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35. La casa de la bruja

La casa de la bruja


Edén y yo conseguimos unos vestidos con descuento que no tenían cambio, pero que estaban bastante bien para la graduación. No hablamos en toda la tarde del tema que nos tenía tan unidas y solamente le respondimos los mensajes a Luca y a nuestros padres de que todo estaba bien.

Caroline, que ya había comprado el suyo hacia semanas, nos exigió fotos dentro y fuera del probador y le insistió a Cinthia, por nuestro chat de WhatsApp, que fuera a esa tienda también y que no usara el vestido horrible de su hermana mayor.

Luego, comimos en McDonald's y Edén insistió en sacar un dos por uno con los beneficios de su empresa celular y así ver una película. Elegimos Wifi Ralph y por unas cuántas horas, me olvidé de mi vida real, esa que había perdido todo atisbo de inocencia desde hacía mucho rato. No pensé en mi asesino, ni en Nora, ni en los conjuros ni en que debía proteger a Edén. Todo fue normal.

Nos comimos la bolsa de palomitas hasta explotar, aún en el bus de regreso a su casa, y ella me preguntó cómo creía que iba a ser nuestra vida cuando todo se terminara. El golpazo a la realidad que me dio casi que me provocó deseos de devolverle uno, pero físico.

—No sé —respondí, un poco seca.

Edén frunció el ceño y tragó sus palomitas con esfuerzo.

—¿Universidad? ¿Tu novio...? ¿Piensas trabajar?

Me encogí de hombros.

—No tengo idea.

—¿En serio?

—No lo sé —respondí—. Llevo tantos meses sin saber si tendré futuro que no he pensado exactamente qué quiero hacer. Quiero tenerlo, pero no me he decidido por nada... supongo que es un método de autoprotección.

Ella asintió.

—Deberías hablarlo con la psicóloga.

—Mm, sí —susurré. Tal vez. Hacia más de una semana que no iba a la psicóloga y después de una charla con mis padres, ellos me habían pedido que ontinuara el tratamiento a pesar de todo. Ademas de creer que era bueno para mi tener apoyo profesional, porque consideraban que lo que me habia ocurrido era un enorme trauma, dijeron que vivir con ellos era aceptar sus reglas y ellos me aceptarían con todas mis cosas raras, y con todo lo que tenía que hacer, con esas condiciones. Psicóloga, aprobar las materias, avisar cuando me iba y cuando volvía, advertir si iba a ir a cazar asesinos y cosas así.

—Creo que sí deberías definir qué quieres hacer el próximo año. Ya sabes, si seguir cazando gente mala, no estudiar nada y trabajar, o entrar a la universidad. Te sientes alejada de tu vida real y esto podría ayudarte —opinó, agarrando más palomitas del paquete que yo sostenía.

Giré mi cabeza hacia ella, a medida que el bus entraba en nuestro barrio.

—Antes tenía conflicto con la Serena que fui y la que soy ahora. Era como si la estuviese buscando todo el tiempo, tratando de recuperarla y a la vez la rechazaba. Ahora ya no. Esa Serena murió ese día y no es algo malo, a pesar de todo. Soy lo que soy ahora, con todo lo que viví. Así que quizás mi vida y lo que espero de ella ya no es una proyección de lo que se suponía que debía hacer —reflexioné—. Así que no sé qué quiero hacer el próximo año. Tampoco sé si me da la cabeza para pensarlo ahora.

Edén no volvió a sugerirme nada y temí haber sido un poco dura, pero mi amiga no se lo tomó a mal y pronto se olvidó del tema. Para cuando llegamos a su casa, eran las siete y media de la tarde y su hermano mayor insistió en llevarme a la mía para que no anduviera sola.

—No seas bobo —lo frenó Edén—. Se va a la casa del novio.

En seguida, su hermano me miró, arqueando las cejas.

—¿Tienes novio, Serena?

—Sí —dije, con simpleza.

—Ya sabes que también soy tu hermano mayor, eh —me recordó, palmeándome la cabeza—. Así que si se pasa, le meto sus golpazos.

Me reí y negué, jurándole que Luca era la persona más buena del mundo. Estuvo un poco nervioso al dejarme ir, pero los saludé con la mano y me alejé caminando, antes de agarrar el teléfono y avisarles a mis padres que pasaría por lo de Luc antes de ir a casa.

Al llegar ahí, su madre me recibió encantada y me pidió que me quedara a cenar. Su papá estaba ahí sonriéndome feliz también y cuando Luca me aclaró que les había contado que ya era su novia, pues fue muy obvio porqué querían tenerme un rato ahí.

Fueron dulces y amables y después su papá se ofreció a alcanzarme a casa, en compañía de Luc. No tuvimos mucho tiempo para estar solos, pero sirvió para que no quisiera husmear en la bolsa con mi vestido de graduación.

Apenas aparcaron delante de mi casa, él se bajó del auto conmigo y me dio un corto beso en los labios.

—¿Mañana a lo de Nora, verdad? —preguntó. Seguía sin gustarle la idea.

—Sí —afirmé, dándole un corto abrazo—. Todo va a estar bien.

A decir verdad, no estaba del todo segura de que las cosas iban a salir bien, pero no estaba dispuesta a seguir viviendo en la ignorancia. Tenía que tomar los riesgos y aunque a Luca no le gustara, esa era una decisión mía, pura y exclusivamente.

Me fui a dormir con un nudo en la garganta, mezcla de ansiedad con miedo, y esa sensación persistió durante toda la mañana, incluso cuando la profesora de Economía me avisó que no me daba el puntaje para aprobar la materia. No le presté mucha atención.

Apenas sonó la campana, recogí mis cosas e ignoré el intenso parloteo de Caroline detrás de mí, sobre la graduación, sobre los zapatos y sobre el vestido de Cinthia. Solamente le contesté cuando me preguntó picaronamente con quién iba a ir.

—Con mi novio —le recordé y ella ahogó un chillido emocionado.

Su cháchara no se terminó ni cuando salimos de la escuela y nos encontramos con Luca, que nos esperaba con una expresión de ultratumba.

—¡Uy, el novio! —dijo Caro, dando brinquitos, sin notar nada—. ¿Cómo estás, novio de Serena?

Él trató de suavizar su expresión cuando Edén empezó a reírse de él.

—Bien, Caro —contestó, y Caroline dio un respingo emocionado. Se notaba que escucharlo confirmar que sí estábamos de forma oficial juntos era más prueba que mi propia palabra.

Puse los ojos en blanco y me aferré el brazo de mi novio para llevármelo de allí. Busqué a Nora con la mirada y la encontré en la esquina, esperándonos, con los ojos clavados en nosotros.

—Vamos a acompañar a Edén a casa —añadí, señalando la calle—. ¿Nos vemos mañana?

Con eso, Caroline cambió su emoción por la curiosidad y luego el reproche.

—Oigan, ¿por qué ustedes tres últimamente están juntos y nos dejan de lado? —Y, entonces, se aferró a Cinthia, que hasta ese momento había estado bien callada.

—Nada, solamente tenemos por hobby investigar la muerte de Cassandra contactando con su espíritu —bromeó Edén, con un tono tan normal que podría haber dicho que enterrábamos cadáveres mutilados también.

De forma automática, Cinthia y Caroline se echaron para atrás y tuve que darle un punto a Ed por ser tan lista. Ninguna de las dos se había olvidado el terror de la noche de Halloween, un mes atrás. El tema de hablar con los muertos se había convertido en un "NOPE" gigante para ambas.

Iugh —Caroline hizo una mueca—. ¿Y por eso hablan con la friki?

—Tiene un montón de teorías raras sobre los muertos —respondió Edén, pero, antes de que pudiera soltar más verdades simuladas, la agarré también la camisa del colegió y empecé a llevármela.

—¡Nos vemos mañana, chicas!

Los obligué a caminar de forma apresurada, antes de que Caro preguntara algo más. No estaba preparada para tener más gente en ese secreto y también consideraba que no era una buena idea. Involucrarlas en eso después de que casi mataran a Edén era demasiado.

Alcanzamos a Nora en la esquina y por suerte ella no hizo preguntas de ningún tipo. Nos guio por las calles, durante varias y varias cuadras, sin hablar demasiado. Nosotros estábamos nerviosos por diferentes motivos y preferíamos quedarnos callados. Nora también, evidentemente, porque solamente abrió la boca cuando llevábamos diez minutos caminando.

—Mi abuela sabe que vienes, por supuesto. La mantengo al tanto de todo. La razón principal por la cuál nos mudamos aquí, después de todo, fuiste tú —me advirtió y por el rabillo del ojo, vi que Luca como que gruñía.

—Qué bonito —murmuré, irónica, pero Nora se mostró afligida.

—Esto significa contar muchas cosas de mí, cosas que no me hacen gracia, ¿sí? Mi abuela y yo tenemos una responsabilidad personal con los Daevitaen.

Me imaginé lo típico, que ellas eran parte de algún clan de brujos que se especializaban en eso, pero no más.

Nora, se detuvo frente a una casa sencilla de paredes blancas, ventanas con postigos de madera lustrada y rejas negras. Era pintoresca y no parecía para nada la casa de una bruja cazadora de monstruos, así que entré tratando de relajarme por su sutil apariencia en cuanto ella nos abrió la puerta.

En el pasillo, que tenía baldosas de color rojo, emparejando la estética con el resto de la vivienda, noté que todo realmente parecía normal. Había unas macetas colgando del techo y un aroma a incienso.

—Por aquí —nos indicó Nora, pasando por entre medio de nosotros una vez cerró la puerta con llave. No guió a la cocina comedor, a través de un gran arco de madera y ahí me paré en seco.

La mesa de madera, en el centro del comedor, estaba abarrotada de libros, más plantas, morteros, paquetes con sal, muchísimas más plantas en macetitas y en cajoncitos de madera —como si fuesen mini huertos— y tiras de incienso quemadas en cualquier rinconcito. Además, sobre la pila más alta de libros, dormía un gato rojo.

—Les presento a Cornelius —dijo Nora, señalando al gato, que ni se inmutó por nuestra presencia. Mis ojos se deslizaron por él hasta la cocina, justo detrás de la mesa, que también estaba llena y llena de cosas que no era tétricas, pero tampoco normales.

—Todas las brujas tienen un gato, eh —dijo Edén, quién había estado mirando la nueva serie de Sabrina, la bruja, en Netflix—. ¿Este habla?

—Es solo un gato normal —replicó Norita, pasando por allí y rascándole la cabeza.

Luca chistó.

—¿Hay gatos no-normales?

Nora soltó al animal, que siguió durmiendo plácidamente y lo miró, de lleno.

—Pues sí, hay lo que se conoce como espíritus familiares. Gatos inmortales, por ejemplo. Viven con su hechicero. Yo no tengo uno, aún no.

Edén dio una palmada en el aire y la señaló.

—¡Como en The Chilling Adventures of Sabrina!

—Eh, sí —Nora se encogió de hombros—. Bueno, esta es mi casa. Y así se ve siempre.

Mientras asentíamos, sin juzgar nada por el desorden y preguntándonos dónde estaba su abuela, me acerqué a acariciar al gato.

—¿Y por qué hay tantas plantas?

—Hiervas, para hechizos.

—¿Hay calderos también? —preguntó Luca, ya sin tanta hostilidad.

Nora, sin decir nada, señaló la cocina. En efecto, sobre las hornallas, había un pequeño caldero negro, como en las películas de Harry Potter. Casi se me sale lo fan de adentro, pero antes de quedar tan rara como había quedado la misma Norita el día en que llegó a la escuela, cerré la boca, apreté bien los labios y me puse a toquetear al gato, de nuevo.

Escuchamos entonces unos pasos provenientes de otra habitación, lentos pero seguros, y contuve el aire. Tuve miedo de moverme, pero finalmente dejé al gato y me volteé a tiempo para ver a la abuela de Nora, que llegaba a la cocina comedor ayudada con un bastón. Sus ojos ambarinos se clavaron en mí al instante y casi ni prestó atención al resto de mis amigos cuando se acercó.

—Así que esta es la Daevitaen —dijo, en un murmullo cargado de muchas pero muchas preguntas implícitas.

No me atreví a contestar. Si bien la anciana parecía bastante inofensiva, sin posibilidades de atacarme, su presencia inspiraba respeto. Su mirada felina me escudriñaba y a medida que se frenaba, delante de mí, las arrugas alrededor de sus ojos se acrecentaban más.

De pronto, sentí una mano sobre mi brazo y, sorprendida, me dejé llevar hacia atrás. Era Luca, alejándome de la anciana y despertándome del sutil trance de su mirada. Edén se puso a mi otro costado y también me agarró la mano. Los tres nos plantamos un poco más seguros delante de las brujas y entonces la abuela de Nora chasqueó la lengua.

—Saben qué es y aun así la defienden.

—Abuela... —se quejó Nora, pero no llegó a terminar la oración.

La anciana negó y se volteó hacia la cocina.

—Bien, ¿por qué no se acomodan por ahí mientras la Daevitaen me cuenta cómo fue su muerte? —dijo, mientras rebuscaba en unos libros que estaban también en la mesada.

Arrugué la frente. No me esperaba tener que narrar todo otra vez y por un momento pensé en negarme. Ya no me resultaba tan traumático como antes, no después de haberle visto la cara a mi asesino y asestarle varios golpes, pero sinceramente, no tenía ganas.

Nora me miró y capté su intención. De verdad tenía que hacerlo.

—Él me agarró, me llevó a un descampado, creí que iba a violarme porque me rasgó la ropa. Solo me golpeó, me tiró en el suelo y me clavó un cuchillo en el pecho. Aparentemente ese es su sello y a todos los mata así. Morí al instante, pero pude recuperar algunos recuerdos... —empecé, desganada. La vieja se dio la vuelta para clavar sus ojitos afilados otra vez en mí.

—Una de sus botas quedó en la escena y tenía mucha energía residual —aclaró Nora, por mí, logrando que su abuela volviera a mirar los libros.

—Así que vi como él anotó algo en un papel, limpió el cuchillo en un pañuelo y me dejó ahí. Luego, sí recuerdo por mí misma no poder moverme, estar atrapada ahí y que apareciera la muerte para decirme que no podía llevarme y mi única opción era ser esto. No pedí serlo, no lo elegí, era mi única opción —agregué, para ambas, para que la vieja dejara de llamarme "la Daevitaen" como si fuese culpable de mi destino, y para Nora, para recordárselo.

La vieja agarró el libro que buscaba y se dirigió despacio, hacia nosotros.

—¿Y entonces qué pasó?

—La muerte me hizo usar la energía que puse en luchar para no morir para despertarme. Llegué a la calle, mientras mi herida sangraba y unos tipos se bajaron de un auto para violarme porque según ellos ya estaba usada y a punto de morir. Me alimenté, mi herida se cerró y ahí apareció el tatuaje.

Nora miró a su abuela, expectante, pero ella no dijo nada. Solo asintió con la cabeza y dejó el libro sobre la mesa con un estruendo que despertó al gato. Apoyó el bastón contra una silla y empezó a pasar las hojas de su antiguo manuscrito.

—El bendito tatuaje —murmuró, entre dientes—. ¿Puedo verlo? —preguntó. Abrí los botones de mi camisa sin dudarlo, hasta dejar expuesto mi brasier y todo mi tatuaje. La anciana lo observó sin perturbarse y sin acercarse a mí. Asintió de nuevo y volvió su atención al libro. Al parecer, no le decía nada especial por sí mismo—. Existe una larga historia de Daevitaen. Han existido por siglos y siglos y durante mucho tiempo sin explicación alguna. Las brujas los hemos conocido, al principio cuando ya estaban fuera de control, causando muertes masivas que luego los mortales atribuyeron a simples plagas y enfermedades antiguas. —Detuvo sus manos arrugadas sobre una página y levantó la cabeza—. Nuestra familia es relativamente nueva en esto, lo que no quiere decir que haya obligado a Nora a estudiar todo lo que se sepa de los tuyos, y estoy segura de que ya te lo ha dicho todo, ¿verdad?

Asentí, aferrando la mano de Luca en cuanto pude. La señora agarró su bastón y con él, corrió la silla que estaba anclada bajo la mesa sin fuerzo. Parecía débil e inestable, pero no lo era. Di un respingo, al igual que mis amigos, y los tres observamos el bastón con los ojos bien abiertos.

—Pero no hay, en la historia que se lleva estudiando desde hace siglo entre los clanes cazadores, ninguna referencia a un tatuaje relacionado a una herida de muerte de un Daevitaen. Nunca ha existido un caso así, ni siquiera leyendas o posibles menciones —siguió la anciana, tomando asiento.

Todos los quedamos en silencio, esperando algo más. Pero la mujer solo se quedó viéndome, mientras yo intentaba discernir porqué, entonces, estaba ahí si no iba a decirme nada más que sirviera para averiguar qué había querido decir Cassandra.

—¿Eso es todo? —preguntó Luca—. ¿Para eso nos hiciste venir? —añadió, dirigiéndose a Nora.

La anciana chasqueó la lengua otra vez.

—Dije que no hay referencias a un tatuaje, pero sí podríamos llegar a hilar algunas cosas —contestó, dando golpecitos con su dedo huesudo a la hoja del libro. Lo giró y lo apuntó a nosotros.

Me tomé mi tiempo, después de echarle un vistazo a Edén y a Luca, para ver qué pensaban de que me acercara, y di un paso hacia delante. Me acompañaron y los tres nos inclinamos sobre las hojas de papel.

Levanté la mirada hacia la anciana, frunciendo el ceño.

—¿Está sugiriendo que la muerte me puso esta marca... o que yo me la puse sola?

—Las prendas son las que determinan qué persona no podrá pasar al otro lado. Los Daevitaen nunca las cumplen, porque pierden el control antes de resolverlas. En tu caso, tenemos la palabra de una de las doce almas dispuestas al demonio, que asegura que tú puedes ir y volver de la muerte a tu antojo. Los Daevitaen no pueden hacer eso. Una vez que son asesinados de nuevo, ya no pueden reiniciarse debido a que no quedan más energías en ellos, ni siquiera propia, ni un resto —explicó la bruja, ante la atenta mirada de Nora—. Y según lo que me ha contado mi nieta, el espíritu del alma dispuesta asegura que tú puedes morir una vez más y regresar otra vez.

Parpadeé y me alejé del libro.

—¿Y eso qué tiene que ver con que la muerte o yo lo elijamos?

—Podría marcar una diferencia. Un Daevitaen único desde su formación, con un tatuaje único y una habilidad única para no morir —puntualizó la anciana. Giró su cabeza hacia Nora y le hizo un gesto—. Tráeme el Libro de la Muerte.

Nora desapareció del comedor en un segundo y yo volví a alejarme mientras la anciana pasaba más hojas del libro que me había mostrado. Traté de no armar ningún juicio apresurado, pero me estaba resultando un poco difícil creer en sus disparatadas teorías, hasta ahora sin sentido.

—Existen leyendas —dijo Nora, regresando casi al instante. Cargaba un libro negro más viejo todavía que el suyo—. Este libro es un copilado antiquísimo de cosas que muchos brujos han podido averiguar de la muerte. Un gran brujo hace 1500 años, logró establecer contacto con ella y retenerla durante un tiempo después de que muriera un familiar. Como deben suponer, la muerte solo puede ser vista, en cualquier caso, por la persona que muere. Los brujos solo podemos sentirla cerca antes del momento y después, cuando se lleva el alma —contó ella, depositando el libro sobre la mesa. Una fina capa de polvo se levantó a su alrededor y no supe si venía de la superficie o de las hojas enmohecidas del libro de la muerte—. Todas las familias tienen una copia desde hace varios siglos y se lo han pasado los unos a los otros, como mi libro de hechizos. Se hereda, pero aún así yo nunca lo había relacionado con los Daevitaen de esta manera.

Nos volvimos a inclinar hacia delante cuando Nora empezó a pasar las hojas con apremio. Había marcado un lugar en específico con una cinta negra y levantó la mirada un momento antes de empezar a leer.

«Los elegidos por la muerte» —declaró a modo de título—. «Aquellas almas humanas elegidas por el señor de la muerte para hacer sus mandados en el mundo terrenal, son uno en mil millones. Son quienes pueden tocar a la muerte, hablar con ella y escucharla, además de recibir sus dones y sus mandamientos. No están vivos, pero tampoco muertos. Sus corazones están en manos del señor y responden con justicia ante él. Son sus protegidos y sus aliados, son sus ángeles» —recitó ella.

Fruncí el ceño y me volví a aferrar a Luca. Por supuesto, ella intentaba demostrar porque creía que yo encajaba con todo eso, pero no podía creérmelo así de fácil, porque, en primer lugar, yo no hablaba con la muerte. No la había visto ni una sola vez desde que me trajo de vuelta al mundo de los vivos y en todo este tiempo me acerqué tanto a situaciones en las que podría haberla encontrado que ya me parecía imposible.

—No creo... —empecé a decir, pero Nora y su abuela me chistaron al mismo tiempo.

—Aquí —dijo mi compañera, bajando el dedo por la hoja—. «La marca de la muerte» —anunció, y se me pusieron los pelos de punta—. «La muerte sella a sus ángeles de modo que no solo puedan ser reconocidos por ella, si no por todos los entes del otro mundo. No se ha visto jamás cómo es una marca, no existen registros de ella y la muerte no ha dicho tampoco cómo reconocerla. Todos los ángeles podrían tener la misma o en cambio, podría ser distinta para cada uno de ellos. Según la muerte, cada ángel tiene un trabajo y se redime a él. No se han encontrado ángeles de la muerte en los últimos quinientos años».

—Este libro, el nuestro —dijo la abuela, en cuanto Norita terminó—. Lleva en nuestra familia unos trescientos. Es decir, que quienes lo transcribieron, agregaron datos, como que, en los últimos quinientos años anteriores, no se encontraron noticias de ningún ángel de la muerte. Por supuesto, cualquier brujo sabe que puede ser tanto una leyenda como una verdad oculta ajena a nuestra realidad. No podríamos confirmar si realmente existen los ángeles o no, porque en los ochocientos años siguientes, en nuestras comunidades no se ha expandido una noticia como esa.

La anciana giró sus ojos hacia mi y los fijó en mi pecho, por donde, debajo de mi camisa del colegio, tenía el tatuaje.

—¿Ustedes creen que soy un ángel y que esta es la marca de la muerte? —dije, con un poquito de ironía. Sí, podía ser, pero también podía ser cualquier otra cosa.

Nora suspiró.

—Correspondería con lo que dijo Cassandra, con lo que habla de Daevitaen especiales elegidos por la muerte o por el mismo Daevitaen y no por su prenda, y por esto que especifica que la muerte sí elije personas. No me entra otra posibilidad en la cabeza que la de elegir Daevitaen para cumplir sus obras. Dice claramente: "no están vivos ni muertos". Solo puede referirse a Daevitaen. Los vampiros de sangre no entran aquí porque se deben a su creador, al vampiro mayor. Aquí, se deben exclusivamente a la muerte —contestó.

Finalmente, me dio algo en el pecho y sentí que me quedaba sin aire. Corrí una silla y me senté. Puse los codos en la mesa y la cara en las manos, para tratar de recopilar la información que sí me parecía cierta. Nora tenía un punto, que sonaba bastante creíble ahora, y no sabía cómo procesarlo.

—¿No hay una forma de comprobarlo? —preguntó Edén, de pronto frotándome la espalda.

La abuela de Nora carraspeó.

—Sí, matándola y viendo si vuelve —contestó la mujer, sin pelos en la lengua—. Pero estoy segura de que no quieren probar eso, ¿o sí?

Se me escapó un gruñido, pero después no supe si era mío o en verdad había sido Luca, que también se molestó por la sugerencia.

—No podemos arriesgarnos a eso teniendo doce almas a punto de ser entregadas a un demonio. Y eso es lo que estuve buscando también —contestó Norita, cerrando el libro de la muerte—. No sabemos a qué demonio pretende liberar y también creemos que este pobre idiota no tiene ni idea, como dijo Cassandra, de que usará su cuerpo y que él también irá al infierno apenas el demonio pise el mundo mortal. Los demonios viven relegados a un plano espiritual por una sola razón y dejar a uno suelto sería básicamente el apocalipsis —agregó. Saqué la cara de entre mis manos y la miré, frunciendo el ceño—. Sé que parece poco, pero para un demonio con un cuerpo, no sería difícil crear más caos y alentar a más personas a ofrecer más almas para dejar salir a otros. En un par de años, todos estaremos fritos y los brujos no podremos hacer mucho contra un demonio de alta calaña.

Traté de serenarme, me estiré y pensé que eso no sonaba tan mal después de ya saber lo que era un Daevitaen. Mi futuro seguía siendo incierto, sí, pero si tenían razón, probablemente no tendría que preocuparme por quedarme atrapada en la tierra, mientras se pudriera mi cuerpo.

Me tomé unos segundos, inspiré profundamente y decidí enumerar esa y demás cosas positivas de ser un ángel de la muerte, en cualquier caso. Todo eso significaba, al final, que la muerte me tenía estima, pero cuando traté de ver más cosas positivas, se me vino un mareo. Lo que se me ocurriera me resultaba confuso y no pude discernir qué estaría bien y qué estaría mal.

—Entonces... ¿qué quiere la muerte conmigo? —logré decir, porque al final, eso era lo más importante de todo. Si ella tenía un plan para mí, tenía que saber cuál era.

—No lo sabemos —respondió Nora—. Podría ser cualquier cosa, como evitar la entrega de las doce almas, y por eso te eligió a ti, justamente. O evitar que se hagan rituales de este tipo en general. Podría ser cualquier cosa.

Alcé una mano antes de que siguiera hablando y carraspeé.

—Nora, jamás he hablado con la muerte después de eso —le aclaré—. Si yo fuese un ángel, tendría que haberla visto antes. Como me recordaste tantas veces, maté gente. Gente de mierda, okay, pero la maté. Si tu libro tiene razón y ustedes pueden percibir a la muerte cerca, yo debería haberla visto, ¿o no?

Nora miró a su abuela. La vieja se encogió de hombros y de vuelta me pregunté porqué demonios confiaba en un par de brujas locas, cuya casa tenía un caldero en las hornallas de la cocina.

—Creo que la mejor forma de comprobar si eres o no una elegida por la muerte —dijo la abuela, entonces—, es hablando con ella.

Arqueé las cejas en su dirección y no contesté nada. La sugerencia me parecía, ya, el colmo. ¡Como si no lo hubiese pensado antes! ¡Como si fuese así de fácil!

—Sí, claro.

La anciana se inclinó hacia mí, con una expresión divertida.

—¿Has probado con llamarla? —dijo, quizás sabiendo cuál iba a ser mi respuesta. 

¿Mucha info de golpe, no? No se olviden que estamos llegando a los últimos capitulos!! Me da pena que se vaya a terminar tan pronto.
Ya casi llegamos también a las 900 mil lecturas! Todo gracias a ustedes ♡ espero que sigan apoyandola, votando, comentando y recomendando Suspiros para que alcance el millón pronto!

Momazo por aquí xD


Les parece si votamos escena?

-Serena y Edén debaten sobre su futuro (A)

-Los chicos conocen a la abuela de Nora (B)

¡Y las preguntas de hoy!:

¿Qué les ha parecido este giro en la historia? ¿Les gusta la idea de que Serena pueda ser una enviada de la muerte? ¿Porqué creen que la eligió?

Los leo ♡

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