Reto #4
Los ojos de Emma se dirigieron a la puerta principal, que se abrió con un chirrido resonante. Sintió un escalofrío; el monstruo había vuelto.
El monstruo era una figura imponente y grotesca que se alzaba en la penumbra. Sus ojos eran dos pozos oscuros que destilaban una ira inhumana. Su boca estaba deformada por un grito eterno, dejando escapar un aliento caliente y fétido que llenaba el aire con un olor nauseabundo. Su piel era de un tono grisáceo y cubierta de cicatrices que parecían palpitar con vida propia.
Emma se oculto debajo de la mesa del comedor. Intentó no hacer ruido mientras se acomodaba, y en su cabecita formaba un plan para escapar del monstruo sin ser vista.
Su presencia absorbió toda la luz de su hogar y sumió el lugar en una manta de oscuridad opresiva. Cuando el monstruo llegó al final del pasillo, dirigió su mirada directamente hacia Emma. La había encontrado.
Sus ojos brillaron con un fuerte color rojo, reflejando la furia en su interior, y su grito resonó con tal intensidad que el corazón de Emma se detuvo por un instante. El monstruo comenzó a acercarse peligrosamente, sus pasos resonaban como tambores de guerra.
El miedo se apoderó de Emma, y sin pensarlo, salió de debajo de la mesa para correr. Mientras subía las escaleras, los gritos desgarradores del monstruo se acercaban.
Con un último esfuerzo, se lanzó a su habitación, cerró la puerta y giró el seguro con manos temblorosas. La calma duró un instante antes de que los golpes brutales sacudieran la puerta. El monstruo gritaba su nombre, con un rugido que parecía rasgar el aire y helar su sangre.
Emma retrocedió con lágrimas de terror hasta chocar con su armario. Se metió y cerró la puerta con cuidado, tratando de no hacer ruido. Se escondió en el rincón más oscuro. Los rugidos y golpes del monstruo llenaban la casa, y Emma se cubrió los oídos con las manos, intentando bloquear el ruido.
La madera de la puerta crujía. Cada impacto hacía latir su corazón más rápido, y el sudor frío cubrió su frente. Sabía que la puerta no aguantaría mucho más.
El sonido de las bisagras cediendo y la madera astillándose llenaba el aire, cada vez más cerca y aterrador. Emma se acurrucó al fondo del armario, rezando como su abuelita le había enseñado para que la puerta aguantara un poco más.
Pero los golpes cesron de forma repentina a la vez que un grito familiar la hizo abrir los ojos de golpe. Era la voz de su madre, fuerte y decidida.
—¡Déjala en paz! —gritó su madre con una valentía que Emma siempre había admirado—. ¡No te atrevas a tocar a mi hija!
El monstruo rugió, pero los golpes cesaron. Emma sintió alivio y culpa. Sabía que su madre luchaba por ella, soportando la ira del monstruo para protegerla.
Quería ayudarla, pero el miedo la paralizaba, escondida en el rincón más oscuro del armario. Deseaba que todo terminara y que el monstruo volviera a ser su padre, el hombre que la hacía reír y la llenaba de amor.
Emma escuchó un crujido detrás de ella, un sonido que no había notado antes. Pensó que podría ser un ratón, pero el ruido era demasiado constante. Con el corazón latiendo con fuerza, se giró lentamente, tratando de no hacer ruido.
En la penumbra del armario, sus ojos se adaptaron y distinguió una figura grande y encorvada.
—¿Hola? —susurró Emma, su voz temblando ligeramente.
La figura se movió, revelando a una chica con un bonito vestido blanco. La tela brillaba suavemente en la oscuridad, como hecha de luz de luna. Emma parpadeó, sorprendida por la aparición.
No se asustó, pues estaba maravillada con el vestido. Tenía delicados bordados de flores y hojas, y caía en suaves pliegues.
—¿Eres una Ada? —preguntó Emma.
Esta le sonrió. Su cabello, largo y ondulado, caía en cascada sobre sus hombros, y sus ojos brillaban con una luz cálida y tranquilizadora. La chica tenía un aire etéreo, casi mágico, que hacía difícil creer que fuera una persona común.
Soltó una risa ligera, que sonó como campanillas en el aire, llenando el armario con una sensación de calma y seguridad.
—¿Por qué piensas eso? —preguntó la chica con voz suave y melodiosa.
Emma se encogió de hombros, sintiéndose un poco más valiente con cada palabra.
—Porque eres muy bonita y apareciste de la nada.
Se acercó un poco más a Emma. El aire a su alrededor parecía más ligero, y Emma sintió que podía respirar un poco más fácilmente.
—Eres una niña muy inteligente. Me has descubierto. Pero nadie más debe saber que estoy aquí, es un secreto.
La pequeña niña sonrió y sello sus labios con un sierre imaginario. Prometiendo no revelar que una bonita Ada se escondía dentro de su armario.
—Mi nombre es Isolde. ¿Cómo te llamas?
—Emma —respondió ella.
Apesar de batalla campal que se desataba fuera de su habitación, Emma sintio una extraña calma al lado de Isolde. Su presencia era como un bálsamo para su alma, y por primera vez en mucho tiempo, Emma sintió paz en su mundo roto.
* * *
Emma e Isolde se volvieron inseparables. Cada día, Emma se escabullía al armario para estar con su nueva amiga. Conversaban durante horas, compartiendo historias y secretos. Emma encontraba en Isolde una fuente de consuelo y fortaleza desconocida.
A menudo, Emma le llevaba comida a Isolde. Al principio, le ofrecía frutas y dulces, como en los cuentos de hadas. Pero Isolde siempre los rechazaba con una sonrisa amable.
—Cada hada es diferente, Emma. Yo necesito otro tipo de alimento para mantener mi fuerza.
Isolde prefería la carne cruda que Emma robaba del refrigerador y los insectos que cazaba en el jardín. Aunque al principio le pareció extraño, Emma aceptó las peculiaridades de su amiga sin cuestionarlas.
A veces, Isolde la acompañaba al patio. Emma se aseguraba de que su amiga tuviera un lugar oscuro donde esconderse, como detrás de arbustos o en las sombras de los árboles. Ambas jugaban a aventarse la pelota y otros juegos, riendo y disfrutando de la compañía mutua.
Un día, Isolde la acompañó a la escuela. Durante el recreo, Emma fue a su rincón favorito bajo un gran árbol. Isolde apareció discretamente, ocultándose entre las ramas bajas y las hojas densas.
Emma se sentó en el suelo, mirando a su amiga con curiosidad y admiración.
—Isolde, ¿cómo es tu mundo? —preguntó Emma, sus ojos brillando con interés.
Isolde sonrió, sus ojos brillando con un destello etéreo que parecía iluminar incluso las sombras más profundas.
—Mi mundo es muy diferente al tuyo, Emma —respondió con voz suave—. Está lleno de luces y sombras, y las criaturas que viven allí son tan variadas como las estrellas en el cielo.
Emma asintió, fascinada por las palabras de Isolde. Podía imaginar un lugar lleno de misterios y maravillas, un mundo que parecía sacado de los cuentos de hadas que tanto le gustaban.
—¿Y tus poderes? —continuó Emma, inclinándose un poco más hacia adelante—. ¿Cómo es que eres tan fuerte?
—Mi fuerza proviene de la energía que absorbo de mi entorno. Los lugares oscuros y tranquilos me dan poder, y la carne cruda y los insectos me ayudan a mantenerme fuerte.
—Si yo como carne cruda como tu, ¿me volvere fuerte?
—No, si lo haces tu pansita dolera.
Emma se quedó mirando a Isolde, procesando sus palabras, cuando de repente escuchó una risa burlona detrás de ella.
—¡Miren a Emma, hablando sola como una loca! —dijo Clara, una de sus compañeras de clase, mientras se acercaba con un grupo de niños.
Emma se sonrojó y bajó la mirada, sintiendo una mezcla de vergüenza y tristeza. Isolde, aún oculta entre las ramas, observó la situación con preocupación.
—Emma, no te preocupes —susurró Isolde, su voz tranquilizadora—. No todos pueden verme.
Emma asintió ligeramente, sintiendo un poco de consuelo en las palabras de su amiga. Se puso de pie y se enfrento a Clara con valentía.
—No estoy hablando sola —dijo Emma, levantando la cabeza—. Estoy hablando con mi amiga Isolde. Solo porque tú no puedas verla, no significa que no esté aquí.
Clara frunció el ceño, confundida y un poco molesta por la respuesta de Emma.
—¡Eso es ridículo! —exclamó—. No existe ninguna Isolde. Estás inventando cosas.
Clara empujó a Emma, haciéndola caer al suelo. Emma sintió un dolor agudo en sus rodillas al impactar contra el pavimento, y las lágrimas brotaron, nublando su visión. El mundo a su alrededor se llenó de risas crueles y burlonas.
—¡Miren a la llorona! —se burló Clara, inclinándose sobre Emma—. ¿Vas a llorar por tu amiga imaginaria?
Emma intentó levantarse, sus manos temblorosas buscando apoyo en el suelo rugoso. Pero antes de que pudiera ponerse de pie, Clara la empujó de nuevo, con más fuerza, haciendo que cayera de espaldas. El dolor se intensificó, irradiando desde su trasero hasta sus codos raspados.
Isolde, oculta entre las ramas del árbol, observaba la escena con furia. Sus ojos, normalmente brillantes y amistosos, se oscurecieron, volviéndose negros como la noche. Su piel, antes luminosa y cálida, se tornó pálida como el mármol, y sus uñas crecieron, transformándose en garras afiladas que reflejaban la luz del sol.
Emma, aún en el suelo, inspiró profundamente, tratando de calmar el temblor en su pecho, pero las palabras de Clara seguían resonando en su mente, llenándola de tristeza y humillación.
Las palabras de Clara la atravesaban como cuchillos, cada burla más dolorosa que la anterior. Intentó mantenerse firme, pero el miedo y la tristeza la vencían. Clara se inclinó más cerca, su rostro lleno de malicia, disfrutando del sufrimiento de Emma.
—Vamos, Emma, ¿dónde está tu amiguita ahora? —dijo Clara, su voz goteando sarcasmo—. ¿No va a venir a salvarte?
Antes de que Clara reaccionara, una sombra se movió rápidamente entre las niñas. Isolde, con velocidad y precisión sobrenaturales, se interpuso entre Emma y Clara. Sus garras, brillando con una luz siniestra, reflejaban la furia en sus ojos oscuros. Isolde extendió una mano y tomó a Clara del brazo. Sus garras penetraron la piel de Clara con facilidad, como cuchillas afiladas
El grito de dolor de Clara resonó en el aire, sus ojos llenándose de lágrimas mientras sentía cómo su brazo se rompía bajo la presión de las garras de Isolde. El dolor era insoportable, y Clara cayó de rodillas, su rostro contorsionado por la agonía.
Los otros niños, paralizados por el miedo, observaron la escena con horror. Algunos corrieron lejos para pedirle ayuda a la maestra, mientras otros se quedaron inmóviles, incapaces de apartar la vista del terrible espectáculo.
Emma se quedó inmóvil, sus ojos fijos en Clara y su brazo roto. El asombro la invadió, incapaz de procesar lo sucedido. Sabía que Isolde era fuerte, pero jamás imaginó que pudiera ser tan poderosa y aterradora. La imagen de su amiga, normalmente bonita y delicada, transformada en una figura de furia y fuerza, la dejó sin aliento.
El miedo se mezclaba con la sorpresa en su corazón. Ver a Clara llorando y sosteniendo su brazo roto le provocaba inquietud. ¿Cómo podía un hada tan hermosa causar tanto daño? La dualidad de Isolde, capaz de ser protectora y destructora, era algo que Emma no había previsto.
A pesar del miedo y la confusión, Emma no se sentía completamente mal. Una parte de ella se sentía aliviada y agradecida. Clara la había atormentado durante tanto tiempo, y ver a su agresora enfrentar las consecuencias le daba una extraña sensación de justicia. Emma sabía que no era correcto disfrutar del sufrimiento ajeno, pero no podía evitar sentir consuelo al ver que alguien la defendía con tanta ferocidad.
Esa noche, Emma se sintió más valiente que nunca. Cuando el monstruo llegó y trató de atacarla, no corrió a esconderse en su armario. En lugar de eso, se quedó sentada en la alfombra de su habitación, pensando en lo sucedido con Clara y la presencia constante de Isolde mientras su madre y el monstruo luchaban a gritos en la cocina. Seguramente era porque la habían expulsado de la escuela.
Isolde apareció a su lado, iluminando la habitación con una luz suave. Se arrodilló junto a Emma, sus ojos llenos de preocupación y arrepentimiento.
—Emma, lo siento por lo de hoy. A veces, es necesario defendernos antes de ser lastimados —dijo Isolde, su voz firme pero comprensiva—. Eres una niña buena, Emma, y no mereces sufrir.
Emma asintió lentamente, comprendiendo las palabras de Isolde. Aunque la idea de causar daño le resultaba difícil de aceptar, sabía que su amiga tenía razón. A veces era necesario defenderse, incluso si eso significaba tomar medidas drásticas
—Gracias, Isolde —dijo Emma, su voz llena de gratitud.
Isolde sonrió, su expresión llena de cariño.
* * *
Por primera vez, Emma se sintió valiente y decidida. Bajó las escaleras con calma, su corazón latiendo con fuerza pero sin miedo. Abrió la puerta de la cocina, donde sabía que encontraría al monstruo.
—Hola, papá —dijo Emma, su voz firme y clara.
El monstruo, se dio la vuelta lentamente. Sus ojos brillaban con furia contenida, y un rugido profundo emanó de su garganta, oscureciendo todo a su alrededor. La luz de las bombillas se desvaneció, sumiendo la cocina en una penumbra inquietante.
Emma sintió un escalofrío, pero no retrocedió. En ese momento, escuchó la voz de su madre, suave y preocupada, rompiendo el silencio.
—Emma, por favor, vete —suplicó su madre desde algún lugar en la oscuridad.
Emma miró alrededor, tratando de localizar a su madre, pero la oscuridad era impenetrable. A pesar de las súplicas, sabía que no podía irse. No esta vez. Emma le sonrió al monstruo, sin importarle enfurecerlo más. Había una determinación en sus ojos que no había sentido antes. Levantó su mano con firmeza, señalando al monstruo.
—Isolde —llamó Emma, su voz resonando con una mezcla de valentía y desafío—. Este es el monstruo gritón del que debes defendernos a mí y a mi mamá.
El monstruo rugió con furia, su voz reverberando en las paredes y haciendo temblar los muebles. La oscuridad a su alrededor se intensificó, como respondiendo a su ira. Pero Emma no retrocedió. Sabía que Isolde estaba cerca, lista para protegerla.
La temperatura descendió rápidamente, y el aire se volvió denso y helado. El monstruo, confundido y desorientado, miró a su alrededor sin entender lo que ocurría. La oscuridad que había creado comenzó a disiparse, reemplazada por una neblina gélida que envolvía la cocina.
De repente, el monstruo retrocedió asustado al ver a Isolde. Ella flotaba en el aire, transformada en una visión aterradora. Su piel, pálida como la nieve, contrastaba con la oscuridad. Estaba tan delgada que sus huesos se marcaban bajo la piel. Sus uñas, rojas y largas como garras. Pero lo más aterrador eran sus ojos, negros como la noche.
Isolde avanzó lentamente hacia el monstruo, su presencia imponente llenando la habitación. Cada paso intensificaba el frío, y el monstruo, antes temido, ahora temblaba de miedo.
El monstruo intentó rugir, pero su voz se quebró en un gemido de terror. Retrocedió más, sus ojos llenos de pánico al ver a Isolde acercándose.
Isolde, con determinación feroz, se lanzó hacia el monstruo. Su figura etérea se movía con velocidad y precisión sobrenaturales, y en un instante, estaba sobre él. El monstruo intentó defenderse, pero la fuerza de Isolde era imparable.
El monstruo rugió de dolor y furia, pero sus gritos se apagaron lentamente mientras Isolde lo sometía. La escena era aterradora mientras perforaba el pecho del hombre con sus garras. La madre de Emma, miraba con horror dicha escena, sus gritos llenando la habitación mientras veía la terrible escena.
Emma, sin embargo, se mantuvo en su posición, observando con una mezcla de calma y satisfacción. Sabía que el monstruo ya no las molestaría más.
* * *
Al contemplar el cuerpo sin vida de su esposo y el charco de sangre en el suelo de madera, se dejó caer, llorando desconsoladamente. Sus sollozos llenaban el aire, una mezcla de miedo, y preocupación por su hija. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras intentaba procesar lo sucedido. Cada lágrima reflejaba su dolor, culpa y desesperación.
—Gracias, Isolde, por habernos ayudado a vencer al monstruo —repitió Emma, su voz resonando con una sinceridad que solo un niño puede expresar.
Se volvió hacia su madre y le acarició la mejilla, limpiandole sus lágrimas. Sus ojos, llenos de inocencia y valentía, buscaban los de su madre, tratando de transmitirle fuerza.
—Mamá, ya estamos a salvo —dijo Emma, su voz suave y reconfortante—. El monstruo ya no puede hacernos daño.
La madre de Emma lloró más fuerte, su cuerpo temblando con cada sollozo. Sabía que todo era su culpa. Debería haberse ido cuando su esposo dejó de ser el hombre amoroso que conoció y se convirtió en un monstruo que dañó a ella y a su hija. Debería haberla protegido mejor. La culpa la consumía; cada sollozo era un recordatorio de su fracaso.
Emma abrazó a su madre, tratando de consolarla. Sentía su temblor y escuchaba sus sollozos, pero sabía que debía ser fuerte por ambas. El calor de su abrazo era un refugio, un oasis de paz en medio del caos.
—Mamá, ya no debes llorar —dijo Emma, su voz suave y tranquilizadora—. Ahora, sin el monstruo, seremos felices.
La madre de Emma intentó calmar su llanto, pero las lágrimas seguían cayendo. Solo podía fingir calma mientras abrazaba a su hija, sintiendo el calor y la seguridad en ese abrazo. Era un momento de conexión profunda, donde el amor y el dolor se entrelazaban.
—Sí, Emma —respondió su madre, su voz temblorosa—. Ya podremos ser felices.
Se abrazaban mientras las sirenas de la policía se acercaban. La madre de Emma sabía que debía actuar rápido. Con manos temblorosas, le quitó la pistola a Emma, asegurándose de que estuviera fuera de su alcance antes de que llegara la policía. Sabía que el futuro era incierto, pero en ese momento, lo único que importaba era la seguridad de su hija.
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