Existe un lugar, supuestamente remoto, donde nadie nunca ingresó, pero he logrado descubrirlo. Creció en mí, como brotes de flores, en lo más profundo, donde nunca nadie vio. Cerré mis ojos al mundo y le abrí paso al lugar lejano, que, lejos de escombros y cenizas, es un lugar precioso y fantasioso. Quizás nadie nunca supo de él, pero un niño, cuya imaginación se abre paso en su mente, es capaz de ver aquello que el adulto teme.

Vi a la reina, con una gran corona dorada, llevando en su mano un cetro, cuya figura de corazón yacía en la punta de aquel bastón de oro, con piedrecitas preciosas, lleno de color y vida. Un vestido pomposo, digno de ella. Sus ojos, en lugar de carbón, brotes de gemas verdes. Labios carmesí, como la misma sangre que en sus mejillas corre, y aquellas grandes, majestuosas y brillantes plumas de sus alas, abrigando a sus criaturas, unas que buscan refugio del enorme sol que ya hace arriba en el cielo azul. Vi también aquella enorme belleza, unas que buscan un castillo reluciente y platinado como las cristalinas aguas que corren a un costado del mismo. Ventanas limpias, con detalles artísticos impresos en ellas, un camino que conduce a la entrada, con rocas de arcoíris y un laberinto de rosas blancas.

Al otro lado, había un pequeño elfo, brindando servicios a un hada de alas violetas semi-transparentes, con la piel como la sal y rellenita como un conejillo esponjoso. Sus casitas, como los hongos que nacen al pie de un árbol, una belleza creativa y sin igual, pequeñas criaturas que dan vida al bosque del Encanto. Una serpiente enroscada, con su pequeño cascabel titilando de un lado a otro, con un pequeño duende sobre su cabeza, quien estaba amaestrando a su reptil protector, uno que brindaría lealtad a su reina: el ángel blanco del castillo de platinos.

Un tucán, siendo coloreado por otra de ellas, con aquel pico como una banana encorvado, manso al mandato del dueño. Y de color azabache, tan limpio y brillante a la exposición del sol. Las flores que salen desde lo más bajo florecen hoy en día, abriendo sus botones y trayendo su alegría. Ya no son aquellas pequeñas criaturas; hoy somos iguales en corazón y altura.

Aquel niño las observó, sonriendo al presenciar tanta maravilla. ¿Por qué el adulto a su lado jamás las miró? Quizás por despiste o porque está ciego al mundo. Hasta que el pequeño levantó su mirada, justo al frente; estaba aquella pequeña hada, quien sonrió al mirarlo, porque para ella el ser gigante también fue una maravilla. Esparció algo en el rostro del pequeño Marco, parecido al polvo que la tierra levanta, y después, solo vio oscuridad.

Yo también me pregunté, ¿por qué nadie las notó? En mi niñez las vi, y crecí con ello en la mente. Hoy, gracias a ello, soy quien soy, y continúo viéndolas de vez en cuando. ¿Por qué todo cambia para el que crece? ¿Por qué no seguir mirando a través de aquellos ojos infantiles? ¿Por qué todo se complicó en un abrir y cerrar de ojos?

Esto es así, para todos los demás, menos para mí, que hoy estoy narrando mi historia, y la de aquel pequeño niño, Marco.

Cuando abrió sus ojos, estaba en aquella construcción, rodeado de cuatro paredes y envuelto en su caliente cobija, aturdido por tal razón. Se levantó, vio por su ventana y se dio cuenta de que todo fue un sueño de fantasía.