—Félix, tenía rato que no te veía.— la voz de la rubia hizo eco tras mi espalda.

Habían sido días cargados de trabajo, incluso para la princesita que al parecer no estaba nunca en un lugar fijo. Daba órdenes de aquí a allá a todos y de repente desaparecía, ni siquiera yo lograba seguirle el ritmo.

Por otro lado, Chloe buscaba mi compañía más de lo que me gustaría.

Y podía verlo en sus ojos azules. Me veía cómplice, como si los dos trabajáramos en un mismo plan secreto para derrocar a los Dupain; y aunque la idea me seducía, sabía que no era bueno armar un complot contra la mano que me daba de comer.

—Le pido disculpas, he estado ocupado.— dije inclinándome frente a ella con la mano en el pecho.

—¿Cuándo estás desocupado? Quiero invitarte a beber algo.— Algo había en su voz, un secreto que parecía desesperada a que yo descifrara.

—Lo siento, no tomo.— ¿Estaba paranoico? Esa mujer expiraba peligro.

—Vamos.— Se acercó a mí y puso su mano en mi hombro.— Después de todo, recuerda que yo seré quien te saque de aquí. Sólo estoy esperando por ti.— susurró a mi oído con lentitud, con un aliento helado.

Los aristócratas eran una maldita bola de ratas, esperando desesperadas a que una caiga enferma para alimentarse de ella.

—Yo tengo que...

—No te preocupes tanto por ella.— soltó con cierto tono burlón.— Me da un poco de miedo tu lealtad hacia ella.— dijo acariciando su rostro sobre mi hombro.— Empiezo a creer que eso de que la odias es una fachada y en realidad te gusta.

—No diga cosas sin sentido, señorita Bourgeois.

—Entonces... ¿Qué tipo de chicas te gustan, Félix?— cuestionó abrazándose a mi torso. Ella rio al recibir mi silencio. —No pensé que fueras tan tonto.— No sé cómo diablos había interpretado mi ausencia de respuesta.— ¿Te digo un secreto?— preguntó risueña. De alguna manera, me empezaba a asquear su cercanía.— A ella no le importas, Ella ya está comprometida.