兩
•Liǎng•
El portal se cerró en la cara de Stephen, y él se quedó contemplando la pared que había delante suyo, pensativo e intranquilo ¿Wong sabía del paradero de Gaia? Juntó ambas manos tras su espalda y suspiró, tratando de ahuyentar esos pensamientos que vagaban por su cabeza logrando desconcentrarlo de algo más importante: su trabajo.
Rápidamente salió de la habitación y fue al lobby del santuario, donde habían un total de cinco discípulos: tres mujeres y dos hombres que lo veían con curiosidad pero sin emitir una sola palabra. Apenas terminó de bajar las escaleras, los cinco le brindaron una reverencia silenciosa de forma sincronizada.
—Por favor, no hagan eso. —pidió el hechicero supremo, ayudando a descontracturar la rigidez de aquellos cinco aprendices delante suyo— Soy el Doctor Strange.
Stephen estuvo la próxima media hora prestando atención a sus alumnos presentarse uno por uno, y se sintió relajado al darse cuenta que aquellas personas que aprenderían de él parecían bastante amigables, nada de hechiceros obsesionados con las artes oscuras o algo similar. Ellos le dieron a Stephen una rápida información de los puntos de interés cercanos al santuario: como hospitales y comisarías, cosas de vital importancia.
Stephen pasó un mes y medio conociendo a sus discípulos y estudiando, pocas eran las veces que salía para algo y generalmente los motivos no variaban en más que ir a comprar alimentos, caminar por las calles de su alrededor para despejarse, o combatir alguna amenaza de las que frecuentraban haber cerca del santuario.
—¡Doctor Strange, Doctor Strange! —uno de los pupilos entró corriendo al despacho de Stephen sin siquiera tocar la puerta, el hechicero dedujo que era algo bastante urgente y dejó de lado todo lo que estaba haciendo, verificando que éste se encontrará bien físicamente primero.
—¿Qué sucede? —Stephen dejó que los libros levitando a su alrededor volvieran a su respectivo lugar y puso una de sus manos en la espalda del jóven, que trataba de recuperar el aliento.
—¿Recuerdas a Kaecilius? Pues parece que al morir dejó varios discípulos por ahí. —habló aquel chico de cabello azabache con la respiración agitada— Traté de detenerlo, pero su poder es muy grande, cerca de la parte baja de la ciudad...
Sin oír más Stephen abrió un portal a donde él le indicó, apareciendo en un barrio algo descuidado, iluminado por las débiles luces de los pocos faroles que aún no se habían quemado, y comenzó a mirar a su alrededor sin importarle que fuera el centro de las miradas de las dos o tres personas que estaban pasando por allí. Casi en su totalidad, personas de color y latinos.
Sintió una corriente inusual de energía mística cerca suyo, así que se dirigió a ésta sin dudarlo hasta toparse con un hechicero ¿Cómo lo supo? Sus ropajes eran tan extraños como los que Stephen mismo vestía, pero lo que lo delató fue aquella aura negra alrededor de ambos ojos, tan característica de Kaecilius. Sus sospechas se confirmaron rápidamente, ya que éste hechicero se abalanzó a Stephen apenas lo vió, y Strange rápidamente los transportó a ambos a la dimensión espejo para aminorar el impacto de la batalla que se avecinaba.
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El bolso de Gaia venía cargado de libros y apuntes que había tomado en la universidad; cuando sus padres murieron, ella estaba comenzando su vida de estudiante universitaria, la cual no duró mucho a causa de los numerosos problemas que habían llegado en cadena a su vida, estremeciéndola de forma brusca y acabando con lo que quedaba de su vida normal.
Ser estudiante de bellas artes no era tarea fácil, y menos cuando se debían tener dos trabajos de medio tiempo para mantener los gastos que esto implicaba. Aquella joven morena trabajaba cuatro noches a la semana en la icónica cafetería de William McDonel y otras tres en un bar como cantante, mientras que por las mañanas y tardes, su vida se resumía en estudio.
Ella cruzó la calle ajustando su pesado bolso y haciendo una mueca por el dolor que comenzó a punzar en su hombro derecho. Estaba a unos cincuenta metros de su casa, y ya no veía la hora de lanzar todos esos libros sobre el sofá y entrar a la bañera; cuando el semáforo de la intrnansitada calle cambió a verde, Gaia se dispuso a cruzar con tranquilidad, ya con las llaves de su casa en su bolsillo.
Por otro lado, Stephen, en la dimensión espejo, luchaba con garras y dientes contra aquél otro hechicero que sólo buscaba alterar la paz de ese lugar.
—No podrás conmigo, Hechicero Supremo. —escupuó su contrincante, conjurando unos escudos color escarlata— La concepción del tiempo será destruida, así como las barreras que limitan todas nuestras vidas.
—Perfecto, ya suenas como un completo desquiciado. Me cansé de oírte. —Strange se pone en posición de batalla listo para acabar con su oponente, pero su vista se centra en algo distinto, o mejor dicho alguien que se encontraba tan cerca de él pero al mismo tiempo, tan lejos.
Una chica estaba por cruzar la calle, esperando que la luz del semáforo cambiara para poder avanzar con su camino, inconsciente de lo que estaba pasando a tan sólo unos metros, y Stephen no tardó en reconocer aquél cabello salvaje, piel morena y grandes ojos marrones. Más allá de que estuviera a unos cien metros de distancia, Strange era incapaz de confundirla, se había quedado pasmado viendo como el tiempo había pasado en ella por unos instantes, los cuales fueron necesarios para que el enemigo tomara ventaja.
Aquél tipo con vestimentas color morado volteó rápidamente divisando a Gaia a lo lejos, y volviendo a ver a Strange con una sonrisa cínica que le heló la sangre por unos instantes.
—¿Qué pasaría si la chica muere? —Cuestiono él pasando su lengua por sus labios. Antes de que Stephen siquiera pudiera reaccionar, su enemigo se dirigía a toda velocidad hacia Decker, quien estaba cruzando la vacía calle con total tranquilidad.
Apenas Gaia pisó el otro lado de la calle sintió algo raro en el aire, y se quitó uno de los auriculares confundida, viendo hacia atrás para asegurarse que nadie la siguiera, luego volvió a prestarle atención a la calle. Unos segundos después, vio como delante de ella se abría la dimensión espejo que tanto conocía, y se quedó de pie con el corazón en mano una milésima de segundo, antes de que un hechicero con la zona de los ojos quemada se acercara a ella conjurando un hechizo en voz baja y dirigiendo sus manos hacia el estómago de la morena.
Las yemas de sus dedos llegaron a ella generando un suave roce, gracias a que Stephen sale de aquel portal y, en medio de un grito desesperado, lanza al otro hechicero lejos de Gaia, pero ya era demasiado tarde porque ella yacía en el suelo. Stephen abrió un portal enviando a aquel desgraciado que se encontraba inconsciente al santuario para que sus pupilos se encargaran de ese asunto, mientras se acercaba a Decker quedando de rodillas junto a ella.
—¿Decker? Vamos, despierta —Habló Stephen, tomando a la chica en brazos y poniéndose su pesado bolso.
Él pensó en llevarla al santuario, pero aún recuerda lo sucedido la última vez que se vieron cara a cara y no quiso hacer que despertara en un lugar en el que no se sintiera en confianza, así que tomó del bolsillo de Gaia su cartera donde guardaba su identificación, y para su suerte detrás de ésta estaba escrita la dirección de su casa. En medio de toda aquella adrenalina, al hechicero se le escapó una pequeña sonrisa llena de orgullo, al ver que en uno de los bolsillos de su cartera había una moneda dorada, que representaba un año sin adicciones.
Abrió un portal en dirección al bloque de departamentos donde ella se hospedaba y soltó una maldición al ver que el elevador no funcionaba, así que se vió obligado a abrir otro portal más que lo llevó al cuarto piso. Antes de entrar a su departamento, decidió que era mejor tocar la puerta por si acaso, pero antes que su mano chocara contra la puerta, Gaia comenzó a removerse entre sus brazos y a abrir los ojos lentamente viendo a su alrededor confundida.
—¿Decker? —mustió Strange inseguro de si hablarle era la mejor opción, y los ojos de la morena se clavaron en los suyos.
—¿Strange?
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