Dos meses que no la veía.

A veces las amigas de la señorita Bourgeois venían. Y a Chloe le importaba un comino como me trataran o lo que dijeran de mí. Ella al fin y al cabo "compartía lo suyo", "era generosa" y yo no podía tener opinión al respecto.

Si ellas me pedían quitarme una prenda, yo lo hacía; sus sonoras carcajadas o miradas lujuriosas siempre rondaban al rededor de mi cuerpo. No tenía dignidad, ni nombre propio, solamente era una cajonera que guardaba todos los besos que ellas querían depositar.

Me sentía tan impotente por ello.

Una vez en la cocina vi una gran olla de agua hirviendo y el deseo de quemar mi cuerpo nació en mí, no había parte de mi ser que no detestara por completo, que no podía a gritos que ellas no tocaran.

Prostituto, prostituto, prostituto.

—Esto no te estaría pasando si ese día no te hubieras atrevido a traicionarme.— Chloe fumaba un cigarrillo mientras veía por la ventana.—  En serio pensé que al fin había encontrado alguien que me comprendía, que compartía mi odio y ¿Sabes? Eso hizo que me gustaras mucho. — Soltó un poco de humo.— Me humillaste, les mostraste a todos que el pequeño esclavo que me gustaba me rechazo, una maldita basura sacada del más mugroso pantano me prefirió sobre una zorra que da su trasero a cualquier hombre adinerado ¿Eso qué dice de mí?

Era fácil para ella decir toda esa mierda.

Ella no tenía una marca en el cuello de los labios de quien sabe quién, no estaba con una asquerosa durmiendo plácidamente sobre su pecho como si él no fuera más que una almohada mientras otra se abrazaba de su pierna.

Me dolía el estómago. Quería llorar, quería morirme, pero me sentía tan cansado, tan...

Carajo.

Se acercó a mí y con una mueca de tristeza acarició mi rostro. La odiaba, la odiaba con toda mi alma, la odiaba de principio a fin.

—Después de esto quedas perdonado, mi hermoso Félix.

Ella no acababa de sufrir una violación como yo.