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04. La joven con alas de aire | Parte 2

El sótano de los Virtanen era un depósito de polvo y memorias, de memorias envueltas en polvo, de recuerdos inmersos en olvido. Las cajas con fotografías se apilaban contra una pared, junto a los regalos que no habían encontrado una oportunidad y más allá de las piezas de vajilla incompletas. Todo lo que no se había tirado porque podía repararse, pero que no se había reparado porque no había tiempo para hacerlo, estaba allí también, junto a la puerta. Los elementos de decoración que Leena rotaba cada vez que le daba un nuevo estilo a su cuarto permanecían en una esquina, a la espera de una ocasión ser usados una vez más y abandonados en el desuso después. Tanja esperaba encontrar alguna caja con su nombre que pudiera llevar a su habitación y, en el mejor de los casos, alguna con objetos personales de su padre, los que pudiera rescatar de la limpieza de su hermano.

Encendió la luz, sin atreverse a avanzar. El poder de aquel cuarto residía en la acumulación de momentos que ella no se atrevía a enumerar, ni siquiera estaba segura de conocerlos a todos; algunos se habían forjado antes de que ella naciera. El peso de los años reunidos en una sola habitación fría y empolvada le gritaba que no era su deber inmiscuirse en aquel sitio, que debía alejarse y regresar a la seguridad que garantizaba el exterior. Pero Tanja sabía que no podía marcharse, no después de haberle escrito a Mikko para pedirle que retomara su limpieza cuando ella decidiera qué objetos conservar y cuáles descartar.

Dio un paso al frente. La idea de estar inmiscuyéndose en un cuarto con semejante autoridad le dio escalofríos. Avanzó un paso más. Sentía frío en el cuello, como si alguien la acompañara y respirara sobre su piel a un ritmo lento, controlado. Tres pasos. Su pie izquierdo chocó con una caja. Se detuvo y contuvo el aire.

Notaba que algo estaba mal. No podía asegurar si se debía a la cadena de hechos que la había llevado hasta ahí, si todo había comenzado con la decisión de su madre, meses atrás, de asumir que Jaakko se había marchado de manera voluntaria y sin mirar atrás o si había sido antes, mucho antes, cuando su padre las llevó a ella y a Leena a cenar a Passio, el restaurante en el que celebraban las buenas noticias, dos días antes de desaparecer. No podía asegurar cómo había comenzado y temía imaginar cómo acabaría.

Distinguió las iniciales de su padre escritas a un costado en la caja que acababa de rozar. Como si hubiera sido el detonante necesario para romper el hechizo que la hacía estremecerse, se agachó con prisas y la abrió. Casi no le alcanzaba el espacio para apartar en el suelo todo lo que iba rescatando. Había dado con diminutas cajas que contenían relojes incompletos, piezas de metal, tornillos diminutos, alambres redondeados, cadenas para colgantes. Desconocía la utilidad que podía darle a los materiales que había hallado y estaba dispuesta a rendirse antes de acabar con la primera caja cuando lo vio. Al fondo, bajo un pliegue de envoltorios desarmados, había un relicario. Era, quizás, la única pieza que servía por sí misma de las que había visto hasta el momento, y parecía un recuerdo que podía conservar. Limpió la superficie con la yema del pulgar y distinguió un relieve que la luz tenue que alumbraba la habitación no le permitía diferenciar con claridad. El grabado fino y delicado parecía palpitar entre sus dedos y Tanja comprendió que era el momento de continuar con su día, de escapar del encantamiento que esa guarida de recuerdos producía en ella.

Antes de incorporarse, abrió el relicario. Del lado derecho, con un encaje preciso, Jaakko había colocado una fotografía de sus tres hijos. A la izquierda, donde podría haber estado una imagen de él y Lilja para completar el marco familiar, había un rejunte de signos que Tanja no sabía a qué alfabeto atribuir, pero al que no le dio demasiada importancia porque su padre sentía curiosidad por la escritura de culturas que no tenían relación con la suya y aquello podría ser desde un mensaje importante en alguna lengua muerta hasta el boceto deficiente de algún saludo en alguna lengua que estuviera aprendiendo. Volvió a cerrarlo y lo envolvió con sus dedos, apretando con intensidad. Llevó el puño a sus labios y murmuró en el silencio, con los fantasmas de su familia pendientes de cada uno de sus movimientos.

—Búscame —le pidió—. Regresa. Si puedes hacerlo, ven o dinos cómo llegar a ti.

Sus ojos se habían humedecido, no sabría decir si a causa del polvo o de que había aceptado que el día siguiente llegaría. Se puso de pie y regresó sobre sus pasos, con una única lágrima asomándose a través de sus pestañas en el instante en el que cerraba la puerta con el relicario aún palpitando entre los dedos.

Era el último día y todos parecían querer rescatarla del desastre. Emma le había insistido para cenar y asegurarse de que la vería en el evento del jueves y Eljas le había reservado el almuerzo, decidido a sacarla a pasear mientras durara el sol. Senna era la única que había mantenido el silencio y que ni siquiera le había escrito ni durante ese día ni en el anterior. Tanja tomó el diario con la joven con alas de aire y no pudo evitar preguntarse qué peligro podía ser tan inminente como para hacerle creer que podía dañarla incluso cuando el aire a su alrededor la protegía. Qué fuerza era más poderosa que aquella que la envolvía y la preservaba de todo mal. Qué la resguardaría a ella ante el dolor.

Llevaba el relicario colgado del cuello. Se lo enseñaría a Emma por la noche, ella apreciaría el valor de un recuerdo semejante más que Eljas. A pesar de aceptar sus esfuerzos por ayudarla a atravesar el día, no esperaba sumarle cargas que no estuviera dispuesto a afrontar, por más que asegurara lo contrario. Su chico solía decir que la mente era el abrigo idóneo para las memorias, que todo instante atesorado en lo material carecía de significado. Podía haberse visto obligado a decirlo, Tanja recordaba que la conversación había tenido lugar mientras su madre comenzaba a dejar los objetos de su padre en el sótano, pero la cautela frenó el deseo de compartir su hallazgo con él.

Estaba de nuevo en el amparo de sus sábanas, esta vez con el diario en sus manos. A pesar de que se abría con una llave que no sería capaz de encontrar en el sótano, un desperfecto hacía que, ante una ligera presión ejercida en una dirección determinada, la cubierta del seguro quedara expuesta, y Tanja podía luego forzar el mecanismo para acceder a las páginas. Lo intentó y funcionó al igual que antes, sin embargo, no era el contenido conocido lo que ansiaba hallar. Buscó durante algunos minutos cualquier indicio de que alguien más lo había abierto, pero, si había ocurrido, no había muestra alguna que lo probara.

Senna le había pedido que lo usara con cautela, pero no le había preguntado jamás qué escribiría. El secretismo con el que había manejado el momento provocó que Tanja sintiera que había sido el más memorable de todos sus regalos en aquel cumpleaños, tanto que solo había escrito los recuerdos que desearía olvidar por momentos y que, a la vez, no querría olvidar. Solo mantenía una regla: jamás leía entradas anteriores cuando estaba por escribir una nueva para no verse influenciada por eventos pasados. Al final sí leía alguna, en especial si algún elemento la relacionaba con lo recién escrito. Repasó el índice en el que indicaba títulos en clave para cada evento. Pensó, con un nudo en la garganta, que bien podían ser los títulos de una historia de terror. Cerró el diario y lo guardó en el mismo cajón que antes. No era el día indicado para esos recuerdos.

Se dirigió a su vestidor con una idea clara de cómo quería lucir aquel día. Era consciente de que su imagen afectaba a la firma de su madre y prefería permanecer en su casa antes que dejarse ver desarreglada y nunca llegar a saber cuántas personas la habían visto y la habían relacionado con Lilja. Buscó una blusa de color azul marino con detalles sencillos y pantalones negros. Si optaba por las prendas principales en tonos oscuros, podía dejar entrever que transitaba un duelo, pero los complementos claros lo disimularían ante los curiosos.

Cuando salió de su habitación, encontró a Leena en el pasillo. Su expresión preocupada hizo que Tanja se detuviera a preguntarle qué ocurría.

—Son los nervios, supongo —le respondió—. No dejo de pensar en lo que dirán después de mañana. No sé si ganarán los titulares de la diseñadora que se refugia en el trabajo para afrontar la desaparición repentina del padre de sus hijos o los de la mujer que usa la desaparición de su marido como estrategia de mercado para impulsar su marca de ropa. No sé si serán más los que se centren en el carácter conmemorativo de la cena o los que destaquen el lujo en cada detalle para hacer parecer a mamá tan frívola y calculadora como cuando ordenó que frenaran la búsqueda. —Su voz había acelerado hacia el final y había acabado por quebrarse—. Podemos acompañarla y demostrar nuestro apoyo, pero no podemos protegerla de todo lo que podría salir mal.

De pronto, Tanja se sintió miserable.

—La estás protegiendo al preocuparte por ella —le susurró, como si no estuvieran solas en la casa—. Estás dispuesta a cuidarla y a justificar sus elecciones ante cualquiera que busque desprestigiarla, y eso es protegerla. Al mantenerte a su lado haces más que cualquiera. Leena, haces más por mamá que yo.

Su hermana le regaló una sonrisa de esas que la hacían parecer más grande, más sabia, más lejos de su comprensión terrenal.

—Harás cosas por mamá —aseguró—, pero dedicaste tanta energía a mantener el recuerdo de papá que es como si hubieras olvidado que los demás tenemos nuestros tiempos también. Tu duelo fue el más largo, todos estamos esperando que termine para que estemos todos en la misma página.

—¿Tú terminaste el tuyo?

—Estoy en paz, si eso es terminar un duelo.

—En el desayuno dijiste que creías que papá volvería si pudiera...

—Mamá piensa que pudo haberse suicidado en secreto para que no lo viéramos. Mikko cree que sigue vivo, pero que no volverá de forma voluntaria. ¿Qué crees tú?

Tanja deseó no tener que pensar la respuesta a una pregunta que ella misma se había hecho cada semana, si no era cada noche. Los ojos atentos de su hermana esperaban una reacción y no podía irse ahora que por fin estaba hablando de su padre con alguien de su familia.

—Siento que tampoco puede regresar, pero que existe una forma de que lo haga. Tiene que existir.

—Si existe, no está en nuestras manos hoy y es posible que tampoco lo esté mañana. —Su entrecejo recuperó las líneas de expresión que llevaba hacía unos instantes—. En cambio, la crítica a la que se someterá mamá es algo en lo que sí podemos ayudar. Lo siento, Tanja, pero no puedo culpar a nadie en esta casa. Ni siquiera a ti.

Leena continuó su camino hasta su cuarto y cerró la puerta con suavidad. Quiso pedirle que regresara y le explicara su última frase, pero temía el significado.

Con una réplica atrapada en la garganta, se dirigió al baño y cerró la puerta con tanta delicadeza como le fue posible. Abrió el grifo de agua caliente y la dejó correr. Se quitó la bata y el pijama gris y comenzó a desenredarse el cabello de a poco, mechón a mechón, con un peine ancho. El espejo la llevaba a un juicio más cruel que cualquiera que Mikko pudiera hacer sobre ella, porque mientras fuera Tanja quien se contemplara, sería capaz de encontrar cada porción de su cuerpo que le desagradara y recordar los defectos que se había visto un día antes y el anterior a ese, y luego sumarlos a lo que notara en el presente. Su juicio era despiadado; se decía lo justo para herirse en momentos en los que sentía que lo merecía. Como ahora.

El vapor había empañado el espejo por completo y solo había desenredado la mitad de su cabello. Apuró la mitad restante y consideró abrir la puerta para permitir que el aire se aclarara, pero la posibilidad de perder intimidad la detuvo. Buscó, en cambio, abrir la ventanilla que daba al exterior y que se encontraba justo encima de donde manaba el agua caliente. Tanja se obligó a aclimatar la temperatura del líquido antes de colocarse debajo. Se paró en puntas de pie y estiró un brazo para alcanzar la manija. La rozó con la punta de sus dedos. Con el brazo aún estirado, saltó y esta vez aferró la manija y tiró hacia abajo. El peso de su cuerpo marcó la fuerza con la que el vidrio había descendido y la ventana chirrió antes de caer. Tanja notó que el aire frío disipaba los restos de humedad y alcanzó a ver en el espejo ese último instante en el que la corriente mecía las nubes de vapor a su alrededor y buscó sin éxito en su reflejo la silueta de un par de alas.

El aire frío envolvía su cuerpo como una segunda piel, se arremolinaba alrededor de sus brazos y su cuello, la poseía. Se adueñaba de sus poros y penetraba como una entidad invisible. Le susurraba.

Cuando Leena abrió la puerta del baño, preocupada por el ruido, Tanja se aferraba los brazos con sus uñas clavadas en la piel, sin moverse más allá de los temblores.

—Tengo que seguir buscando —musitó cuando fue capaz de mover sus labios—. Me pidió que siguiera buscando.

La menor de los Virtanen no tuvo el valor de preguntar de quién había sido el pedido.

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