06. El mensaje cifrado en un recuerdo | Parte 2
Conocía el hogar de Tanja desde que eran niñas, desde justo antes de convertirse en una alkyren en toda regla. Su alité se había manifestado a los siete con un tono rojizo vibrante que enorgulleció a su padre y a su algam. Mantener las raíces de Asakem era su designio y aceptó convencida los rituales, se empapó de conocimiento, se encomendó a Surtsalièn. No esperaban la conversión hasta pasados los diez años, por lo que temieron que la exigencia física fuera mayor de la que podía tolerar. Tanja había ido a visitarla en compañía de su madre cuando la transición la había dejado en cama por días. Habían sido visitas fugaces, pero Senna había sabido leer en la mirada de su amiga que se quedaría a pasar las noches con ella bajo el riesgo de contagiarse de lo que fuera que tuviera si eso le aseguraba que no iba a aburrirse mientras se recuperaba.
Su adolescencia había estado atada a aquel lugar, donde pasaban más tiempo juntas que en el hogar de los Mäkinen. Llija y Jaakko se habían esforzado para conseguir una casa en la que cada uno de sus hijos tuviera su propia habitación. La de Tanja era la más espaciosa y, en más de una oportunidad, Senna y Emma se habían quedado a pasar la noche, acompañadas de las historias de terror que Mikko les narraba hasta que lo obligaban a irse. Emma solía reírse, afirmando que las brujas no existían, y Senna aseguraba que, si una bruja se aparecía en el cuarto en ese preciso instante, las protegería de aquel que intentaba perturbarles el sueño en lugar de asustarlas a ellas. Tanja no solía participar en los intercambios; estaba pendiente de Leena, de su miedo a lo desconocido y del temor que palpitaba en su garganta con cada relato.
Senna había crecido junto a Tanja y pensaba a menudo que era la amiga que había elegido, que no había un lazo entre sus familias que la obligara a verla durante toda su vida, que no era como Janna. Había adoptado a Leena como su hermana menor y rechazaba la sobreprotección de Mikko sobre la pequeña porque imaginaba que le impediría desarrollar su carácter. Había conocido a Jaakko. Solía permanecer largos minutos conversando con él luego de la cena y su respeto por él iba en aumento con el pasar de los años. El hombre era amable, no notaba cuando ella mencionaba algo relacionado con su mundo y tenía una variedad tan amplia de té en hebras que afirmaba, a veces en broma, a veces en serio, que podía aliviar cualquier mal con un té. No le llevó tiempo descubrir que mentía; los malestares que su cuerpo comenzaba a manifestar se relacionaban, según una teoría de Ensio, con el alejamiento de Alkaham, en particular, de la región de Asakem, a la cual pertenecía, y ningún té podía darle calma.
Haber conocido a Jaakko durante tantos años la había convertido en partícipe de la pérdida, al igual que a Emma. Su pena no se asemejaba a la de los hermanos Virtanen, pero ellas también tenían el derecho a expresar su dolor. Sin embargo, ninguna lo hizo.
Emma ya estaba allí cuando llamó a la puerta; había llegado temprano y se quedaría hasta que regresaran del evento, que tendría lugar por la noche. Le abrió y le comentó entre susurros que Tanja necesitaba hablar con las dos a la vez y que no estaba segura del motivo, aunque lo imaginaba. La incertidumbre le hacía temblar la voz.
Tanja estaba en su habitación, sentada sobre la cama y con los pies cubiertos con una manta. Daba la impresión de haber pasado una noche terrible y sus ojos tardaron en enfocarla cuando la vieron entrar al cuarto. Sus primeras palabras surgieron imperiosas de sus labios.
—Tienen que ayudarme.
Se aproximaron de inmediato, preocupadas.
—En lo que necesites —le aseguró Emma, que se había arrodillado frente a su amiga y acariciaba sus nudillos con suavidad. Senna sintió esa calidez como si fuera dirigida a ella—. ¿Qué es tan urgente?
La mirada de Tanja intercalaba entre una y otra, evaluándolas. Tras unos segundos, pareció convencerse de que podía confiar en ellas.
—Mamá está tirando sus cosas, las de papá. Lo que quiero es que me ayuden a revisar las cajas que me faltan para poder quedarme con lo importante.
Evitaron mirarse; sus ojos estaban fijos en Tanja, en el temblor de sus manos, en la prisa de sus gestos. Emma fue la primera en reunir valor para quebrar el silencio que crecía y se hacía más pesado a cada instante.
—¿Te sientes bien? Cuando me llamaste anoche para cancelar la cena pensé... —Dejó morir las palabras como si no estuviera segura de cómo continuar.
—¿Qué pasó, Tanja? ¿Estuviste así durante todos estos días? ¿Por qué no nos llamaste antes?
—No —respondió Emma—, el martes estaba bien. Ayer por la mañana también, coordinamos la cena por teléfono y se la oía tranquila.
—No hablen de mí como si no estuviera —pidió.
Senna tomó asiento a su lado, sobre las mantas desarregladas.
—Entonces finge que estás aquí, al menos —susurró con calma, esperando que no lo sintiera como un ataque—. ¿Qué pasó? —insistió.
—Estoy bien —aseguró. Todo en ella gritaba que era una mentira—. Solo necesito que me ayuden a separar cajas. ¿Lo harán?
—¿Estás segura de que es lo mejor? —intervino Emma—. Si Lilja necesita quitar ese peso de la familia, puede que sea porque siente que les impide avanzar.
Tanja decidió ignorar la sugerencia. No le había mencionado a su madre que había estado buscando en las cajas del sótano y le había pedido a Mikko que lo mantuviera entre ellos, para evitar posibles discusiones durante la semana. Sin embargo, algo pareció surgir entre sus pensamientos, porque sí respondió a la pregunta de Senna y se fijó en ella como si la escuchara por primera vez en el día.
—Encontré esto —le dijo, y se puso de pie para buscar el relicario que había guardado en el mismo cajón que su diario. Se lo tendió—. Estoy bastante segura de que estaba en la habitación de mis padres, no puede llevar más de un año en el sótano. Si miran bien, solo tiene una fotografía de mis hermanos y yo, no hay foto de pareja, nada que motive que mamá quiera tirarlo. Puede que ella no sepa con exactitud qué hay en el sótano, ni siquiera está ella misma sacando las cosas. Esta es la clase de recuerdos que quiero salvar —enfatizó.
Senna abrió el relicario casi sin desearlo, solo para ver la imagen que Tanja había mencionado, y sus dedos se aferraron rígidos al metal cuando la reconoció. De un lado estaban los rostros sonrientes de los niños Virtanen, pero en el otro se grababa una señal. Los trazos en aniah no resultaban tan fáciles de identificar por la escasa nitidez de las líneas, incluso notó que desconocía algunas letras, y dedujo que el mensaje no estaba destinado a cualquiera de manera general ni a algún alkyren de modo particular, ya que no era ni la variante comercial ni su dialecto específico lo que se mostraba allí. Era un mensaje hacia la primera generación, y de pronto comprendió que Jaakko Virtanen tenía relación con Alkaham y que su ausencia podía deberse a más razones de las que habían imaginado en un principio.
Si el padre de Tanja estaba relacionado con seres de su tierra y aquello había provocado su desaparición, era posible que su amiga estuviera en peligro también.
—Tenemos que bajar —les dijo, esperando que el tono de su voz no delatara que empezaba a perder el control—. Ahora.
Adentrarse en el sótano de los Virtanen se sentía inadecuado. Por más que hubiera crecido en aquella casa, las memorias y los instantes acumulados entre el polvo no le pertenecían. Emma parecía sentirlo de manera similar; había permanecido junto a la puerta mientras Tanja avanzaba y Senna había logrado hacer dos pasos minúsculos hacia el interior.
Podía percibir un impedimento, la certeza de que estaba invadiendo un espacio en el que era ajena. Deseaba dar la vuelta, llevarse el relicario y traducir el mensaje con exactitud para comprender a qué se enfrentaba, pero si no era la única referencia a Alkaham que había entre los objetos personales de Jaakko, debía saberlo antes de que Lilja se deshiciera de todo.
—¿Alguna vez viste signos como los del relicario? —preguntó—. En donde sea, no importa si no eran joyas.
Tanja pareció dudar. Bajó la caja más alta de una pila y la abrió en el suelo mientras pensaba una respuesta.
—No, creo que no. Papá aprendía idiomas por gusto y sabía lo básico para viajar. Por lo que sé, podría ser cualquier cosa y no tener valor.
«Cualquier cosa o una puerta de comunicación abierta», pensó.
—Me inclino a que es un mensaje sobre la familia, por la imagen —aventuró Emma—. ¿Sabes en qué idioma está?
La incomodidad no las abandonaba. Senna podía sentirlo en la tensión que las rodeaba, en cómo la voz de Emma dudaba al hablar, en la prisa de Tanja. Se inclinó a creer que la ansiedad de su amiga se debía más a las horas que había pasado allí dentro que a la fecha que transitaban, y sus ojos recorrieron las paredes. Estaba allí, a su alrededor. Sus sentidos desconocían las protecciones que otras especies ejercían sobre determinados espacios y solo reconocían los kird generados por alkyren, pero estaba dispuesta a afirmar que había algo en aquel sótano que las obligaba a apartarse. Un algo que iba más allá de sus reparos al husmear en la privacidad ajena. Se obligó a enfrentarse a aquella incomodidad que no había nacido de ella y comenzó a acercar las cajas más pequeñas al centro de la habitación.
—¿Qué haces? —Emma había entrado por fin.
—Necesito ayuda con esto. Despejen las paredes.
Un instante de duda las hizo detenerse.
«Por favor, no hagan preguntas. Por favor, por favor, por favor».
En un resquicio de su mente había surgido el temor y comenzaba a transformarse en un miedo paralizante que acabaría orillándola a tomar una decisión precipitada. La inseguridad de su propio destino no la instó tanto a actuar como aquella duda latente sobre los asuntos en los que Jaakko se había metido y la posibilidad de que hubiera implicado a su familia en problemas que no solucionarían ni con dinero ni con favores.
Oyó un estornudo. Sus amigas estaban moviendo las cajas con tanta prisa como podían y el polvo que le picaba en la garganta parecía no haberla afectado solo a ella. Senna tosió. Notaba una irritación conocida en su garganta, el signo inequívoco de que la tensión la estaba invadiendo y los nervios le harían perder el control. Su mente murmuraba en una mezcla de aniah y finés. Sus ojos brillaban. Apoyó las manos en una de las paredes para sentir el frío de la estructura.
—¿Eso... eso no es lo mismo que decía el relicario? ¿O algo parecido?
La pregunta de Emma logró llamar su atención.
—¿Qué?
Estaba señalando la pared sobre la que se había apoyado, cerca de medio metro a su izquierda. La pintura era la misma en toda su extensión, pero el polvo se había acumulado en líneas que adoptaban, en parte, formas similares a las de la frase que habían visto minutos antes. Senna capturó el mensaje con su teléfono.
—¿Reconoces lo que dice? —quiso saber Emma, con un deje de escepticismo en su voz.
Senna tosió una vez más y se colocó de cuclillas para ocultar mejor su rostro. Era posible que Emma lo confundiera con el polvillo que habían levantado en pocos minutos de trasladar cajas, pero Tanja distinguió el humo grisáceo que escapó de sus labios. Se arrodilló a su lado y le apartó las manos de la cara, obligándola a prestarle atención.
—Dilo.
En una única palabra había logrado concentrar el dolor y la incertidumbre, y Senna no tenía el valor para esconderle sus temores. No esta vez.
—No creo que se haya querido irse. Algo pasó.
—¿Él está bien ahora? ¿Está vivo?
No pudo responder de inmediato. Pensó en la única palabra del relicario cuyo significado conocía y esperó no equivocarse. Si estaba en lo cierto, Tanja podía ponerse en peligro, pero no le quitaría las opciones.
—Está vivo.
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