10. La quietud de lo insalvable | Parte 2
Sisko había desenvuelto la primera barra de chocolate. Su talón golpeaba incansable el suelo y sus ojos no se despegaban de la esquina por la que su amigo había desaparecido.
—Debimos haberlo seguido —insistió—. Él no suele irse así, sin decir nada.
—Regresará en cualquier momento, ya verás.
La menor de las primas suspiró. No era la ausencia de Jouko lo que la perturbaba, sino la posibilidad de haber dicho algo que lo incomodara, de haber sido la causante. Guardó el envoltorio en un bolsillo y se cruzó de brazos para no buscar otro.
Si lo pensaba demasiado, no estaba segura de qué hacían allí. Y si continuaba masticando la pregunta, tampoco podía considerar que hacían lo correcto. Se llevó los dedos a la boca y Lumi la tomó de la muñeca antes de que pudiera morderse las uñas. Había sido una acción involuntaria, pero ahora sus ojos estaban húmedos y sentía que había fallado. Su labio inferior, atravesado por un aro de metal, temblaba.
—Lo siento —murmuró—. No debería haber venido, no tendría que estar...
—¿Viva? —completó Lumi, observando cómo clavaba las uñas en sus palmas—. ¿Aquí? ¿Dónde se supone que deberías estar y haciendo qué?
Iba a responder sin preocuparse por cómo podrían ser recibidas sus palabras cuando oyó sus nombres. Volteó al mismo tiempo que su prima para descubrir que en la esquina había alguien preguntando por ellas al tumulto de gente que se había aglomerado a las puertas del Tavastia.
—Vamos —la instó Lumi.
—¿Y si Jouko viene y no nos encuentra?
—Vamos —repitió, y esta vez abandonaron la fila—. ¿Nos buscabas? —le preguntó al desconocido una vez que estuvieron frente a él.
Estaban rodeados de miradas curiosas que los incomodaban por igual. Él les hizo una seña para que se apartaran del gentío y lo acompañaran. Sisko comenzó a caminar y el brazo de Lumi la detuvo.
—No sabemos quién es —le recordó.
—Es igual, no deberíamos estar aquí de todos modos.
Lumi se adelantó para ir a su lado. No pensaba igual que ella, pero de todos modos la acompañaría. Por eso eran un buen equipo y por eso habían llegado juntas. Por eso ella estaba en Helsinki a pesar de que no se sentía capaz.
—Vinieron con alguien y lo perdieron de vista hace unos minutos —murmuró el desconocido—. ¿Es así?
Sisko asintió.
—¿Qué pasa con él? —inquirió Lumi.
Llegaron a la esquina de la plaza y encontraron a Jouko sentado, inconsciente, al resguardo del escrutinio de quien pasara por allí. Sisko se arrodilló a su lado, dispuesta a revisarlo. Sabía que su prima iba a cuidar que nada ocurriera mientras ella estaba concentrada.
—Alcanzó a decirme sus nombres antes de paralizarse del todo —explicó—. Es importante que no lo lleven a un médico, por la mañana lo buscaré para despertarlo, pero no puedo llevármelo ahora.
—Nosotras nos encargaremos —decidió Lumi.
—No es lo que creen —aseguró él—. Tengo las herramientas para ayudarlo, pero no puedo hacerlo esta noche.
—No importa lo que haya sido. Nosotras lo haremos —repitió Lumi, más tajante.
—¿Quién eres? —quiso saber Sisko luego de voltear en su dirección.
—No les servirá saber quién soy para despertarlo.
—Pero a ti te serviría saber quiénes somos para confiar en que sí podemos encargarnos de él —dijo, y se arrancó un mechón de cabello de la nuca, lo anudó y se inclinó hacia su amigo una vez más.
El recién llegado sacudió su cabeza con energía. Estaba cansado y algo en él indicaba que estaba rozando algún límite, pero eso no la detuvo. Colocó su cabello contra el paladar duro de Jouko y sostuvo su cabeza.
—¿Van a hacerlo? —La pregunta era hacia ambas, pero el joven había mirado a Lumi al momento de pronunciarla. Ella asintió con firmeza—. ¿Tienen apoyo?
—Estamos solas —aseguró la mayor.
—Entonces no podrán hacer nada. Pueden intentarlo hoy, pero lo buscaré por la mañana.
Sisko se puso de pie, irritada.
—¿Entendiste lo que acaba de pasar? —preguntó mientras se señalaba la cabeza con el dedo índice—. Porque no parece que lo hayas hecho.
—No parece que ustedes hayan entendido si, después de verte, sigo pensando que no podrán.
No era buena con los enigmas, perdía la paciencia al descubrir que cada pista podía tener múltiples significados y que cada uno de ellos solo la distraía de la tarea que tenía que realizar, cualquiera que fuera. Dio un paso al frente, pero fue Lumi quien respondió en su lugar.
—¿A qué te refieres? Y sé claro esta vez.
El desconocido se acercó a Jouko y giró su cabeza para dejar al descubierto la zona de su cuello donde el nudo había tomado contacto. La única palabra que pronunció entonces fue la única capaz de enmudecerlas.
—Meieli.
Permanecieron inmóviles durante algunos segundos. Sisko escondió las manos en los bolsillos y apretó las barras de chocolate. Lumi hizo un paso hacia ella en un intento de darle seguridad.
—Lo buscaré por la mañana —sentenció él antes de marcharse.
La voz de Sisko lo detuvo.
—No podrás verlo mañana. Dijimos que nos haremos cargo. Mañana estará con nosotras y el domingo reposará en su casa. Si quieres verlo, espera al lunes.
Ninguno se movió. El desconocido inclinó la cabeza en su dirección, dándole a entender que había revelado que no estaban solas. Sin embargo, no hizo referencia a su mentira cuando habló.
—Díganle que nos vemos el domingo antes de la medianoche del lunes. Aquí.
Cuando les dio la espalda y se alejó de ellas, dejaron caer sus hombros. No habían notado lo tensas que estaban desde que lo habían seguido hasta ese rincón. Se arrodillaron juntas frente a Jouko y Lumi se masajeó las sienes con fuerza.
—Tendríamos que haber dejado que lo llevara —murmuró—. No podemos solas con magia meieli.
—¿Cómo es que la magia meieli puede dañar a un humano corriente? —quiso saber Sisko—. Por lo que sé, lastima en función de la energía.
—La magia meieli reconoce la energía por ser un desecho de la energía en sí —explicó—, pero también puede tratarse para atacar grupos particulares así como la energía fue adaptada a clanes diversos.
—En ese caso, solo un meieli podría hacerlo, ¿verdad?
—Sí, pero ella no lo haría. Ella no modificaría algún artilugio para dañar a un humano si podría hacerlo de otra forma. Y tampoco dañaría a un humano, no.
Sisko suspiró y se dejó caer junto a Jouko. Si existiera algún meieli en la ciudad, además de la única que conocían, ellas lo sabrían.
—¿Crees que esté ocurriendo por fin? ¿Que estemos cerca del día?
Lumi se detuvo a contemplarla. El temor asomó a sus ojos.
—El día no puede llegar sin que encontremos ese colgante.
—Vamos a las cuevas —sugirió—. Llevemos a Jouko, expliquemos lo que sabemos. No podemos despertarlo solas y tampoco podemos saber qué ocurrió.
—Si lo llevamos, estaremos obligadas a hablarle de lo que somos. Temo que el conocer nuestra realidad y nuestra lucha acabe por distraerlo de sus propios asuntos. Y temo también que se aleje de nosotras por haberle ocultado algo tan importante. Él podría entenderlo algún día, pero ¿Senna? Ella acabaría por enterarse y ella podría no asimilarlo nunca.
—No respira, Lumi. Está paralizado. Si hay un motivo válido para decirle quiénes somos y qué hacemos aquí, es este. Llamemos a Senna, le digamos que él pasará la noche en casa, lo llevemos mañana por la tarde sano y entero. —Esperaba no estar transmitiendo con su mirada lo que sentía. Ella no había sido designada a la ciudad por tener coraje e iniciativa, al contrario de su compañera de encargo, sino porque Lumi había pedido que fuera con ella. Sisko pertenecía al sector de sanadores, su destino era ser aprendiz del guía, y por un capricho de su prima había acabado allí. Sanar era lo único que sabía hacer—. Por favor, míralo.
La mayor se arrodilló frente a ella y elevó su mentón con la punta del dedo índice.
—Estás donde deberías estar. Tu tarea es hacer que no olvide lo que somos, cómo resistimos y qué perseguimos. —Tomó su teléfono y marcó un mensaje rápido—. Hagamos el intento. Llevémoslo a la cueva.
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