09. Las decisiones de una madre | Parte 1
Abrió sus ojos de madrugada, cuando el viento en el exterior agitaba las ramas del ekrenso con furia. Lo primero que vio al despertar fue el lomo del libro de simbología kimiá que descansaba encima de la pila que había tomado del cuarto de Jouko. Distinguía su contorno gracias a la tenue iluminación que se colaba por su ventana y porque sabía que aquel era el libro; lo había dejado caer sobre el montón después de verificar lo que había interpretado por la tarde, solo para estar segura, y luego se había cubierto hasta la nariz con las mantas, incapaz de apartar su mirada de los ornamentos dorados que brillaban como si esperaran que el sueño acabara con ella. Senna conocía el poder de los símbolos y cómo los kimiá manipulaban el alité con palabras, valiéndose del poder que les otorgaba la noche y que se veía potenciado por el aire fresco de las colinas, donde habitaban en Alkaham. Cerrar los ojos con aquel ejemplar junto a su cama era como dormir con un arma sin seguro bajo la almohada.
Apartó las sábanas y se incorporó. Pretendió ignorar el libro mientras buscaba en los cajones de su escritorio el pase a su condena definitiva. Si los señores de Alkaham la habían marcado para que su alité se extinguiera como el de tantos traidores antes que ella a la vez que un peligro nacido en su tierra —no, no en su tierra, en Alkaham— acechaba a Tanja, Senna protegería a su amiga, su verdadera gente, aunque significara rechazar los ideales bajo los que había crecido. Y si esta sería la noche —una noche ventosa, fría, con olor a kimiá—, Jouko debería marcharse.
Agradeció que Janna no pudiera conseguir su ticket para el recital y que Lumi y Sisko hubieran confirmado que irían. Agradeció la discusión con su hermano la noche anterior porque le brindaba una excusa para hacer lo que se disponía a intentar. Y agradeció, en última instancia, que Tanja no dudara. No estaba segura de cuánto tiempo tenían hasta que Ensio descubriera el fulgor que la anclaba a Anukig y aún no era capaz de imaginar el curso que podrían tomar las decisiones de su algam. Tampoco se sentía en condiciones de averiguarlo; no estaba lista para ninguna de las alternativas que cruzaban por su mente cada vez que lo intentaba.
Llamó a la puerta de la habitación de su hermano y procuró haber golpeado lo bastante fuerte como para despertarlo. Aún era de noche y el control kimiá gritaba desde su cuarto, junto a su cama. Aún oía las ramas del ekrenso agitándose sin descanso. Aún oía los latidos acelerados de su corazón.
Jouko apareció frente a ella, enmarcado por la oscuridad de su cuarto. El picaporte había rechinado al girar.
—¿Estás bien? —preguntó. Sus ojos adormilados comenzaron a buscar algún indicio de peligro en su rostro.
Senna dio un paso al frente, obligándolo a recibirla en el interior. Lo instó a tomar el sobre que llevaba en sus manos y contó los segundos antes de hablar mientras él se asomaba al pasillo para distinguir el texto del papel sin encender las luces.
—Lo siento.
Él sacudió la cabeza. De haber sido otra persona, Senna sabía que se habría molestado por haber cortado el sueño de madrugada por una disculpa, pero su hermano necesitaba esas palabras para descansar en calma y no comenzar el día con el trago amargo de una discusión. Los pensamientos de Jouko le exigían resolver los pendientes del día antes de irse a dormir, había sido así desde niño, y llevaba días acumulando conflictos sin resolver que se reflejaban en su falta de descanso y en la alarma que asaltaba su mirada ante el menor indicio de que algo podía escapar de su control.
También ella ansiaba aquella paz momentánea.
—No es nada, no te preocupes. Me gustaría que no le mencionaras algunas cosas a Ensio y otras a mí, así ninguno tiene el panorama completo y no sabemos cómo ayudarte.
—¿Estás molesto conmigo? —Su voz afloró en un susurro que se quebró hacia la última palabra.
Jouko avanzó hacia ella.
—Estoy cansado, no estoy durmiendo bien. Pero no estoy molesto.
Se contemplaron a través del metro y medio que los separaba. Sus cuerpos, sus rostros, sus miradas, todo en ellos pedía disculpas y exigía explicaciones a gritos, pero sus labios se habían sellado para evitar un quiebre. De sus bocas no surgió ningún reclamo, ninguna justificación, y Senna señaló el envoltorio para alejar la conversación de las razones que no podía compartir con él.
—Janna no podrá ir.
—¿Prefieres no ir a ir sin ella? —Ahí estaba, la broma fácil era siempre la soga que los salvaba de ahogarse.
—Prefiero no ir a ningún recital en un futuro cercano —respondió en voz baja, considerando que estaba a punto de mencionar detalles que no deseaba compartir con él, pero que sustentarían su plan de permanecer en la casa el viernes por la noche—. Puede que te conectes mejor con él si ves a algún grupo en vivo, estoy segura de que Sisko y Lumi ya intentaron convencerte de que las acompañes.
—Me aseguraron que podían conseguir que entrara, pero no confío en sus métodos —coincidió—. Pero ¿qué harás tú si voy en tu lugar?
¿Qué haría sin él, internándose en lo más profundo de un secreto kimiá con la compañía de dos humanas que no podrían ayudarla si su debilidad la abrazara una vez más? ¿Qué haría para mantenerlas a salvo si ella misma no sabía si sería capaz de protegerse esta vez?
—Llamaré a Nott para saber si ya regresó a Helsinki. A ver si la próxima vez que visite a sus abuelos puedo acompañarla. Siento que no voy a Laponia desde hace años.
—¿O será que la magia de Laponia es una semana con Nott fuera del alcance de Janna? —bromeó él.
—Entregaría a Janna como sacrificio a Surtsalièn si con eso garantizara una semana en Laponia para ti y Nott, los dos solos. —Le guiñó el ojo a pesar de que él no podía distinguir su rostro con claridad en la habitación oscura.
—Déjame consultar si ya acepta sacrificios de nuevo antes de que entregues a la pobre chica en vano —respondió Jouko, y la sonrisa atravesó sus palabras. Un instante después, la pena tomó su lugar—. ¿Has pensado alguna vez cómo sería de diferente la convivencia si pudiéramos hablar de estos temas frente a ella?
No necesitó aclarar quién era ella. Senna lo sabía.
—¿De Janna y Nott o de Surtsalièn?
—De todo, en realidad. Tenemos tanto cuidado en no mencionar cualquier detalle sobre Alkaham que acabamos por hablar lo mínimo indispensable y es como si buscáramos mantenerla al margen de nuestras vidas. ¿Cuánto de tu relación con Janna has podido compartir con ella sin decirle que la primera vez que estuvieron juntas fue porque Janna estaba canalizando un flujo de energía que te había superado?
Apartó el sillón reclinable del escritorio de su hermano y se sentó. Ocultó su rostro tras sus manos, sus dedos tamborileaban inquietos sus mejillas.
—¿Cuánta participación puede tener en nuestro día a día si todo lo que nos rodea involucra un aspecto de nuestra naturaleza que no podemos compartir con ella? —continuó.
Senna inspiró hasta que sus pulmones no le permitieron ingresar más aire. El entumecimiento que comenzaba a recorrer sus dedos y sus labios punzaba cada vez más dentro de su piel. Su mente respondía las preguntas de Jouko con susurros que no nacían de ningún punto reconocible, pero que ella sentía aflorar por todas partes, dentro y fuera de la oscuridad que los rodeaba en aquella habitación que escondía libros capaces de concederle el poder de la más negra de las noches.
—¿Cuánto sabríamos de lo que ocurrió entre ella y papá si hubiéramos podido involucrarla en lo que nos pasaba a nosotros?
«Lo sabríamos todo —aseguraba la voz en su mente, en las sombras, en el silencio que reptaba por las paredes de la habitación cada vez que Jouko dejaba de hablar—. Sabríamos que en realidad no conoce a sus hijos, que durante una vida sostuvo una familia que no sentía propia, que nos siente ajenos cuando nos ve. Sabríamos que escondimos de ella algo tan preciado como nuestra identidad y que puede percibirlo cada vez que nos callamos porque la oímos llegar. Sabríamos que somos una cadena que la esclaviza a una realidad desconocida en la que correría peligro y que su propia naturaleza la protege de bajar la guardia ante nuestro fuego. Sabríamos que un día despertó sintiendo que se ahogaba en basura de un continente que no pertenece a este mundo y deseó la libertad que debería habérsele concedido desde el primer instante. Y sabríamos si lo quiere, si de verdad lo quiso lo suficiente como para sobrevivir a una familia consumida por un legado inevitable como el suyo durante tantos años».
—Si lo pienso durante algunos días —siguió sus hermano, ajeno a los temblores de su mandíbula entreabierta—, llego a la conclusión de que ella lo quiso de verdad. De que todavía lo quiere.
—Quizá no fue por él —consiguió articular—. ¿No pensaste que pudo haber sido por nosotros?
Jouko sacudió la cabeza, decidido; su cabello enmarañado agitó el aire a su alrededor.
—Una madre no dejaría su familia a causa de sus hijos.
—No generalices sobre lo que significa ser madre. Además, una madre alkyren está anclada a sus hijos de la forma que sugieres. Nuestra madre puede irse cuando le plazca.
«Como ya hizo». La voz cortó con la determinación de Jouko y se calló. El silencio se convirtió en un zumbido en su mente que fue desvaneciéndose hasta dejar solo ausencia.
Al igual que Sara.
Se puso de pie y se acercó a Jouko. Buscó sus manos en la oscuridad. Las suyas sudaban.
—Lo quiere —afirmó—, el problema somos nosotros.
«Soy yo».
—Y si algo en sus hijos hizo que decidiera marcharse, papá no debería esconderse hasta saber qué decirnos.
—Puede que tengas razón esta vez —musitó Jouko, cerrando sus dedos alrededor de las muñecas de su hermana en un intento de darles calor—, pero que mamá lo haya decidido así no significa que no esté sufriendo como él.
Senna dejó caer sus brazos cansados de insistir. Se apartó de él y avanzó a ciegas hasta la puerta.
—Si te pido que la llames, ¿lo harás?
Una promesa escapó de sus labios y procuró que fuera la última; después de la próxima noche, no sería capaz de cumplir una promesa sin fallarle a alguien, comenzando por ella misma.
—Quizá lo intente.
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