Dicen...
Dicen que las malas noticias llegan rápido, como un vendaval que arrasa con todo a su paso. Pero yo me pregunto: ¿qué pasa con las buenas noticias? ¿Por qué no corren con la misma urgencia? Tal vez porque el miedo y la incertidumbre nos empujan hacia lo negativo, como si la desgracia fuera un imán irresistible.
Dicen que todos vamos a morir, y es cierto. La muerte es la única certeza en este viaje llamado vida. Pero, ¿qué hacemos con ese conocimiento? ¿Nos paralizamos por el temor o vivimos con intensidad cada día? Quizás la respuesta está en el equilibrio entre la conciencia de nuestra finitud y la valentía de enfrentarla.
Dicen que el dolor es pasajero, como una tormenta que se desvanece en el horizonte. Pero cuando el corazón late con la fuerza de la tristeza, el tiempo se estira como un elástico infinito. Las lágrimas pueden secarse, pero la cicatriz permanece. Aprendemos a convivir con ella, a aceptarla como parte de nuestra historia.
Dicen que hay que ser feliz en medio de la tristeza, como si la alegría fuera un deber y la melancolía un pecado. Pero yo creo que la felicidad no es un estado constante, sino un destello en la oscuridad. Es el aroma del café por la mañana, el abrazo inesperado, la risa compartida. No se trata de negar la tristeza, sino de encontrar pequeñas luces en el camino.
Dicen... tantas cosas. Palabras que flotan en el aire. Pero al final del día, lo que importa es lo que decimos nosotros mismos. Así que digo que la vida es un poema imperfecto, lleno de versos rotos y metáforas inacabadas. Y aunque las palabras se desvanezcan, seguiré diciendo, seguiré creando, porque en el decir está la magia de existir.
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