El último día que conversamos, tus palabras resonaron en mi mente como un eco persistente. "¿Qué harías tú sin mí?" preguntaste con ironía, como si mi existencia girara en torno a la tuya. Y yo, en mi juventud desafiante, te respondí con firmeza: "De todo, ya crecí. No te necesito como antes."

Pero la vida tiene una forma curiosa de enseñarnos lecciones. Ahora, aquí estoy, atrapada en la paradoja de mis propias palabras, de mis propias acciones. Porque, mentirosa que soy, te necesito más de lo que jamás imaginé. Cada hora se estira como un hilo frágil y en cada día encuentro un vacío que solo tú puedes llenar.

Las noches se deslizan como suspiros y en cada instante, mi corazón busca tu presencia invisible. Me he tragado las palabras que pronuncié sin tacto aquel día. Las he escondido en los recovecos de mi alma, donde la verdad y la ironía se entrelazan en un baile incierto.

Así que aquí estoy, confesando mi engaño. Soy una y mil veces mentirosa, porque ahora, más que nunca, te necesito. Como el sol necesita al día, como el mar anhela la luna. Eres mi constante, mi contradicción, mi dulce tormento, mi maldición.

Y aunque las palabras se desvanecen en el viento, sé que te encuentras en algún rincón del universo escuchándome, sintiéndome. Porque en este juego de verdades y mentiras, somos cómplices, amantes de la paradoja, amantes de la vida. Y así, en silencio, seguimos conversando, aunque nuestras voces se hayan perdido aquel último día en el que hablamos.