11. Los traidores deberían arder | Parte 2
Llegaron al hogar Virtanen con el temor palpitando en sus oídos. Habían intentado convencerse de que podía ser una falsa alarma y que era mejor que estuvieran con Leena en caso de que necesitaran bajar al sótano esa misma noche, pero ni siquiera Emma estaba segura. Habían trazado diversas posibilidades sobre qué podría haber ocurrido con Jaakko, tanto si su partida había sido voluntaria como si lo habían forzado, y lo único que habían conseguido era aumentar su urgencia de llegar y confirmar que todo estuviera en orden y que Leena solo se hubiera puesto en alerta por pasar la noche sola en su casa, algo que no ocurría desde hacía años.
—No me parece seguro ir por la puerta principal —respondió Tanja cuando le preguntaron por qué había detenido su mano sobre el picaporte.
—Tampoco podemos asustar a Leena entrando por una ventana o por la cocina —puntualizó Senna—. Tenemos que entrar y rápido.
Se contemplaron en silencio. Senna habría jurado que las tres pensaban la misma posibilidad, pero solo Emma fue capaz de ponerla en palabras. Emma, la que jamás arriesgaría la seguridad de nadie, se hizo responsable por lo que ella también consideraba que era una buena idea.
—Podemos hacer ambas —sugirió, mirándolas como si la solución fuera evidente—. Tanja, esta es tu casa, cualquiera esperaría que entres por la puerta principal. Senna y yo podemos entrar por el patio trasero.
Asintieron de modo fugaz, como si hubieran estado esperando que alguien lo propusiera en voz alta. Respiraron profundo.
—Nada malo le pasará a Leena si puedo evitarlo —prometió Senna en un susurro, y supo que Tanja le creía, que siempre lo había hecho. Allí estaba el vestigio kimiá, en el respeto que Tanja tenía por su secreto y en cómo jamás la había acorralado para que le diera explicaciones. Le debía esa cuota de seguridad.
Se la debía a ella misma.
Su especie era protectora de Alkaham y el deber estaba impreso en su nombre. Ningún ser de la Tierra o de Gianos impediría que cumpliera la tarea para la cual había sido creada.
Cuando habían avanzado algunos metros, Tanja abrió la puerta principal. Rodearon la esquina y se colaron en el patio trasero. Se habían preguntado cómo ingresarían sin llave, pero encontraron que una de las ventanas de la planta baja estaba rota y se veía luz en aquella habitación.
—La oficina de Lilja —indicó Emma.
Se acercaron con sigilo y Senna ayudó a su amiga a saltar el marco. Una vez que estuvieron en el interior, se aproximaron a la puerta con la intención de descubrir qué ocurría del otro lado.
—Hasta ahora sabemos que Leena tenía razón y que alguien quería entrar en la casa. Seguimos sin saber qué buscan.
—Pero sí sabemos lo que van a encontrar —añadió Senna. Había cerrado los ojos y parecía concentrada. Evocar el aliklivá de aquella tarde la ayudaría a actuar con más seguridad y calma.
De pronto, las voces aumentaron en intensidad; habían dado con Tanja. Senna abrió la puerta y encabezó la salida. Al llegar a la sala los vio: eran tres hombres que rodeaban a la joven mientras un cuarto acercaba y alejaba de manera cíclica una mano al rostro de Tanja, provocándole tos.
—Si nos dices quién es y dónde está el sucesor, te dejaremos marchar —prometió uno de los espectadores.
Tanja apenas podía formular palabras completas para explicarles que no entendía de qué hablaban. La incertidumbre había tomado su rostro y Senna tomó a Emma del brazo para que no fuera hacia ella.
—Él está hablando con alguien y será mejor que nos digas con quién. ¿Tienes un nombre en mente? —El hombre detuvo el movimiento de su mano, dispuesto a escucharla.
Cuando Tanja levantó la mirada hacia él, notaron que sus ojos estaban bañados en lágrimas. Tosió una vez más. Se ahogaba.
Las uñas de Emma se aferraron a su ropa. Solo Tanja podía verlas desde donde estaban, pero era suficiente para que su expresión suplicante desviara la atención de los intrusos hacia su escondite. Uno de ellos dirigió la vista hacia las escaleras y, después de la aprobación de otro de sus compañeros, comenzó a subir.
Su mente intentaba atar los hilos con rapidez, pero la quietud de la escena que vivía acababa por ralentizarla. Estaba convencida de que Jaakko había recibido la comunicación, pero no podía deducir qué criaturas tenía alrededor. ¿La sensación de ahogo en Tanja sería real o una ilusión para hacerle creer que ellos podían dañarla de verdad? ¿El polvo sería tierra real o un truco para evocar su desesperación?
—Dran —llamó el que provocaba el malestar de Tanja con su mano—. La chica no puede hablar con tanto aire en sus pulmones. Quítaselo.
El único que permanecía como espectador se adelantó. Senna apoyó una palma sobre la espalda de Emma, indicándole que debía intervenir. La joven dio algunos pasos al frente, insegura, y pareció dudar de lo que iba a decir. En cuanto se mostró, una realidad se hizo clara ante los ojos de Senna; estaban depositando toda su confianza en que ella salvaría la noche. Se estaban entregando a ella.
—Es a mí a quien buscan —pronunció Emma. Su voz no había temblado.
Dran, que se había preparado para actuar, volteó y extendió los dedos índice y meñique hacia ella. Senna vio cómo los pies de su amiga intentaban frenar una fuerza que la empujaba hacia la sala, pero no eran lo bastante fuertes. Aquello fue la respuesta que necesitaba.
Inspiró de manera lenta, continua, como si nadie esperara por ella al otro lado de la pared. Llevó las manos a la altura de su pecho y buscó el calor de su llama, que se propagaba por su piel y le producía escalofríos al rodear su cuello. Alcanzó su rostro. Sintió el ardor en sus mejillas.
Tomó aire una vez más. Nunca había necesitado defenderse de un peligro real, nunca había dependido de ella el bienestar de otra persona, pero ella sí había sido la responsabilidad de alguien más —de un padre que debía buscar un algam para ella, de un algam que no sabía cómo tratarla, de un hermano que la colocaba en primer lugar—. Había sido ella quien se ahogaba y agitaba los brazos por ayuda, y ahora sería el fuego que acabaría con la angustia. Por primera vez.
Se acercó a sus amigas con pasos confiados.
—Deberían irse —les sugirió—. ¿No hay un refrán elekiená que les aconseja no hacer lo que pretenden?
La respuesta llegó desde lo alto de las escaleras. La sonrisa del hombre hacía parecer que Senna había entrado en una trampa de la que sería incapaz de salir.
—«En el abrigo de la noche kimiá no hay espacio para errores elekiená» —recitó. Comenzó el descenso—. Pero el refrán no es nuestro. A nosotros nos parece más adecuada la versión que no se escribió en libros: «Los traidores arden bajo la noche elekiená».
Un hormigueo ascendió por su columna. No admitiría que se sentía más cómoda con la segunda. Arder en su esencia la tentaba.
El hombre se colocó detrás de ella y la sostuvo de sus brazos. La mirada inquisitiva de sus amigas gritaba que esperaban otra reacción de su parte, que su esperanza era que no se dejara atrapar. Tanja continuaba tosiendo y Emma mantenía sus muñecas juntas como si la hubieran inmovilizado. Comenzaban a saborear la decepción.
—Tú. —El intruso al que Senna había identificado como un elekienádrad señaló a Emma—. Dices que eres la sucesora. ¿Eres de su familia?
La joven negó sin pronunciar palabra. Sus ojos brillaban, no tardaría en quebrarse. Parecía haber comprendido que, si estas personas tenían cautivo a Jaakko Virtanen, podían controlar el aire que respiraba, el suelo que pisaba, y aunque no lo habían revelado a sus ojos inexpertos, Senna sabía que también manipularían el agua que bebía y el fuego que le daba luz. El poder elekiená era limitado, pero podía llevarlo a la locura.
—No somos lo que creen —musitó Emma. Había conseguido contener las lágrimas, pero su impotencia se había abierto camino a través de su voz—. No sabemos lo que quieren y no tenemos lo que buscan. Somos inútiles para ustedes.
—Acabas de negar a tu maestro, ¿no acaba de explicar mi compañero qué pasa con los traidores cuando la noche es nuestra?
Las harían arder, sí. Senna contaba los segundos.
Un sonido los alertó. Leena.
—¡Es a mí a quien buscan! —gritó Tanja.
—¡No! ¡Yo soy la sucesora! —insistió Emma.
Intentaron zafarse de sus restricciones mientras el que había hablado por todos buscaba el origen del ruido. Los demás permanecían en silencio, esperando órdenes, pero Senna oyó la risa fugaz detrás de su oído. Aquel ser esperaba llevarse la victoria quemándolas, sin contar con que ella ansiaba esas llamas.
—¿Qué esperas para encender todo? —susurró hacia un costado y supo que la había oído. Levantó sus manos para colocarlas encima de las manos que la sostenían—. ¿Qué esperas para terminar con este lugar y con ese sucesor que tanto les arruinó la noche?
Vio de reojo que surgían chispas de la piel de su captor. Notó que la temperatura de su piel aumentaba bajo el roce de sus dedos. Se permitió sonreír.
—¿Dónde estás, vanihaterk?
Absorbía el calor del elekienákira mientras el suyo despertaba de su interior. Su alité de Anukig se nutría del fuego que sus mismos creadores habían originado y se llenaba de energía. Por primera vez en años, Senna sintió que su cuerpo respondía de manera natural a un estímulo destructivo.
Su mirada se encontró con la de sus amigas. Tanja negaba en su dirección, pendiente de la fina columna de humo que se escapaba de su nariz. Emma también la veía. La veía.
—Si los traidores deben arder esta noche —susurró Senna—, ardamos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro