El pañuelo de seda
Entré en un cuadro de desesperación infinita, un laberinto de recuerdos y añoranzas. Quise regresar el tiempo, como un viajero perdido en la corriente de los días. Quería abrazarte una última vez, sentir el calor de tu piel, la fragancia de tu cabello. Pero el tiempo es un ladrón implacable, y las oportunidades se desvanecen como hojas en el viento.
Aquel día, me diste un pañuelo de seda. Un obsequio aparentemente simple, pero que ahora se erige como un faro en mi memoria. Era uno más en la lista de tantos regalos que me diste en vida. Tus manos, hábiles y amorosas, lo doblaron con cuidado. ¿Sabías entonces que sería el último? ¿Que ese pañuelo se convertiría en el más valioso tesoro que poseo hoy en día?
Lo guardé como un secreto en mi corazón. Cada pliegue, cada fibra de seda, llevaba tu esencia. Y ahora, cuando la tristeza me asalta, lo despliego en la soledad de mi habitación. Las lágrimas se mezclan con la suavidad del tejido, y siento tu presencia como un suspiro en el aire.
¿Por qué no te abracé más fuerte aquel día? ¿Por qué no dije las palabras que ardían en mi garganta? El tiempo es un enigma sin respuesta, y yo me quedo con los "hubiera" y los "debería". Pero el pañuelo sigue aquí, como un puente entre el pasado y el presente.
La Navidad se acerca, y sé que las luces parpadearán con melancolía. Las fechas importantes serán como cuchillos en mi corazón. Pero también sé que el amor no muere, que las almas se entrelazan más allá del tiempo y el espacio. Así que aquí estoy, escribiendo estas palabras con lágrimas en los ojos, recordándote al igual que cada día.
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