"Su prostituto" me repetía una y otra vez esa frase en la cabeza.

Como ya era su costumbre, me pedía que la acompañara a que se tomara su ducha en aquella piscina que ella consideraba una simple tina de baño.

Siempre era precavida de cubrir su cuerpo justo en el momento de sumergirse y salirse de las aguas para que yo no la observara desnuda.

—¿Hay algo que te trae molesto hoy?— Odiaba el hecho de que ni siquiera pudiera pensar tranquilamente porque ella... No sé, leía mis pensamientos.— ¿Es lo de Alya?

—En lo absoluto. Me espero un comportamiento así de ella.

—¿Ah, sí?— No regresaba su mirada.— ¿No te importa cómo te llamó?

—¿Juguete? Señorita, ustedes son aristócratas; la paga aquí es para que mi familia pueda comer, ni siquiera para que yo lo haga. Es obvio que somos juguetes.

Tenía que admitirlo: era reconfortante poder quejarme con ella sobre lo mucho que odiaba a los de su clase sin temer a que ella me regañara más tarde.

—¿Entonces tú sí te consideras mi juguete?— Aquella pregunta tuvo un tono que no pude identificar. —¿Y cómo te sientes al respecto?

Sus dedos jugueteaban en la orilla de la piscina, sus hombros húmedos y desnudos resplandecían ante la tenue luz de la sala; de repente lucía más tímida de lo usual.

—¿Cómo quiere que me sienta?— Ella sujetó su cabello y lo puso frente a su hombro, permitiéndome vislumbrar una suavemente marcada columna que tenía una pequeña cicatriz un poco debajo de su brazo.

Giré mi mirada inevitablemente. Se le veía linda esa marca.

—No quiero que te sientas como un juguete.

Por mucho que la odiara yo no quería jugar con ella como decía el abuelo ¡En serio! Pero al mismo tiempo era como si esa asquerosa princesa me invitara a hacerlo.

Además estaba harto de ser el eslabón más débil.

—Entonces dígame...— Caminé y me incliné a altura de su oído.— Yo me sentiré como usted desee ¿No soy eso? Un sirviente de su completa propiedad.— susurré permitiéndome acariciar su oreja con la punta de mi nariz.