18. El sacrificio que importa | Parte 1
—Es todo lo que encontré —repitió Emma. Subió sus pies descalzos a la cama de Senna y los rodeó con sus brazos—. Ya que no podías ir ayer por la tarde, intentamos transcribir y traducir todo lo que llevara el nombre de Minz para no retrasarnos. Todas tenemos obligaciones.
—Habla por ti, yo no trabajo con horarios. —Senna había apoyado la cadera contra su escritorio y mantenía la mirada fija en la puerta, atenta a cualquier posible irrupción de su hermano—. Pero Emma tiene razón, Tanja. Podría estar esperando una entrega de Jaakko y es posible que necesitemos lo que iba a darle para pedirle información a cambio.
No consiguieron respuesta. Llevaban cerca de veinte minutos exponiendo razones y explicando por qué era conveniente aprovechar que tenían el día libre para buscar a Minz, pero la posición de Tanja no se había modificado y su mirada continuaba perdida en la fina nieve que caía al otro lado de la ventana, en las ramas imperturbables del ekrenso, en algún punto fuera de su realidad. Sostenía entre sus manos una taza de té que había dejado de humear hacía algunos minutos y el único sonido que su cuerpo emitía se reducía a exhalaciones bruscas que parecían involuntarias.
—Me amenazó —le recordó Emma en un susurro—. Amenazó a Sonja. Puede no ser la mujer más carismática, pero no me perdonaría si algo le pasa porque no hice lo que debía.
Sus ojos celestes suplicaban, pedían no ser parte de aquella locura. Contemplaba a Tanja con la expectativa latente y Senna no fue capaz de intervenir; la dejó continuar con sus cavilaciones para esconder el sonido de las suyas en el silencio palpitante de su habitación.
—Si él conocía a tu padre, podría saber mejor qué hacía en el sótano, a quiénes favorecía y, quizá, podríamos conocer sus razones —insistió la mayor—. Minz me dijo que había agotado su reserva anual y en la nota indicaba «doce meses». La probabilidad de que sean la misma persona y podamos conseguir información de él está de nuestro lado.
El mutismo era tentador. Se asemejaba a la calma, pero mantenía un hilo en tensión que se equilibraba a la perfección con sus miradas, con sus respiraciones, con la quietud de sus cuerpos. El ambiente era el resultado de conjugar sus ritmos internos y Senna podía sentir cómo la ansiedad de Emma se hundía en la lejanía de Tanja mientras ella solo se mantenía alerta al sonido de las pisadas al otro lado de la puerta y al movimiento del picaporte. Sus estados se anulaban de manera tal que el aire parecía muerto, estático frente a ellas. Rodeándolas. Conteniéndolas. El espacio y los ruidos habían mantenido una línea de tensión y ninguna de sus amigas conseguía romperla sin importar de qué lado tiraran.
Separó su cuerpo del escritorio. Avanzó hacia la puerta y apoyó un oído y la palma de su mano contra la madera. Emma inclinó el torso hacia ella y Tanja la miró de reojo.
—Tengo un límite para acompañarte, Tanja, y es mi salud. Cuando mi madre regrese de Praga tendré que tomar una decisión y es posible que no pueda dedicar mi tiempo libre a traducir. Es posible, incluso, que no tenga fuerzas para mantenerlas a salvo.
—¿Cuándo regresa Sara? —quiso saber Emma. Un matiz de preocupación quebró su voz.
—Mañana.
Tanja giró en su dirección.
—No puedo regresar al sótano —murmuró.
Emma se incorporó con prisa y cruzó la habitación. Tomó a su amiga de las manos y buscó su atención.
—¿Hay algo que quieras contarnos? —preguntó en un susurro.
Tanja se liberó del agarre. Sus dedos peinaron el cabello castaño con furia y sus pies avanzaron en líneas erráticas que atravesaban el cuarto en direcciones arbitrarias, sin rumbo. Su angustia lo cubrió todo, desde su piel enrojecida hasta la garganta de Senna, la garganta de Emma.
—Estuve en el sótano ayer, con Mikko. Decidimos revisar juntos el contenido de las cajas ahora que Leena las encontró. Mientras estábamos allí, las palabras estaban en mi mente. Creí que no podría recordarlas sin que las repitieras —añadió en dirección a Senna—, pero se grabaron a fuego en mi memoria y pujaban por salir. Me obligué a mantener el diálogo para evitar decirlas sin intención, pero la tensión entre Mikko y yo... Aún discrepamos en lo que ocurrió y no puedo hablarle de esta vida secreta de papá, por lo que toda la tarde se redujo a discutir mientras el sótano intentaba echarnos y los recuerdos se... —Continuaba caminando y esquivando las miradas. Continuaba alejándose de ellas—. Fue una tarde difícil y siento no haber podido ayudarlas a encontrar dónde vive este hombre, pero me prometí esperar algunos días antes de abrir esa puerta una vez más.
A pesar de que Tanja había fijado su atención en Senna al decir lo último, la joven no cedió.
—Necesitaré más de media hora para prepararme en caso de que surjan problemas. Emma conoce la grafía del nombre de Minz, con eso puede encontrar lo que le corresponde en el alfabeto que sea. Tenemos tres cuartos de hora de viaje hasta Sipoonkorpi, calculamos unos veinte minutos más para encontrar el sitio exacto a pie. Si comenzamos ahora, podríamos tener respuestas en dos horas, puede que menos. Si esperas unos días... Lo cierto es que no quiero que vayan solas. Sé que irás tarde o temprano, pero quiero asegurarme de estar allí.
—Puedes empezar respetando mis tiempos y recordando que es mi padre el que no apareció durante un año.
La respuesta que gritaba su mente quedó atascada en su garganta. Su pérdida y la de Tanja no eran equiparables y, aun así, no comprendía cómo su amiga no estaba olvidándose de sus límites para entregarse a la búsqueda de su padre. No entendía cómo ella misma había delegado la responsabilidad de buscar a Perttu en su hermano con la excusa de que él podía localizarlo a través de su vínculo. No se explicaba cómo seguía allí, con una palma contra la puerta, buscando respuestas a ausencias ajenas en lugar de ocuparse de sus propios vacíos.
Dejó caer la mano.
No podía culpar a Tanja por evadir el dolor.
—¿Senna? —Emma rompió el vacío con la suavidad de su voz—. ¿Qué tan grave es lo que tienes? ¿En qué afecta el asunto de la condena?
No contestó de inmediato. Un ardor suave se extendió por su piel, sobre las marcas en su espalda.
—La llama de Asakem con la que me inicié se atenúa con el paso del tiempo. La llama de Anukig parece saludable, pero brilla en su condena. Cualquiera de las dos situaciones lleva a que mi dominio sobre la energía disminuya.
—¿Perderás tus poderes?
Senna suavizó su expresión antes de responder.
—El dominio sobre la energía incluye el equilibrio energético en nuestros cuerpos —explicó con calma—. Los alkyren tenemos un centro de control que llamamos akmieele y regula tanto nuestro poder como algunos aspectos fisiológicos que nos mantienen con vida. El akmieele nunca falla porque es nuestra conexión física con nuestro cuerpo original y nos permite dominar la energía a tres niveles: dentro y fuera del organismo, y dentro de un cuerpo que está fuera del nuestro. A medida que las facultades de este centro disminuyen, se vuelve fundamental conservar las funciones internas, por lo que sí, el primer efecto es una pérdida del poder a gran escala. Luego comienza la incapacidad de actuar en un entorno más cerrado, en nuestro exterior inmediato. Cuando la capacidad del akmieele se usa solo para mantener el cuerpo con vida, es cuestión de tiempo para que las funciones vitales se ralenticen cada vez más hasta detenerse.
—Lo que hiciste el viernes... —titubeó Tanja.
—Fue la primera vez que usé el akmieele a gran escala con mi alité en Anukig. Hace unos meses, cuando investigaba sobre causas que explicaran que mi llama de Asakem se estuviera debilitando, di con los efectos que se encontraron en alkyren 'ei Anukig, y las notas mencionaban que la primera manifestación conservaba el poder que se había acumulado durante los años previos a esta iniciación y que disminuía de manera brusca en las siguientes hasta llegar al punto de no retorno, donde el alkyren ya no mostraba picos de actividad reguladora por parte del akmieele. El ritmo de decadencia era diverso, se mantenía dentro de algunos rangos en función de parámetros familiares, pero primaban quienes morían al poco tiempo de manifestarse. Con una madre humana, no considero estar entre los más longevos.
Deseaban hallar las palabras justas, sus rostros lo revelaban, pero la frase adecuada no existía.
Emma se dejó caer sobre la cama. Esta vez no separó los talones del suelo.
—Cuando decías que tu campo de estudio no era ni la cultura ni el lenguaje...
—Me refería a que me centro en la salud desde pequeña, sí.
—¿Alguien más lo sabe? —continuó. La incertidumbre lograba vencer a la incredulidad.
—Mi algam sabe que mis facultades están disminuidas en Asakem, Jouko también está al tanto. Ninguno de ellos sabe que mi llama brilla en Anukig.
Emma separó los labios para formular una nueva pregunta, Senna podía jurar que era en referencia a la palabra «algam», pero Tanja interrumpió el curso de la conversación.
—¿Están seguras de que está en Sipoonkorpi? ¿Un parque nacional?
—Al parecer —explicó Emma—, sabe cómo ocultarse.
—A pesar de que mi cuerpo se niega, bajaré al sótano hoy por consideración a ti, Senna. Espero que tu aporte esté a la altura.
El dolor hablaba en lugar de Tanja y Senna era capaz de responder con empatía, pero el ardor en su columna marcaba quién llevaba el reloj.
—No es mi sacrificio el que de verdad importa. A fin de cuentas, no es mi padre a quien buscamos.
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