le permitía dominar su llama. Sus ojos se humedecieron. Si estuviera en Alkaham, habría sufrido en el cálido desierto de Asakem. Pero había decidido que interrogaría a Sara sobre el paradero de Perttu y averiguaría lo que estuviera a su alcance para decidir si su teoría estaba cerca de la verdad. Si su padre estaba buscando el regreso a Alkaham para ellos, Senna sería incapaz de marcharse.

Emma la había soltado y usaba su mano libre para sostener el mapa. Tanja escudriñaba las indicaciones que veían al pasar, atenta a su entorno. Senna solo las seguía, sin emitir sonido y sin dejar de sentir cómo el aire frío le cortaba el rostro mientras avanzaban. No le molestaba caminar por detrás de sus amigas, cuidando sus espaldas, ni que ellas fueran tomadas del brazo; entendía que lo veían como un riesgo mientras que para ella era la oportunidad de conocer más sobre cómo se manejaba Jaakko y cómo pudo haber llegado a conseguir los nudos que mantenían su alité controlado. La posibilidad de obtener respuestas que podían darle la clave para permanecer en Finlandia era su motivación para conservar la calma en el mar de anticipación que eran sus pensamientos.

—¿Cómo iniciaremos la conversación? —preguntó Emma, lo bastante alto para que Senna pudiera oírla.

—Le preguntaré si conoce a mi padre y le pediré que me diga todo lo que sepa de él. Si no accede, le mostraremos que tenemos esa caja para él.

—¿Entraremos las tres? ¿No nos serviría más que Senna se quede como respaldo?

—Es posible que lo mejor sea que me vea, que conozca qué soy. Si me identifica, puede que no tenga que llegar al límite para que colabore.

Emma dio tres golpes suaves a su bolso.

—Estamos preparadas esta vez y tienes toda la nieve que necesites. Si vuelve a ocurrir, te cuidaremos.

—Intenta asustarlo en vez de hacer volar el lugar —sugirió Tanja—. Nos aseguraremos de sacarte de allí entera, pero sería mejor si no nos viera la gente normal mientras te cubrimos de nieve y esperamos. Creerán que te dará hipotermia y tratarán de intervenir.

—Y la gente normal interviniendo puede hacer que me cueste más regresar —finalizó—. La gente normal nunca ayuda —agregó en un susurro.

Sus amigas se mantuvieron en silencio. Senna nunca supo si habían interpretado que hablaba de ellas o si temían preguntar a qué se refería, qué evento estaba recordando. No supo si la habían oído siquiera.

Seguían al pie de la letra las indicaciones de Jaakko, ayudadas con el mapa por las actualizaciones de la zona. Cuando Emma se detuvo, Tanja maldijo por lo bajo. Giraron en dirección a Senna, soltándose una de la otra.

—No entiendo... Debería ser aquí. —Emma le tendió el mapa.

—Buscamos un cielo púrpura —recordó Tanja, girando en círculos con la mirada fija en las nubes—. ¿Cómo descubriremos el cielo si está gris?

Se separaron algunos metros para localizar todo lo que pudiera llamar su atención en los alrededores, pero solo veían el blanco en el suelo y el verde y marrón en los árboles. No existía en las cercanías ninguna variante de rojo o azul que pudiera parecerse a lo que buscaban.

—Debería ser aquí —repitió Emma, esta vez murmurando—. ¿Qué nos impide ver? ¿Es que somos humanas? Senna, ¿tú ves algo?

Tanja dirigió su atención a ella, esperando que respondiera las últimas preguntas. Era posible que aún se preocupara sobre su propia naturaleza, pero Senna no había tenido la oportunidad de conversar con ella al respecto. Tampoco creía tenerla en los próximos días.

—La nieve no nos deja ver. Si Jaakko vino en verano, puede que haya visto un panorama diferente.

—Las notas con indicaciones no están fechadas —indicó Emma—. No con números que yo conozca ni con los que anotaste para que buscara. Espera... ¿Hay especies subterráneas? ¿Alguien de tu mundo vive bajo tierra?

Senna asintió.

—Bajo tierra, bajo el agua, en montañas, en pantanos, en desiertos... ¿Por qué lo preguntas?

—¿Qué tal si lo que no vemos es vegetación y ese cielo púrpura es el suelo para nosotros?

Tenía sentido y, a la vez, se sentía en un callejón. No tenían cómo anunciarse si era el caso. Las tres lo percibían. Dejaron caer los hombros, Emma dobló el mapa con precisión.

—¿Esto es todo? —preguntó Tanja—. ¿De verdad no hay nada que podamos hacer? ¿Que tú puedas hacer?

Senna dudó. Podía intentar rastrear la entrada y provocar un cambio térmico que llame la atención, pero implicaba revelarse antes de tiempo. Notó la urgencia en la mirada de sus amigas, la súplica para que consiguiera que el viaje no haya sido en vano. Se recordó que había insistido en que Tanja tomara sus propias decisiones y ella había decidido buscar a Minz. No podía no intentarlo, no cuando ella la había llevado hasta ese punto.

Se arrodilló sobre la nieve. Sus pantalones negros se hundieron en ese mar blanco que sus manos apartaban con cautela. No había rastro de tallos que se hubieran secado ni de flores marchitas; el corazón del invierno se había llevado todo. Apoyó las palmas sobre la tierra húmeda y oscura, cerró los ojos y se concentró en su respiración, en el palpitar rítmico que oía, en su alité calentando su pecho. Intentó traspasar la capa de tierra que parecía limitarla y halló aire a unos pocos metros. La distancia era mayor a la que alcanzaban sus kirdan cuando aún brillaba en el rojo de Asakem, por lo que asumió que no lo conseguiría. Sin embargo, la posición de su cuerpo era la promesa de que lo intentaría y sus amigas estaban esperando, sentía sus miradas sobre ella. Debía cumplir. Inspiró profundo, hasta que el aire frío de Sipoonkorpi llenó sus pulmones, y enterró las yemas de sus dedos en la tierra. Visualizó el aire al otro lado, húmedo, denso, vital para algunos. Si su intención era mostrarse, podía tornarlo seco, no requeriría más esfuerzo que el que ya implicaba la distancia. Lo intentó de a poco, concentrándose en las moléculas de agua dispersas en el aire. Perdió la noción de su entorno, dejó de oír a sus amigas. No supo si el frío que helaba sus mejillas influía en que su akmieele controlara al detalle el flujo de energía o si se debía a Vanihèn. No supo si lo estaba consiguiendo hasta que sintió cómo la tomaban de los brazos y la alejaban de allí.

—¡Senna, el suelo! —gritó Emma antes de caer de rodillas sobre la nieve.

—Se estaba agrietando —le explicó Tanja—. No nos respondías.

Senna abrió los ojos y se incorporó. Se acercaron con cautela, conscientes de que no había firmeza bajo sus pies. Un agujero se abrió donde antes habían estado apoyadas sus manos y la mitad de un rostro las escudriñó con desconfianza.

—¿Ustedes llamaron? —preguntó el hombre.

Emma ahogó un grito. Lo había reconocido.

—Sí, fuimos nosotras —respondió Tanja, dando un paso al frente—. Buscamos a Minz en nombre de Jaakko Virtanen.

La mirada del hombre no escondió ni la sorpresa ni la satisfacción. Maniobró por debajo del suelo y pronto la abertura se ensanchó algunos centímetros.

—Bajen. Que la heredera de dragones sea la primera.

Se alejó y su figura dejó de ser visible a través del agujero. Las chicas miraron en derredor, buscando curiosos que pudieran verlas accediendo a ese sitio. Senna no se sentó en el borde antes de descender, solo apoyó sus palmas contra la tierra y deslizó su cuerpo por la entrada. Tanja y Emma tomaron más precauciones; ellas no necesitaban mostrar ningún control físico.

—Mi nombre es Minz y tienen algo que me pertenece —se presentó.

Estaba solo en la diminuta habitación. Las paredes de tierra parecían revestidas con una mezcla viscosa que retenía humedad y había restos de piedras por el suelo. Sobre el techo sobresalía una roca plana sostenida por columnas de madera. El suelo era tierra desnuda y Minz estaba descalzo. Senna notó que en uno de sus pies faltaba una uña completa.

—Necesitamos respuestas —declaró Tanja—. Si puedes decirnos lo que necesitamos saber, te daremos lo que te corresponde.

—No están en posición de negociar. Ahora que sé lo que tienen, puedo dar la orden de que las busquen. Podrán salir de aquí con mi medicina, pero no saldrán de sus casas si quieren estar seguras.

—¿No lo estamos? —remarcó Senna.

—Ah, una heredera de Kärkeieen. ¿A qué región perteneces? ¿Queda alguien de Anukig aún?

—No queda nadie —mintió. Pudo sentir cómo sus amigas la miraban de reojo—. Sirvo a Surtsalièn, comandante de las tropas del sur. Si amenazas a cualquiera de nosotras, no quedará nada de ti para que cumplas tu promesa.

Minz sonrió. La suya era una sonrisa triste, amarga, de las que nublaban la visión. Senna relajó sus hombros.

—Aunque mi mente sirva a mi gente mientras pueda usarse, mi cuerpo les sirve más si muero. Lo único que me mantiene con vida es mi conexión con el exterior.

—¿Quién no te quiere con vida? —dejó escapar Emma.

—Yo mismo, en primer lugar. Y hay más, otros que saben sobre mí y sobre mi gente, y nos cazan.

—¿Qué eres? —indagó Tanja—. ¿Uno de tierra?

—Debes ser más específica, niña.

—Nirtoati —le respondió Senna—. Uno particular, porque acudía a un kimiá en lugar de temerle. ¿Qué peligro te acecha para que confíes en tu enemigo natural?

—Un depredador no es un enemigo natural si trabajamos juntos. Yo le proporcionaba suministros nirtoati, él me ayudaba con lo que no podíamos manejar aquí.

—¿Qué es lo que no pueden manejar? —insistió Senna.

—¿Cómo recibirás lo que deseas si no haces las preguntas adecuadas? No sabías que un nirtoati te esperaba aquí y buscas algo que no puedo darte sin saber qué es. Puedo contarte la historia que me trajo a este hueco en Vantaa, pero seguirá sin ser lo que buscas. Y, aunque me interese poco y nada darte lo que esperas, deseo que al menos se conserve mi cuerpo para mi clan. Si alguien puede amenazar mi integridad física al punto de volverme inútil para los míos, eres tú.

Emma se adelantó. Habló con voz suave, conciliadora. Senna agradeció que estuviera allí.

—Ella es Tanja, hija de Jaakko. Hace unos días descubrimos su... laboratorio...

—Kiimtabar. El laboratorio kimiá se llama kiimtabar.

—Eso. Bueno, lo descubrimos y... Lo cierto es que ninguna de las tres sabía sobre la naturaleza de Jaakko o sus lugares secretos. Su hogar fue atacado por... —Miró a Senna.

—Por un equipo elekiená formado por los cuatro tipos.

—Asumo que esa ocasión fue salvada por el fuego de Surtsalièn, ¿me equivoco?

Lo hacía.

—Me vi obligada a intervenir —dijo a modo de respuesta.

Asintió en dirección a Emma para que continuara; ni ella ni Tanja lo harían mejor.

—Su familia está en peligro y no sabemos nada sobre él, sobre dónde o cómo hallarlo. Tú eres la única persona que sabemos que estuvo en contacto con él y que conoce de su mundo. Eres el único que puede hablarnos sobre él. —Abrió su bolso, segura de que era el momento, y sacó la caja diminuta—. Trajimos lo que me pediste, más para conseguir tu ayuda que para evitar tu ataque. Si él solía darte algún beneficio, tú debes quererlo de regreso tanto como nosotras.

Hubo silencio. Minz pasaba sus ojos de una a otra sin detenerse demasiado en ninguna de las tres. Senna podía percibir lo acelerado de sus pensamientos.

—Por más que quiera creerles, ninguna de ustedes podrá devolverlo a su hogar. Ni siquiera tú —aclaró en dirección a Senna—. Jaakko sufrió la traición de quien menos la esperaba y su única esperanza murió el día en que lo capturaron, porque él contaba con que no llegara ese momento.

—¿Quién lo traicionó? —quiso saber Tanja. La prisa en su voz delataba sus nervios.

—Nadie que conozcas y nadie a quien puedas encontrar.

—¿Qué hacía Jaakko? ¿Qué se hace en un laboratorio kimiá?

—Jaakko Virtanen era un hombre... especial. Descendiente de una línea pura de valokimiá, protector de los aislados y rechazados, la esperanza de muchos. —Se dirigió a Senna—: Si hubiera dependido de él, habría hallado la cura para tus conocidos del norte. Jaakko se nutría de nuestra necesidad y pedía a cambio nuestra protección. La protección que podían darle los de tu tipo era invaluable.

—¿Protección contra quiénes? —Tanja estaba tensa.

—Contra cualquiera lo bastante fuerte como para doblegarlo y usar sus capacidades para algo diferente. Tu padre recibía pedidos a los que, en ocasiones, se negaba, y corría el rumor de que algunos grupos esperaban a que sus hijos crecieran para usarlos mientras su moral no fuera tan rígida. Pero tú no sabías nada de este mundo, ¿me equivoco?

Tanja negó, sacudiendo despacio su cabeza. Sus cabellos castaños apenas se movieron en el aire húmedo que había vuelto a su estado normal.

—Agradece el silencio de tu padre. Es lo que te mantuvo con vida.

—Valokimiá descendiente de las líneas de Aesik, el que ayudaba a sobrevivir a los que no tenían recursos —repasó Senna—. ¿Cómo lo hacía?

—No sé con exactitud...

—¿Cómo conseguía dar con la red desde Helsinki?

Sus amigas la miraron. Ninguna intervino. Minz elevó una ceja.

—Jaakko aprendió a leer las estrellas con técnicas seldámine. Llevó a otro nivel la afinidad kimiá-seldámine y potenció sus recursos para convertirse en el único en su tipo. Esos nudos fueron, en parte, la razón de su desaparición. Yo sabía que él los tenía porque en ocasiones los usaba para nosotros, pero alguien más debió descubrirlo.

—¿Sabes si descubrió un patrón de caída?

—Los nudos no son un elemento para negociar, si es lo que pretendes. No te darán a Jaakko si les entregas los vestigios de la red. Tampoco te dejarán ir a ti si pueden controlarte.

—¿Eso significa que está vivo? —interrumpió Tanja.

—Un valokimiá sirve más vivo que muerto. Y el día que Jaakko Virtanen muera será el día en que la ciudad arda en llamas. No lo buscan para curar la gripe, niña.

—Explícate —le pidió Senna.

—Algo grande está por ocurrir. Algo peligroso. Los clanes dispersos nos estamos preparando para subsistir el día que todo estalle. Jaakko investigaba cosas que iban más allá de la comprensión del resto, pero que eran un pasatiempo para él. En sus manos responsables, todos estábamos a salvo. En manos tiranas, su conocimiento es una bomba.

—¿Qué investigaba? ¿Las caídas de los nudos?

—Las caídas, las maldiciones, cómo abrir los caminos sellados a Alkaham... Él me aseguraba que todo tenía un único fin y su respuesta no parecía lógica cuando le preguntaba cuál era, pero él estaba convencido. Por momentos parecía que su causa era la de alguien más.

Los caminos sellados. Si su padre estaba buscando el regreso a Alkaham...

—¿Cuál era su fin?

Minz tiró de una cuerda que colgaba a sus espaldas y la piedra se desplegó en una escalera que llevaba al aire helado de Sipoonkorpi, a la realidad, a un sitio que no sería el mismo una vez que lo alcanzaran. Pronunció las palabras con cuidado, intentando ser lo más claro posible.

—Jaakko quería devolverle a Alkaham sus dragones. Si el valokimiá tiene el poder para hacerlo, no duden de que está vivo. Lo usarán para el fin que estén buscando, pero el resultado tendrá una magnitud similar. Lo que sea que quiera la gente que lo esconde, es algo grande y algo que él rechazaría hacer. Nadie está a salvo.

—Jaakko no tiene ese poder. Ningún valokimiá tiene ese poder...

—Cualquier kimiá trabaja la energía, pero Jaakko maneja también el sahar.

—¿«Sahar»? —murmuró Emma.

—Es un desecho que resulta tóxico para los seres con energía. Viene de Eheksièn, otro continente de Gianos.

—Además —continuó Minz, ajeno a la interrupción—, él decía que había una forma, que si los hilos se ordenaban de cierta manera, se cumplirían designios antiguos que romperían toda barrera entre los mundos y que restablecerían el orden. Nunca pudo explicarme cómo se ordenaría la sociedad si se acababan perdiendo los alkyren de Anukig o si los nuestros continuaban bajo el yugo annoité. No explicaba sus métodos, pero creía en lo que decía. Y alguien con esa fuerza de convicción es un arma en las manos equivocadas.

—¿Qué podemos hacer para dar con él? ¿Cómo lo rescatamos? —Tanja recuperó su voz.

—Sigan sus pasos. No busquen a quienes requerían de sus servicios, hay gente peligrosa allí. Busquen sus intereses, sus hábitos. Den con lo que pudieron haber dado quienes se lo llevaron y busquen dónde puede estar. —Miró a Senna. Emma aprovechó la oportunidad para dejar a un costado la caja y, junto a Tanja, dieron un paso atrás, hacia la escalera—. Protege Alkaham y protege Finlandia. Cumple con tu propósito de vida. Ahora, salgan. Debo sellar la entrada.

Senna no asintió. Esperó a que sus amigas desaparecieran al otro lado de la abertura en la tierra y solo habló cuando uno de sus pies estaba sobre el primer peldaño.

—¿Qué tan grave sería si mi propósito de vida no es el propósito para el que me crearon?

Minz se acercó a ella. Miró con disimulo el exterior y susurró junto a su oído. Senna no sentía en él el peligro del que Emma le había hablado. El hombre que las había recibido no parecía el mismo que había amenazado a su amiga.

—Caíste en una cueva nirtoati sin saber dónde te metías porque la niña de las fotografías tenía miedo de mí, enfrentaste un equipo elekiená porque la hija de Jaakko no sabe defenderse. Aunque no protejas la tierra que no pisas, algo proteges. Asegúrate de hacerlo bien.

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