Abrí los ojos, mi cuerpo se sentía pesado; como si fuera el producto de una resaca, cuando realmente sólo era por un sueño profundo.

Nuevamente, y lo que me causaba cierto coraje, es que había descansado bien junto a esta maldita princesa que ahora tenía dormida sobre mi torso, bien aferrada a mí.

La diferencia entre aquella vez y ahora, estaba en el par de esposas que sostenían mis brazos a los barrotes laterales de la cama y mi cuerpo completamente desnudo así como el de ella.

Esto era un verdadero lío ¿De dónde está maniaca había sacado estas esposas?

—Señorita, despierte.— No podía quedarme aquí más tiempo, tenía tareas que hacer.

—¿Tienes hambre? ¿Quieres desayunar?— Si algo no quería, era ser tratado como niño chiquitito.

—Yo tendría que preguntarle eso.— Ella sonrió con desfachatez. A pesar de todo, aún me molestaba lo descarada que podía llegar a ser.

—Está bien, me iré a cambiar.— Se levantó por fin y la vi buscar entre su guardarropa un par de prendas.

—¿Me podría quitar las esposas? Tengo que cambiarme también.— Ella se colaba la ropa sin ninguna prisa, como si no hubiera escuchado lo que dije. Raspé mi garganta molesto. — Por favor.

Ella se rio ya cambiada y se sentó en un lado de la cama. Con sus dedos empezó a trazar una camina desde mi vientre hasta mi manzana de Adán.

Aproximó su rostro y pude sentir su respiración muy cerca de la mía. En un segundo pude jurar que me iba a besar, y lo peor para mí es que cada parte de mí simplemente respondía a sus deseos.

¿Por qué ni yo mismo podía controlar mi cuerpo mejor que lo que ella hacía?

La vi sonreír al ver que había logrado su cometido, ver que una pequeña parte de mí sucumbía por completo por ella.

Escuché un pequeño tronido que indicaba que una de las esposas ya había sido abierta, y luego la otra.

—Toma un baño aquí para que nadie te note. Yo iré a charlar con la Bourgeois como tanto querías.

Me sentía descolocado.