El dolor de perder a alguien que amas nunca termina, como un río subterráneo que fluye en lo más profundo de tu ser. Crees que ha acabado, que has aprendido a vivir con la ausencia, pero entonces, sin previo aviso, vuelves a sentir exactamente lo mismo que sentiste el primer día.

Es como si el tiempo se detuviera en ese instante de pérdida. Las heridas cicatrizan, pero la piel sigue recordando el filo del cuchillo. Las lágrimas se secan, pero los ojos guardan el reflejo de la tristeza. Y aunque el mundo siga girando, tú te quedas atrapado en ese momento, como un marinero naufragado en una isla desierta.

Las fechas importantes son terribles, espantosas. Cada una es un recordatorio doloroso de que ya no está esa persona. Las luces parpadean con melancolía, y las risas ajenas se mezclan con el eco de las tuyas. ¿Cómo puede el mundo seguir su curso cuando tú estás varado en la orilla del duelo?