Me senté en una pequeña silla de madera, una que teníamos en la cocina de la casa. Estaba frente a frente con la persona que antes creía sana. La vi a los ojos, un reflejo de antaño, un reflejo de lo pasado, de lo que antes era y que, posiblemente, hoy ya ni exista.

Vi su rostro y le pregunté: "¿Por qué has venido? ¿Qué deseas ahora que tu tiempo se ha agotado?"
Viéndome fijamente, sin parpadear y sin titubear un solo momento, respondió: "Pensé que me extrañabas. ¿Ya no deseas verme? ¡Qué melancolía!"

Pensé que lo decía en serio, que su corazón estaba fracturado, hasta que su tono de voz, burlesco y sarcástico, me hizo reflexionar respecto a ella. Ni siquiera estaba arrepentida. ¿Acaso regresó para quedarse? ¡Eso no lo puedo permitir!

La miré con seriedad. No la deseo aquí conmigo, solo problemas ha causado, y como consecuencia, mis seres más cercanos recibieron el daño por no poder controlarla. Sea cual sea su razón de volver, ya no deseo oírla.

Cualquier cosa que diga ahora está cien por ciento errada. No puede regresar como si nada. ¿De dónde habrá sacado que aquí se la extrañaba? Nada de eso es cierto.

Tomé valor, levanté la cabeza y le hice frente. Repetí aquella palabra que tanto ella temía, y le dije: "Renacimiento". Eso fue suficiente. Con solo la mención de aquella palabra, ella se levantó y huyó muy lejos. Sonreí con soberbia entonces, una sonrisa que, por última vez, utilizaría, pero en contra de mi "yo" de antaño. Porque ahora he tratado de hacer lo mejor que puedo, ahora deseo ser alguien de bien, olvidándome por completo de lo que antes fui y de lo que ya no deseo ser. La nueva me acompaña ahora, y es honesta, leal y pulcra, llena de valores y amor propio, alguien que espero esté para mí hasta que estos días acaben, hasta que aprenda a ser cada día una mejor persona. Porque ya no deseo ser aquella que antes fui.

Porque yo, yo renací.