Una vez leí que París del 2056 era toda una distopía, un organismo viviente que te atrapaba entre sus enredaderas y alimentaba sus raíces con los cuerpos de los que morían en sus calles por hambre o enfermedad.

En el mundo ya no existían muchas ciudades, mucho menos pueblos. En Europa, existían a penas unas siete concentraciones humanas.

Yo nací en el eslabón más bajo. Me acostumbré a caminar por esas largas avenidas que alguna vez fueron una ciudad en resplandor y abundancia, pero que ahora no eran más que locales vacíos, grises y desolados. El diablo habitaba París y la muerte pasaba aquí sus ratos libres.

Me salvó la ambición de mi abuelo, quien me enseñó a robar porque estaba bien quitarle a otros lo poco que tenían porque yo merecía más que nadie. Seguramente a alguien le debí haber quitado su última cena y ahora no lo recuerdo o simplemente ni me enteré.

—Ya regresaré, princesa.— Coloqué un beso en su frente mientras ella seguía dormida. Me alejé de ella, asustado de no poder llegar a cumplir mi palabra. Vi a Luka, no lucía como un perrito faldero, al contrario, parecía un sujeto que te podía matar por tan solo atreverte a verlo. — Cuídala, si algo sale mal, sácala de la ciudad cuanto antes.

—¿Estás seguro que no quieres que te acompañe?

—Yo me lo llevé, así que sólo yo lo tengo que regresar si es que no queremos causar sospechas. — dijo Alya terminándose de colocar un arma en un resorte que traía en la pierna.

Luka solamente asintió.

—¿Y qué planeas hacer después de matarlo? ¿Tan siquiera lo has pensado?

—Estoy cansado de pensar demasiado las cosas.— Apreté mis labios.— Mi abuelo me habló por años sobre la familia Bourgeois, sé lo suficiente para saber que ellos son una familia pequeña. Intentaré sacarle toda la información que pueda a ese viejo y ver que le puedo sacar antes de clavarle una bala en su cabeza.

Vi a Marinette una vez más, queriendo grabarme bien su rostro pacífico.

—Volveré, lo haré.