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40 (final)

—Estamos perdiendo el tiempo.— contestó Alya.— Escapemos antes de que venga el resto de la guardia.

—¿Quién eres?¿Qué es lo que quieres?— insistí sin despegar un poco el arma de la cabeza de la rubia, quien seguía chillando e intentarse vanamente zafar de mi agarre.

Alya se quedó una fracción de segundos mirándome. Parecía no estar contenta con mi decisión, pero al final cedió.

—Soy Rena Rouge, general del ejército libertador.— Aunque maquillara sus palabras, la verdad era tan asquerosa como si sólo fuera aristócrata: pertenecía a la rebelión.

En la guerra, al menos en estos tiempos, no hay buenos o malos. Eso me decía un viejo que conocí en las calles: la gente solo ve por sus propios intereses, incluso los que se dicen libertadores llegaban a apropiarse de pertenecías ajenas con tal de beneficiar a la causa, incluso llegando a separar familias. No eran mejor basura de lo que era la aristocracia.

—Bien.— No necesitaba escuchar más lo que tuviera para decirme. Le clavé una bala a Chloe y pude sentir como su cuerpo se desplomó de entre mis brazos. Alya me vio decepcionada, pero no sorprendida.— Nada personal, sólo que la aborrecía.

De inmediato apunté el arma hacia la cabeza de la morena. Ella no quitaba esa mirada intensa de mí, seguía sin comprenderla ¿No sería mejor dejarme vivo? Alguien se tenía que llevar la culpa de este crimen al fin y al cabo ¿Por qué me seguía apuntando? ¿Por qué me quería matar?

—¿Sabes cuál es la verdadera razón por la que tu familia perdió poder durante la guerra?— La voz de Alya cada vez era más fría, más directa, como si pretendiera que eso hiciera sangrar mis oídos.— Tu abuelo, él comet-

Antes de terminar su frase, dos balas se clavaron en el pecho de la morena. Ella alcanzó a ver a su atacante, y esos ojos miel que a penas segundos atrás parecían llenos de confianza, se hallaban impactados, impotentes, desesperados por ver cómo la sangre brotaba de su cuerpo.

Luka Couffaine había entrado a la habitación y veía con un odio profundo a la morena. No despegaba su mirada de ella, su respiración subía y bajaba. Yo me hallaba inmóvil presenciando aquel escenario ¿Qué carajeo estaba pasando?

—Ella nos traicionó, Fél.— Las lágrimas brotaban de su rostro. Regresé a ver otra vez a la morena, ella dirigió su vista hacia mí, ya en el suelo sosteniéndome una sonrisa con las pocas fuerzas que le quedaban.

—Al menos complete mi misión.— El tono alegre de su voz terminó por fastidiar a Luka quien finalmente le terminó por disparar para ahora sí acabar con su vida.

Regresé mi vista hacia él y ahora mi arma apuntaba hacia quien alguna vez fue mi compañero de trabajo.

—¿Qué diablos? Se supone que tenías que quedarte con Marinette.

Ese viejo estaba equivocado. Si bien, no existía ni bien ni mal en París; No era porque cada quien velara por sus propios intereses; es que, como si se tratara de una maldición, todos terminaban por volverse locos.

Tanto así que ni su propio bienestar les importaba. Persiguen sueños, ilusiones que simplemente jamás estuvieron al alcance de sus manos.

Luka soltó el arma y me miró. Él lucía más conmocionado que yo.

—Tenemos que huir, ya; esto se pondrá mal.



















Quería verlo con mis propios ojos. Quería saber que Luka no me mentía, aunque al mismo tiempo, quería que lo que él me había dicho fuese una mentira.

Sentía mi corazón escapar de mi pecho.

Ahí estaba ella. En una camioneta vieja, Luka escondió el cuerpo de mi princesa.

—Por eso Alya quería que fueras a hacerla comer.— La voz de Luka se oía entrecortada, apretaba sus párpados. Pero yo no podía dejar de ver a la hermosa mujer que tenía frente mío, por quien hubiera sido capaz de incendiar la ciudad completa si me lo ordenaba. — Envenenó su comida.

Tiempo después me enteré que la misión de Alya era asesinar a ese matrimonio como diera lugar antes de que la boda se llevara a cabo.

Abracé su cuerpo y por fin me eché a llorar, lloré con una fuerza inimaginable, lloré hasta que sentí que mis pulmones no tenían más aire. Grité como un niño pequeño, las lágrimas cubrieron mi rostro y mi nariz se congestionó. Sentía que me habían arrancado el alma, que mis entrañas se salían, el maldito dolor más insoportable que alguna vez pude imaginar. Mi cabeza repetía una y otra vez cada momento en que la vi, en que pasamos juntos, en las que secretamente me imaginaba como hubiera sido nuestra vida si hubiésemos nacido en otra época, si los dos hubiéramos pertenecido a la misma clase social, mínimo una vida donde yo le pudiera dar todo lo que se merecía.

Besé su palma con desesperación, buscando como demente un rastro de su calor, que ella abriera los ojos y me diera una orden más, aunque fuera sólo un capricho.m

Quería regresar al día que la conocí, quería...

Luka puso su mano en mi hombro.

—Hay que sacarla de esta ciudad. Mínimo que no viva enterrada en este basurero.

—¿Puedes echar a andar esta cosa?— pregunté refiriéndome a la camioneta. Él sonrió con el poco buen ánimo que le quedaba.


















Al final, de todo ese infierno, parecía que Luka y yo habíamos asesinado a una de los líderes de la rebelión y a dos aristócratas importantes. No teníamos aliados, solamente nos teníamos a nosotros y siendo honesto, no tenía las fuerzas necesarias para desconfiar de Luka.

Si ahora él me mataba, no era tan horrible.

No regresé con mi abuelo por respuestas. Llámenme paranoico, pero para mí esa maldita ciudad de mierda era el problema, silenciosamente volviendo locos a cada uno de sus habitantes; todos los que estaban ahí y se quedaban ahí, estaban enfermos. Buscar respuestas en ese lugar, era decidir enfermarte más y pertenecer a ese organismo parasitario que se apoderaba por completo de ti.

Ese organismo que consumió a una joven de diecinueve años. La única flor que pudo nacer entre todo ese fango y que cuando a penas florecía, fue devoraba.

Enterrarla fue malditamente difícil, pero Luka tenía razón, se sentía bien que ella estuviera enterrada aquí y no en París.

—¿Y ahora?— preguntó Luka. — ¿A dónde vamos?

Miré el montículo donde la habíamos enterado. Sonreí.

—Solamente hay que conducir, sin rumbo.

Gracias, Marinette, por permitirme servirte hasta el final.

(FIN)

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