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12. Alkyren 'ei Anukig | Parte 1

El calor inundó sus venas, penetró sus tejidos, aumentó la presión. En la mirada de Senna brilló el fuego de su alité y en el caos de su manifestación se leía una respuesta.

Vanihèn le había ofrecido el abrigo de sus alas y ella lo había aceptado.

No había pronunciado palabra alguna desde que su cuerpo había caído al suelo. Mantenía los ojos abiertos y la respiración pausada, con el torso hacia arriba y la mirada fija en el techo. Los sonidos de sus amigas al intentar recuperarla se oían lejanos y superficiales, incapaces de penetrar el trance en el que se encontraba. Incapaces de atravesar su barrera.

Senna no había visto la sangre, pero sí percibido cómo respondía a su orden, cómo la temperatura invitaba a la fiebre y cómo la presión exigía a los vasos. Su intención era detenerse cuando la primera barrera se debilitara sin alcanzar a romperse, cuando las paredes estuvieran frágiles y los hombres se encontraran lo bastante confundidos como para olvidarse de ellas, pero la brusquedad de su ataque la llevó a notar el daño cuando dos arterias cedieron ante su control. La ruptura se manifestó en su mente, haciéndola espectadora de una obra que había orquestado con atino en cada paso, excepto el final. Cuando quiso detenerse, encontró un impedimento que la heló a la vez que la fascinaba: no deseaba perder el dominio. Estaba sola con un poder que jamás había puesto a prueba, que se le había negado por su creciente debilidad, y había salvado a sus amigas gracias a que había ignorado sus limitaciones. Sin embargo, no podría esquivarlas por siempre, no sería capaz de prepararse cada día como lo había hecho para esa noche, y la seguridad que había brindado no era más que una ilusión.

Podía sentir la presión dentro de su cráneo, era una réplica mínima de lo que hacía gritar al elekiená que la sostenía y era aquel lamento lo único que podía oír. Ella también se aturdía, se alejaba del presente en el que solo Tanja y Emma conservaban la capacidad de actuar.

Se vio libre. Las manos alrededor de sus brazos habían caído y notó las siluetas indefinidas que arrastraban aquel peso hacia la salida. Su rostro fue acariciado por menos de un segundo, lo que tardó Emma en reaccionar al calor ardiente de su piel y alejarse. Su amiga intentó dirigirla hacia el sofá, pero las piernas no le respondían, no podía seguirla. Su torso perdía la alineación con el resto de su cuerpo y buscaba un equilibrio que parecía haberse esfumado en el delirio de una noche salvada por traidores.

Sus rodillas acabaron por vencerse. Golpearon el suelo con un estallido que hizo eco en su mente durante los minutos que duró su descenso y las horas que estuvo tendida allí. O los segundos y los minutos. Las horas y los días.

Hasta que Tanja regresó.

Oyó el susurro de voces cálidas y reparadoras, sintió el abrazo de su preocupación. Sus pensamientos intentaban seguir el diálogo y fallaban al hilar una frase coherente que indicara que seguía allí, que aún vivía.

—... entrar allí. No iré...

—¿Ahora? ¿No crees...?

—... tarde. Tiene miedo. Estaba...

—... lo dijo. No pude...

—... puedes creerle. Pero yo sí lo hago, sí...

—... peligroso. Lo que dice, lo que hace. Lo que podría hacer. Mira cómo...

—... otra noche donde estemos solas. Es nuestra única oportunidad, mi única oportunidad. Entenderé si...

—... lo que piensas. Quiero estar aquí, quiero ayudarlas en todo lo que esté a mi alcance, pero esto es demasiado para asimilar y creo que nos vendría bien...

—Agua —musitó Senna. Su oído estaba regresando, pero el aturdimiento persistía—. Hielo.

Sus amigas enmudecieron. Se colocaron una a cada lado y buscaron su mirada.

—¿Agua fría? ¿Cuánto hielo? —preguntó Tanja.

—Todo —respondió.

Su voz entrecortada consiguió que olvidaran lo que había pedido y la llevaran al exterior, tomándola por su abrigo y de los pantalones para evitar el contacto directo con su piel. La dejaron recostada sobre la delgada capa de nieve y formaron un montículo alrededor de su cabeza.

Esperaron en silencio, pero Senna no abrió los ojos ni separó los labios durante largos minutos.

—¿Qué le dijiste a Leena?

—Que quisieron entrar a robar, pero se fueron cuando nos escucharon llegar. No entendía por qué la estaba dejando en la casa de Senna, pero insistí en que era más seguro y que estaríamos aquí pendientes. Dejé una nota para Jouko en caso de que llegue antes que nosotras.

—No irá esta noche. Lumi le avisó a Senna antes de que llegaras.

Tanja no respondió de inmediato.

—Aun así, incluso si está sola, confío en que estará más segura allí.

Emma no lo negó.

—¿Tú sabías algo de este mundo del que habla?

—No sabía que había un mundo, no sabía que estaba tan involucrada, pero sí sabía que había algo. Alrededor de Senna siempre hay algo.

Algo. Un continente, una historia. Había un mundo que había perdido a sus dragones y una locura que los líderes giakyren no podían curar. Había desechos que se consumían en lugar de la energía y enfermaban a los seres como ella. Había decadencia. Alkaham se había condenado a la ruina y su padre quería regresar.

Pero Vanihèn la había salvado.

—¿Crees que Jaakko es parte de este mundo también?

Había quebrado las líneas de lo posible para encomendarle la protección de la región que ya nadie protegía. Había creado un legado para ella, había desafiado a sus hermanos. La había elegido.

Abrió los ojos.

Vanihèn, desde donde fuera que descansaban los dragones, esperando el momento de regresar, la había elegido.

—¿Senna?

No supo quién la había llamado.

—¿Te sientes mejor?

Asintió. Se incorporó despacio, apoyándose con cuidado en las manos que habían tomado el calor elekiená para darle energía. Las sentía entumecidas, pero prefería eso al dolor. Prefería no sentir.

—Tanja, ¿recuerdas las hierbas que guardaba tu padre para los tés que preparaba? ¿Sabes dónde están?

—Nadie las toca, pero Leena insistió en que le recordaban a papá, así que nadie las tiró tampoco. ¿Las necesitas?

Entraron a la casa una vez más. En la calma que las envolvía vibraba la angustia que habían vivido.

—Prepararé algo para las tres. Para mí, que me quite el mareo. Para ustedes, que les dé calma para terminar la noche.

—La noche termina con nosotras yendo a tu casa —indicó Emma con suavidad—, y tú necesitas descansar.

Tanja se acercó con una caja de madera tallada en sus cuatro laterales. La dejó sobre la mesa y permaneció de pie, diligente.

—Perdí una noche de sueño por este asunto de los mensajes kimiá, estoy perdiendo otra para contarles lo que dije hasta ahora, no perderé una tercera para explicar lo que falta. —Intentó parecer decidida, pero lo cierto es que apenas elevaba la voz—. Les hablé del relicario. Es momento de que nos concentremos en la puerta.

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