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17. Restos del pasado

Restos del pasado


Mamá me sacudió, me golpeó suavemente las mejillas, pero yo seguí mirando la tele, la foto de Cassandra en la pantalla. Diecinueve años, oriunda de Victoria Avery, mi ciudad. Había desaparecido el viernes por la noche, asesinada probablemente ese mismo día, en el mismo lugar.

Reaccioné cuando mamá me gritó y me dijo que todo estaba bien, que esa no era yo. Pero para mi ese no era el problema. Yo ya había muerto una vez y sabía, en el fondo de mi alma, que Cassandra compartía más cosas conmigo que solo la puñalada en el pecho y el lugar de la muerte.

—Serena, vamos a la cama.

Negué con la cabeza, pero no me sentí bien como para ir al colegio. Me saqué el uniforme y me aovillé debajo de las sábanas mientras mamá me hablaba e intentaba calmarme. No le contesté, no tenía forma de explicarle lo que de verdad sentía. Había una mezcla de pánico, nervios e ira dentro de mí que no sabía cómo iba a controlar.

En algún momento, me dejó sola. Escuché que hablaba por teléfono en la cocina, pero me tapé con el acolchado y me mordí la mano para retener las ganas de gritar. Esa chica podría haber sido yo. En cierto modo, había sido yo; solo que Cassandra no había tenido una segunda oportunidad.

Maldije a mi asesino en silencio mil veces. Ya lo había hecho mucho durante los meses en los que lidiaba con mi condición, pero ahora que había ido por alguien más, más odio le tenía. Supe que no era ni la primera, ni Cassandra sería la última.

Y yo estaba ahí, pensando en todos los momentos en los que había querido encontrarlo y verle la cara; deseando hacerle pagar por lo que me hizo. Pero ahora que era real no sabía exactamente cómo reaccionar. Había recuperado parte de mi vida normal, me había olvidado de recorrer las calles de noche y hasta me había creído que esa podía ser mi realidad.

Me di cuenta de que no; de que quizás en cierto punto Nora tenía razón, porque yo no era ni normal, ni humana y ciertamente era la única que podía cazarlo. Si tenía que ser un monstruo, entonces, quizás lo sería. Con él sí; eso era lo que había querido desde un principio.

Salí de la cama cuando pude dejar de llorar —de odio, furia y tristeza— y enfrenté a mamá, que estaba sentada en la mesa del comedor. Su rostro estaba pálido. Me senté frente a ella y durante un momento, mientras levantaba su mirada hacia mí, me dieron ganas de explicarle todo, de contarle lo que había pasado y lo que era.

—Cariño —dijo, cortando mis idiotas intenciones, por suerte. Estiró una mano por encima de la mesa y se la tomé, entendiendo su gesto—. Hablé con la psicóloga, me asusté mucho —me confesó, casi con miedo a que me molestara, pero no lo hice. Yo había entrado en estado de shock o de pánico, no sé bien—. Quiere verte hoy, ¿estás bien con eso?

Me encogí de hombros. Todavía tenía la cara pegajosa por haber llorado y a pesar de que ya estaba decida a cobrar venganza a como dé lugar, estaba muy afectada.

—No hay manera de no ponerme mal —susurré—. Mamá, fue la misma persona, yo lo sé.

Ella empezó a negar.

—No. No, Serena, no. Pudo haber sido cualquiera. Es un descampado sin iluminación y muy solitario los fines de semana. Muchos deben usarlo para cosas distintas.

Otra vez, tuve ganas de decirle la verdad, de decirle porqué creía que no era una simple coincidencia. Me callé la boca, en cambio, y no la contradije; no tenía sentido ponerla más de los nervios. Con los míos era bastante.

—Quiere verte en la tarde, me dijo que era mejor que te desahogaras un rato ahora y que si necesitas llorar lo hagas —dijo mamá, que todavía sostenía mi mano—. Ya llamé al colegio también, no tienes de qué preocuparte.

—Estoy bien —contesté y me ocupé de no mostrar grandes signos de debilidad. No quería hacerla sufrir más de lo que ya hacía. Si lloraba, sería peor para ella. Después de todo, yo ya había soportado bastante sola, podía seguir con eso.

—Me dijo que no te dejara sola, así que llamé al trabajo y avisé que tampoco podía ir.

Arrugué la frente.

—Mamá...

—Esto no es broma, Serena —dijo, de pronto, endureciendo el tono de su voz—. Tú eres la prioridad de tu padre y mía. Si la terapeuta dice que debes quedarte en casa, tu padre se turnará conmigo mañana y si no vendrá tú tía o tu abuela. Pero no vas a estar sola.

—No voy a suicidarme, mamá —dije, captando entonces su posible preocupación—. Yo quiero vivir, quiero vivir y ser normal —Me solté de su mano y me puse lentamente de pie—. Y sé que he soportado todo esto sola, pero a veces estar sola no es malo. Te da tiempo a pensar.

—No estás bien —dijo mamá, poniéndose de pie también—. No estoy diciendo que vayas a suicidarte, pero soy tu madre y tengo que protegerte.

Me la quedé viendo, tratando de aceptar todo lo que me dijera. Yo prefería volver a la escuela mañana, pero eso iba a depender de lo que la psicóloga dijera. Lo mejor que podía hacer era calmarme y convencerlos a todos de que no era para tanto, que había sido cosa del momento.

—¿Me puedo ir a bañar? —pedí—. A ver si me relajo un poco.

Mamá asintió y me dejó ir.

Me metí bajo la ducha más determinada que nunca a guardar las apariencias para poder recuperar mi vida normal e ir con mi asesino lo más pronto que pudiera. Una vez que acabara con él, volvería a mis días tranquilos, enamorada de Luca y solucionando todos los problemas que Nora me había provocado. Solo así podría estar en paz.

—Y quizás... resuelva algo —me dije, mientras me lavaba la cabeza.

La muerte había dicho que yo tenía una prenda, algo que me impedía abandonar el mundo de los vivos; era algo que tenía que arreglar. Hasta ahora, no había descubierto ninguna posible respuesta para ello, ninguna en la que de verdad creyera, pero como en las películas se decía que los fantasmas a veces no abandonaban el mundo por sus muertes violentas y porque sus casos habían quedado impunes, podía ser lo mismo para mí. Considerarlo hubiera sido lo más obvio, pero la realidad es que siempre había buscado a mi asesino porque deseaba devolverle el golpe.

—Lo voy a encontrar —afirmé—. Y lo voy a matar.

Y no pensaba robarle su energía, no. No era suficiente después de lo que me había hecho, a mí y a Cassandra. Iba a matarlo de la misma manera en la que había acabado con nosotras.

Como no había hablado con Luca desde el día anterior, él me esperó a la salida del colegio en el mismo lugar en donde bromeamos sobre los apuntes de Historia. Estaba preocupado y yo no lo culpaba. Había faltado a clases y no le había enviado ni un mensaje, pero tenía mi razón de ser: no quería hablar del tema que me había hecho quedarme en casa por teléfono. Quería hablarlo en persona.

—Me asusté, ¿qué pasó?

Le di un beso en la mejilla y empecé a disculparme.

—Tuve una pequeña crisis —empecé—. Lamento no haberte enviado mensajes. No quería alterarte.

Luca me tomó la mano, para pasarme energía, pero yo no la necesitaba.

—Me altero igual. Faltas a clase y no me hablas en todo el día y yo pensando que quizás está todo bien y no tengo que ser paranoico, o que quizás está todo mal y por eso no me mandas mensajes —medio que se quejó.

Le apreté la mano y lo miré con una expresión de sincera disculpa.

—Tuve que ir a la psicóloga y fue agotador.

—No te tocaba psicóloga ayer —indicó.

Apreté los labios.

—¿No viste las noticias? —Luca negó, con los ojos como platos, entre sorprendido y curioso por la pregunta. Obvio, para él, entre las noticias y mi psicóloga no podía haber relación alguna. Volví a apretar su mano y tragué saliva—. Encontraron a una chica muerta en el descampado donde me asesinaron.

Se puso pálido en un solo segundo. Pude sentir a través de sus dedos cómo su energía había cambiado. La ansiedad le subió hasta el pecho y estuve segura de que pudo dilucidar a qué me refería con que sí había una relación entre todo eso.

—¿Cómo?

—La mataron —dije—. La asesinaron con una puñalada en el pecho. Igual que a mí, en el mismo lugar —gemí.

Luca volvió a negar con la cabeza, mientras intentaba encontrar las palabras. Balbuceó un poco, hasta que me soltó la mano y me aferró los hombros.

—No es lo que estás pensando —me dijo, leyéndome la mente. Su respiración se normalizó con esfuerzo y también tragó saliva—. Serena, es una coincidencia.

—No —dije, mordiéndome el labio inferior. Hubiera querido sonar más firme, pero verlo así me desarmó a mi también. Estaba por ponerme a llorar como ayer, otra vez, después de todo el trabajo mental que había hecho para no derramar lágrimas delante de la terapeuta—. No lo es.

—No tienes manera de asegurarlo —contestó, conteniendo la voz.

—Sé que es él.

—Serena... —gimió—. ¿Y qué vas a hacer, si ese fuera el caso, eh? —añadió, con un tono más bajo y apenado.

—Voy a ir a matarlo —contesté, esta vez con simpleza. Ni siquiera me costó decirlo—. Después de todo, eso era lo que quería hacer en un principio. Pueda que esa sea mi prenda y mi forma de terminar con el asunto de mi alma atrapada en este mundo.

—Tu prenda podría ser cualquier cosa —me retrucó, atrayéndome hacia él—. No tienes ni certeza de que él sea tu asesino, ni de que sea tu prenda, ni de que te vaya a dar paz.

—No, pero quizás a Cassandra sí —repliqué—. O a las que haya matado antes, o a las que seguirán. Porque he cazado a tantos como él que sé que nunca se va a detener. ¿Cuál es la diferencia con cazarlo a él con todos los que atrapé antes?

Se quedó callado y aflojó el agarré que tenía en mis hombros. Me miró a los ojos durante un largo minuto y aunque creí que podría soportar el peso de todos sus sentimientos en sus orbes, no pude hacerlo. Luca lo sentía tanto por mí, le dolía tanto lo que yo era y a lo que estaba condenada que ni siquiera creía que lo mejor era contradecirme. Bajé la mirada y otra vez contuve las ganas de llorar.

—Creo que primero deberías asegurarte que es él. Y no lo digo porque un asesino valga menos que otro —murmuró y luego suspiró—. No sé si es la frase correcta para decirlo, en realidad, pero... Creo que no es bueno para ti que te obsesiones con él. Si no lo atrapas, en algún momento tendrás que dejar ir esa idea. La justicia por lo que te hizo llegará de algún modo.

Tomé aire, profundamente, y negué.

—Esta vez lo voy a atrapar.

—¿Vas a salir todas las noches? —murmuró.

—Las que sean necesarias.

—¿Y cuándo lo encuentres...?

Miré un punto fijo en la pared por detrás de su hombro, para evitar sus ojos.

—No puede hacerme daño. La más peligrosa ahora soy yo. En eso Nora sí tiene razón.

No volvió a decirme nada. No quise tampoco pensar demasiado en lo que había comentado; no pensaba dejar que eso se convirtiera en una obsesión porque iba a encontrarlo antes. Pero no tenía ni idea de cómo y esa era mi principal traba.

Luca me acompañó a casa y nos despedimos con un abrazo cálido. Me pidió que me lo tomara con calma, nada más. Pero esa noche, a pesar de todo, lo primero que hice cuando mamá y papá se durmieron, fue saltar de mi ventana.

Brinqué por los techos de las casas, yendo directo al barrio de Silvana, Hochtown, y de allí a la zona de fábricas, despoblada a esas horas. El descampado tenía una cinta policial y se me revolvió el estómago al imaginar cómo hubiese sido si en cambio me hubiesen encontrado a mí.

Un móvil policía estaba aparcado en la acera, cuidando de la escena del crimen. Yo suponía que ya habían hecho rastrillajes y las convenientes investigaciones, pero la verdad es que pensé que lo encontraría desierto.

Estuve un buen rato sobre el techo de una fábrica, escudriñando el lugar con la mirada. Mi asesino no iba a aparecer por allí, eso era seguro, pero yo quería acercarme para buscar pistas. Después de todo, la última vez que había estado ahí, apenas revivida, no había prestado mucha atención a mi alrededor.

Cerca de las tres de la mañana, bajé del techo, rodeé el descampado y decidí ingresar por la parte trasera del mismo, más bien lejos de donde yo había sido asesinada y lejos de dónde estaba la cinta policial.

Caminé por entre los pastos secos, la basura y los profilácticos olvidados, con el estómago revuelto, aunque me esforzaba por estar derecha y a la altura. Yo ya había estado en lugares peores y con peores hombres. «Ya pasaste por esto», me dije, para animarme y recordarme lo fuerte que era. Pero no podía evitar llegar a la obvia conclusión de que había pasado por eso porque ya había sido asesinada.

A medida que llegaba a la cinta policial, me esforcé por reconocer mi propia primera tumba. No podía establecer dónde había sido. Los pastos estaban aplastados en muchos lugares, había ropa rota, pañales sucios y cosas asquerosas por todas partes. Giré sobre mi misma, pero me sentí perdida.

Podía haber sido ahí, metros más allá o en el mismo lugar donde había sido asesinada Cassandra. Decidí tragarme las nauseas y caminé hasta la cinta, un poco agachada, porque unos veinte metros más allá, sobre la acera, estaba el móvil policial. Dudaba que pudieran verme con tan poca luz, pero mejor valía prevenir.

Pasé por debajo de la cinta. El lugar no diferencia mucho del resto del descampado. Solo que allí ya se habían llevado todo lo que correspondía con el último asesinato y, si hubiese alguna pista del mío, seguro también la habían recolectado.

Me agaché, donde el suelo estaba más oscuro, con la ligera sensación de que era pura sangre que la tierra había absorbido. Bajé la mirada con el recuerdo de la voz de la muerte en mi cabeza, hablando sobre la energía, sobre mi propia lucha por sobrevivir. Me pregunté si Cassandra había luchado, si ella habría tenido alguna prenda, si ella estaría atrapada en la tierra como yo, o no.

Estiré los dedos y los puse en la tierra oscura. Efectivamente sí era sangre, pero no fue por el color por lo que estuve segura. Había energía en esa macha, residual, como la que había quedado en mi cuerpo después de la puñalada. Era el resto de Cassandra, lo único que quedaba allí. Tuve una sensación agonizante de dolor, una opresión en la garganta y un miedo atroz. Pero no era mío. Podía parecerse a mi propio miedo de aquella noche, pero no era igual.

Retiré los dedos y cerré la mano en un firme puño. Aun cuando no hubiésemos sido asesinadas por el mismo hombre, ella había podido comprenderme. Yo la comprendía. Existía una conexión entre Cassandra y yo.

Me levanté y decidí marcharme por donde había venido. Pasé por debajo de la cinta y me di cuenta de que me desvié un poco por entre los matorrales. Caminé por unos metros más allá del camino inicial que había tomado. Me frené cuando encontré una bota en el suelo. Pude reconocerla y me atraganté. Era mi propia bota. La que había perdido ese día.

No la toqué, no me moví. No pude hacerlo. Mi mente estaba tratando de establecer todas las imágenes que cabían en mi cerebro de aquel momento; pero no había más que las que tenía siempre en la cabeza, desordenadas y torcidas, poco claras.

Temblé en mi lugar y al final di un paso hacia delante, esquivándola. La sentía tan lejana, tan fría, tan... muerta. Por alguna razón, esa bota era una extensión de mí, la que había muerto ese día.

No era la primera vez que diferenciaba entre la Serena actual y la anterior, pero sí era la primera vez que realmente sentía que estaba viendo a la Serena anterior muerta, como si fuese alguien totalmente ajeno a mí, a quien ya no reconocía y a quien no volvería a ser jamás, ni aunque tuviese una vida normal.

Di otro paso y no pude evitar mirar hacia abajo. No había nada más que apuntara que ese había sido el lugar donde había exhalado mi último suspiro. No había restos de sangre, porque había pasado mucho tiempo; tampoco restos de la ropa que se me había roto. Pero yo sabía que había sido ahí. En ese pequeño espacio, varios metros más allá de la cinta policial, estaba mí escena del crimen, apartada, olvidada, tan clandestina y penumbrosa como lo que quedaba de mi en ese momento.

Miré el cielo, porque era lo último que había visto al morir; también lo que había visto durante horas antes de que la muerte viniera. Las estrellas habían sido mis únicas compañeras y todavía ahí estaban, mirándome con pena. Mis únicas luces en toda esa oscuridad.

Bajé la mirada y pensé en la muerte una vez más. De vuelta allí, casi me parecía que la vería en cualquier momento. Dudaba que eso fuese a suceder, que fuese a darme más pistas, porque quizás ella solo podía ser vista cuando debe ir por ti.  Como era mi caso, no a menos que volviera a ese punto, me quedaba encontrar las respuestas sola.  Con suerte, con la ayuda de Luca podría hacerlo, pero bien sabía que no podía involucrarlo en el asesinato de una persona, aunque esa persona fuese una mierda.

Giré lentamente, lamentando lo que estaba por hacer, porque me daba más miedo que todo lo que ya había visto. Era regresar de verdad a ese punto culminante y, aunque sabía que no estaba preparada, no tenía otra opción.

Me agaché delante de la bota y estiré una mano. Solo me detuve a unos escasos centímetros, dudosa, antes de continuar. Aún quedaba algo de la antigua Serena y solo podía contar con ello. 


¡Gracias por estar aquí otra vez!

Vamos con las preguntas del día de hoy: 

¿Creen que Serena tiene razón o, en cambio, que tiene razón Luca con respecto a cazar a su asesino? ¿Ustedes que harían en el lugar de Serena? ¿Sería venganza o justicia?

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