•BEFORE•
La vida de Gaia Decker había sido bastante complicada. A la corta edad de dieciocho años sus padres fallecieron en un trágico incendio, dejándolos a ella y a su hermano mayor, completamente desamparados; luego de varios sucesos desafortunados Gaia se vio envuelta en el frío y cruel mundo de las drogas, del cual sólo pudo escapar al terminar en un templo bastante peculiar en Nepal.
Su mentor, Stephen Strange, se había mostrando benévolo ante su situación, ayudándola de forma tal que Gaia desarrolló fuertes sentimientos hacia aquél hechicero.
Aquél día, Gaia se había propuesto el confesarle lo que ocurría en su corazón al hechicero supremo; luego de una rápida explicación de todo lo que pasaba por aquella revuelta cabeza, ella se acercó a los labios del hombre dejando un beso corto sobre estos. Instantes luego de ella haberse alejado de sus labios, su alma cayó al suelo al ver los ojos de Stephen abiertos, observándola de forma inquisitiva, en ése momento el azúl de sus ojos parecía más profundo, se sentía como si se estuviera ahogando en ellos. Él cerró sus ojos soltando un suspiro y puso dos dedos en el puente de su nariz.
—Decker, no vuelvas a hacer eso, por favor. —habló en voz baja, sin mirar los destrozados ojos de la joven de tez morena.
—¿Por qué? —preguntó con un atisbo de esperanza dentro de ella. Sentía un nudo en la garganta, aunque aún así cobró fuerzas para estirar su mano lentamente hacia la del hechicero, pero éste la apartó.
—Niña, ésto es incómodo. ¿Qué te hizo creer que yo podría estar siquiera interesado en ti? Entiende que fácilmente podría ser tu padre —acotó Stephen de forma mecánica, casi como si estuviera dando alguna especie de diagnóstico.
El corazón roto de Gaia de repente pasó a segundo plano al oír la confesión del mayor, dando lugar a otro sentimiento: la ira.
—¿Disculpa? —pronunció en voz peligrosamente baja, y Stephen tomó una bocanada de aire consciente del error que había cometido al llamarla de esa forma.
—Gaia...— intentó apaciguar el fuego en la mirada de ella; Stephen sólo la llamaba por su nombre de pila en casos específicos, como por ejemplo cuando aceptaba haber cometido un error con ella, generalmente su "Gaia" venía acompañado de alguna disculpa.
—No Strange, nada de "Gaia." —ella se cruza de brazos mirándolo fijamente— Te diré algo, y espero que tus oídos lleguen a entenderlo: por última vez, no soy una maldita niña. No necesito que me regañes, me hables o trates como si fuera una ¿Si?
Stephen la había llamado de esa forma pocas veces, porque sabía que la joven de veintiún años no lo tomaba de la mejor manera; generalmente ella siempre se enfadaba con él por un día o dos hasta que Stephen no soportaba más el verla en ese estado y trataba de remediarlo como fuera, pero esta vez era distinto, no sólo la había insultado sino que había roto su corazón y la había hecho sentir como una estúpida.
Stephen sabía infinidad de datos sobre la vida de Gaia: como por ejemplo que le desagradaba el ajo, temía a los insectos, no le gustaba ser el centro de atención y detestaba que la subestimaran... es por eso que el hechicero entendió al instante el error que cometió, pero su orgullo era mayor a todas las cosas, y no se disculparía por eso.
—Siento decirte que es la verdad, y no tienes argumentos suficientes para discutir conmigo. —refutó con total arrogancia, sonando seguro de sus palabras— Ésto jamás podría llegar a ningún lado Decker, no con alguien como tú.
—Claro, alguien como yo. —una corta y cínica risa se escapó de ella— ¿Cómo no se me pasó por la cabeza? —agregó mientras se daba un suave golpe en la frente con la palma de su mano— Me decepciona que seas tan cobarde Stephen.
—¿Cómo me has llamado? —Ahora quien había abordado un tono de voz más amenazador era él.
Gaia también sabía infinidad de datos sobre la vida del hechicero: como por ejemplo, que el pulso de sus manos solía jugarle malas pasadas aunque jamás las había visto debido a que él nunca se deshacía de sus (bastante feos) guantes; que el título de "hechicero supremo" lo consiguió luego de mucho trabajo y estudio; que le agradaba el helado de vainilla y que si uno deseaba sacarlo de sus carriles sólo era necesario llamarlo cobarde, ya que era lo que más odiaba.
El tono de voz de Stephen era frío, y observaba a Decker desde arriba haciendo que, aunque ella no lo demostrara, se sintiera intimidada.
—¿Es necesario recordarte lo que era tu vida antes de llegar aquí, Decker? —Stephen apretó la mandíbula y Gaia chasqueó la lengua, negando con la cabeza.
—Claro que no, todavía recuerdo perfectamente lo desalmadas que son las calles para una persona adicta. —aseguró en voz baja acercándose a él, sintiendo un escalofrío al recordar su cruda lucha contra la abstinencia— Aún siento arder sobre mi piel el fuego que asesinó a mis padres. —continúa hablando un poco más alto, haciendo que el corazón de Stephen se estruje al haberla hecho recordar toda la odisea que ella tuvo que vivir a su corta edad, aunque por fuera se mantuviera firme con la vista clavada en ella, mientras que Gaia parecía estar desmoronándose frente a sus ojos— ¡Y todavía no olvido que mi hermano sigue en New York trabajando como un esclavo para mantener un pequeño departamento en las afueras de la ciudad!
—Decker, yo... —esta pudo haber sido la única vez que Stephen estaba dispuesto a disculparse con total honestidad por su tan pobre elección de palabras, pero Gaia era incapaz de oír alguna palabra que saliera de sus labios.
—Si, probablemente estaría muerta si Wong no me hubiera encontrado, pero eso no significa que no sea capaz de mantenerme con vida por mi cuenta Strange, ya lo verás... puedes olvidarte de mi presencia alrededor del templo porque ya no seré una carga para tí. —advirtió Gaia abriendo ambos brazos mientras daba unos pasos hacia atrás, trazando una fría distancia entre ambos— Siento haber vuelto de este lugar una maldita guardería para ti, no volverá a suceder.
Esa fue la última vez que Stephen vio a Gaia, luego de ese día sintió como si los pasillos de Kamar-Taj se hubieran vuelto fríos y silenciosos; los discípulos iban y volvían por éstos cientos de veces por día pero él aún sintió como si hubieran arrancado algo de ellos. Con el pasar de los meses, e inclusive años, la ausencia de aquella joven se volvió algo transitable para él: aprendió a convivir sin sus bromas constantes, sin asistir los ataques de pánico de la joven, consecuencia de la abstinencia a distintas drogas que recorrían sus venas y estrés postraumático, sin esas largas charlas bajo las estrellas hasta ver el sol salir, ni las recomendaciones musicales de la joven.
Stephen aprendió a vivir día tras día ,sobrellevando el haber decepcionado a Gaia de aquella forma tan cruel.
Lo peor de todo eso era que él no rechazó a Gaia Decker por su diferencia de edad como había dicho, lo hizo por el miedo a volver a sentir algo por alguien que lo apreciaba y admiraba de una forma que pocos lo habían hecho.
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