Nadie sabe
Siempre me guardo las cosas, como un cofre de secretos que se cierra con llave, creyendo que a nadie le importan mis sentimientos o lo que pienso. Porque cuando he intentado expresarlos, las palabras se enredan en mi garganta como mariposas atrapadas en una telaraña. Me llaman loca o exagerada, como si mis emociones fueran un desvarío sin sentido.
Con lágrimas en los ojos, me miro al espejo y busco la huella de la locura, esa exageración que todos mencionan. Pero no he perdido la cabeza, solo he perdido la fe en que alguien me escuchará sin juzgarme. Las ganas de creer en que le importaré a alguien lo suficiente como para decirme incondicionalmente: Estoy contigo.
Nadie sabe que odio las calcetas, como si fueran grilletes que aprisionan mis pies. Nadie sabe que lloro cuando miro una serie o una película cursi, como si las escenas fueran espejos que reflejan mis propias emociones. Me muerdo la piel alrededor de mis dedos para tratar de mantener la calma, como si el dolor físico pudiera distraerme del torbellino interno. Llevo curitas para todas partes, como un escudo invisible contra las heridas que yo misma me inflijo cuando estoy muy nerviosa.
Esa manía comenzó desde aquel verano cuando nos dijimos adiós, como un tatuaje emocional que se grabó en mi piel. Le tengo fobia a los automóviles rojos, como si cada uno fuera un fantasma que me persigue con recuerdos dolorosos. Cuando los miro, recuerdo que el último día de tu existencia viajabas en uno, y mi mente se traslada a la morgue, viendo tu cuerpo frío en la plancha.
Nadie sabe, y nadie sabrá nunca jamás; lo que siento. Es un secreto que guardo en el cofre de mi alma.
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