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09. Las decisiones de una madre | Parte 2

Sus abuelos sabían que no regresarían a Alkaham desde el instante en el que decidieron mantener el honor de los alkyren, rendir culto a la tarea para la que habían sido creados y reivindicar su devoción a Surtsalièn castigando a aquellos que habían osado poner en peligro el tesoro del continente faltando el respeto a Vanihèn. Habían tenido una única conversación al respecto y su abuelo repetía, en cada oportunidad, cada vez que narraba la misma escena, cómo la mirada de su esposa se había encendido al preguntar: «Y si nosotros hubiéramos vulnerado nuestros desiertos y esa fuera la puerta por la que el mal ingresaría al continente, si fuéramos los responsables de la atrocidad que puede quebrar el fino equilibrio entre los clanes de Alkaham, ¿no desearíamos que nuestros hermanos alkyren acabaran con nosotros para que nuestros señores, nuestra gente, todos descansen sin miedo y nuestras familias no sean objeto de una venganza cruel? ¿No esperaríamos con calma a que nuestros hermanos lleven a Alkaham una promesa de tranquilidad escrita con nuestra sangre?». Había memorizado las palabras. Jamás cometía la menor equivocación al repetirlas.

En más de una ocasión Sara estuvo presente al oír la historia. Senna recordaba que sus ojos brillaban y que pretendía no estar pendiente de las palabras del hombre, pero al final de su relato no podía contenerse y la traicionaba el deseo de mencionar una cualidad que Senna no había reconocido a aquella edad, pero que ahora podía notar sin que nadie lo señalara. Sara buscaba su mirada y, con una sonrisa a medias que apenas elevaba una comisura de sus labios, lo decía. La respuesta de su abuelo era otra sonrisa, sin importar el tinte que hubiera tomado la narrativa del escape, y le agradecía el gesto tan amable que había tenido. Otras veces justificaba su memoria exaltando las cualidades de su fallecida esposa. Una única vez le deseó que su hijo la recordara con el detalle, la calidez y el dolor con los que él recordaba a su Hilja. En esa oportunidad, Senna había podido escuchar la historia más íntima de la fuga y cómo sus abuelos se habían prometido ir juntos al exilio, cargando con un niño al que le negarían su hogar. «¿Qué le estaríamos enseñando sobre nuestra especie, sobre nuestro compromiso con nuestros creadores y la misión a la que servimos?». Llevarse a Perttu de Alkaham había sido parte de una lección. La vida de cada uno no valía el temor de todo un continente.

Senna los había creído valientes. Le había pedido a su abuelo que le relatara la misma anécdota durante años, hasta que Sara olvidó Alkaham. Prefería recordarlo así, como si hubiera sido un descuido y no una decisión que tejía desde su primer embarazo. La relación entre su madre y su abuelo comenzó a rasgarse y el hombre utilizaba como castigo lo que un día había deseado con ilusión. No podía saber por qué las palabras hacían mella en Sara aun después de haber entregado parte de su memoria y, con ella, el escape de Hilja y Vesa, pero ahora podía imaginarlo. Si su padre la recordaba con detalle, suscitaría en él la calidez de su evocación y, aunque Senna había atribuido el dolor a algún accidente que podía dejar a Perttu sin la mujer por la que había arriesgado su seguridad, ahora veía que su abuelo había previsto una pérdida diferente, similar al abandono, y de pronto el dolor del que el hombre hablaba no era más que el rechazo que Sara no tardaría en experimentar. Vesa lo había visto. Se lo había advertido a su hijo, incluso. Perttu quiso tener una mujer y, a cambio, les arrebató una madre.

Uno de sus mayores deseos al crecer había sido disminuir la figura de Sara en su memoria. Darle un rol menor, pretender que no había sido importante. Imaginarla sumergida en el trabajo, en papeles del estudio, en sus tareas legales, en cualquier objeto que no tuviera relación ni con ella ni con Jouko. Lo había intentado, se había mentido en reiteradas oportunidades para obligarse a creer que no había perdido demasiado, que la mujer no había deseado ser su madre desde un principio, que no había sido egoísta al crear recuerdos que años después no serían una piedra atada a su cuello. No al suyo, al menos. Había buscado engañarse y caía siempre en la misma verdad, tan clara y brillante que acababa por cegarla: Sara había sido una madre increíble y había aceptado sus creencias con el respeto que merecían. Había aprendido con y de ellos, y disfrutaba cuando podía oír las historias que Vesa y Perttu narraban. Los había acompañado como no podría hacerlo en años posteriores y Senna supo que aquel era su dolor, el detalle con el que irrumpía en sus pensamientos y la calidez con la que envolvía los recuerdos de su infancia. El dolor de perder a su madre sin saber lo que ocurría ni por qué. Vesa tenía una teoría que no había sido capaz de compartir con ella, pero sí se la había mencionado a Jouko y había llegado a Senna porque su hermano era incapaz de esconderle algo importante. Su abuelo creía que si Perttu se veía obligado a elegir entre Sara y su tierra natal, regresaría a Alkaham con los ojos cerrados. Había sido uno de los motivos por los que no se habían preocupado por el futuro que le arrebataban: al haber nacido en Alkaham y haber sido obligado a desterrar por sus mayores a cargo, tenía la posibilidad de redimirse siempre que mantuviera las costumbres en cada momento de su vida. Mientras más alargaba su estadía en Finlandia, más tiempo debía vivir como el alkyren que era. Senna imaginaba que su familia lo había retenido, pero de pronto cayó en la cuenta de un detalle que la obligó a levantarse del sofá para buscar el teléfono.

Sara lo había querido lo suficiente como para aceptar perder el recuerdo de la naturaleza de sus hijos y que él esperaba regresar a Alkaham algún día, seguramente con ellos. Y ahora que Sara había quebrado el vínculo que los unía en lo legal, Perttu solo debía encontrar un modo de deshacer las barreras y llevar a su familia —sus hijos— con él.

—¿Jouko? —La voz de su madre era transparente. La preocupación y la duda brotaban de la única palabra que había mencionado y Senna podía imaginar su expresión—. ¿Pasó algo en esta última hora?

Contuvo la respiración. A diferencia de ella, su hermano la llamaba cada día para saber cómo estaba, además de contactar a Perttu. Jouko estaba levantando los trozos rotos de una familia y ella no era capaz de ayudarlo a sostenerlos.

Sara susurró la tercera pregunta. Sus dedos se habían aferrado con fuerza al aparato esperando oírla.

—¿Senna?

—Sí, lo siento. Hola.

—Hola, cariño. ¿Cómo has estado?

Pudo sentir su sonrisa. A la distancia, Sara conseguía abrazarla solo con su voz. Quiso poder contarle cómo estaba en verdad, el deseo ardía en sus ojos, pero no lo hizo. Tampoco mintió. Permaneció con los labios sellados, percibiendo cómo hasta en el silencio su madre la envolvía.

—Respirar es necesario —continuó, como si no hubiera dejado una pregunta que no había sido respondida—. Escapar de un espacio no significa escapar de un problema, y es importante para mí que sepas que no soy una cobarde, que no estoy huyendo de tu juicio ni del de tu hermano. Sé que desaprueban esta separación, una parte de mí lo hace, y no minimizo su dolor. Pero respirar es necesario y no quiero encontrarme con ustedes sin haber tenido tiempo de recomponerme para poder transmitirles seguridad cuando les diga...

—No es asunto mío —la cortó—. Respira todo lo que necesites, en casa estamos bien.

Sara dejó pasar algunos segundos antes de responder.

—No, Senna. No lo están.

—Vamos a estar bien —se corrigió.

—Eso es más acertado. ¿Qué tal si me dices por qué llamaste ahora y no antes? ¿Te sentirás mejor o prefieres que llene un poco el vacío en lo que te decides?

Se permitió sonreír porque la mujer no la veía. Con su madre podía omitir todas las máscaras que no eran realmente importantes.

—Háblame de Niina y Edvin. ¿Se están llevando bien?

—Ya que mencionas eso en particular, sí, están teniendo unos días tan tranquilos que me cuesta creerlo. Entre nosotras —agregó en un susurro—, se siente casi como cuando llegué a su casa, antes de que empezaran a tener opiniones contrarias con respecto a todo.

El padre de Janna, Ruuben, solía mencionar que sus padres habían tenido su mejor momento a partir de la presencia de Sara en sus vidas. Se lo atribuía a ella sin dudar, como si la aparición de una joven que necesitaba hogar hubiera sido una bendición para su familia.

—¿Echas de menos vivir con ellos?

La respuesta de su madre demoró algunos segundos. Pudo oír de fondo las voces de los abuelos de Janna preguntando quién había llamado. Le pareció distinguir el nombre de su padre entre el alboroto.

—Echaba de menos hablar con ellos durante horas sin preocuparme por que alguien reclame que no estoy compartiendo su atención. Aunque los conocí siendo joven, son como mis padres, Senna.

—¿Y no echas de menos a tus verdaderos padres? —preguntó antes de poder detenerse. Sara era incapaz de hablar de los padres que habían fallecido cuando ella era pequeña sin alcohol de por medio.

—Perttu regresará —le aseguró con rapidez—. ¿Ese es el motivo de tu llamada?

—¿Hablaste con él?

—No, no lo hice. Pero cuando el tour termine, él volverá a casa y tendremos la oportunidad de hablar. Los cuatro. Es una promesa.

—Lo sé. Y no es por él que te llamé. Quería saber si recuerdas al abuelo. A Vesa.

A Sara le tomó un instante responder.

—Cómo no recordarlo. Tú sabías que era el momento de oír una aventura cuando tomaba su bordado y se sentaba en el sofá. ¿Qué te hizo pensar en él hoy?

El detalle de las manos que acariciaban su piel con restos de nieve cuando el malestar le generaba una fiebre que ningún médico finlandés podría controlar. La imagen de su padre implorando por conseguirle un sitio en la frontera de Surtsalièn mientras su alité rugía el azul de la traición. La calidez de una sonrisa al dar las buenas noches, cada noche. El miedo a que Tanja pierda a su padre y que más tarde sea la familia quien pierda a Tanja. El dolor de haberse perdido y haber negado su tierra, y sentir rechazo hacia su madre por haber tomado la misma decisión.

—Encontré una fotografía suya entre mis libros —mintió—. ¿Qué es lo que más recuerdas de él?

Alcanzó a oír que Sara se acomodaba en donde fuera que estuviera. La imaginó sonriendo, buscando una imagen agradable de él.

—Vesa era exigente con tu padre y no disfrutaba de un intercambio de palabras casual con casi nadie, pero cualquier persona que lo haya conocido te dirá que había algo que Vesa hacía como ninguna otra persona y que era su vulnerabilidad llevada como escudo.

—¿Cuánto quería a la abuela?

—Más que cuánto, siempre recuerdo el cómo. Con respeto, con admiración. Él era feliz solo con haber tenido la oportunidad de coincidir con ella.

—¿Era igual cuando lo conociste tú?

—Nunca noté que cambiara en ese aspecto —aclaró—. Cuando lo conocí, recuerdo haberme preguntado si Perttu sería igual al crecer.

Ninguna expresó en palabras la afirmación que contenían.

No hablaron durante algunos instantes. Los intercambios con Sara resultaban extraños para Senna, incluso después de tantos años de costumbre y secretos. A pesar de que prefería el silencio antes que revelarse ante su madre humana, no podía evitar creer que en su interior se mantenían apresados los recuerdos de una infancia en la que había participado como si nadie fuera a echarla de menos más tarde. De alguna manera, Senna imaginaba que el impulso contenido era el que respondía en lugar de la mujer cuando ella no era capaz de revelar qué la atormentaba y, aun así, Sara veía su malestar y lo aplacaba con su calma, como si no fuera el conocimiento la fuente de su empatía, sino la devoción por sus hijos, que estaba más allá de toda frontera, y no necesitaba saber las razones para comprender que necesitaban el calor de sus brazos para sentirse protegidos. Senna había deseado hacerla parte de sus problemas, lo deseaba ahora, pero sabía que solo conseguiría ponerla en peligro y anular cualquier posibilidad que le permitiera a Perttu llevarlos a Alkaham, a la que ya no era su casa.

Su llama anclada a Anukig le decía que no sería capaz de regresar aunque lo intentara, aunque su padre tuviera éxito, y la posibilidad de confesarle a Sara lo que arrastraba durante los últimos días se volvió tentadora de un segundo a otro. Podía hablar con ella y rechazar con esto cualquier chance de regreso a Gianos, al mundo que la había condenado. Podía permanecer en Finlandia con su madre y deshacer la máscara que le impedía conectar con ella. Podía arruinar el viaje de su padre y de Jouko, en caso de que decidieran marcharse sin ella, y mantener a su familia en Helsinki.

Podía hacerlo, esta vez dependía de ella. Y sus razones para no regresar a Alkaham eran más fuertes que las de Perttu por hacerlo.

Solo tenía que dar el primer paso.

Sus manos húmedas sostenían el teléfono con fuerza. ¿Cuánto habían sudado sus palmas en el último día? Llenó sus pulmones sin prisa, dejó salir el aire a soplos pausados. Podía hacerlo.

—¿Cuándo regresas de Praga?

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