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Disclamer: Como ya todos sabéis, ni los personajes, ni parte de la trama, ni los lugares me pertenecen a mí, sino a Rumiko Takahashi. Estaré publicando (espero) esta serie de historias cortas los próximos días por el gusto de participar en una nueva dinámica, sin ningún ánimo de lucro.
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Nota de la Autora: Esta historia participa en la maravillosa #Rankane_week_2024 organizada por las chicas de la página de Facebook "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma" #Por_amor_al_fandom. ¡Gracias por invitarme!
#Día_6_Amor_Maduro
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27 de Julio: Amor Maduro.
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Sustitutas
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1.
Aquellos pitidos le paraban el corazón cada vez que sonaban.
Primero, ese estridente sonido que parecía no acabarse nunca, pues creaba un eco fantasma que reverberaba en los oídos, esos angustiosos segundos de silencio, antes de que la voz que berreaba por encima de todos los que estaban allí, diera el siguiente nombre:
Aki Shimazaki
Consulta número 3
La señora que estaba sentada delante de él y que no había despegado los ojos de una revista, alzó el rostro con una calma muy molesta. Dobló la revista, la guardó en el enorme bolso que llevaba al hombro y se quedó quieta unos segundos, mirando a su alrededor, memorizando el número de la sala a la que debía dirigirse. Al fin se puso en pie, se alisó la parte trasera del vestido veraniego que llevaba y caminando, muy despacio, fue hacia la puerta. Se asomó fuera, miró a un lado, a otro, esperó, volvió a mirar y, con cara de no estar muy convencida, echó a andar por la derecha.
Increíble...
Ranma resopló cuando perdió de vista a la mujer.
Pero, ¿qué le pasaba?
Ese comportamiento tan sosegado le había parecido insólito; por lo general, todo el mundo daba un respingo al escuchar el dichoso pitido y después, la persona salía corriendo a toda prisa en busca de su médico, no fuera a perder su turno, después de haber esperado durante al menos una hora.
Todo el mundo detesta las esperas en los hospitales.
Al menos él las odiaba, y quizás por eso, la pachorra de esa señora le irritó como si sus actos hubieran ido contra él.
Volvió a encogerse en su asiento, con los brazos cruzados y clavó la mirada en el suelo. No estaba muy limpio, al menos no tanto como sería de esperar, aunque aquélla era solo una sala de espera cualquiera. Allí no había médicos, ni se atendía a los enfermeros; además muchas personas pasaban por allí al cabo del día. Se dijo, pues, que no era tan extraño que el suelo no estuviera reluciente. Por lo menos, ese terrible olor a hospital no flotaba allí, a pesar de lo cual, el estómago se le había revuelto nada más sentarse en esa silla.
¿Cuánto tiempo había pasado ya?
Se sorprendió al descubrir que en esa enorme habitación no había ni un solo reloj. ¡Ni uno! Se removió, bajando los brazos para apoyarlos en las piernas. Más o menos eran las diez de la mañana cuando se la llevaron y le habían dicho que aquello (pues Ranma no había conseguido quedarse con el nombre de lo que le estaban haciendo a su mujer) duraría en torno a media hora o un poco más.
Dependerá un poco de si vamos con retraso y esas cosas, les dijeron.
Miró al tipo que tenía sentado a su izquierda, a un par de sillas de distancia y se fijó en el reloj que llevaba en la muñeca.
—Disculpe, señor —El hombre, bastante mayor, estiró el cuello, prueba de que le había oído, pero sus ojos parpadeantes y pequeños se perdieron en el vacío de la sala, inseguros—. ¿Señor? —Entonces giró el cuello muy despacio, le miró como intentando reconocerle y por fin, se puso una mano cerca de la oreja, un gesto poco prometedor—. ¿Me oye? —El hombre esbozó una diminuta sonrisa y asintió con la cabeza—. ¿Podría decirme qué hora es?
Los ojillos del hombre se entrecerraron un momento.
—Jueves —respondió.
—No, no —Negó con la cabeza—. El día, no —Además era viernes, no jueves—. La hora... ¡Hora!
—¿Moda? —repitió el hombre, tocándose el kimono que llevaba puesto—. No sé, mi hija me compra toda la ropa.
>>. Yo es que ya estoy un poco mayor, ¿sabes?
Sí, claro, se había fijado en ese detalle, aunque el señor no aparentaba tener tantos años para la sordera que manifestaba.
Ranma, frustrado, se pasó la mano por la barbilla, tirando hacia abajo en un gesto involuntario hasta que el labio inferior se separó y dejó a la vista sus dientes.
—La hora, señor —insistió. Señaló el reloj del hombre y éste movió la cabeza, entendiendo por fin.
—¿La hora? —Se aseguró y Ranma asintió a toda velocidad—. Sí, sí, claro que da la hora.
—¿Me está vacilando, abuelo?
El hombre no le oyó, por suerte, pero miró su reloj, abriendo bien los ojos para después fruncir el ceño. Se llevó la muñeca a la oreja y después se encogió de hombros.
—Son casi las once de la mañana.
¡Por fin!
—Gracias, hombre.
—¿Eh?
—¡Que gracias!
Una señora que volvía a su asiento desde el baño le puso mala cara y le chistó para que se callara, por suerte, el anciano comprendió e inclinó la cabeza, dando por terminaba esa animada charla.
Las once.
Ranma rastreó el techo de la sala de espera buscando los altavoces invisibles, como había hecho ya cientos de veces desde que estaba allí, pero tampoco esta vez los halló. Le habría gustado verlos, saber de dónde salía el pitido y la voz de los avernos que decía los nombres, para estar preparado. Suponía que él sería el siguiente en ser llamado, pues había pasado más tiempo del que le dijo el doctor.
Ojala le llamaran ya porque estaba de los nervios.
Y es que todo a su alrededor le causaba una inquietud terrible. Los pitidos, los cuchicheos de la gente, los pasos veloces de los médicos al otro lado de la pared, hasta el sonido del ascensor en el pasillo que subía y bajaba sin parar. Los silencios que percibía por debajo de esos ruidos, de vez en cuando, tampoco le tranquilizaban, todo estaba teñido de una sofocante peligrosidad.
Y aunque no quería perder las formas, Ranma empezaba a sentir que el aire no le llegaba con normalidad a los pulmones y le dolía un punto, en la parte alta de la espalda, porque por más que lo intentaba, era incapaz de mantenerse recto sobre su asiento. Empezaba a inclinarse, a arquear la espalda, a mirarse las rodillas cuando éstas comenzaban a temblar por la tensión. Notaba como si alguien le estuviera sujetando por las costillas y le mantuviera suspendido en el aire, soportando el peso del resto de su cuerpo.
¿Sería normal que estuvieran tardando tanto?
Habrá retrasos, se dijo, así como le explicó el doctor antes de sentar a Akane en una silla de ruedas y llevársela. Pero no le habían dicho de cuánto podían ser esos retrasos, y no era lo mismo un retraso de diez minutos, de una hora o de tres.
Aun así, estaban tardando mucho.
¿Y si eso quería decir que algo no iba bien?
Me aseguraron que era un procedimiento muy sencillo se recordó. Aunque ya la palabra procedimiento en sí misma tenía una carga de gravedad que no había podido olvidar desde la primera vez que la oyó. Intentó decirse que solo era una palabra, que podrían haber usado cualquier otra y seguro que todas le habrían sonado igual de mal.
¿Por qué no le llamaba alguien?
Su estómago se estaba transformando en una roca, dura y compacta, que se le hincaba en el torso a cada movimiento que hacía, por minúsculo que fuera. Quizás nunca en su vida volvería a notar hambre.
¿Qué hora sería ya?
Estaba a punto de arriesgarse, otra vez, con el anciano sordo cuando oyó el pitido.
Toda la sala dio un respingo, se echó hacia delante rozando el borde de las sillas y contuvo el aliento en un silencio tan poderoso que se oía zumbar el aire. Y de pronto, la voz del infierno carraspeo.
Familiares de Akane Saotome.
Consulta nº 5
Ranma se levantó de un bote justo cuando el anciano se llevaba la mano a la oreja para tratar de oír el mensaje. Trotó hacia la puerta y escrutó los carteles que indicaban la dirección: los números impares, hacia la derecha.
Con el corazón retumbándole en el pecho siguió las indicaciones hasta un estrecho pasillo lleno de puertas, revisó los números, contando en voz baja y por fin halló la que tenía un cinco reluciente. Entró sin llamar, no pudo evitarlo. Miró a su alrededor buscándola a ella pero aquello era solo un despacho, con una mesa y una silla, y algún armario al fondo.
—Señor Saotome.
En la mesa estaba el doctor con el que habían hablado al llegar. Le señaló la silla vacía frente a él para que se sentara y el chico obedeció a toda prisa.
—¿Dónde está Akane? —Preguntó a bocajarro—. ¿Está bien?
—Pues claro que está bien, ya le dije que este era un procedimiento muy sencillo y sin apenas riesgos —El doctor le sonrió, a pesar de sus maneras bruscas y procuró concederle unos minutos para que se calmara y asimilara la noticia—. Está reposando en una habitación, en cuanto se despierte de la anestesia podrá verla.
Ranma intentó tragar saliva pero tenía la boca totalmente seca.
Se apoyó en el respaldo, todavía nervioso y se aferró con los dedos al borde del asiento.
—Así que... ¿todo ha ido bien?
—Muy bien, se lo aseguro —Le insistió—. En un par de horas, tras una última revisión, podrán irse a casa si lo desean.
—¿No tiene que quedarse a pasar la noche?
—En principio no. Y las pacientes prefieren terminar de recuperarse en su propia cama —Ranma asintió, y se imaginó, sin mucho esfuerzo, que Akane sería una de esas pacientes, sin duda—. Durante un par de días o así tendrá dolores, como cólicos, pero es normal y puede tomar un analgésico que le voy a recetar.
>>. Que repose hoy, y mañana si lo necesitara, pero puede hacer vida normal en cuanto se sienta preparada.
La vida normal de Akane era bastante aparatosa, por lo que Ranma decidió que intentaría que reposara el mayor tiempo posible antes de que se reincorporara a las clases en el dojo y a los entrenamientos.
A ver cómo consigo que me haga caso...
—Entonces... ¿todo estaba bien... ahí dentro?
El doctor le miró unos instantes y volvió a sonreír en un gesto compasivo.
—Todo está en perfecto orden, señor Saotome —Cerró la carpeta que había estado abierta sobre la mesa todo el tiempo, aunque él no la había mirado en ningún momento. Y le puso la capucha al boli que tenía en la mano, aunque no había escrito nada con él—. Como ya les dije hace unos días, lo que ha pasado, a veces, no se puede prevenir. Son cosas de la vida que ocurren sin más y hay que intentar no darle tanta importancia.
>>. Vosotros sois jóvenes, apenas tenéis veinte años y no hay ninguna razón para que esto vuelva a pasar.
Sí. Ya les había dirigido esas mismas palabras y en el mismo tono de calma, cuando Akane y él estuvieron en una consulta similar a ésa, frente a ese hombre de pelo oscuro, manos grandes y mirada serena. No se mostró preocupado entonces y ahora tampoco lo parecía. No hay razón alguna para que un médico mienta a la cara a sus pacientes, de modo que el chico se forzó a creer a sus palabras de ánimo.
—Lo importante ahora es que su mujer esté tranquila —Le aconsejó—. Y eso será tarea suya.
—Ya.
—Tendrá que ser extra cariñoso, amoroso y atento.
Ranma se encogió de hombros.
—Pues claro, doctor.
>>. Esa es mi forma natural de ser con ella.
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Una enfermera fue a buscarle a la sala de espera en nombre del doctor y le condujo hasta la habitación de su esposa.
No era una mujer muy habladora, o quizás estuviera teniendo un día complicado así que no cruzaron más que un par de palabras. Ranma se guardó las manos en los bolsillos y la siguió, también callado, observando (aunque sin demasiado interés) el escenario atípico que dibujaba un hospital como ése, a esas horas de la mañana.
Dejaron la zona de las consultas, mucho más concurrida, y se internaron en un dédalo de pasillos estrechos y escaleras medio escondidas. De vez en cuando se cruzaban con una camilla abandonada en una esquina, o con algún señor en bata delante de una de las maquinas donde podía comprarse café o galletas. Los médicos y enfermeras que pasaban por su lado, en parejas o grupos de tres, lo hacían charlando entre sí de forma animada, algunos hasta sonreían, cosa que a él se le hizo un poco extraña.
La enfermera le indicó una puerta que estaba al lado del control de enfermería de la planta. Se ausentó un momento y regresó con una bolsa para él.
—La ropa de su mujer —Le indicó. Y sin más, se dio la vuelta y se marchó.
Ranma se quedó parado, con la bolsa resbalándole en las manos y la mirada fija en el pomo. Se le pasó por la cabeza la descabellada idea de que esa mujer silenciosa se hubiese equivocado, dejándole en el cuarto de una desconocida a la que podía encontrar dormida, saliendo del baño o incluso sin ropa. Se puso nervioso, pero atajó ese sentimiento llamándose idiota.
¡¿Cómo van a confundirse en algo así?!
Cogió aire y abrió la puerta.
Dentro todo estaba en silencio, uno que resultaba más intenso que el jaleo de voces y traqueteo de carritos que se extendía a su espalda, cosa que le impulsó a entrar de golpe y cerrar la puerta.
Había una enorme ventana en la pared contraria que dejaba entrar una maravillosa luz amarilla. Ésta caía por igual sobre las dos camas, idénticas, salvo porque una de ellas estaba vacía. En la otra, por suerte, reconoció la forma del cuerpo de Akane bajo la fina sabana, antes incluso de ver con claridad su rostro apoyado en la almohada. Se acercó, con el corazón encogido, y comprobó que seguía con los ojos cerrados, aunque respiraba en calma y a gusto.
Su brazo derecho sobresalía estaba estirado en paralelo a la almohada, y Ranma vio a la perfección la marca de la vía sobre su blanca piel. Volvió a secársele la garganta. Dejó la bolsa con la ropa sobre el sillón azul que había junto a la cama y se sentó en el borde. Rozó el brazo, apenas con la punta de sus dedos índice y pulgar, con un miedo inexplicable; se calmó un poco al notar la calidez que desprendía, y entonces pasó las yemas por la marca. Con preocupación, revisó el rostro de la chica, pero estaba calmado y tenía buen color.
Así que todo ha ido bien. Ahora podía convencerse de verdad de que el médico había sido sincero.
Se le escapó un resoplido desde lo más hondo de su pecho que casi le obliga a tumbarse también sobre la cama; de repente, todo el cansancio de esos días se le vino encima como una tonelada de arena y se volvió débil y quebradizo.
Dijo que me dejarían pasar cuando se despertara... recordó, arqueando las cejas, sin apartar los ojos del rostro de la joven. ¿Debería despertarla? ¿O dejar que ella sola...?
En esos momentos le habría gustado que alguien más estuviese allí con él, aunque solo fuera para preguntarle las tonterías que se le pasaban por la cabeza, pero ese tema había sido complicado.
Soportar la espera habría sido insoportable teniendo que controlar a sus padres para que no se pusieran a discutir en mitad de la sala, puede que a su madre ni siquiera le hubieran permitido el paso con la katana al hombro. Por otro lado, no quería ni pensar en Soun gimoteando como un niño pequeño, pegado a su espalda. Nabiki estaba ocupada y su presencia no era tan reconfortante y en cuanto a Kasumi... Vaya, Akane se lo había dejado bastante claro.
¿Amigos? ¿Enemigos? ¿Ex pretendientes despechados? ¿Ex prometidas enfurecidas? El cartel de personajes que gravitaban a su alrededor no era el mejor para acompañarles en esos momentos, y en cualquier caso, tampoco le habían contado a nadie, fuera de la familia, lo ocurrido.
Solo a una persona que, por desgracia, aún no había llegado. Su presencia sí que habría calmado la inquietud de Ranma en esos instantes.
Pasados unos minutos, Akane empezó a removerse y a apretar los párpados. El chico se espabiló, agarró su mano y se inclinó hacia ella todo en un único movimiento. Su mujer fue despertando de a poco, parpadeando con confusión, hasta que le vio a su lado.
Separó los labios, resecos, para hablar pero no le salió ningún sonido.
—¿Qué? —murmuró él—. ¿Necesitas algo? ¿Agua? —Ella asintió, así que salió disparado al pasillo, en busca de una de las maquinas que había visto para comprar una botella. Regreso con la bebida en alto, tan rápido, como si fuera a apagar un fuego. Le quitó el tapón y acercó la boquilla al rostro de la chica, ésta bebió un sorbito y le hizo un gesto para que la apartara—. ¿Mejor?
—S-sí —Carraspeó un poco e hizo una mueca al intentar recolocarse.
—¿Estás bien? ¿Te duele algo?
Akane le miró, seria y trató de erguirse un poco más. Ranma la ayudó poniéndole una almohada en la espalda y volvió a repetirle las mismas preguntas añadiendo alguna más, de carrerilla.
—Estoy bien —respondió ella, al fin—. No me duele nada.
—¿Seguro? —insistió él—. Quiero decir que...
—¿El doctor ha hablado contigo?
—¡Sí! —Respondió a toda velocidad—. Vendrá a revisarte en un rato y te lo explicará todo.
>>. Me dijo que todo ha ido muy bien y que en unas horas podemos irnos a casa.
—¿Hoy?
—Sí, es lo habitual —Según hablaba y sacaba de dentro toda esa información que el médico le había confiado, Ranma empezó a sentirse mucho más aliviado. Recuperó su asiento en la cama y cogió, otra vez, la mano de la chica, la que reposaba sobre el borde de la sabana y donde estaba su anillo de casada. Lo observó un instante, los destellos apagados que la luz del sol arrancaba de él estuvo a punto de distraerle—. Te ha recetado algo para el dolor y, además, debes reposar.
—¿Cuánto tiempo?
—¡Mucho!
Akane torció la cabeza.
—¿Eso ha dicho de verdad?
—He avisado a Tofu para que venga a recogernos en su coche —continuó Ranma, sin responder a la pregunta—. Así estarás más cómoda.
—Al final... estamos los dos solos —comentó, mirando el resto de la habitación vacía. Después apoyó del todo la cabeza en la almohada, mucho más tranquila—. Temía que nuestra familia apareciera por aquí de improviso y te hiciera la espera insoportable.
Le dio un apretón en la mano y el chico meneó la cabeza.
Aunque no lo habían hablado de manera expresa, Ranma sabía que Akane necesitaba estar lo más tranquila posible (él también) y eso habría sido mucho más complicado con todos sus familiares revoloteando por allí o inundando la habitación con sus voces. Bastante locos les habían los días previos al procedimiento, cada cual con sus consejos interminables, a pesar de que ninguno de ellos había pasado por aquello antes.
Contra todo pronóstico, la peor había sido Kasumi. Acostumbrada como estaba a organizar y manejar todos los asuntos familiares, se alzó como la única capaz de ayudarles a atravesar ese proceso tan difícil. Él se dio cuenta en seguida de que toda su dedicación, todos sus desvelos y todas sus órdenes disfrazadas de sugerencias lo único que hacían era poner de los nervios a Akane, así que había intentado mantenerlas separadas todo lo posible.
Akane suspiró mientras movía sus ojillos, todavía un poco hinchados por la anestesia, de un extremo a otro de aquella habitación desconocida, hasta que volvió a posarlos en él.
—Entonces... ¿Todo fue bien?
—Muy bien —Le respondió, un poco rápido, de modo que hizo una pausa y con mayor convencimiento, añadió—. Todo está bien.
—Y todo ha terminado... —Su mirada descendió, sin buscar nada en concreto. Apretó los labios con cierta debilidad y una ligerísima humedad brotó en sus ojos. Ranma, al verlo, dio un respingo, a pesar de que había esperado esa reacción y había tratado de prepararse para ella.
Se acercó un poco más y la llamó con voz suave para que ella le mirara.
—Akane —Le mostró, entonces, la sonrisa más dulce que pudo esbozar. Levantó la mano hacia el rostro de ésta y le pasó el dorso de los dedos por la mejilla y después, le dio un toquecito cariñoso en la punta de la nariz. Era un gesto que se había vuelto más común entre ellos desde la boda, aunque Ranma no recordaba cómo se le había ocurrido hacerlo la primera vez. Pero le gustaba, era algo íntimo que solo hacían cuando estaban a solas, y por eso había seguido haciéndolo—. Todo va a estar bien.
>>. Yo voy a estar contigo siempre.
Con los ojos todavía brillantes por las lágrimas que no llegaron a caer, Akane sonrió un poquito y asintió con la cabeza.
—¿Ocurra lo que ocurra?
Antes de que tuviera tiempo a responder a esa pregunta, percibió el movimiento de la chica hacia él, todavía dificultoso, así que Ranma se echó hacia delante para agarrarla y cobijarla contra su cuerpo. La estrechó en silencio y aguantó sin flaquear el llanto silencioso que se derramó sobre su hombro. No estuvo seguro de lograrlo, pero intentó que su abrazó le transmitiera buenos sentimientos: paz, esperanza, amor; y sirviera, con suerte, para empezar a reparar la herida.
—Ocurra lo que ocurra —respondió, por si acaso.
Akane apoyó la barbilla en su hombro y con una voz menos afectada, le dijo:
—Qué maduro te has vuelto...
—Tampoco te burles —replicó él, y siguió apretándola, sosteniéndola contra sí, incluso acunando su cabeza y fue en ese momento, no antes, que él también empezó a calmarse de verdad.
El corazón de Akane palpitaba con su violencia habitual contra su pecho, su respiración le daba en el cuello con la misma candencia de siempre, aunque todavía no le apretaba con su fuerza bruta habitual.
Bueno, se dijo él. Tiene que reposar todavía.
—¿Qué es eso? —Le preguntó, cuando vio la bolsa de plástico sobre el sillón.
—¡Ah! —soltó él, poniéndose en pie para ir a buscarla—. Es tu ropa —Abrió la bolsa y se la mostró—. Supongo que deberías ir cambiándote y... —Se le cortó la voz cuando, rebuscando entre las prendas, halló el sujetador de su mujer—. ¡¿Y esto?!
—¿Qué?
Se quedó mirando la fina bata que ésta llevaba y dejaba sus hombros al descubierto.
—¿Estás desnuda?
—Pues claro, ¿qué te creías? —Ranma se puso rojo, no supo por qué, a esas alturas, pero volvió a guardarlo todo en la bolsa y calló—. ¿Todavía te sonrojas?
>>. Ya me has visto desnuda, estamos casados.
—¡Ya lo sé! —No era por verla desnuda, era otra cosa. Quizás ese lugar tan sombrío y ajeno a los lugares cálidos y familiares donde ellos habían compartido ese tipo de intimidad. Se sentía en medio de un lugar hostil y que Akane no llevara nada debajo de esa bata era como si estuviera desprotegida.
—Entonces... ¿vas a salir mientras me cambio? —quiso saber ella, ocultando una sonrisita más amplia—. ¿O me vas a ayudar?
Ranma, avergonzado y, además frustrado por avergonzarse por algo así, no pudo evitar los estúpidos temblores de sus muñecas pero, como siempre hacía, sacó aplomo de donde pudo y recompuso una expresión, más o menos, decidida con la que intentó disimular.
—¡Pues claro que te voy a ayudar! —Declaró, sacando pecho—. ¡Soy tu marido! —Pero si antes era difícil engañarla con ese tipo de actitudes y discursos, desde que se habían casado era del todo imposible. Akane posaba su mirada clara en él y era capaz de leer hasta la más endeble de sus inseguridades, el más tonto de sus pensamientos. Por eso soltó una risita—. ¡Ah, ya!
>>. ¡Tú sí que eres madura!
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2.
Akane se sintió mucho mejor cuando salieron del hospital y se encontraron con Tofu esperándoles con una de sus sonrisas serenas. La recibió con un cálido abrazo y hubo algo, una nostalgia familiar en ese contacto, que la reconfortó de inmediato. Los recuerdos de su niñez ligados a ese hombre que siempre alivió con maestría los dolores y el malestar cuando estaba enferma y que la había consolado más de una vez en su adolescencia eran tan preciados, que se presentaron ante ella cargados de una intensa emotividad.
Le preguntó cómo estaba, mientras caminaban hacia el coche, y ella afirmó estar bien con, más o menos, una convincente expresión de seguridad.
—Me alegra haber llegado a tiempo para llevaros a casa —Les comentó.
—Nos ha ayudado mucho estos días —respondió ella, sentándose. Ranma tomó asiento a su lado y Tofu le cerró la puerta que ya tenía la ventanilla bajada para que la brisa, aún fresca, aliviara el interior del vehículo—. Se lo agradecemos de corazón.
>>. Espero que su madre se encuentre mejor.
—Ella está bien —Les aseguró muy tranquilo—. ¡Es como una roca!
Akane se apoyó en el hombro de su marido cuando el coche arrancó y empezaron a moverse, dejó que su mirada se perdiera en el paisaje que se deslizaba al otro lado del cristal, sin prestar atención a nada y fijándose en todo. De vez en cuando, miraba el perfil de Tofu, en el asiento delantero, concentrado en la conducción y sonreía un poco. Luego, de reojillo, captaba el rostro de Ranma por encima de su cabeza, sentía sus labios posarse en su pelo en silencio y sonreía más, agarrándose a su brazo.
Por espacio de unos minutos se sintió tan en paz, tan reguardada de cualquier peligro del mundo exterior que habría deseado quedarse en ese coche, junto a Ranma, para siempre.
La presencia de Tofu era también muy tranquilizadora, lo había sido desde el principio. En cuanto éste se enteró de lo que les estaba pasando, y a pesar de vivir ya en otra ciudad, no dudó en regresar a Nerima para darles su apoyo. Siendo médico había sido un consuelo tenerle cerca, explicándoles todo lo que no les quedaba claro durante las consultas y dándoles buenos consejos para cuando se enfrentaran al procedimiento y a los días posteriores. Por desgracia, alguien le llamó de Nara para avisar de que su madre había cogido un resfriado y, siendo una mujer tan mayor y enfermiza, Tofu marchó raudo para ver cómo se encontraba.
—Al final fue solo eso: un constipado —Les explicaba mientras conducía—. Ni siquiera ha tenido fiebre, lo único es vigilar que la congestión no se le agarre al pecho.
—No era necesario que volviera tan pronto —opinó Akane—. Debería haberse quedado con ella.
—No sé ha quedado sola —Reveló—. Una buena amiga la está cuidando por mí.
Los chicos se miraron entre sí ante esa mención tan particular y se sonrieron en silencio, decidieron, no obstante, no comentar ni preguntar nada al respecto, igual que tampoco le preguntaron nada cuando Tofu les pidió:
—No le digáis a Kasumi que he vuelto, ¿de acuerdo? No quiero causar una situación incómoda con todo lo que está pasando.
Tofu era de los pocos que, de verdad, les estaba ayudando con aquella situación, de una manera del todo desinteresada, y por tanto, no querían inmiscuirse en su intimidad. ¡Mejor que nadie ellos sabían lo irritante que es cuando los demás cotillean a tu alrededor! Así que lo obviaron y dejaron que dicha petición se uniera a todo lo demás que conformaba el gran misterio de por qué Tofu había dejado Nerima tan de repente cuatro años atrás.
Se le ve más feliz ahora pensó Akane. Y eso es lo importante.
Ya había asumido que entre él y su hermana no ocurriría nada romántico, por eso, ni se le pasó por la cabeza esa posibilidad cuando el doctor anunció su visita.
Al cabo de unos cuantos minutos empezó a sentir algo del dolor de vientre que el doctor le había advertido, así que pararon en una farmacia para comprar la medicina. Quiso atribuir a eso el malestar que notaba según se acercaban al dojo, aunque cuando el coche aparcó frente al portón, notó un agarrón en la garganta y una pesadez en su cuerpo que hizo que le costara salir del coche.
No le apetecía nada enfrentarse a su familia.
—Yo voy a regresar a Nara, pero podéis llamarme para lo que sea —Les recordó una vez más el doctor. Sin abandonar su sonrisa franca y afable, volvió a abrazar a la chica—. Descansa mucho, ¿de acuerdo?
>>. Y deja que Ranma cuide de ti.
—¿Ranma? ¿Cuidarme?
—¡Oye! —Se quejó el chico—. No pienso dejar que hagas nada salvo dormir, comer e ir al baño —La amenazó—. De hecho, te llevaré en brazos hasta la casa.
—Puedo andar unos metros.
—Tampoco la agobies —Le aconsejó el otro—. O se pondrá nerviosa y será peor.
Ranma resopló, quejándose porque, entonces, no sabía qué tenía que hacer. Aún se apreciaba en él un pequeño rastro del pánico de los últimos días, pero Tofu se echó a reír mientras le daba palmaditas en la espalda y procedió a darle algunas explicaciones y consejos extra.
Akane les miró, esperando que terminaran de despedirse, pero los calambres en el vientre empezaron a ser más fuertes, así que cogió la bolsita con la medicina y se dirigió a la casa. Tuvo que hacer una respiración profunda antes de cruzar el portón. Pensaba tomarse la primera pastilla en cuanto pudiera echar mano a un vaso de agua, si era posible, antes incluso de enfrentarse a las preguntas y al recibimiento exagerado e histérico de su padre.
Fue hacia la cocina, en primer lugar, y allí se encontró con Kasumi, por supuesto, que estaba preparando una bandeja con refrescos y aperitivos. Akane se sorprendió de que hubiera adivinado la hora exacta en la que volverían de la clínica.
—¡¿Ya estás aquí?! —exclamó la mayor al verla—. Akane... —Se acercó a ella, soltando la bandeja en la mesa para abrazarla con suavidad—. ¿Cómo estás?
>>. ¿Cómo ha ido todo?
La cogió por las mejillas con suavidad y examinó su rostro con minuciosidad.
—Bien —respondió la pequeña, algo cohibida.
—Ha sido todo tan rápido...
—La verdad es que sí.
La mayor la miró, otra vez, de arriba abajo y se llevó una mano a la cara.
—Pensábamos que te quedarías, por lo menos, una noche ingresada —Le dijo—. Teníamos pensado ir esta tarde a verte, así Ranma podría venir a casa a ducharse, descansar un poco...
—Estoy muy bien —insistió ella, a pesar del dolor que le taladraba la tripa—. El médico quería que reposara, tranquila, en casa.
Kasumi asintió y no tardó más que un segundo en recuperar su calma imperturbable de siempre. Le explicó que tanto Soun como sus tíos no se encontraban allí en esos momentos. Por lo visto, habían estado tan nerviosos toda la mañana que a Nabiki y a ella no les quedó más remedio que mandarlos a la calle a dar un paseo para que se tranquilizaran un poco.
—Pero volverán enseguida —Le dijo—. ¡Qué sorpresa se van a llevar cuando te vean aquí y tan recuperada!
—Bueno... —Recuperada era una palabra demasiado optimista en esos momentos—. Pero, ¿Nabiki está aquí?
>>. Pensé que iba a estar ocupada todo el día con la universidad y eso.
—Salió muy temprano esta mañana, pero volvió en seguida.
Mientras hablaban, Kasumi había sacado un par de vasos más del estante y los había rellenado también con refresco. Añadió, después, un cuenco extra con pastelitos y lo colocó todo sobre la bandeja ante la mirada extrañada de la pequeña.
—¿Y todo eso?
—¡Oh! Tenemos invitadas.
¿Invitadas?
Intrigada, siguió a su hermana mayor por el pasillo hasta el comedor y cuando cruzó las puertas de éste, un rayo invisible le cayó encima, paralizándola casi en el umbral, acelerando su corazón y enfriando todo su cuerpo.
—¿Q-qué se supone que hacéis vosotras aquí?
Alrededor de la mesa en la que Kasumi, tan sonriente y complaciente como era natural en ella, dejó la bandeja llena de manjares estaba su hermana Nabiki y dos personas del todo inesperadas. Ni en sus peores pesadillas Akane habría esperado verlas ese día en concreto en su casa.
Ukyo y Shampoo, sentadas a su mesa, ambas vestidas con hermosos vestidos de verano que dejaban a la vista sus pieles turgentes, morenas por el sol. Con las larguísimas cabelleras resplandecientes sobre sus espaldas y los rostros, primorosos, llenos de colores y salud.
Nadie respondió en seguida, así que Akane tragó saliva y avanzó un paso más dentro de la sala.
—¿Qué que estáis haciendo aquí? —repitió, esta vez alzando más la voz.
Shampoo le dirigió esa mirada suya de confusión que solía indicar que no comprendía, o no le interesaba responder a lo que se le preguntaba; Ukyo, por el contrario, mantuvo los ojos bajos unos segundos.
—Han venido a preguntar por ti —explicó Kasumi, quien mientras tanto se dedicaba a colocar los vasos de refresco frente a las chicas y a acercarles la comida—. Para ver cómo estabas.
Sí, claro... Akane sabía que la mezcla de sentimientos que se estaba fraguando en ella no era buena en el estado en que se encontraba, pero no pudo evitarlo. Sabía bien por qué estaban esas dos allí, lo adivinó nada más verlas y le entraron ganas de vomitar de la rabia que sintió.
—¿Y cómo se han enterado? —preguntó, después. Miró, esta vez, a Nabiki que aparentaba estar abstraída en sus cosas y no hizo ni el esfuerzo de levantar la cabeza—. Se suponía que esto solo lo sabría la familia.
—Pero, Akane, son tus amigas...
—¡No son mis amigas! —exclamó. Y un pinchazo horrible le atravesó el cuerpo. Hizo una mueca para disimular pero se apoyó con una mano en la pared, respirando más despacio.
¡¿Cómo iban a ser esas dos sus amigas?!
Las dos habían sido prometidas de Ranma y no se tomaron nada bien cuando ellos se casaron por fin. Estuvieron recibiendo amenazas y ataques durante semanas antes de la boda, tuvieron que celebrarla casi en secreto para que nadie fuera a reventarla y, a pesar de todo, Shampoo seguía empeñada en colarse en la casa para seducir a Ranma y Ukyo no dudaba en usar su táctica de la amiguita de la infancia para hacer sentir culpable al chico por su elección.
Akane apenas tenía ya contacto con ellas si no era por una mala razón. ¿Y ahora tenía que creerse que estaban allí preocupadas por ella?
—No me puedo creer que hayáis tenido la cara de venir hasta aquí —murmuró, indignada—. Y además... justo hoy.
—¡Solo hemos venido a preguntar por tu salud! —Se justificó Ukyo—. Ni siquiera sabíamos que estarías aquí...
—Pero si pensasteis que Ranma estaría, ¿verdad?
Ukyo volvió a bajar la cabeza, pero Shampoo se cruzó de brazos, sin vergüenza alguna, y la miró directamente.
—Tú fallas —Le soltó—. Ahora, hacerte a un lado.
Akane, perpleja y horrorizada, apenas pudo separar los labios. De haber estado más fuerte se habría lanzado contra la amazona para darle una soberana paliza por lo que acababa de insinuar, pero tuvo la sangre fría de recordarse que, en sus condiciones, no serviría de nada.
Aun así, aquello era increíble...
—¿Yo he fallado? —repitió—. ¿Eso es lo que has dicho?
—Así ser.
—¡No te atrevas a decir eso nunca más! —Le chilló. Kasumi frunció el ceño.
—Akane, no debes exaltarte.
—¡¿Por qué las has dejado entrar en nuestra casa?! ¿Acaso no sabes a qué vienen?
En ese instante, la puerta de la calle se cerró y los pasos de Ranma golpearon el suelo, acercándose, de manera amenazadora. Cuando apareció por la puerta, en efecto, lo hizo con mala cara. No se fijó en nada ni en nadie más que en Akane y hacia ella fue derecho.
—Te dije que iba a traerte en brazos, ¿por qué te has ido así? —Le espetó, alzando las manos—. ¡El reposo, Akane, reposo! El médico dijo que... —Se calló al distinguir la expresión excitada y molesta en el rostro de ésta—. ¿Qué pasa? —Levantó la vista y dio un respingo cuando vio a las otras dos jóvenes sentadas a la mesa—. ¿Qué puñetas hacéis vosotras dos aquí?
—¡Oh, Ranchan! —Ukyo fue la primera en ponerse en pie y extender los brazos hacia él—. Me he enterado de lo ocurrido y quería decirte cuánto lo siento.
Ranma no abandonó su mirada de sospecha, la trasladaba de una chica a otra y de vuelta a Akane, intentando hacerse una composición más exacta de lo que estaba pasando.
—Eso no es verdad —replicó su mujer, furiosa—. ¿Quieres saber por qué están aquí?
—¿Quiero? —musito Ranma, no muy seguro. Pero ella apenas le oyó, avanzó hacia las ex prometidas y las señaló con la mano.
—Están aquí para postularse como mis sustitutas, ¿verdad? —Las otras dos se quedaron pasmadas ante la palabra, Kasumi se llevó las manos a las mejillas, escandalizada—. Alguien les ha contado lo que me ha pasado y no han perdido el tiempo, ni un día, para venir hasta aquí en busca de una nueva oportunidad para ocupar mi lugar.
>>. ¡Mira que guapas se han puesto para venir a verte!
—¡Eso no es verdad! —exclamó Ukyo.
—Akane, lo que estás diciendo es terrible —se quejó su hermana mayor. Nabiki, por fin interesada, clavó su mirada en la escena, justo cuando Shampoo se encogía de hombros.
—Cierto ser —confirmó ella, sin ningún problema—. Tú no valer como esposa, demostrado queda.
>>. Airen decide de nuevo.
No sabía qué reacción le provocaba más malestar; si la hipócrita de Ukyo ofendiéndose por oír la verdad, o Shampoo, que era capaz de admitirlo con ese descaro, con tanta despreocupación.
Las dos eran igual de terribles.
El rostro de Ranma se volvió un cuadro cuando por fin entendió de lo que estaba hablando. Akane reconoció el fuego que brotó en sus pupilas y que creció a medida que se enfurecía con todas sus fuerzas.
—Pero... pero... ¡¡¿Vosotras dos os habéis vuelto locas?!! —Bramó sin control. Sacudió la cabeza y carraspeó fuera de sí—. ¡¡¿Cómo os habéis atrevido a pensar si quiera...?!!
—¡Ranchan, no! ¡No es así! —Suplicó Ukyo, con el labio inferior tembloroso—. Yo lamento mucho lo que os ha pasado pero, bien es verdad que tú, como heredero de la Escuela de tu padre, tienes ciertas responsabilidades.
>>. Y si Akane no puede... ¡Tienes derecho a escoger de nuevo a una mujer que...!
—¡Cierra la boca! —Rugió él—. ¿Escoger de nuevo? Pero...
—Madre fuerte para tus hijos —aclaró Shampoo, sin amilanarse ni un poquito—. Yo ser mejor opción.
—¡Eso habrá que decidirlo en un combate! —La soltó Ukyo.
—¡Basta ya! —gritó Akane tambaleándose sobre sus piernas. Ranma la sujetó al instante—. Para que os quede muy claro a las dos: he sufrido un aborto, sí; y esto es de lo último que me apetece hablar con vosotras ahora mismo.
>>. Pero os diré que los médicos me han dicho que me recuperaré del todo y podré tener todos los hijos que quiera en el futuro, así que olvidaos de vuestro absurdo plan.
—Pero...
—Quiero que os vayáis ahora mismo de esta casa —ordenó Ranma—. Fuera de aquí.
—Ranchan...
—Habría esperado esto de Shampoo, pero de ti... —Le soltó cuando Ukyo intentó acercarse a él para agarrarle de un brazo—. Se supone que eres nuestra amiga.
—¡Yo solo quería ayudarte!
A Akane se le estaba empezando a levantar un dolor de cabeza, que añadido al de vientre y al malestar provocado por esa escena tan lamentable, era incapaz de aguantar por más tiempo.
Así que se dio la vuelta para irse.
—¡Espera! —Ranma corrió tras ella—. ¡Serás cabezona! ¡Reposo!
—Me voy a reposar, pesado.
—¡Deja que yo te lleve! —La levantó en sus brazos antes de que ella tuviera ocasión de protestar, así que la chica se agarró a sus hombros, resignada y apoyó la boca en el hombro masculino. Ranma la sostuvo, pero antes de ir hacia las escaleras, berreó—. ¡No quiero veros a ninguna de las dos cuando baje, ¿está claro?!
Y marchó al piso de arriba a buen paso. Akane notó lo acelerado que le iba el corazón a su marido, estaba en verdad enfadado por lo que había pasado, así que se prometió que haría un esfuerzo por dejarse cuidar a partir de ahora, no fuera a darle un ataque.
Tranquilo, Ranma pensó, estrechando sus brazos en torno a su cuello. Le dio un suave besito en el cuello. Todo va estar bien... ¿no me lo has dicho tú antes?
.
.
Ranma dejó a Akane en la cama que compartían en la que era su nueva habitación desde la boda. Le abrió las ventanas para que entrara algo de la brisa que aún resistía a las fuertes temperaturas del verano en el exterior, pero también le dejó una ligera manta cerca (por si te entra frío) antes de bajar a buscarle un poco de agua para que pudiera tomarse la pastilla.
Todo eso después de preguntarle varias veces más si se encontraba bien. El pobre chico estaba desorientado del todo a causa de la preocupación y del enfado repentino provocado por la visita inesperada de esas dos, así que Akane mintió y le dijo que sí, con una sonrisa.
—Pero, no tardes mucho en volver.
El chico asintió y salió de la habitación.
A solas, en su dormitorio, se hundió en el mullido colchón y aspiró la mezcla familiar de olores que se movían entre las sabanas. Miró sus pertenencias repartidas por el espacio, las prendas de Ranma mal colocadas y algunas de ellas medio fuera de los cajones del armario abierto, sus zapatos tirados por todas partes; se sintió mejor, aliviada, al menos, durante unos instantes.
El problema era que se encontraba en un estado emocional tan volátil por lo que había experimentado que, al segundo siguiente, recordó las caras y las palabras de las ex prometidas y la invadió una congoja tan terrible como si acabara de despertarse sola y abandonada en un planeta distinto al suyo y no supiera qué hacer. Solo se le ocurrió ponerse a llorar contra la almohada con todas sus fuerzas. Y las mil y un razones que tenía para sentirse triste, hundida, defraudada y vulnerable se unieron para forzar ese llanto sin consuelo que la dejó rendida.
Creía que conocía de sobra a esas chicas después de tanto tiempo y que nada de lo que pudieran hacer volvería a cogerla por sorpresa, pero no había dado crédito al verlas allí sentadas. Cómo habían tenido valor para ir hasta su casa, cómo habían tenido el descaro de ponerse guapas para Ranma, justo ese día. Cómo la habían mirado a ella a la cara y la habían acusado de fallar, de no ser digna.
Era tan insensible, tan... inhumano decirle eso pocas horas después de que la hubiesen... eso.
No sabía si lloraba de rabia, de pena o de frustración, o porque esas dos molestas chicas siguieran intentando interponerse en su relación, incluso estando ya casados. La sombra que esas chicas dibujaban nunca desaparecería de sus vidas, era obvio. Esperaban el mínimo error por su parte para aplastarla y ocupar su lugar.
¡Como si lo que había pasado hubiese sido culpa suya!
No, Akane ya sabía que no lo había sido, el doctor se lo había dejado muy claro.
—Se trata de lo que se conoce como aborto retenido —Les explicó el médico, apenas unos días antes, durante una revisión rutinaria. El hombre había hecho un gesto extraño mientras le hacía la ecografía y después, muy serio, les había pedido que pasaran a la consulta para decirles algo—. Lo que ocurre es que hay una detección del embarazo, pero el embrión no es expulsado por el cuerpo de forma espontánea.
>>. No hay sangrado, ni dolor intenso, todo sigue como si el embarazo continuara en marcha pero... no es así.
Akane miró a Ranma, confundida y él le devolvió el mismo gesto.
La explicación del doctor fue mucho más extensa, a veces complicada, en especial cuando les habló del procedimiento que debían llevar a cabo para extraer al embrión del útero y que debía hacerse en seguida. Pero después de unos veinte minutos, todo estaba muy claro, o al menos, lo más importante.
No había bebé.
Lo había habido, aún estaba dentro de ella, pero no llegaría a nacer.
Todo había terminado.
Akane recordaba que Ranma, que le había estado sujetando la mano desde el principio con mucha fuera, se aflojó en el instante en que entendió lo que se le estaba diciendo, por la impresión. Como si soltara la esperanza que ambos habían mantenido durante aquellas semanas. Su mirada se perdió en el suelo durante unos segundos y sus cejas se hundieron en un gesto desconsolado que solo Akane era capaz de comprender, pues ella era quien mejor le conocía. Casi de inmediato, la cabeza de Ranma se volvió hacia ella, abrió más los ojos y no solo volvió a apretarle la mano, sino que se la sostuvo con ambas.
—¿He hecho algo que...? —preguntó, pues no se le ocurría nada más que quisiera saber, pero el médico fue rápido como un rayo. Se echó hacia adelante en un sillón, que chirrió de un modo espantoso bajo su peso, y alzó sus enormes manos.
—En absoluto —respondió, muy seguro y firme—. Esto no ha sido culpa de nadie, quiero que eso quede muy claro.
—Entonces...
—Este tipo de abortos no se pueden prevenir, ocurren sin que haya ningún antecedente o razón para ello —Les explicó—. No tiene que ver ni con la salud ni con el comportamiento de la madre.
>>. Sé que puede sonar duro pero... ocurre sin más. Por azar.
—¿Azar? —repitió Ranma, no muy satisfecho con esa afirmación. El doctor asintió, e hizo un gesto con los hombros que indicaba que no había más que pudiera explicarles.
Azar. Suerte, vamos. Una suerte terrible que les había tocado a ellos y que tendrían que aceptar sin más.
—Akane —La llamó el doctor, usando su nombre de pila y no el "Señora Saotome" que había usado hasta entonces. Lo hizo, además, mirándola a los ojos—. Tienes veinte años, ¿verdad? —Ella asintió—. Eres muy joven, los dos lo sois. Tenéis toda la vida por delante.
>>. Tu cuerpo es sano y fuerte, en tres meses estará recuperado del todo y podréis volver a intentarlo si queréis.
¿Volver a intentarlo?
Akane meneó la cabeza, tratando de salir de ese aturdimiento que le adormecía las manos y las ideas.
—Pero... ¿esto puede volver a ocurrir?
—Puede que sí, pero no hay ninguna razón para ello —Le respondió el doctor y ella no entendió del todo, pero su expresión calmada y su tono de voz tan rotundo a pesar de todo la impresionaron—. Lo que sí te puedo asegurar es que podrás tener todos los hijos que quieras.
>>. Creedme.
Akane ni siquiera había pensado en ser madre, era una posibilidad que no había pasado por su cabeza si quiera hasta que ocurrió.
Ranma y ella no llevaban casados ni un año, así que había sido todo una sorpresa cuando se enteró. Recordaba la absoluta incredulidad que la embargó, su cerebro repitiéndole que no, que no podía ser, que era demasiado pronto.
Recordaba haber pensado que... la vida parecía estar decidiendo por ella de repente.
Ser madre.
Hubo alegría, por supuesto, y mucha ilusión una vez que se hizo a la idea y comenzó a imaginarse cómo sería tener un bebé. Fue aún mejor cuando se lo contó a Ranma y, después de pasar casi tres minutos en completo silencio asimilándolo, estalló de alegría ante la noticia. El resto de la familia también se emocionó. ¡Por supuesto! Más que emocionarse, estaban todos eufóricos, satisfechos y, de algún modo, le decían y le hacían algunos gestos, como de conveniencia pactada. Akane se sintió como si, en lugar de darle la enhorabuena, la felicitaran por haber cumplido con lo que se esperaba de ella.
Sus padres habían luchado tanto para que Ranma y ella afianzaran su relación, después para que se casaran, para que tomaran las riendas del dojo por fin; se podía decir que, para el resto, un bebé era como lo siguiente en la lista vital que les habían impuesto. ¡El heredero de la escuela! Incluso escuchó a su padre y a su tío hablando del tema en alguna ocasión y usaron la frase: ¡Todo marcha según nuestro plan!
Sí, para ellos todo era perfecto, tanto así que no necesitaron preguntarle a ella como sentía. Solo con Ranma pudo compartir sus temores, y esa sensación, que la comía, de que había ocurrido demasiado pronto y no sabía si estaba lista para ser madre.
¿Qué pasaba con el dojo? ¿Qué pasaba con la profesión que esperaba desarrollar después de haber estudiado en la universidad? ¿Qué pasaba con su matrimonio que apenas había comenzado?
Se suponía que debía estar alegre, encantada, sin el menor atisbo de dudas acerca de algo que ella no había planeado, que había ocurrido sin más.
¿Y ahora?
Ahora todo había terminado y, de nuevo, nadie (salvo Ranma) parecía preocupado por saber cómo se sentía ella de verdad. Darían por hecho que estaba triste, y lo estaba, claro, pero también estaba decepcionada consigo misma y su cuerpo. Estaba enfadada por tener que pasar por esa situación y, además, una pequeñísima parte de ella estaba... aliviada. Porque ahora tendría más tiempo para pensar qué quería hacer, para manejar su vida.
¿Era eso algo malo? ¿Era egoísta? ¿Mala persona?
Akane no lo sabía, estaba hecha un lío.
¡Y para colmo habían tenido que aparecer esas dos a molestar en el peor momento posible! Tomando aquel asunto tan serio como si fuera una competición más, como cuando aparecían por su casa, años atrás, y la retaban a una estúpida competición de cocina o algo por el estilo.
¿Y sus hermanas? ¿Dejándolas entrar en su casa, dejando que la esperaran allí?
Y lo peor era que ya se estaba imaginando la reacción de Kasumi y Nodoka en cuanto pasaran unos días. Con todas sus buenas intenciones, pero seguro que empezarían a perseguirla con todo tipo de consejos para que volviera a quedarse embarazada enseguida.
¿O no sería eso lo que esperarían de ella a partir de ahora?
Akane resopló, girando sobre el colchón para quedar de lado, se llevó las manos al vientre y apretó un poco.
¿Y si... no es eso lo que yo quiero?
.
3.
—Entonces dime, ¿Akane ya se encuentra mejor?
—Sí, creo que sí —Ranma se cambió el auricular del teléfono de una oreja a la otra, apoyando la punta de un pie en el suelo y manteniéndose erguido con el otro—. Aunque me está costando una barbaridad que se quede en la cama descansando.
—Conociéndola —dijo Tofu con alegría—; debe estar de los nervios por no poder moverse tanto como quisiera.
—¡Ya lo creo!
Y cada día que pasaba desde el procedimiento era peor, pues la chica se encontraba con más fuerzas y más aburrida de estar tumbada, sin nada más que hacer que leer, ver la televisión o hablar con cualquiera que se atrevía a aparecer por el dormitorio.
Su dulce carácter también estaba volviendo a ser el de siempre, de modo que se pasaba el día quejándose porque no quería estar quieta más tiempo. El único momento del día en que estaba tranquila, de verdad, era por la noche, cuando se acurrucaba sobre su pecho y se quedaba dormida.
—De todos modos, estarás contento, ¿o no?
La verdad era que sí, Ranma estaba contento, y sobre todo, estaba aliviado de ver como su mujer se iba restableciendo sin problema alguno. Los dolores en el vientre no fueron muy fuertes gracias a las pastillas y desaparecieron a los dos días, tal y como el médico les había dicho. No tuvo ningún otro síntoma o problema que hiciera necesario llevarla de vuelta al hospital y la mayor parte del tiempo la chica mantenía una actitud tranquila. Todavía descubría rastros de lágrimas en sus ojos, alguna que otra vez, pero suponía que era normal después de lo ocurrido. Intentó estar a su lado el mayor tiempo posible, a pesar de que su padre le criticó por suspender algunas de las clases en el dojo. Y se comportó lo mejor que pudo para que las discusiones tontas entre ellos no fueran tan habituales.
Por supuesto, se aseguró de que ninguna otra visita molesta apareciera por el dojo a crear problemas.
—La verdad es que se ha dejado cuidar más de lo que esperaba —Le reconoció al médico.
—Habrás estado a la altura...
—¡Pues claro! —Respondió, inflando el pecho como si su interlocutor pudiera verle—. No ha tenido queja.
Tofu soltó una risotada al aparato y le felicitó por ello. Le preguntó por el resto de la familia y Ranma intentó ser amable en su respuesta; en general, todos ellos se habían comportado bastante bien y su madre estaba siendo de gran ayuda para Akane. Soun se calmó en cuanto comprobó que su hijita estaba bien y Genma no molestó demasiado... no se le podía pedir más.
—¿Y cómo sigue su madre?
—¡Mucho mejor! —dijo Tofu—. Ya está casi curada.
—Me alegro.
No se atrevió a preguntarle si, en ese caso, pensaba volver a Nerima. La verdad es que para Ranma resultaba muy tranquilizar tener a Tofu cerca, y le habría gustado que anduviera por allí, a pesar de que Akane estaba mucho mejor. Solo por lo que pudiera pasar.
Se despidieron, deseando al otro que todo siguiera bien, y colgó el teléfono.
Después, se estiró con fuerza soltando, a la vez, un gran resoplido. Se preguntó qué hora sería, durante esos días había estado tan ocupado que le costaba calcular el paso del tiempo. Siempre tenía la sensación de que iba con prisas a hacer todo y nunca le sobraba un minuto para descansar. Por eso terminaba agotado de las pocas clases que estaba dando en el dojo; los nervios le convertían en presa fácil para el entusiasmo de esos niños que intentaban acabar con él.
Era verdad que su familia se había comportado mucho mejor de lo que habría esperado, y hasta tendría que agradecerles que no se entrometieran más en los cuidados de Akane, pues quería encargarse él mismo de ello. Sin embargo, había una cosa que le había llamado la atención de todos ellos y era el modo en que no paraban de preguntarle: ¿Cómo te encuentras?
Cada día, desde la vuelta del hospital, le habían hecho esa pregunta, unos y otros, varias veces.
¿Cómo te encuentras?
Era extraño porque, cuando le hablaban de Akane, lo que le decían era: Akane debe estar destrozada por lo ocurrido pero, ¿tú cómo te encuentras?
Nadie parecía tener tan claro que él también estaba destrozado por lo que había pasado y no entendía por qué. Es decir, también era su hijo o hija, él también había sufrido la pérdida aunque su cuerpo no hubiese estado expuesto a las sensaciones físicas del embarazo ni al procedimiento posterior. A cambio, había tenido que contemplar toda esa situación con impotencia, sin poder hacer nada, y esperar en esa sala de espera, con el corazón en un puño, a que Akane volviera sana y salva.
¿Por qué le seguían haciendo esa pregunta?
Claro que también estaba mal. Pero en su caso, por lo visto, necesitaban asegurarse a cada instante.
Era cierto que, tanto el embarazo como, después, lo del aborto, había ocurrido tan rápido que no estaba muy seguro de que, en su mente, hubiese llegado a formarse una idea clara sobre lo que significaría ser padre para él. Pero claro que estaba triste y sufría cuando la idea volvía al foco de su atención, por más que él quisiera concentrarse en cuidar de Akane y no pensar en nada más.
Era casi más complicado que convencerla a ella para que siguiera guardando reposo.
En fin, pensó mientras echaba a andar rumbo a las escaleras. Ni que me quedaran fuerzas para molestarme por algo así.
Ranma estaba aprendiendo lo agotador que puede ser cuidar de otra persona. Se esforzaba al máximo y cada día terminaba sin estar del todo seguro de estar haciéndolo bien, pese a lo que le hubiera dicho a Tofu antes. ¡No paraba de pensar en que más podía hacer por Akane!
Iré a contarle que Tofu ha llamado se le ocurrió, una vez que estuvo ya arriba. Pero, antes de llegar a su dormitorio, escuchó unos cuchicheos cercanos que le llamaron la atención.
Se había dado cuenta de que el resto de la familia usaba un tono muy particular para hablar en voz baja cuando el tema de conversación eran ellos dos o lo que había pasado. Y Ranma no era tonto, comprendía que los demás también necesitaban desahogarse y hablar de lo ocurrido sin que ellos estuvieran delante, así que, a pesar de que había aprendido a identificar ese tono, no solía prestar atención.
¡Bastante tenía con su propia charla mental de la que no podía huir por más que quisiera!
Sin embargo, hubo algo en esos susurros que provenían del cuarto de Kasumi que tiró de él, con una fuerza que ni tan siquiera comprendió, y acabó acercándose de puntillas hasta la puerta entreabierta.
Las hermanas de Akane estaban hablando (tal y como él ya había adivinado) sobre ellos. Intercambiaban impresiones sobre cómo veían a la pequeña y en un principio, le parecieron realmente preocupadas por su estado. Lo reconoció incluso cuando él seguía bastante molesto con Nabiki, pues sabía a la perfección que había sido ella la que avisó a Ukyo y a Shampoo para que fueran a la casa.
Con Kasumi tampoco estaba muy contento, al fin y al cabo, no le entraba en la cabeza que después de todo lo que habían hecho esas chicas, siguiera abriéndoles las puertas de su hogar e invitándolas a comida cuando aparecían por allí. ¡Era del todo imposible que Kasumi no supiera la razón por la que habían ido! Pero, por lo visto, su necesidad de complacer a los demás y ser una buena anfitriona estaba por encima de todo, incluidos los sentimientos de su hermana pequeña.
En fin, nada de eso era nuevo para él.
Llevaba seis años viviendo en esa casa junto a esas chicas, conocía sus virtudes y también los defectos de sus distintos caracteres, y en especial, sabía lo complicado y poco eficaz que era enfadarse con ellas por el modo en que se comportaban. Y es que, aunque Akane y él estuvieran casados y se estuvieran encargando del dojo, seguían siendo solo dos habitantes más de esa casa. Soun era el propietario, y por consiguiente, el cabeza de familia; uno que podía ver las malas actuaciones de sus hijas, pero al que le faltaba valor para señalarlas o corregirlas.
Ranma suponía que esa no era la parte más divertida de la paternidad, pero estaba seguro de que, cuando él fuera padre, no permitiría que sus hijos trataran mal a nadie. Se preocuparía porque fueran justos y honorables como él y Akane lo eran.
El problema era que, mientras continuaran viviendo en esa casa junto a los demás, esas cosas seguirían ocurriendo y él no podía hacer nada. Nunca había sabido cómo manejar los chantajes de Nabiki o la terquedad y obstinación de Kasumi a la hora de manejarlo todo. Puede que el problema fuera suyo: le faltaba madurez para afrontar ese tipo de conflictos y es que, aun habiendo pasado tanto tiempo, Ranma no creía que tuviera derecho a exigir nada a nadie.
Aunque, somos Akane y yo los que trabajamos en el dojo y mantenemos esta casa se recordó. Esa casa y a todos los que vivían en ella, ya que Soun se había desentendido de todo con una gran alegría al tomar ellos el control. Su padre nunca aportó nada y el dinero que Nabiki ganaba con sus chanchullos se lo quedaba para ella. Además, ahora soy el marido de Akane, formo parte de esta familia igual que ellas.
Ya no era un adolescente atolondrado que vivía en esa casa de prestado, ¿verdad?
¡Había estado a punto de ser padre!
Y eso quería decir algo. Puede que no supiera con exactitud qué, sin embargo, ese impulso fue lo bastante fuerte como para que golpeara la puerta con los nudillos y entrara, antes de que nadie le diera permiso.
Las chicas se quedaron mirándole, un tanto extrañadas.
—¿Qué ocurre, Ranma?
—¿Akane está bien?
—Sí —respondió él, respirando hondo—. Ella está bien —Las pulsaciones se le aceleraron un poco expuesto como estaba ante esos dos pares de ojos, pero se controló y siguió adelante—. Aunque estaría mejor si...vosotras dos os... portarais mejor con ella.
Se echó a temblar nada más decir esas palabras, incluso le pareció que la temperatura del cuarto bajaba de golpe. Las hermanas se miraron entre sí, perdidas por completo y después le miraron a él; una con las cejas arqueadas y los labios separados, la otra con el ceño fruncido y la boca apretada.
—Nosotras siempre nos portamos bien con ella —afirmó Kasumi tan tranquila—. Te estás confundiendo.
—A ver... —Ranma se tensó un poco pero ya había empezado, no podía detenerse ahora—; lo que yo quiero decir...
—¿Qué? ¿Qué quieres decir? —Le espetó Nabiki con dureza—. ¡Suéltalo!
Con ese tono despectivo le dejó muy claro que, no solo no le daba ninguna importancia a su acusación, sino que esperaba saber más de lo que pensaba tan solo para negarlo, y si podía, burlarse de él. Así era Nabiki; tenía un carácter fuerte y decidido para sus asuntos, pero solía tomarse a guasa la seriedad de los demás porque daba por hecho que podía anticiparse a todo el mundo.
Pero lo que de verdad le molestó fue que ninguna pareciera saber de lo que les estaba hablando. Eso le dio todavía más coraje (o temeridad) para expresar, de una vez, todo lo que pensaba.
—Quiero decir que tú avisaste a Ukyo y a Shampoo, les contaste lo del aborto solo para sacarles el dinero, sin pensar en cómo iba a sentirse Akane al verlas —Le soltó a Nabiki, de carrerilla y sin pensar continuó, mirando a la otra—. Y tú no paras de atosigarla con consejos y repetirle todo lo que tiene que hacer para concebir de nuevo enseguida.
>>. Akane lo está pasando muy mal, aunque finja para no preocupar a nadie. Y no necesita ni más problemas, ni que nadie le diga cómo debe sentirse.
Kasumi fue la que se mostró más sorprendida, casi incrédula, porque no comprendía que había de malo en lo que estaba haciendo. Repitió varias veces que ella solo quería ayudar a su hermana, como siempre lo había hecho, porque la pequeña la necesitaba más que nunca en esos momentos.
—Porque yo sé lo que tiene que hacer —finalizó.
¿Cuántas veces había oído a esa chica decir esas mismas palabras en esos años?
Fue entonces que, al menos para Ranma, el misterio de la marcha de Tofu se despejó un poco. Seguía sin estar seguro de lo que había ocurrido, pero algo en la actitud casi obsesiva de la mayor por controlar y dar lecciones le hizo pensar que no era tan raro que el doctor se hubiese marchado sin más de su lado. Se contuvo para no mencionar ese tema, ni sacar a relucir que el hombre había vuelto a Nerima esos días, aunque sintió la tentación de hacerlo.
Nabiki, por el contrario, y como también era habitual en ella, negó tener ninguna responsabilidad en el asunto.
—La culpa es tuya, Ranma, por haber tenido tantas prometidas —Le soltó—. Yo solo me limito a hacer negocios.
—Pues estaría bien que dejaras de hacerlos con la vida de tu hermana —replicó él—. ¿O no puedes conseguir dinero por ti misma?
—¿Cómo tú? —Le dijo a modo de respuesta—. Que vives en casa de mi padre y trabajas en su dojo, ¿no?
Ranma apretó los puños, poniéndose un poco rojo.
—Y si no lo hago yo... ¿quién lo haría?
>>. ¿Alguna de vosotras dos?
Esta vez fue Kasumi quien frunció el ceño.
—Ranma, estás siendo muy maleducado.
¿Maleducado, yo?
¡Era el colmo! ¡¿Ni una sola vez podían admitir lo que habían hecho mal?!
Pero no. ¡No! No perdería los estribos como le pasaba antes, ni se pondría a gritar o a decir cualquier cosa como un niño enfurruñado. Discutir era inútil, ya lo sabía. Al menos había dejado claras las cosas: que él sí se daba cuenta de cómo trataban a Akane y que no le gustaba, con eso le bastaba por el momento.
Era mucho más de lo que habría sido capaz de hacer un tiempo atrás, cuando estaba seguro de que su opinión no tenía valor en ese dojo.
—No voy a dejar que nadie venga a esta casa a molestar a Akane —afirmó—. Lo único que me importa es que ella esté bien.
Satisfecho, se dio la vuelta para marcharse y salió de la habitación. El pasillo le recibió con un silencio reverencial por su hazaña, aunque todavía llegó a oír parte de ese cuchicheo acelerado de las hermanas al otro lado de la puerta.
—¿Tú entiendes a qué ha venido esto? —preguntó Kasumi.
—Se las quiere dar de buen esposo ahora, con lo mal que ha tratado a Akane en el pasado...
Ranma soltó todo el aire que había retenido en su pecho, bajando la cabeza hasta que su barbilla rozó su pecho y notó el tirón en su espalda.
Lo he hecho.
Por una vez, había sido capaz de decir lo que pensaba, de verdad, a las hermanas de Akane sin apenas titubear, sin exaltarse y de un modo correcto. No había huido del conflicto porque era lo más fácil, ni se había convencido a sí mismo de que, de todos modos, no era para tanto para evitar la confrontación con esas dos.
Increíble.
Desde su llegada precipitada al dojo, Ranma había sentido una ligera, aunque firme, intimidación hacía los Tendo. Tenían un modo de vida más ordenado que a él le resultaba extraño y le habían acogido con tanta generosidad que, tal vez, la gratitud que les profesaba había hecho que mirara para otro lado cuando era objeto de sus abusos y gestos feos. En esta ocasión, no obstante, él no había sido el objetivo de sus actos.
Ha sido por Akane. A él tampoco le importaba tanto cómo le trataran, o eso creía, pero con ella era distinto. Le resultaba más sencillo pelear por ella que por sigo mismo. Y no había dicho ninguna mentira, ¿verdad? Trabajaba muy duro cada día para esa casa, lo cual debería darle algún derecho.
¡Como mínimo a decir cuando algo no le gustaba!
Tenía la ligera sospecha de que sus palabras no surtirían un gran efecto en las Tendo, vaya, que no le tomarían en serio y seguirían comportándose como les diera la gana, pero dentro de él había un nuevo arrebato de orgullo hacia sí mismo, casi una sensación de triunfo.
Ranma se dio cuenta de que estaba cambiando, que los años no pasaban sin más, sino que dejaban huella en él y eso era algo bueno, pues le daban nuevas armas con las que enfrentarse a la vida.
Puede que incluso hasta a la paternidad.
Mucho más animado por estas ideas, se dirigió al dormitorio de su mujer y allí la encontró, echada sobre la cama y leyendo con lo que podía ser una expresión de absoluta concentración o bien, un peligroso mal humor crispando sus rasgos. Le miró de manera fugaz cuando él entró y siguió leyendo, así que debía ser la primera opción. En cualquier caso, Ranma estaba demasiado emocionado como para darse cuenta; se echó a su lado haciendo saltar el colchón y le contó del tirón lo que acababa de hacer.
Akane, sorprendida, cerró el libro y lo dejó caer al suelo para no perder tiempo estirándose hasta la mesilla.
—¿Les has dicho eso a mis hermanas? —preguntó, para asegurarse—. ¿En serio?
—Sí —respondió él, envalentonado por la adrenalina que seguía recorriendo su cuerpo—. No creo que me hagan caso pero, por lo menos, me han oído.
—¿Y se han enfadado?
—¿Qué más da? —Le dijo para evitar tener que describirle las reacciones de cada una, pues no habían resultado muy halagüeñas. Se giró hacia ella, apoyando la cabeza en su mano y doblando el codo sobre el colchón—. Lo importante es que se lo he dicho sin perder los nervios.
>>. He dejado claro lo que pensaba.
—Eso está claro.
—Akane... —Se mordió el labio inferior, vacilante—; hay una cosa que no sabía cómo decirte, pero creo que ahora sí que puedo.
En este punto, la joven frunció el ceño y también se tumbó de lado, girada hacia él. Solían colocarse así para hablar de las cosas serias, pues podían bajar al mínimo el tono de sus voces y evitar así que, si alguien andaba cerca escuchando, los oyera.
—¿El qué?
—Pues...
—¡Di!
—¡No estaba muy seguro sobre lo de ser padres ahora! —confesó. Akane dio un respingo pero no tuvo tiempo de decir nada—. ¡Es que pasó tan de repente! ¡Y somos tan jóvenes! ¡Y tan desastrosos todavía!
>>. ¡Que me hizo mucha ilusión cuando me contaste lo del embarazo! Pero también me asusté un poco... ¡Bueno, mucho! ¡No sabía si sería capaz de hacerlo bien! Ya sabes el ejemplo que he tenido y... no sé, no quería estropearlo con nuestro bebé.
>>. Pero, sin darme cuenta, creo que he cambiado un poco estos años y tal vez sí que esté listo para ser padre; un buen padre, quiero decir. ¡Cuando sea! O sea... ¡cuando tú quieras!
Se sintió mucho mejor después de soltarlo todo, liberado como hacía tiempo que no se sentía y en realidad, ya no recordaba la razón por la que lo había estado manteniendo en secreto. Akane ya le expresó sus dudas, muy similares, cuando se enteró de que estaba en cinta y él la comprendió a la perfección.
¡Si todo tenía tanto sentido!
Tal vez no había sido capaz de reconocer ese miedo, ni tan siquiera ante sí mismo, hasta ahora, que podía decirle de manera sincera que sí estaba preparado para lo que pudiera pasar, al menos, un poco más que antes.
—Entonces... —dijo ella, después de meditar un rato para sí misma sobre lo que había oído—; ¿sigues dispuesto a quedarte conmigo?
Ranma sabía que la pregunta no iba en serio, pero entendía que siguiera disgustada después de la visita de Ukyo y Shampoo. Extendió sus dedos hacia la mejilla de Akane y los pasó, con delicadeza, por su mejilla para rematar dándole un toquecito en la nariz.
—¿No te lo dije en el hospital? —preguntó y rodó sobre ella, acogiéndola en sus brazos para mirarla fijamente—. Yo siempre estaré contigo.
>>. Ocurra lo que ocurra.
—¿Incluso si, durante algún tiempo o puede que más, seguimos estando solo tú y yo?
No pudo adivinar si Akane se refería a la posibilidad de que volvieran a sufrir otro aborto, a que no fueran capaces de tener hijos o si estaba sugiriendo que deberían tener más cuidado a partir de ahora para no tenerlos tan pronto. En ese momento no le pareció importante resolver esa duda, pues la respuesta sería la misma para cualquiera de esas tres opciones.
—La única persona sin la que no puedo vivir eres tú.
Akane sonrió, después dejó escapar una risita nerviosa y un tanto emocionada, sus ojos se agrandaron al mirarle.
—Vaya... qué maduro...
—¿Te burlas de mí?
—¡No, tonto! —respondió—. Me refiero a nosotros, a nuestro amor.
>>. ¿No te parece que ahora es más maduro?
—Supongo...
A Ranma no le interesaba discutir sobre cosas tan profundas. Su rostro estaba a escasos milímetros del de su mujer y solo podía pensar en besarla. Así que lo hizo: la besó, la abrazó, y se movió sobre ella para sentir su contacto con todo su cuerpo pero intentando no hacerla daño, pues aún tenía que reposar.
Entonces, Akane le miró y le preguntó:
—¿Recuerdas aquella conversación que tuvimos hace un par de años, en el tejado?
—Hemos hablado en el tejado mil millones de veces...
—Cuando trabajabas en aquel gimnasio del centro —especificó ella—. Y dijiste algo sobre irnos a vivir los dos solos.
Se acordaba, más o menos; tampoco habían mantenido tantas conversaciones acerca de ese tema, pues la opción de vivir por su cuenta siempre le había parecido complicada de llevar a cabo y hasta un poco fantasiosa. A él le habría encantado, pero Akane siempre se había mostrado más apegada al dojo y a la convivencia con su familia.
Quizás... ¿ella también había cambiado en esos años?
—¿Y si vamos pensando en organizarlo? —le propuso de repente—. Buscamos una casa, planeamos la mudanza y esas cosas.
—¿Estas segura?
—Creo que va siendo hora —respondió, encogiéndose de hombros—. Podríamos pasar aquí las navidades y mudarnos para año nuevo.
>>. ¿Qué te parece la idea?
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Fin
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¡Feliz sábado Ranmaniaticos y Ranmaniaticas!
Hemos llegado a la sexta historia de la Rankane Week, o en otras palabras, a la penúltima de esta estupenda semana y lo hacemos con el tema: "Amor Maduro".
Cuando leí este tema lo primero que pensé, como no, fue en Ranma y Akane de abuelillos, recordando una vida llena de peleas y felicidad juntos, jeje. Pero, y creo que ya lo mencioné en algún otro fic, es superior a mis fuerzas imaginarme a esos dos de mayores L Para mí siempre serán jóvenes, puedo pensar en ellos con veintitantos, recién casados e iniciando una nueva etapa, pero no como personas mayores en el otoño de sus vidas. Mi imaginación no llega tan lejos, pero pensé que, de todos modos, "amor maduro" puede tener más de un significado y más de una interpretación.
¡Y esta ha sido la mía!
¿Qué os ha parecido esta historia?
Sé que trata un tema bastante serio y tengo que decir que lo he escrito con todo el respeto del mundo, documentándome un poco en internet y tomando como referencia un libro de una autora en donde ella hablaba de esta experiencia y que me dejó muy impresionada.
Por esas cosas de la vida, esta ha sido la última historia que he escrito de la dinámica, y la verdad es que me ha costado acabarla... En los últimos momentos creo que me daba penita que todo fuera a terminar, aunque tenía también muchas ganas de descansar, jeje. En fin, a veces me pasa cuando se acerca el fin de un fanfic largo y querido, pero bueno, siempre habrá más fics por escribir, ¿o no?
Aunque todas estas historias se pueden leer de forma independiente, no sé si habréis notado que he incluido alguna referencia a dos fics míos anteriores: uno de ellos es Mírame, el primer fic de esta dinámica, y el otro sería La primera vez que vio sus lágrimas. En mi mente, las tres historias podrían formar parte del mismo universo *__*
Espero que os haya gustado, estoy deseando saber vuestra opinión. Una vez más, y como cada día, os doy mil gracias por estar ahí, por leer mis historias, por comentar y por apoyarme después de tanto tiempo.
Y ahora sí, mañana nos vemos con la última historia.
¡Besotes para todas y todos!
—EroLady
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