Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Prefacio


El frío en el pecho

Tenía los ojos abiertos, la ropa corrida y una expresión de horror. Si no era así lo último, podía imaginármelo. El cuchillo ya no estaba en mi pecho, pero, curiosamente, lo único que podía sentir era eso, como si todavía lo tuviese clavado en el esternón.

No podía moverme, ni cerrar los ojos. Estaba allí, pero no tenía control de mi cuerpo. Durante un buen rato, no puedo decir cuánto, mientras el sol se ponía reflejándose en mis corneas, no entendí qué pasaba conmigo. Cuando las estrellas reemplazaron al sol, entendí que estaba muerta.

Pero no comprendía cómo. No llegaba a dilucidar por qué seguía allí, por qué estaba dentro de mi cuerpo sin poder abandonarlo.

Pasó mucho más hasta que unas cuencas vacías y oscuras se cernieron sobre mí. Me miraba, esperaba. El rostro de la muerte estaba curioso, a pesar de ser una simple calavera gris sin expresiones reales. Quise hablar, mover los labios y preguntarle qué pasaba. Pero estaba desconectada de mí misma, nada me respondía.

—No puedes abandonar este mundo. No puedo llevarte conmigo.

Me pareció que clavaba la mirada en la herida de mi pecho, en la sangre helada que se secaba. Me hubiese gustado rogarle que me ayudara. Estaba allí dentro paralizada.

—Esto es lo único que puedo hacer por ti —dijo, estirando un dedo huesudo hacia mi esternón. En el momento en que me tocó, mi cuerpo reaccionó. Solté una exhalación y mis labios azules temblaron—. Pero escúchame bien, Serena: no es para siempre. Es prestado. Tu último suspiro, tu resistencia antes de morir, es aún energía en tu cuerpo. Podrás moverte, pero deberás robar esa energía de otros si quieres que tu cuerpo viva. Si no, morirá, se descompondrá, y cuando no quede nada de él, tu aún estarás atrapada aquí. No podré ayudarte.

Lo observé, jadeando cómo podía. La puñalada me dolía, tenía frío, estaba aterrada y conmocionada, pero solo podía seguir allí, escuchando a la muerte sin encontrar mi propia voz para saldar mis dudas.

Pero él las conocía.

—No es la inmortalidad. La forma en la que arrebataron tu vida será tu única perdición, además de quedarte vacía otra vez.

«¿Por qué?»

—Es todo lo que puedo hacer por ti. Seguirás funcionando en tanto tengas energía. Si algún día quieres reunirte conmigo otra vez, deberás resolver tu prenda. Todo humano atrapado tiene una prenda.

«No entiendo.»

La muerte ladeó la cabeza.

—Esa es mi ayuda y esas son las reglas. La energía humana es vida, les robaras vida. Tú decides.

Se alejó de mí. Lo perdí de vista mientras mi cuerpo temblaba. Intenté abrir la boca y lo único que salió de ella fue algo ronco. Terminé escupiendo algo de sangre.

Me senté en el césped crecido y seco del descampado, con poca coordinación y mucho dolor. Mis músculos se quejaban, la sangre volvía a manar de mi pecho lentamente. No vi a la muerte por allí, me había dejado sola.

Me miré. La camisa blanca desabotonada, el sostén roto, mis brazos llenos de moretones. Me toqué, sollozando por lo bajo. No podía recordar todo, pero tenía la certeza de que no me había abusado. Eso había temido cuando él me atrapó, me arrastró allí y la tierra se tragó mis gritos hasta que enterró la daga negra donde se unían mis costillas. No sabía porque había ocurrido, pero la debilidad y el dolor solo me recordaron las palabras de la muerte y lo único que podía hacer para salvarme.

Me levanté, arrastrándome como un zombi, tapándome la herida abierta con la camisa y las manos. Caminé fuera del descampado, lento, con un pensamiento que no estaba segura de que fuese mío: O encuentras a alguien para robar su energía, o te mueres otra vez. Y si te mueres, te quedarás en la nada por siempre.

Llegué a una calle desolada. El farol que alumbraba la carretera junto al descampado estaba roto. Si alguien me hubiese visto, habría pensando que se trataba de una película de terror. La chica llena de sangre, tambaleante y jadeante en medio de la oscuridad no era una imagen agradable.

Avancé, entonces, siguiendo las líneas borradas del asfalto reseco. La cuadra era larga, se trataba de la parte trasera de una fábrica, quizás; no me acordaba de ella cuando él me llevó hasta allí. No sabía exactamente qué distancia había entre donde estaba, hasta la próxima intersección; pero tenía que caminar rápido, acercarme a las personas, a cualquiera que sea.

Escuché un auto a lo lejos, pero los oidos me zumbaban. No se oían mis pasos en el concreto con la misma claridad que había escuchado la voz de la muerte. Por lo tanto, no me di cuenta de que el auto venía por la misma carretera hasta que llegué a la mitad de la fábrica. Se detuvo cerca, a unos metros. Supe por qué. Me faltaba una bota, la pollera estaba corrida, no había podido alisármela. Se notaba que había sido atacada por alguien.

Por un breve momento, pensé que querrían ayudarme.

Del auto se bajaron dos hombres. Giré mi cabeza hacia ellos, temblando. Dentro había otros dos, mirándome con sonrisas.

—¿Qué te pasó, linda? —dijo uno, de cabello rubio y decolorado. Tenía puesta una gorra de algún equipo de fútbol local. No podía reconocer el cuadro. Sus sonrisas eran lascivas. Yo sabía que podían ver la sangre acumulada en mi camisa, a pesar de que mi mano estuviese aferrando el lugar de dónde provenía.

—A que la violaron.

Se acercaron. Un tercero bajó del vehículo. Un instinto mucho más fuerte que el de supervivencia se apoderó de mi en cuanto uno estuvo apenas a un metro. No tenía que ver con eso, tenía que ver con la cantidad de energía que tenían. El peligro era yo, no ellos.

—Todavía puede moverse, podemos usarla.

El de gorra me agarró el brazo y yo perdí toda inestabilidad. En cuando su piel entró en contacto con la mía noté su pulso, el calor de su cuerpo, la adrenalina que le corría por las venas al estar a punto de cometer una atrocidad. La energía que lo mantenía con vida.

Yo me giré y dejé de sostenerme la camisa. Le casé la muñeca con la mano derecha llena de sangre y sentí, con cada partícula de mi ser, con cada célula, que él tenía todo lo que me faltaba. Fue como aspirar, como absorber. Desde cada punto en que nuestras pieles estaban en contacto, yo podía robar su energía vital, llenar los huecos con los que contaba mi propio cuerpo.

Mis sentidos se agudizaron. El sonido volvió a ser claro, no sentí más frío. El dolor en el pecho de fue y el de gorrita empezó a gritar.

—¡Me está rompiendo la mano! —exclamó, liberándome. Pero yo no lo solté. No estaba siendo consciente de cómo me robaba su existencia, pero sí de la fuerza que tenía sobre él.

Los demás se acercaron y me vi obligada a prestarles atención. Solté al rubio, que se desplomó en el suelo, ahora sí pálido y ojeroso, como si toda su energía se hubiese ido de golpe y no de forma paulatina, tal y como había sido desde mi punto de vista.

En un segundo, mis manos atraparon a los ojos dos, inmovilizándolos con la misma fuerza. Sus gritos hicieron que el que estaba en el volante del auto bajara, con un arma, porque enseguida comprendió que los puñetazos que sus amigos intentaban darme no funcionaban.

Me disparó en el pecho, en medio de los gritos, pero apenas me moví. La bala me dio en un hombro y no dolió. Liberé sus manos y también cayeron, vivos pero débiles. Retrocedí, llevándome una mano en donde había dado el disparo y saqué la bala entera de los pliegues de mi camisa. Corrí la tela y descubrí que no había orificio de entrada.

Cuando levanté la vista hacia el conductor del vehículo, dejé caer la munición al suelo.

—Demonios —murmuró, retrocediendo hasta la puerta del auto. Se metió dentro, sin preocuparse tanto por sus amigos. Solo uno atinó a arrastrarse y colarse por una de las puertas, todavía abiertas, antes de que arrancara.

Desaparecieron en la intersección, con una acelerada en zigzag. Los otros dos, quedaron en el suelo, como si estuviesen tan drogados que apenas podían moverse.

Me quedé allí, parada en medio de ellos, estirando los dedos, los brazos, mirándome las piernas desnudas, la bota que me faltaba y las medias cortas arrugadas. También miré mi pecho. Ya no estaba la puñalada, no había ni una cicatriz. En su lugar, había un claro y largo tatuaje negro. Crecía desde la línea que había dejado el cuchillo en mi carne, abriéndose hacia arriba y abajo en un intrincado símbolo que no conocía.

Pasé los dedos por la piel, sana, notando además los latidos de mi corazón, mi respiración. Estaba viva, tenía otra oportunidad. Mi cuerpo se había recuperado, la energía de otros humanos me había devuelto lo que alguna vez había sido.

Pero en realidad yo ya no era humana y la muerte había tenido razón: eso era todo lo que podía ser ahora. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro