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Capítulo 21: Tic toc, el tiempo corre

Axe contó con que la noticia de que los supervivientes escaparían de Salvo fuera razón suficiente como para que pudieran recuperar al menos parte de esa vitalidad que el desgaste de sobrevivir les había generado.

No se había equivocado. Aún obnubilados por la cantidad de información que Axe les había dado como una tormenta de fuertes precipitaciones, tanto los ingenieros del Plan Zeta como los miembros de la Marina Real Británica habían respondido bien al estímulo. Era como si algo se hubiera despertado en ellos nuevamente, lo que no era poco considerando las circunstancias.

-Entonces, ¿cómo? ¿Cuándo? ¿Qué hay que hacer para que podamos salir de aquí? -preguntó Vicente dejando en sus palabras una leve sensación de alivio-. Creo que hablo por todos cuando digo que lo único que queremos es un sitio pacifico para descansar... Y volver a soñar. Soñar con que el próximo despertar no será un compañero caído. Soñar con que, quizá luego de todo este sufrimiento una paz inequívoca nos espera con los brazos abiertos. Y si somos optimistas, soñar con que nuestra vida puede volver a comenzar.

-¿Has escuchado algo de todo lo que te ha dicho Axe, Vicente? -le contestó Morris de forma muy hostil, como si estuviera regañando a un niño pequeño que debía ser corregido por sus dichos. Algo grave se avecinaba tras esa pregunta. Robin lo sabía, pero estaba muy cansado como para detener a su amigo una vez más.

-Sí, ¿por qué lo dices? -consultó el ingeniero ya con un poco de temor por la respuesta. No era la primera vez que Morris intentaba intimidarlos.

-No importa que tan grande sea tu esperanza ni tampoco el poder que tengas de ver las cosas con ojos que manipulen un optimismo inexistente. ¿Crees que volverás a tener una vida corriente, llena de bendiciones y alegrías repartidos entre los que más quieres? -dijo gesticulando destartalado y fijando la mirada en Vicente, quien ya se sentía avergonzado por el escenario y solo atinó a bajar la cabeza. Morris fue acrecentando sus gritos con cada palabra -. ¡Ingenuo, muy ingenuo de tu parte! Formamos parte de un conflicto mundial, ¡algo mucho más grande que tú y yo y que todos los que estamos aquí! Hace trece años los padres de Robin vienen planeando una revolución contra el sistema. Hace vaya uno a saber cuántos años dos líderes de las mayores potencias mundiales están planeando acabar con el mundo con un arma que posiblemente intente freírnos a todos como papas fritas, ¿y tú me hablas de volver a soñar? -desató, y luego la furia ya llegó a su punto culmine-. ¡Mira a tu alrededor y dime! ¿Puede Erik soñar? ¿Puede hacerlo Louie, con un hoyo en la cabeza? ¿Puede hacerlo Viena, que se ha sacrificado para que nosotros estemos aquí? ¡No pueden, porque no han tenido la puta suerte que tienes tú de estar aquí, vivo y con la posibilidad de seguir luchando! Así que hazme el favor, ríndete así puedes seguir soñando o cállate y pégate a nuestra tan endemoniada realidad para poder permanecer con vida.

Algo se quebró en ese momento dentro de Vicente, quien juró nunca perdonar al miembro de la Marina Real Británica por haber hablado con tal crueldad y cinismo. Incluso sus propios colegas sintieron un profundo desasosiego al escuchar a Morris convertirse en un animal que parecía incapaz de sentir la más mínima pizca de sensibilidad por el momento que todos estaban atravesando.

Y aunque ni él ni nadie lo supieran aún, algo dentro, muy dentro de Morris se estaba rompiendo también.

-¡Basta ya! -Andy interrumpió su trance y se levantó del árbol casi de un salto, pero manteniendo la calma-. Por más acertadas que hayan sido tus palabras, por más realismo que quieras darle a esta pesadilla que estamos viviendo, no tiene sentido que sigas hiriéndonos. Debo admitir que sí has dicho una verdad: somos afortunados de seguir con vida. La parte en la que te equivocas, querido soldado, es que ni tú, ni yo ni nadie podremos contar esta historia de supervivencia si permanecemos hundidos en la desazón y la pena por el destino que nos ha tocado. Aquel que carece de esperanza también carece de salvación -replanteó Andy quien indudablemente, era el único que había sabido mantener la cordura todo este tiempo. Axe y Gregory lo miraron con un profundo respeto. Tal vez él era más soldado que todo el resto junto-. Dejemos de mentirnos con el mismo lema de siempre. Un hombre que enfrenta sus demonios en cada ocasión que se le aparecen no es el hombre más fuerte. Aquel que elige qué batalla pelear, resguardando la fiereza para el momento indicado, demuestra que su fortaleza va mucho más allá del aquí y el ahora. ¿Quieres gastar tu energía en convencerte que nuestra vida no tiene arreglo, Morris? Bien, hazlo. Pero no nos arrastres a tu miseria contigo.

Morris parecía querer contestar. Todavía estaba recuperando su aliento después de una bocanada de descargos emocionales, pero estaba a punto de volver al ruedo. Además de Andy, nadie pretendía hacerle frente. ¿Cómo hacerlo? El mejor amigo de Robin no estaba bien. ¿Y qué decir de esa incipiente sensación que tenían todos de que su próximo movimiento podía ser totalmente impredecible? Cada día que pasaba en Salvo, los síntomas de Morris parecían acrecentarse, al mismo tiempo que el resto de sus colegas y los ingenieros seguían alejándose de su arrogancia.

Pero este no fue el caso. Sin ningún tipo de señal de lo que le estaba sucediendo, Morris comenzó a gritar mientras se tomaba su cabeza con fuerza. Sus pasos se parecieron a los de un borracho que acababa de salir del bar, y se empezó a sentir muy mareado.

Robin lo cazó justo a punto de que perdiera el equilibrio por completo. Tomándolo por debajo de los hombros con la ayuda de Eduard, arrastraron a su amigo adolorido hasta el refugio para que pudiera recostarse. Morris seguía gritando, y el resto de los supervivientes solo atinaba a preguntarse qué era lo que le estaba sucediendo.

-¡Iremos a recostarlo! Axe, ¡llama a mi madre de inmediato! -esbozó Robin ya a varios pasos de distancia del resto del grupo, quienes con poca preocupación observaban cómo se llevaban a Morris a rastras.

Axe asintió, por más que el capitán no hubiera podido verlo. Más allá de cualquier conflicto interno que se estuviera llevando a cabo o cualquier entierro que los supervivientes quisieran hacer, el líder del comando SEAL debía atenerse al último deseo, orden y pedido de Jayce Lawrence: organizar una extracción inmediata con la base de la resistencia. Lauren y Marcela tenían que estar al tanto de las novedades cuanto antes.

Entre los supervivientes, aquella pequeña llama que las declaraciones de Axe sobre su escapatoria de Salvo habían generado parecían haber mermado. Aunque las palabras de Andy eran tan ciertas como las de Morris y bajo ninguna circunstancia había que perder la esperanza, ninguno pudo evitar analizar la situación bajo aquel yugo tan pesimista que el mejor amigo de Robin planteaba. Y todos quedaron ahí, pasmados. Sin saber muy bien que hacer.

A pesar de que en los soldados de la Marina Real Británica el impacto no fue tan bruto, entre los ingenieros del Plan Zeta no había sido Vicente el único que no perdonaría a Morris por sus palabras. En casi todos los ingenieros se despertó la misma pregunta: ¿y si aquel destello de furia incomprensible era nada más ni nada menos que el traidor llegando a su punto límite?

Lo peor de todo es que estaban equivocados. Jack, aun desde las sombras, permanecía quieto y lo más callado posible. Él no había perdido sus lealtades hacia el gobierno de los Estados Unidos de América. Su sangre se había hervido más que nunca al ver a un honorable miembro de las fuerzas SEAL hablar con tanta displicencia sobre su traición a la patria. No comprendía la resistencia ni sus fines. Nunca lo haría.

Para su suerte, el tiempo de quietud parecía estar a punto de acabarse. A tan solo unos metros de él, se gestaba su posible salida de todo ese embrollo. La única posibilidad de avisarle a sus superiores que seguía con vida. Esa pequeña chance estaba en el dispositivo que Axe sostenía sobre su oreja. Si tan solo pudiera robar ese teléfono satelital, sus problemas se habrían acabado. Olivia y su gobierno encontrarían la forma de acabar con los supervivientes gracias a toda la información que él podría darles.

«Pan comido. Robarle el comunicador de emergencia a Robin no ha sido tan difícil» pensó. Solo tendría que buscar el momento justo para sacárselo furtivamente a Axe, y luego escapar de los supervivientes. Jack sabía bien, por más que lo intentara, que llamar a la CIA y luego volver al refugio era una misión suicida. Lo había logrado la primera vez, cuando todos pensaban que ya habían eliminado a su único traidor, pero ya estaban muy alerta y le sería imposible pasar inadvertido una segunda oportunidad.

A Jack le tocaba mover la última pieza que le quedaba desde el precario lugar en el que estaba: arruinar la extracción de los supervivientes y salvarse de no ser acribillado a balazos por la misma gente que trabajaba con él.

-Ya hemos preparado el lugar del entierro de Louie. Cuando quieran, podrán despedirse -informó Axe refiriéndose más que nada a los ingenieros, quienes sin duda estaban más afligidos que el resto-. Yo llamaré a Lauren.

Los grupos se separaron. Los ingenieros, con la compañía de los miembros SEAL del equipo de Axe, se acercaron hasta donde descansaba el cuerpo de Louie. En tanto, los miembros de la Marina Real Británica se acercaron hasta el refugio para comprobar el estado de Morris.

Los fuertes dolores que acechaban al mejor amigo de Robin ya habían bajado en su intensidad. Tras colocarle un paño con agua del arroyo más cercano sobre su frente, Morris comenzó a sentirse más liviano. El recostarse lo había ayudado tanto como el hecho de haberse tranquilizado.

El resto de sus colegas lo dejaría descansar. Nada podían hacer para enmendar lo que ya estaba hecho, y castigarlo moralmente por su contestación tan cruda no haría más que expandir la herida. Los supervivientes ya habían tenido suficiente drama.

Axe comprobó que todo estuviera en orden antes de realizar su llamado. Bueno, tan en orden como se podía estar después de todo lo que acababa de pasar.

El líder del comando SEAL marcó el número que reiteradas veces había llamado para comunicarse con Marcela, quien había sido su principal enlace con la base de la resistencia. Desde que trabajaba para ellos, no había tenido la posibilidad de hablar con Lauren. Marcela siempre le había repetido que era mejor mantenerlo así, camuflado, hasta que una situación requiriera de su intervención. El rescate de los supervivientes en Salvo daba justo en el clavo.

Marcela atendió al segundo tono y Axe, que ya no pretendía dejar pasar más tiempo, le indicó que llamara a Lauren de inmediato para comunicarle las novedades sobre el posible final trágico que acechaba a una de sus tropas más fuertes: Jayce Lawrence.

La fortaleza de Jayce no solo provenía del poderoso lugar que ocupaba en el gobierno estadounidense. Su lealtad hacia la resistencia, como así también su gran sentido estratégico, lo habían posicionado como un miembro indispensable del movimiento. De aquellos que participaban en la toma de decisiones y elegían el próximo paso tras haber analizado cada opción posible con cautela. En una guerra contra dos de las más grandes potencias mundiales, un paso en falso podría significar perderlo todo.

En ese detalle Lauren pecaba de obsesiva, en ocasiones a niveles realmente molestos e innecesarios. Marcela solía contradecirla con un andar poco analítico, más sanguíneo e impulsivo.

No era de extrañar. La madre de Robin era una intelectual, luchaba con su sentido estratega en una larga y tendida partida de ajedrez contra el mundo. La pelirroja era lisa y llanamente, una guerrera decidida a tomar las armas cuando la situación lo requería. De esa forma cada una respetaba el lugar que la otra ocupaba, porque pensar en Marcela liderando el movimiento o en Lauren organizando tropas alrededor de su territorio no eran, ni tampoco nunca debían ser, una opción a tener en cuenta.

-Me temo que desde aquí ya nada puedo hacer para salvarle la vida a Jayce -musitó Lauren tras contemplar el bombazo que Axe acababa de darle. Marcela también escuchaba, pero permanecía en silencio.

Lauren no pudo evitar remontarse a un pasado muy lejano, el cual ni ella sabía que recordaba con tanta nitidez. Cuando su esposo Bob estaba vivo, todo se hacía más fácil. Sus mentes funcionaban en perfecta sincronización. Sus planes siempre eran idóneos, y jamás discutían. Pero su media naranja allí había quedado, tendido en un charco de sangre tras un intercambio fallido.

La mamá de Robin se preguntaba que hubiese hecho Bob ante la decisión crucial que ahora ella debía tomar sin él. Su marido siempre tenía la respuesta indicada incluso ante las encrucijadas más indescifrables. Pero solo ella podría determinar el destino de los supervivientes.

-Dame quince minutos, Axe -agregó Lauren en un acotado comentario. Luego Marcela colgó, y el líder del comando SEAL se quedó a la espera.

Lauren sabía que el tiempo de mover a los supervivientes a tierra firme había llegado. Tras haber sido revelada la ubicación de Salvo a través de Jack, no les había quedado otra opción que frenar el primer ataque de Yuri y Olivia mediante la carta que Marcela se tenía guardada: el equipo SEAL. Pero la madre del capitán sabía que sus enemigos eran temerarios, y que en cuanto deschavaran a Jayce y se reconstruyera la confianza entre ellos, volverían a arremeter contra Salvo.

Y esta vez irían con todo lo que tenían.

-Tú y yo sabemos que la única forma de sacarlos de ahí es utilizando nuestras influencias de Sierra Leona -le comentó muy segura de sí misma Marcela.

El vínculo que la Última Resistencia había establecido con el gobierno y las personas más poderosas del pequeño país de África habían resultado una pieza fundamental de su plan, sobre todo porque sus aportes constituían el 90% del financiamiento del movimiento. Aunque en realidad, no solo se trataba de eso: la nave con la que Lauren y Marcela se movían, sumado a la base secreta de primer nivel que habían diseñado en la pequeña ciudad de Moyamba, convertían a este individuo en, tal vez, alguien mucho más importante que todos ellos juntos.

Lauren siempre prefirió evitar llamarlo por su nombre. Como una especie de Voldemort, pero sin poderes y con una nariz puntiaguda. Sobre todo, porque era la única persona que, de traicionarlos, podría acabar con todo lo que habían construido por años. Solía decirle «el inversor», y Marcela no podía evitar reírse cada vez que la escuchaba. Era un apodo tan general como grotesco a la hora de nombrar a una persona poderosa y peligrosa como él. La pelirroja no lo conocía en persona. Había oído hablar de él en incontables oportunidades, pero solo Lauren y Bob habían tenido una comunicación directa.

El inversor poseía todo lo que un poderoso señor blanco y ricachón del siglo XXI suele tener: una marcada soberbia, acompañada de un fuerte sentido retrógrada y un porte de perfecta prolijidad que muchas veces carecía de toda lógica. Como cuando en las películas el protagonista y el villano se golpean, se arrastran, saltan, corren y vuelven a empezar, pero no tienen ni una pequeña arruga en su camisa. Algo así sucedía con el inversor: sin importar el tiempo ni el lugar, jamás perdería aquella esplendorosa imagen que lo caracterizaba.

Pero sus creencias y valores eran fuertes. No era un tipo que podía ser comprado, ni tampoco que cayera perdido ante la lujuria. Sus decisiones, la gran parte del tiempo, estaban bien tomadas. Y bajo esos conceptos, se unió a la Última Resistencia. Sabiendo que, si lograban su cometido, habrían cambiado el mundo.

El único requisito que el inversor estableció como indispensable para unirse a las filas de Lauren y Bob era muy claro: una vez desfachatado el plan Zeta de los líderes mundiales y comenzada la guerra sobre ambas potencias, él se convertiría en parte de la mesa chica que tomaría decisiones. A la par de Lauren, a la par de Marcela. Porque el inversor era tan desestabilizador y anárquico como ellos. Y porque llegaría un momento donde se cansaría de ver el movimiento desde la penumbra, simplemente aportando su dinero y sus activos, y querría formar parte del cambio global tanto como ellos.

Aún faltaba tiempo para eso. Pero si sacaban a los supervivientes y a los ingenieros del plan Zeta con vida de Salvo, habrían dado un gran paso.

-Me temo que sí. Necesitamos el submarino del inversor para pasar desapercibidos y poder sacarlos de ahí, ¡cuanto antes! Si Olivia está tan impredecible como creemos, tal vez ordene bombardear la isla -agregó Lauren dubitativa, mirando a Marcela, la pelirroja, con un poco de temor.

-Eso significaría solo un conflicto internacional mucho más grande del que ya tiene. No debería hacerlo -contestó con seguridad Marcela, aunque no con la suficiente para convencer a Lauren, que seguía con aquella idea en la cabeza.

La mamá de Robin, tan fiel a su estilo, decidió no perder ni un segundo más. Debía informar al inversor sobre la operación. Luego, el rescate de los supervivientes se volvería inminente.

-Iremos a buscarlos con nuestro submarino y escaparemos hacia base. Deben encontrarnos en el extremo donde dejé a Robin y su equipo tan pronto arribaron a Salvo. Díselo a él, sabrá cual es el lugar -confirmó Marcela-. Y Axe, por el amor de Dios, no revelen su posición hasta confirmar que somos nosotros quienes han venido a rescatarlos. Cortaremos comunicaciones en el mientras tanto.

-¿En cuánto tiempo deberían estar aquí? -El plan de escape no sonaba sólido para Axe, sobre todo por el hecho de que su posición ya estaba comprometida.

-No lo sabemos. Lauren ya está hablando con el inversor, pero alistarnos y preparar la operación nos tomará un tiempo. Solo... Dime que entiendes.

Marcela notó que Axe temía por su plan. Ella también lo hacía, pero ambos también sabían que no tenían más opciones. Las posibilidades de éxito no eran ni por cerca un ideal que los dejara tranquilos, y aun así, allí estaban, cercanos a intentar el último movimiento para sacarlos de Salvo con vida.

-Submarino. Tiempo de llegada indefinido. Hay que confirmar que es un equipo de la resistencia. Salir de Salvo -repitió Axe más serio que nunca.

-Cuida a los supervivientes. Vamos a rescatarlos.

Cambio y fuera. Nos vemos pronto, soldada.

Inquieto, Axe fue el primero en cortar la llamada. El plan de contingencia que la resistencia había formulado no solo lo preocupaba, sino que también lo veía difícil de concretar.

Las razones de Axe para estar inquieto iban incluso más allá de lo que él se imaginaba. A una distancia segura y escondido entre la espesura de la selva, Jack lo había escuchado todo.

El que aprende a callar acaba viéndolo y entendiéndolo todo. El traidor escondido entre los supervivientes no demoraría en arruinar sus planes. Para siempre.

Y correría sangre. Oh, Jack lo estaba anhelando.

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