06. El mensaje cifrado en un recuerdo | Parte 1
La melancolía de un blues se asomaba desde los altavoces del ordenador, avanzando lenta y tenaz hasta ella. Envolvía el espacio que la rodeaba, encontraba el camino a través de su piel, se aferraba. Invadía la habitación y se potenciaba con el sonido de la lluvia del exterior, adquiriendo intensidad con el impulso de un solo que parecía estar dispuesto a atravesar el cristal y la puerta de madera con tal de no morir ahogado entre aquellas cuatro paredes grises.
Senna permanecía de pie frente a la ventana, con la mirada fija en el ekrenso. Transcurría el segundo día desde que había descubierto la migración de su alité y no había tomado una decisión al respecto. El fuego rojo que había heredado de su algam le había cedido su lugar a una llama cuyos portadores habían desaparecido de los dos mundos, un fuego que cargaba con una maldición que ahora pesaba sobre ella. Los alkyren de Anukig, portadores del alité azulado que llevaba años extinto, no habían hallado un modo de conseguir el perdón y su legado había caído en el olvido. Si intentaba recordar, Senna no podría decir en qué complementaban a los demás alkyren, en qué se beneficiaba la especie con la existencia de los protectores de las fronteras del norte, y aquello era una prueba de cómo se había borrado su huella en el tiempo.
El territorio se heredaba, el fulgor de cada hijo estaba determinado por el lugar al que debieran lealtad sus padres devenidos en mentores, y el tono con el que brillaba un alité era el mismo con el que se teñiría la ceniza, signo de que pronto fallecería como un fuego consumido sin posibilidad de regenerarse —no, al menos, para su especie—, y ella había nacido para proteger los desiertos cálidos del sur al igual que Ensio.
Que el alité no podía migrar era algo que no se enseñaba con detalle porque era imposible de cuestionar: ninguno de ellos podía cambiar su pertenencia, desarraigarse. Entregarse a los confines de un dragón implicaría traicionar al propio y Senna, sin estar lista para asumirlo, había traicionado a Surtsalièn en favor de un Vanihèn que no había respondido a las súplicas de sus alkyren, que los había abandonado como ahora la abandonaría a ella. Si tenía suerte, sería recibida en Alkaham para que se buscara el origen de aquel absurdo. Si no la tenía, acabaría apagándose en silencio al igual que cada alkyren en Anukig. La segunda perspectiva le resultaba más atrayente; la primera implicaba hablar de lo ocurrido con Ensio y su hermano, revelarles que necesitaba un nuevo algam cuyo alité brillara en el mismo espectro que el suyo, enfrentarlos a la posibilidad de que nadie pudiera instruirla en el manejo de su recién adquirido estado, verlos sufrir por ella.
Ensio se angustiaría, ya fuera por haber fracasado con una tarea tan honorable como ser algam o por haberle fallado a Perttu y no haber podido mantener a su hija a salvo. Tras reflexionar durante todo un día había llegado a la conclusión de que Ensio perdería más que ella si intentaba llevarla a Alkaham o contactar con los giakyren para que indagara la causa de su migración —¿cómo lo lograría, además, si los caminos estaban sellados y los giakyren solo respondían ante los habitantes de Alkaham?—. Podía asegurar que no corría peligro de que él pudiera dañarla a conciencia, pero no era su garantía final; siempre que alguien lo supiera, estaría en riesgo.
Había dejado el reproductor en bucle. No había contado las veces que llevaba repitiéndose la misma pieza ni los minutos que había pasado frente a la ventana, fusionando su ánimo con las notas que erizaban su piel y la lluvia que comenzaba a aumentaba su magnitud en sincronía con la canción. O tal vez fuera que había acabado por sugestionarse y todo a su alrededor se sentía como un reflejo exacto de cómo se percibía.
No oyó el primer golpe suave en la puerta, tampoco el segundo. Jouko giró el picaporte y se asomó.
—¿Estás ocupada?
La voz la distrajo por un instante. Bajó el volumen de la música y le hizo una seña a su hermano para que entrara.
—Siéntate. —Le indicó la silla de su escritorio. Ella permaneció de pie—. ¿Pasa algo?
Él dudó. Pocas veces lo hacía.
—Busqué el rastro de tus marcas entre las características de otras especies, como la marca de columna de los nirtoati o las marcas elementales de los elekiená, pero no hay nada parecido a lo que tienes. Estaba pensando... —Dudó una vez más. Senna sintió cómo se endurecían los músculos de su espalda en anticipación—. Puede que debas hablar con Ensio sobre esto. Toda la información que tengo es de los primeros clanes y se sabe que las marcas de los nudillos de los kimiá ya no se ven en el linaje de los diurnos, quién sabe qué otras marcas aparecieron en el tiempo y qué otras desaparecieron.
—Busqué entre algunos signos de enfermedad de seres con alité y no encontré nada de marcas —confesó—. No es algo propio de nosotros.
—Por eso empiezo a considerar que deberíamos hablar con Ensio.
—Tú me pediste que dejara de entrenar.
—Porque te descompensabas casi a diario.
—Y te prometí que esperaría a estar en condiciones. Acordamos esperar unos días para ver si mejoraba y, si no lo hacía, hablaríamos con papá.
Podía ver cómo él había continuado la secuencia en su mente. Perttu se había marchado a la semana por el comienzo del tour y su madre les había dado la noticia de la separación antes de avisarles que viajaría con los abuelos de Janna. Se habían quedado solos, con el conocimiento de Ensio como respaldo y un número de teléfono que estaba fuera de línea a toda hora.
—Retiro lo que dije antes —murmuró Jouko. La preocupación en su mirada también parecía haberse acoplado al día gris—. Quizá sí necesites mantener una constancia de aliklivá.
No le llevó la contraria, pero tampoco fue capaz de darle la razón. Si volvía a intentar ver el estado de su alité, tenía que hacerlo a solas, sin la protección de su hermano. No podía preocuparlo con el azul de su fuego o acabaría perjudicándolo a él. Y, a diferencia de ella, Jouko no contaba con el apoyo de su algam para asegurarle que su llama no se contaminaría por la naturaleza de sus pensamientos.
—Lo intentaré —susurró. No era en vano; tenía que confirmar lo que había percibido.
—¿Me prometes que me dirás lo que veas?
Ahí estaba su punto débil. La pregunta había sido arrojada con el peso de un deber y Senna no podía rechazarlo en voz alta. Tenía que evadirlo si esperaba contar con algunos días de ventaja para conocer más sobre su condición.
—No veré nada que nos solucione el problema —le aseguró—, pero sabrás si me estoy consumiendo. Y ten por hecho que sabrás si me acerco a tener ceniza en lugar de una llama.
No parecía conforme, pero aceptó los términos.
Se mantuvieron en silencio unos instantes, aceptando que ninguno estaba contando todo lo que sabía. El remordimiento en los ojos de su hermano le gritaba que algo le preocupaba lo suficiente como para protegerla del peligro y ella misma no podía hacerlo parte de su cambio para evitar que, si su nueva pertenencia la marcaba como traidora, él cayera por su intención de protegerla. Soportaría la maldición de Vanihèn tres veces si pudiera, siempre que con hacerlo pudiera asegurar que su hermano no sería castigado.
Apagó el reproductor. El blues murió con un verso a la mitad —I'm sorry if I failed you— y dejó la habitación vacía, silenciosa.
Senna buscó su abrigo y se miró al espejo. Su piel parecía más saludable que la semana anterior y las ojeras habían sido fáciles de cubrir esta vez, a pesar de que llevaba dos noches casi sin dormir.
—¿Janna? —preguntó su hermano.
Ella sacudió la cabeza.
—Tanja me pidió que fuera a su casa, dice que necesita verme. —En una única mirada esperó transmitirle su determinación—. Es hoy.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro