El día del evento llegó. A pesar de mis muchos intentos, no había logrado localizarla.

El Señor Dupain salió de viaje por última vez antes de tomar su posición en la casa Dupain otra vez. Una vez terminado el evento, yo me iría a la casa Dupain y no podía hacer nada al respecto.

—No puedo creer que al fin estés trabajando para mí.— Chloe Bourgeois hizo aparición de repente, llegando con una caminata elegante a mi lado.

—Le había dicho que dos meses, señorita.

Ella solamente soltó una pequeña risa.

—¿Desde cuándo un aristócrata se tiene que sostener a las peticiones de la servidumbre?— preguntó divertida. Suspiré algo molesto.— Ya, tranquilo. Sólo bromeo.— Se recargó sobre la barra que separaba al balcón de una caída segura y me acompañó a contemplar la ciudad.— El adelantó de tu transferencia no tuvo que ver conmigo, yo sólo pude interferir para que te pusieran a mi servicio y no al de mi padre.

Le quería creer, pero sonaba como una excusa absurda.

—Bueno, te dejo descansar un poco antes de que inicie el evento. Lo vas a disfrutar, vas a ver. — Colocó un beso en mi mejilla y se retiró.

¿Así que esto en serio era todo?

—¿Tan rápido me olvidaste?

Regresé mi vista rápidamente.

Pasé saliva y en seguida perdí noción de mi propia moral, de todos mis sentidos.

Estaba frente a mí un ángel, o quizás un demonio vestido de ángel, pero se veía infernalmente bien. El vestido dorado y la sutileza de su maquillaje la hacían parecer una ilusión, un sueño extraído de mis pensamientos más oscuros y culposos.

—Señorita Dupain.— Mi rostro dibujó una sonrisa sin poder evitarlo.

—Te luce muy bien ese gesto.— Su voz era exquisita. No me había dado cuenta que era adicto a escucharla.

—Usted luce muy bien hoy, demasiado.— Ella negó con una sonrisa.

—Ya no estás a mi servicio. Puedes ser cruel si quieres.

¿Cuándo empecé a sentir imposible no obedecerle? ¿Cuándo deje de anhelar una vida sin ella?