27
—Eres un idiota.— dijo azotando su plato de arroz contra mí.
Para mí sorpresa, gracias a mi reciente transferencia, me habían dado unos días libres antes de iniciar mi nuevo servicio que casualmente empezaba junto en el evento secreto que Chloe Bourgeois llevaría a cabo en la casa de los Dupain.
Mi abuelo no estaba muy contento con la idea de que dejara de arrastrarme a Marinette.
—Padre, por favor.— dijo mi madre asustada sacudiendo el arroz de mi ropa.
—Señor, por favor, no debemos desperdiciar la comida así.— enunció mi padre mientras recogía algunos granos de arroz que habían caído al suelo con la intención de poder lavarlos después.
El anciano se levantó de la mesa molesto.
—No pienso comer nada que venga de tu sueldo.— soltó con coraje.— Le vendiste tu cuerpo a esa zorra y ni siquiera supiste sacarle provecho. No te posisionaste. Mírate, sigues aquí dándonos una vida miserable esperando que yo sea feliz con eso.— Me examinó de arriba a abajo, hizo una mueca de asco y después sólo giró su mirada.— Tenía tanta fe en ti, y no terminaste más que siendo una muñeca inflable.
Sus palabras retumbaron entre las paredes frías de la casa. Me atrevía a decir que hasta hicieron crujir más la madera.
—Tu abuelo no quiso decir eso, mi amor.— Mi madre puso su mano cariñosa sobre mi hombro para tratar de darme consuelo.
Pero no quería consuelo, quería entenderme.
Mi abuelo era lo más cercano que alguna vez tuve, compartí sus sueños, sus metas, sus odios; yo era un reflejo de él ¿Por qué ya no?
Me lastimaban sus palabras, me dolía haberlo decepcionado, haber perdido toda la estima que él me tenía. Había llegado con tantas aspiraciones de cumplir la voluntad de él en mi nuevo trabajo ¿Cuándo me distraje tanto?
—Tomen mi plato, por favor, no tengo hambre. — Mis padres me miraban preocupado.— Tengo que regresar a trabajar.
Tenía que buscarla. A lo mejor viéndola, renacerían mis ganas de destruirla.
O a lo mejor no.
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