10. La quietud de lo insalvable | Parte 1
No había nada que Jouko pudiera hacer para calmar el pensamiento que brotaba en él cada algunos minutos y le insistía con que no debería estar allí, que era injusto que Senna estuviera en casa cuando había pagado para hacer la fila en la que él mantenía su lugar. Se preguntaba si había hecho lo correcto al aceptar, si ella una vez más habría buscado entre sus cosas lo que fuera que pudiera distraerla por un momento al encontrarse sola o si habría salido con sus amigas a pasar la tarde. Se tentó de escribirle un mensaje para asegurarse de que estuviera bien, pero Sisko lo había obligado a guardar el aparato antes de marcar. Quizá era lo mejor. Sus amigas le habían prometido una noche lejos de sus asuntos familiares, donde el conflicto entre sus padres no pudiera afectarlo, y él jamás podría dudar de la palabra de las primas Korhonen.
Disfrutaba los recitales en el Tavastia, las horas de espera y las noches de libertad. Se alegraba cada vez que coincidía con conocidos, con seguidores de su padre, con amigos de toda la vida. Era su espacio, el río en el que flotaba sin temor a ahogarse, las brasas sobre las que podía caminar descalzo y que nunca lo quemarían. Perttu les había transmitido la pasión por aquel ambiente y Senna había sido quien más la había absorbido con el tiempo, y mientras Jouko se dedicaba a prepararse como docente, su hermana escribía letras y componía melodías que terminaban en grupos que nacían en Finlandia y acababan dándose a conocer en el resto de Europa. Tanto ella como su padre habían encontrado un trabajo en la música y era él quien había seguido el ejemplo de su madre a la hora de buscar un futuro y eligió hacerse con las herramientas necesarias para servir a los demás. Sara lo hacía desde lo legal, él había tomado el camino de la educación. Y a pesar de que todos celebraran lo que había decidido, no podía dejar de creer que era el que menos había arriesgado, que Perttu y Senna mantenían Alkaham vivo en su arte mientras él encomendaba su futuro a un mundo que no conseguía su lealtad.
Un pie chocó contra el suyo. Cuando levantó la mirada, encontró la mano extendida de Lumi que lo invitaba a incorporarse.
—No vas a dejar de pensar en cosas problemáticas en toda la noche, ¿verdad?
—En realidad, pensaba en Senna.
—Eso, cosas problemáticas —insistió ella con una sonrisa.
Jouko notó que también había sonreído. A veces consideraba la posibilidad de revelarles su verdad, pero se arrepentía al recordar cómo se le había prohibido a su padre mostrar el mundo de Alkaham si deseaba regresar algún día. Por momentos creía que Perttu se había excedido, porque había conseguido que durante unos años Sara se considerara parte de Gianos, que supiera más que cualquier humano, y podía ver la razón de que fueran tan estrictos con él. Pero también había pensado que, si Perttu deseara mantenerse en la Tierra de por vida, ¿por qué incluir a Sara para después pedirle que olvidara? ¿Para mostrarle qué perdería él, qué perderían sus hijos, si ella no aceptaba que algún día tendría que dejar ir aquellas memorias? Sonaba a manipulación y Jouko se negaba a creer que había ocurrido de ese modo.
—Tienes que aprovechar el tiempo que tienes mientras sigas vivo —continuó Lumi, mirando más allá de él en un intento de buscar a su prima—. Senna estará bien sin ti, estará bien sin verte una noche. Ella quiso que estuvieras con nosotras, lo mínimo que puedes hacer es disfrutar este rato antes de ahogarte en problemas otra vez. —Señaló la entrada del Tavastia con sus manos abiertas—. ¿Cuál sería el sentido de todo esto si no pudiéramos recordar que, a pesar de los problemas, estamos vivos?
Esta vez, la sonrisa fue genuina. Lumi era apenas mayor que Sisko y solía encontrar las soluciones antes de que se presentaran los conflictos. Había sido el soporte de su prima cuando la menor había caído en una crisis depresiva y de alguna manera se había convertido en el apoyo de cada persona que la rodeaba. Cuando Jouko pensaba en compartir su carga con alguien, solía evocar a Lumi en sus pensamientos, pero se sentía incapaz de sumarle una carga a quien parecía llevar las de sus amigos sin notarlo. Estaba seguro de que Lumi tendría sus propios asuntos y él estaría allí para ofrecerle un hombro, no para pedirle que calme su ansiedad, como hacía con las del resto.
—Respirar no es estar vivo —los cortó la voz de Sisko. Apareció a sus espaldas con los bolsillos repletos de chocolates—. Míralo, parece que lo hubiéramos amenazado con matarle una mascota si no venía.
Lumi alternaba su mirada entre ambos y Jouko casi pudo sentir cómo habían arruinado la noche para ella. Sisko se escondía en lo dulce como cada vez que no podía con la ansiedad y él apenas podía sonreír. Era un fracaso.
—Estoy vivo —les aseguró—. Pensando en mis asuntos, pero vivo.
—No se traen problemas al Tavastia —intentó Lumi por última vez, pero el cansancio en su voz la delató.
—En lo que distingo de la fila, hay cuatro personas llevando el logo de Sapphire Fire. No es como si el lugar ayudara a que deje de pensar en sus cosas.
Lo había notado, pero había intentado no detenerse en aquel detalle. Había seguidores de Perttu a su alrededor y más de uno lo había reconocido.
—Si eso te hace preferir no haber venido, piensa que si no eras tú, era Senna, y ella lo está llevando peor. La estás protegiendo de encontrarse con gente que sabe qué canciones escribió ella, que le harán preguntas. Piensa eso y olvida por unas horas cómo está ella ahora. Podría estar peor, hiciste lo que pudiste. Y lo harás en la medida que tengas las herramientas, pero esta noche es para ti.
Pudo notar cómo Sisko suavizaba su mirada. Estuvo de acuerdo con su prima en esa ocasión.
—No te tires el mundo encima por más que creas que puedes con su peso, Jouko. Lo estás intentando y estoy segura de que Senna lo valora, pero no te olvides de ti mismo en el camino.
Jouko miró de reojo a Lumi con la intención de averiguar si ella también había notado que él no era el único destinatario del mensaje, pero fue cuando giró la cabeza en su dirección que lo vio.
Era una estela borrosa que corría a una gran velocidad mientras se aferraba a una bolsa de cuero a través de la cual se distinguía un resplandor que ni siquiera él era capaz de identificar a la distancia. Pero sí había identificado a la figura que escapaba y no dudó en ir detrás de él.
Sisko lo tomó de la muñeca. Su cabello rubio, que apenas le llegaba al hombro, se agitó por la brusquedad del movimiento.
—¿Nos escuchaste?
Se soltó sin esfuerzo y les aseguró que regresaba enseguida.
Samuel había desaparecido en la esquina del club y, cuando lo vio de nuevo, estaba llegando a la plaza Narinkka. Tomó carrera una vez más, pero una sombra se adelantó, alcanzó a Samuel y tiró de él para protegerse de la vista de curiosos. Jouko se acercó a ellos con sus palpitaciones amenazando con delatar cada paso que daba.
—¡Son míos! —gritaba Samuel, con su voz distorsionada por el terror—. ¡Míos! ¡No vas a llevártelos esta vez!
El desconocido se descubrió el rostro y colocó su mano derecha frente a sus ojos. Jouko pudo ver el destello de las chispas que originarían el fuego y se mostró antes de que las llamas surgieran. No podía permitir que ningún poder se manifestara durante el día y en plena calle, no mientras no supiera cómo reaccionar y mientras estuviera solo. Es decir, sin Perttu.
—¿Samuel? —llamó, fingiendo inocencia—. ¿Está todo en orden?
El aludido temblaba, arrodillado contra un rincón. Sus ojos miraban desencajados a la figura que tenía enfrente y ni siquiera habían registrado que Jouko estaba allí, fingiendo ser su amigo. El brillo de la bolsa volvió a llamar su atención y el perseguidor dio un paso hacia su presa.
—Vete —murmuró, y para Jouko fue como si el asfalto bajo sus pies hubiera rugido la orden en silencio. Permaneció allí, de pie, estático frente a aquel ser que parecía más joven que él, pero que, a la vez, aparentaba haber vivido demasiado. Respiró la tensión que emanaba y olvidó por un instante qué lo había instado a permanecer allí, hasta que oyó su voz una vez más—. El traficante es mío.
Como si lo hubiera despertado, fue esa única palabra la que lo hizo reaccionar. Se acercó a Samuel, consciente de su vulnerabilidad ante una figura que, estaba seguro, podía dominar el fuego, y extendió su mano para ayudarlo a ponerse de pie. Aquel fue el detonante.
Samuel tomó la palma extendida y tiró de ella hasta ubicar a Jouko en línea recta entre su atacante y él. Sobre las manos y antebrazos del desconocido comenzaron a manifestarse diminutas chispas que esta vez originaron un fuego anaranjado que en nada se parecía a sus manifestaciones de alité. Jouko, que había perdido el equilibrio con la maniobra de Samuel, intentó recuperarse y alcanzar la bolsa, pero su portador la abrió y sacó de ella una piedra que parecía contener una constelación en su interior. Jouko se detuvo a contemplarla. Era un nudo. Un nudo de la antigua red a partir de la cual Kärkeieen había creado a los elekiená y a los annoité. El poder de ese nudo y el del desconocido que se acercaba tenían el mismo origen.
Alguien gritó. Imaginaba que había sido Samuel, pues él no había despegado los labios y estaba seguro de que, si hubiera sido el elekiená que los acompañaba, el bramido lo habría desgarrado por dentro. Intentó tomar la bolsa por la fuerza en el momento en que las manos en llamas evitaban tocarlo en su camino al nudo que había sido expuesto a la luz. Samuel se incorporó, riendo. Apartó al desconocido sin importarle que el fuego encendiera su abrigo y lamió la roca. Jouko se concentró en crear un kyrkird para contenerlo y evitar que absorbiera el poder de la piedra, pero no fue lo bastante rápido.
El fuego del elekiená lo apartó del camino de Samuel y lo puso a salvo de un campo que se había dirigido hacia él con una fuerza que lo habría derribado. La incertidumbre fue responsable de que no reaccionara a tiempo. Samuel llevaba el nudo en la boca y sus ojos reflejaban el delirio que estaba experimentando, el peligro que representaba. Jouko se acercó a ellos con las manos extendidas en lo que podía parecer una señal de paz, pero que era su forma de obligarse a formar un escudo. El elekiená había acorralado a Samuel, pero dejó de acercarse cuando el joven sacó otro nudo de la bolsa. En esta ocasión, fue el desconocido quien retrocedió, motivado por razones que Jouko era incapaz de comprender desde su aturdimiento. Samuel unió su mano con una de las palmas llameantes que lo apuntaban y dejó que la roca se quemara en la piel de su captor. Sonrió con malicia, con un brillo en su mirada que delataba que no era la primera vez que de su toque surgía el horror. Cuando el joven cayó de rodillas, Samuel se acercó a Jouko y sostuvo contra su cuello el nudo que había guardado en su boca.
Fue en ese instante que el tiempo se detuvo y Jouko dejó de respirar.
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