Yo tenía a alguien. Alguien que me enseñó el propósito de la vida. Yo miraba todo con ojos infantiles y crueles, creyendo todo de rosa, sin ver más allá de mi propia nariz. Solo importaba yo en aquel entonces, pero ese alguien se acercó a mí y me enseñó a ver todo aquello que, por mi ceguera, me negué a ver. Sí, me dijo que el mundo sería cruel, pero me enseñó a afrontar ese hecho. Me sacó de aquella burbuja, pero me enseñó a ver todo con ojos poderosos, sabios y humildes.

Fue mi maestro en vida, porque sus palabras se han adentrado en mí. Fue su sabiduría la que me enseñó a vivir, y no solo a disfrutar, sino también a comprender la responsabilidad y los valores que el destino trae consigo, así como también a ver a mi alrededor. Que hay algo más allá de un cuento de hadas. Porque estoy rodeada de seres especiales que me aman y me abrazan. Ese alguien caminó frente a mí, me guió por un mejor sendero, me ayudó a caminar por el trayecto, pero me permitió realizar todo con mis propias fuerzas, sabiendo que quizás un día ya no estaría aquí conmigo, y que lo único que podía hacer para ayudarme era guiarme.

Ese alguien, con sus arrugas debido a la edad, con sus cabellos canos y su sonrisa de miel, me ayudó a luchar. Me ayudó a luchar contra todo ataque de la vida, menos uno de ellos. Porque aprendí a ser fuerte, es cierto, pero no aprendí a vivir sin su presencia. Qué triste es levantarse en las mañanas, y ya no escuchar su voz, que tantos consejos traía. Ahora solo me queda ver su sabiduría a través de sus enseñanzas, a través de todo aquello que me enseñó a ser. Y aunque su persona hoy ya no regrese, viviré para que me mire desde allá arriba, en lo más alto y lejano, mucho más allá del enorme firmamento, y mucho más allá de la esfera de fuego, que vea en lo que me he convertido, que sienta orgullo de mí y diga: ¡Es ella a quien le enseñé a ser lo que hoy es!

Desde la partida que marcó mi existencia, he tratado de ser mejor y enorgullecer a alguien que ya no está, pero que fue especial en mi corazón. Me he dedicado a trabajar y superarme, como aquellas largas jornadas de edificación, aquellas que construyó en mí. Quiero que, sentado en primera fila, vea lo que he logrado, que sigo aquí, trabajando para cumplir mis metas, aquellas de las que un día le hablé, y a las que me alentó a cumplir.

Había alguien aquí, que rompió mi burbuja rosa de egoísmo e infantilidad, pero hoy agradezco su pensar, porque actuó con inteligencia ante la situación, y me acompañó en este viaje, hasta donde sus ancianos huesos no pudieron más. Era alguien a quien más amé, y a quien aún amo.