PRISIÓN ABIERTA.
¡Qué cosas las que suceden a medida que la vida avanza!
Un día corrí a través de largas veredas, saltando en un camino de rocas, unas que ni siquiera tenían peso para alguien como yo, alguien del tamaño de un pequeño polluelo. Grité, pataleé, jugué con los que había a mi alrededor. Pero... me atraparon.
Quedé yo entre las rejas de una prisión: yo, cautiva. Eran de hierro sólido; cada una de ellas me mantenía prisionera bajo la presión del sentir humano. ¿Por qué a mí?, me pregunté al verme allí dentro. Me sentí devastada. Todo el peso del mundo colapsó cual volcán en erupción, cayó sobre mis hombros y ahí exhalé mi último respiro. Mis ojos, que veían todo a color mucho antes de que la estación pasara, ahora ven el mundo del mismo modo que logra ver el ciego a la persona de enfrente, ¿¡si has logrado comprender a lo que me refiero!?
Mis oídos escucharon con tanta claridad las paredes del cuarto oscuro, que susurraban un último adiós a la libertad del exterior. Y mi corazón, al impacto de aquel golpe cruel que proporcionó la vida, cayó al suelo cual cristal precioso, y miles de fragmentos se esparcieron en el helado suelo del agujero profundo. Entonces, sin un corazón que siguiera trayendo vida a mi cuerpo, mi cerebro pereció también. Ya mi cuerpo se adormeció, al no poder identificar aquel espacio en el pecho. Mis pulmones difícilmente se robarían el oxígeno del medio ambiente; se volverían cada vez más pesados, para alguien tan grande en estatura y edad como yo lo era. Tenía salud, y gozaba de la edad de una "dulce" juventud. Pero se sentía mal, algo iba empeorando la situación, porque me encontré sumergida en la esquina de las paredes que ahora me rodeaban. Caí al suelo, me dejé llevar por la oscuridad de la vida, viendo al techo, contando los días que iban pasando. Ni siquiera tenía un propósito.
Porque, la verdad, es que ni siquiera había una fecha de libertad. Entonces eso significaba que había contado en vano el porvenir de los días. Como en un secuestro, se encargaron de torturar mi existencia de manera cruel. Cada día era más pequeña, cada día me encogía, y yo quedaba en medio de un espacio reducido. Apagado todo de mí, inclusive los dedos de los pies, porque como roca me sentí, y así viví hasta mi perfecta reacción.
Cuando por fin el hielo se derritió y logré mirar más allá del frente, giré mi rostro en dirección a la luz del sol, y escuché su voz llamar, diciendo que había más allá en el exterior que morir congelada junto a quienes me tenían en aquella situación.
Entonces, como un reflejo al llamado, me puse en pie y corrí como una bala. Fue inmediato, ni siquiera podría explicar el sentimiento. Fue como despertar de un sueño mal hecho, como encontrar agua en medio del desierto, y por fin, sentir la luz del sol calentar mis huesos. Vi más allá de aquellas rejas, más allá del cemento de las paredes mohosas.
Porque aquella sábana floreciente me dio la bienvenida entre explosiones de colores, como si fuesen fuegos artificiales en épocas de Navidad. Colorido y espectacular. ¿Cómo no logré ver que, aunque cautiva en las rejas, la puerta estaba abierta? De par en par se encontró todo el tiempo, pero me hicieron creer que vivía dentro de una locura, y que sería culpable al cruzar la puerta. Pero aquí estoy hoy, libre de la presión abierta.
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