En su sitio
Corrimos por la calle, olvidándonos por un momento que estaba semi desnuda y que mi chaqueta y mi camiseta habían quedado en la terraza. Después de dos cuadras, llegamos a una plazoleta desierta y frenamos. Él estaba agitado y yo me estaba mirando. Estaba hecha un desastre.
—Carajo, esa chaqueta era de cuero —murmuré, pasándome los dedos por la piel. La falda se me había subido un poco con la corrida y los saltos, para colmo, y ahora la tenía casi dejando ver todo mi culo... a Luca, que estaba detrás de mí.
—No sabía que te vestías así para salir en las noches —dijo, recuperando el aire, mientras yo me estiraba la falda hacia abajo—. Bah, nunca imaginé que una de las chicas más aplicada del colegio se vistiera así... —añadió, rascándose la cabeza—. Un poco prejuicioso, ¿no?
—A los degenerados les gusta —repliqué—. Una chica joven, sola, en falda y casi sin ropa... Pf, es solo atraer moscas con miel.
Me cubrí un poco el brasier con las manos, más pudorosa, porque estábamos en medio de la calle y, si lo veíamos así, parecía que me habían matado otra vez. Luca camino hasta mí, antes de que me volteara, y me pasó su propia campera, de algodón abrigado. Se quedó en mangas cortas, a pesar del frío y me sonrió con tristeza.
—¿Todas... las noches haces esto?
Estiró la mano y la pasó por mi mejilla. Primero pensé que me estaba acariciando y di un respingo. Después, me di cuenta de que me estaba sacando manchas secas de sangre de la cara.
—Casi todas —conté—. Algunas, aunque salga así, no encuentro nada.... A nadie, quiero decir —gruñí, dándome con la palma de la mano en la frente—. Ya hasta parece que hablo de ellos como cosas. Soy terrible.
Él frunció el ceño y dejó caer el brazo.
—Oye, Serena, si tu hiciste todo eso... ¿eres consciente de que realmente has limpiado una ciudad completa? Las noticias lo dicen todo el tiempo. Encuentran a ladrones, violadores y gente con pedido de captura desmayados por la calle, servidos...
—Y también maté a otros.
—Merecían lo que les pasó —me interrumpió, llevando la mano con la que me había limpiado la cara al hombro—. Eso no es ser terrible.
Tomé aire y me mojé los labios.
—No... pero cuando estoy desesperada, cuando no encuentro a alguien, termino robando energía de gente inocente.... ¡El otro día ataque a un grupo completo de jóvenes que solo estaban... vagando! Ellos no habían hecho nada malo, estoy segura. Termino viéndolos como presas. Me puede tanto la necesidad que incluso toco a los chicos en el colegio. ¡Eso sí es terrible!
Se quedó un momento callado y suspiró. Fue entonces cuando caminé lejos de él, hasta la única banca en la plazoleta. Me acomodé su chaqueta, me subí el cierre, para cubrir mi tatuaje y la piel desnuda, y me senté, con la sensación de ser una mierda de vuelta. Había estado trabajando tanto en eso...
—No es tu culpa... Nada de esto lo es. No eres... lo que eres ahora porque quieres —dijo, deteniéndose frente a mí.
Por alguna razón, me sentí cercada. Me puse de pie, negando, como si quisiera alejarme. Quizás quería esquivarlo porque sabía que iba a llorar otra vez. Luca me sujetó del brazo, con suavidad, antes de que pudiera hacerlo.
Me quedé mirando el suelo, abriendo y cerrando la boca, sin saber qué decir para hacerle entender. Claro que no era mi culpa, pero quizás podría haber sido menos egoísta y haberme dejado morir, ¿no?
—Yo... No siempre puedo acercarme mucho a ti —empecé—. Todo el tiempo tengo miedo de lastimarte.
—No me estás lastimando ahora. Incluso, salvaste mi vida.
—Porque ya estaba bien alimentada —aclaré—. Luca, toda esta semana he estado huyendo de ti porque llevaba días sin absorber nada. Porque me niego a absorber de mi familia y amigos. Y estaba tan mal que me pasé dos días sangrando debajo del uniforme. Tenía miedo de estar cerca de ti y perder el control y atacarte como una garrapata loca de vitalidad.
A pesar de lo alterada que parecía mi voz y lo seria que yo veía esa situación en particular, Luca no retrocedió ni se asustó. Me miró, en cambio, apenado.
—Es injusto —dijo, después de un momento en silencio.
—¿Qué no pueda saludarte si no estoy bien alimentada? —dije, cruzándome de brazos. Él negó, con una sonrisa tristona.
—Que hayas tenido que pasar por todo esto sola.
Otra vez sus palabras estaban a nada de hacerme llorar. Clavé los ojos en el suelo, para no tener que ver su expresión de lástima, de congoja. Él sentía pena por mi y eso no es que me diera vergüenza, es que me hacia sentir más pena por mi misma.
—No, no es justo —dije, sorbiendo por la nariz—. No es justo porque nunca le hice nada malo a nadie. ¿Por qué él me tuvo que agarrar a mí? ¡Ni siquiera llegó a violarme, solo me asesinó!
Los brazos de Luca estuvieron a mi alrededor otra vez. Me apretó contra su pecho y me obligó a poner la cara contra su camiseta.
—Lo siento tanto, Serena —musitó, pasándome los dedos por la cara. Ahí estaban mis lágrimas de vuelta—. Tu no te mereces nada de esto.
—No puedo hacer nada para cambiarlo —gemí, pero retuve las ganas de llorar fuerte. No quería hacerlo otra vez. No con él, aun cuando me estuviese dando todo el lugar que necesitaba.
—Entonces no tienes que sentir culpa por lo que haces. No estás dañando a nadie que no lo mereciera —me dijo, aflojando un poco el agarre—. Solo tomas lo que los demás no necesitan, ¿no? —añadió, inclinándose hacia abajo para verme bien la cara. Asentí, todavía atrapada entre sus brazos—. Entonces, nada es tu culpa y tienes que quitarte esa idea de la cabeza. Eres una buena chica, ¡salvaste mi vida hoy!
—Tu salvaste la mía —contesté, marcando lo obvio, que sobreviví por tratarlo como comida.
Él me sonrió anchamente.
—Sí, bueno, estoy seguro de que en eso yo la pasé muchísimo mejor que tu salvando la mía.
Hice una mueca de disgusto y puse los ojos en blanco.
—Sí, estoy segura también de que a ti no te dolió como la mierda.
—Para nada —contestó, sacudiéndome un poco para animarme—. Puedo salvarte la vida cuando quieras, eh.
Empecé a reírme, en parte por su simpatía y en parte porque la idea de que quisiera besarme otra vez me hacia sentir menos rara en toda esa situación ya extraña. Me hacia sentir normal, como la Serena de antes. Quizás la estaba recuperando un poquito.
Cuando me soltó, me limpié bien las lagrimas y me paré frente a él bien derecha, más compuesta.
—Te juro que he estado trabajando en eso. Hasta hace dos horas, estaba bastante bien con la idea de robar restos sin que nadie se diera cuenta. Supongo que eso no es tan... tan malo si no les hago daño en verdad.
—No entiendo mucho de esto —contestó Luca, tomando asiento en la banca—, pero imagino que no. Yo no me siento más cansado.
—Es porque durante el beso produjiste de más —expliqué, sentándome también—. Primero, cuando te agarré la mano, tomé de la que te sobraba, que es mucha. Luego, cuando te besé, solo tomé lo que creabas a medida que nos besábamos.
Con un gesto de estar analizando en verdad todo eso, se inclinó hacia mí.
—¿Y por eso se me hacia tan adictivo? —bromeó, con una buena sonrisa socarrona.
Apreté los labios para no echarme a reír otra vez.
—No tengo idea, en serio. Supongo que puede ser... si es que a mi eso me sirve para que sigas besándome y sigas produciendo energía.
—Es como un círculo vicioso —contestó.
—Nunca lo hice antes, así que no tengo idea. —Lo codeé, para que no se sintieran tan victorioso por algo que ni tenía sentido para él—. Pero, en definitiva, es mucho mejor que robar restos.
—¿Lo dices por el beso en sí, o por lo que produce?
—Estaba hablando de lo que producía —respondí, a punto de reírme otra vez.
—Qué decepción —dijo, con teatralidad.
Nos quedamos en silencio un largo rato otra vez, viendo las calles silenciosas como si no hubiese más interesante qué hacer. La verdad, es que yo no quería seguir admitiendo cosas sobre ese beso, como que la había pasado muy genial, además de lo que producía. Cada tanto, pasaba algún auto, pero allí éramos como sombras, nadie se percataba de nosotros.
—¿Por qué no vamos a buscar a este hijo de puta? —preguntó Luca, entonces, de la nada. Me sorprendió y me giré a verlo, confundida.
—¿Eh?
—Se lo merece, merece que le robes la energía que te hizo perder a ti con esa cuchillada.
Pensé sus palabras. Hasta ese instante, no había vuelto a recordar al tipejo en cuestión, ni me parecía buena idea ir a buscarlo.
—¿Cuál es la historia detrás de eso, eh? —dije, en cambio.
Luca arrugó la nariz, consciente del cambio de tema.
—Ni yo lo sé bien. No sabía que esa chica tenía novio, la verdad. A él lo conozco de vista. Es conocido de un amigo. ¿Cómo se supone que iba a saberlo? Ni siquiera sé su nombre. Fue solo... sexo. Me la cogí y punto. Hablamos una o dos veces por Whatsapp después de eso y la verdad es que ni siquiera pensaba seguir hablándole. No estuvo tan bueno.
En cualquier otra circunstancia de mi vida, escucharlo hablar de las chicas con las que se había acostado me hubiera dado alergia. Pero no lo veía tan fuera de lugar. Era normal; él tenía diecisiete, era soltero, podía estar con cientos de chicas, tanto como yo.
«Ojala pudiera estar con cientos de chicos, si besarlos me dejaría así de feliz... », razoné, con ironía, mientras él pateaba una piedrita.
—No es motivo para matar a nadie.
—Por eso digo que él si se lo merece. Iba a matarme a mí. ¿Por qué no ir por él? —repitió y me vi obligada a contestar su pregunta.
—Es mejor no meterse con gente que te conozca. Imagina que él cree que estoy muy herida o muriendo. Si lo ataco, podría denunciarme a partir de ti —expliqué.
Por un momento, la respuesta no pareció agradarle, no porque no estuviera de acuerdo conmigo en eso, si no porque lo consideraba injusto. Otra cosa más injusta. Ese tipejo había querido matarlo y de no haber muerto yo ya una vez, estaríamos tratando con un asesino consumado.
—Está bien... —rezongó—. Pero no es justo que quede impune. Es un loco de mierda, ¡un desquiciado! Me da miedo por la pobre novia que tiene.
Apreté los labios. Sí, eso era cierto. Esa chica no estaba para nada segura cerca de una persona como esa.
—Supongo que dentro de un tiempo podría... hacerme cargo. Cuando no tenga energía que robar... No lo mataría, solo asustarlo. Ya sabes, como te espanté a ti hace un ratito —comenté, agitando la mano para quitarle importancia.
Me miró, dispuesto a reírse, pero, de la nada, se estiró hacia mí muy emocionado. Demasiado efusivo por lo que estaba proponiendo. Me quedé pasmada cuando me agarró ambas manos.
—Róbamela a mí.
—¿Qué? —contesté, con los ojos como platos.
La sonrisa de Luca era tan sincera que me desconcertaba.
—No tienes porqué salir todas las noches, no tienes que seguir pasando por esto sola. Róbamela a mí. ¿No dijiste que yo tenía mucha? Entonces, toma toda la que necesites. Cuando estés mal, me haces un gesto durante los recesos y puedes venir y agarrar mi mano. O... si necesitas algo más extremo, puedo besarte cuando quieras a la salida —dijo, después, guiñándole el ojo.
Casi se me cae el corazón al suelo, junto con mi alma, mi cerebro, mi existencia, mi todo. Bueno, a ver, es que haberlo besado como lo besé fue una de las mejores cosas que me pasó en la vida, conviniendo en que no había tenido mucha suerte en esta. Pero que él se ofreciera a besarme sin problemas y decirlo así directo, ya sin bromas, solo podía significar que le había gustado y demasiado.
—Besarte —repetí, tratando de no parecer una idiota—. Por la causa.
—Claro, por la causa —repitió, achicando los ojos. Me di cuenta de que cuando sonreía mucho, sus ojos castaños parecían chispitas. Tenía eso que mucha gente llama "Smile eyes". Sus ojos sonreían y durante un segundo no pude saber si era porque en el fondo se estaba riendo de mí o porque sí estaba encantado con la causa—. Por la causa puedes besarme fuera de clases, en clases, en mi casa, en la tuya, donde quieras.
Con eso me quedó claro que la causa era pura excusa y tuve que bajar la cabeza, porque me moría de vergüenza. La excusa me encantaba.
—¿Serías tan amable? —musité, cuando levanté la cabeza. Ya que estábamos en esa onda, ¿cuál era el problema con coquetear también?
—Pero por supuesto. ¿No te lo dije el otro día? ¡Sí, señora! —respondió Luca, e hizo el saludo militar que me había hecho exactamente una semana atrás en la iglesia—. Cuando gustes, mente maestra. Si quieres, podemos besarnos ahora, por las dudas, ya sabes.
Era divino, hermoso, supremo y estaba enloquecida con él. No necesitaba nada de energía, había tomado tanta de ese beso que podría estar horas sentada a su lado sin desquiciarme por su esencia. Pero, ah, sí, ¿me iba a quedar en el molde? ¿Me iba a perder esa oportunidad? El chico que me gustaba estaba frente a mí, a centímetros, sonriéndome y esperando mi respuesta.
—Sí, claro, por las dudas —dije, como si no fuera más que un trámite. Pero él sabía que también estaba bromeando. Se inclinó hacia mí tan rápido que casi ni termino la frase y empezó a besarme suave y dulce.
Eso duró apenas un segundo. Había estado reprimiendo las ganas y, al siguiente momento ,sus manos estaban en mis caderas y mis rodillas contra sus muslos. Jadeé en su boca cuando sus dedos se metieron por el dobladillo de la chaqueta que me había prestado, llegando a mi piel. Todo eso iba demasiado rápido y me fascinaba. Su boca encajaba a la perfección con la mía y cada uno de nuestros movimientos parecía pactado. Él sabía qué hacer, yo sabía qué hacer. Parecía que ambos disfrutábamos exactamente de las mismas cosas y las anticipábamos por el otro. No podía ser más perfecto.
No me guardé los gemidos. Él me provocaba eso y no tenía vergüenza de hacérselo saber, porque sus labios llenos me hacían disfrutar muchísimo. Su lengua acariciaba la mía y con cada segundo que pasaba, más pegados estábamos, más acariciaba él de mi piel, de mi espalda, y yo más jalaba de su cuello, profundizando el beso.
Lo más increíble fue, aún, que a pesar de toda la energía que Luca me estaba dando, inflándome como un globo, dándome para muchísimos días más, yo la estaba ignorando sin esfuerzo alguno. Besarlo era más importante que cualquier cosa y solo por eso me sentí bien, me sentí normal, como cualquier chica de mi edad que solo pensaba en el presente y en cosas más vanas y satisfactorias que un simple "no morir". Me sentí yo misma.
No sé realmente cuando tiempo pasamos así. En algunos momentos, se volvió más suave, más lento. Nos dedicamos a saborearnos, a conocernos un poco más, mientras el pecho me ardía por razones diferentes a la mayoría de mi existencia. Me quemaba por él, por la urgencia, el deseo y el placer. Era como una droga, sí, pero me aliviaba muchísimo al mismo tiempo
Cuando, en algún momento, nos separamos, volvimos a conversar. Nunca habíamos tenido la chance de ser tan cercanos como en ese entonces. Nos conocíamos desde hacía años pero jamás habíamos compartido aula y nuestra única conexión era, para colmo de todo, solo Alan.
—Oye... —dijo, deslizando sus labios sobre los míos, apenas rozándolos—. ¿Y el tatuaje qué?
—Solo apareció allí.
—¿Es dónde te...?
—Sí —dije. Me separé levemente de él y bajé solo un poco el cierre. Ya bastante había apreciado hasta ahora como para quitarme toda la campera—. No... ¿No tienes frío? —dije, recién acordándome de eso.
Me sentí muy mal de pronto, porque él solo me había dado su chaqueta para no andar desnuda, pero él si estaba con mangas cortas en pleno invierno.
—Por alguna razón, nop. Creo que fueron los besos —confesó—. ¿Tú no?
Negué, pero me subí el cierre de la chamarra.
—Nunca tengo frío.
Solo sentía frío cuando estaba por quedarme sin energía otra vez, pero no quise decírselo. Quería cambiar de tema, centrarnos en otra cosa para continuar sintiéndome normalita.
—Vaya...
Aproveché, entonces, su silencio para cambiar de tema. Había algo que había querido preguntarle desde que me había acordado de Alan y sobre todo desde hizo el gesto militar, en relación a lo del viernes pasado.
—No le dijiste a Alan que lo del viernes fue todo mentira —afirmé, cuando me agarró la palma de la mano y se puso a investigar la temperatura de mi piel—. Él cree que sí tuve un ataque de pánico.
Sonrió.
—Alan es muy boca suelta. Si le decía la verdad, todo el colegio lo sabría y estarías no con una sanción, con cincuenta, probablemente expulsada y castigada de por vida.
Puse los ojos en blanco.
—Sí, bueno, castigada sería difícil. Nadie puede obligarme a quedarme en casa —Miré la plazoleta, solo para darme cuenta de que empezaba a aclarar. Habíamos pasado horas en la plaza y no tenía nada de sueño—. Gracias.
Empezó a palmear mi mano. No supe si porque estaba helada o por algún gesto casual.
—De nada. Pero si vuelve a molestarte, me lo dices; lo pongo en su sitio.
Ladeé la cabeza en su dirección y la que le palmeó la mano esta vez fue yo.
—Vamos, Luca, ¿crees que no puedo hacerlo yo?
Se inclinó hacia mí, de la nada, con la voz repentinamente ronca.
—Ponme en mi sitio, entonces —contestó, antes de besarme otra vez.
¿Qué creen que sucederá ahora con estos dos? Mucha gente, por alguna razón, desconfía de Luca. ¿Tú qué piensas de él? ¿Crees que la forma en la que se tomó las cosas es para desconfiar?
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