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Aquella era una mañana espectacular. El cielo estaba despejado y el sol brillaba en lo alto del cielo, sin embargo, las corrientes de aire brindaban un ambiente más fresco que caluroso. Era un buen día para salir en familia y disfrutar de un excelente día en el parque o en algún restaurante familiar.
Sin embargo, la casa Ichigo estaba en un silencio sepulcral, una importante reunión se estaba llevando a cabo y todos se mantenían callados esperando a que el líder del clan continuara con su discurso.
Umiko Ichigo estaba sentada sobre sus pantorrillas, se mantenía en silencio y con la mirada baja igual que todos los demás. Una máscara kitsune ocultaba todos sus rasgos pero era fácil de identificarla pues era la única mujer presente en esa reunión.
Su padre, el señor Masaru Ichigo era el jefe del clan y por ello su asiento era a la izquierda del mayor. Hacía apenas un año y medio que le fue permitido entrar a aquellas reuniones, aún habían muchas personas que no estaban de acuerdo con esto ya que no entendían por qué una mujer debería estar presente cuando su lugar era la cocina o cualquier otro lugar de la casa que no fuera allí.
Claro que nadie se atrevió a decir nada, pues esa chica era la hija de su líder y preferían permanecer con la cabeza sobre los hombros antes de ofender a su líder diciendo algo sobre su hija.
El señor Ichigo tenía a su mando múltiples subordinados, pero en aquella reunión se encontraban los más indispensables, sus hombres de mayor confianza y con un alto rango dentro del clan.
La puerta corrediza se abrió un poco, un hombre entró dando una reverencia. Sus mejillas y orejas se habían vuelto de un fuerte color rojo, probablemente debido a la vergüenza por haber llegado tan tarde a la reunión. Tomó su lugar entre un par de hombres y se colocó la máscara que estaba frente a él. Sus hombros se relajaron, probablemente por haber llegado por fin y no haber recibido un regaño por parte del jefe.
Masaru siguió todos sus movimientos desde su lugar y finalmente se puso de pie para comenzar a hablar.
—Los Yakuza, como bien sabemos son una mafia muy peligrosa— su fuerte y gruesa voz resonó por toda la habitación— trabajan en pequeños grupos, no más de diez, por lo general. Intimidan y roban a los más débiles— miró a todos los presentes con detenimiento y con una expresión increíblemente seria, parecía casi molesto. Había dejado de usar su máscara en las reuniones hacia un par de años, sin ninguna razón en particular—. Pero nosotros, no lo permitiremos. Como parte del clan Fujiwara tenemos la obligación de pelear contra esos rufianes buenos para nada. No permitiré desertores por lo que reunirán a todos nuestros hombres y se quedarán sólo aquellos que estén dispuestos a pelear a muerte por este clan. Los entrenamientos continuarán como hasta ahora pero debemos abarcar mayor territorio de vigilancia. Sousuke, tu y tus hombres irán a la zona norte. Taiki, a la zona este, Hayate, al sur y Yamato al oeste. Yo me quedaré en la zona central. Todo movimiento sospechoso me lo notificarán a mi— se puso de pie—. Se ocultan como ratas pero somos mejores que ellos y podemos deshacernos de ellos. Con el paso de los años hemos logrado erradicar su presencia y sus sucios negocios. Queda poco para que por fin tengamos calles libres de esos tipos —suspiró— es todo. Se pueden marchar.
Los presentes se pusieron de pie e hicieron una reverencia antes de salir de la habitación con notable prisa pero tratando de no hacer ruido.
Umiko fue la única que permaneció en su lugar. Se retiró la máscara y la dejó sobre la mesa antes de mirar a su padre.
—Padre, quisiera ser yo quien se haga cargo de la zona centro —lo miró fijamente a los ojos.
El hombre la miró por un momento antes de que escapara un poco de aire de sus labios.
—Umiko, eres una extraordinaria guerrera pero aún no estas lista para estar al mando y tampoco para hacerte cargo de una zona tan importante. Aún tienes mucho por aprender.
El hombre comenzó a caminar hacia la salida y Umiko se levantó para alcanzarlo.
—Estoy segura que puedo lograrlo.
Masaru dio la vuelta para mirarla.
—Algún día estarás al mando y no sólo de una zona. Pero ahora no estás lista y mejor vete a vestir que hoy tenemos una comida importante con un socio.
Umiko se rindió y asintió.
—Sí, padre —hizo una reverencia antes de salir a paso rápido.
Estaba segura de que podía hacerse cargo, era mejor en combate que muchos otros pero su padre no parecía creer para nada en ella y siempre usaba la misma excusa: "algún día tú estarás al mando".
Umiko sabía que eso no era verdad, su padre si la consideraba una excelente guerrera. Él mismo la había entrenado durante años pero por el simple hecho de ser mujer no le permitiría estar al mando jamás. Era mal visto que una mujer tuviera tanto poder. Si la odiaban por que se le permitía estar presente en importantes reuniones, no quería imaginar si llegara a ser la cabeza del clan. Nadie la seguiría y mucho menos acatarían sus órdenes.
Lo detestaba, pero no debía decir nada, tenía que conformarse con ser la única hija cuando sus padres hubieran preferido mil veces a un hombre para que heredara todo aquel poder familiar.
Suspiró cansada mientras miraba a través de la ventana de su habitación. Deseaba que todo fuera diferente, que la tomaran un poco más en cuentan y no dudaran de sus habilidades. Ella sabía que podía dar mucho más.
Parecía ser un sueño irreal, algo imposible de suceder. O tal vez no.
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Umiko miró con atención el elegantísimo restaurante donde se encontraban. Su padre era fanático de aquellos lugares donde cada platillo costaba una fortuna, la chica pensaba que era para impresionar a sus invitados aunque no estaba del todo segura. La comida sin duda alguna era deliciosa, equivalente al precio que pagaban pero tampoco era para tanto. Había una cocina económica al final de la calle que era igual o incluso más deliciosa que aquel tonto restaurante.
El mesero los guió hasta su mesa y esperaron a que los invitaros llegaran. Mientras tanto, Umiko centró su atención en los adornos del lugar y en los demás comensales, todos parecían ser personas muy importantes con esos bonitos trajes hechos a medida o los vestidos de telas caras. La iluminación era cálida pero las luces eran bajas y se veía todo un poco oscuro. Había alguien tocando el piano en vivo y un saxofonista que le hacía compañía.
Además, los meseros eran muy agradables y serviciales. En un minuto ya les habían traído las bebidas que habían ordenado mientras esperaban a los invitados. Umiko se relajó un momento, agradecida con la nula conversación y la agradable música. Sus padres hablaban animadamente entre ellos sobre algún asunto que a ella realmente no le interesaba.
Pero toda su paz se esfumó cuando casi quince minutos después, tres hombres y una mujer llegaron. Dos de los hombres parecían casi de su edad, tal vez un poco mayores. Umiko se puso de pie cuando su padre y madre lo hicieron para saludar a los recién llegados. Intentó sonreír aunque sólo parecía que estaba torciendo la boca en una extraña mueca. Claro que nadie lo mencionó.
Akemi Iwa es un un político bastante importante que le brindaba un gran apoyo al clan Fujiwara pero tenía una mejor relación con los Ichigo. Tal vez sea el hecho de que Akemi y Masaru fueron compañeros en la universidad y su amistad era bastante profunda.
—Masaru— saludó animadamente Akemi mientras estrechaba la mano de su amigo— me parece que no te he presentado a mis dos hijos, Tetsuya que es el mayor y Shouta que es el menor.
Ambos chicos estrecharon su mano con Masaru, Umiko sabía que su padre se había incomodado. No tener un hijo varón era mal visto para algunos. Y era obvio que ese tal Akemi parecía bastante burlón al presentar a sus hijos.
—Mi hija, Umiko —presentó a la chica con una agradable sonrisa.
La nombrada sonrió un poco y asintió con la cabeza. Akemi miró a Masaru y Umiko suspiró porque sabía lo que venía a continuación.
—¿Realmente no piensas tener más hijos?— habló Iwa con un toque de burla en su frase— no tendrás a quién se haga cargo del clan si no tienes un varón.
Umiko sintió que la sangre le hervía, pero se limitó a bajar la mirada pues no quería provocar ningún escándalo. Sus padres habían intentado tener más hijos, pero lamentablemente no les había sido posible y se rindieron luego de haber perdido a dos.
—Umiko estará lista para casarse en algunos años— habló Ichigo— en cuanto tenga a un hombre a su lado, él se podrá hacer cargo del clan sin ningún problema y mi hija nos dará muchos nietos.
Akemi sonrió un poco y todos tomaron asiento.
Eso había sido realmente incómodo para la chica, pero sabía que era la realidad. Lo único que esperaban de ella era que se dedicara al hogar y a concebir algunos hijos, que mejor que fueran hombres.
Al menos, el resto de la conversación abarcó temas políticos y de los Yakuza principalmente. Ella se mantuvo en silencio, mientras miraba su ostentosa comida y escuchaba la música. Deseaba salir de ese lugar lo antes posible.
nova wayne ┊ 2024 edition
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