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32. Circo Mortal

Entraron en aquel castillo sin saber que encontrarían en su interior, y cuando lo hicieron la sala principal estaba vacía, aunque comenzó a sonar una voz. Parecía venir de algún tipo de altavoces o aparatos de transmisión de sonido. No veían a nadie en ese momento así que escucharon la voz con atención.

- ???: han sido muy valientes en venir aquí, veo que solo son tres, eso hará mucho más fácil darle una muerte rápida. Si piensan que podrán salvar al hombre encerrado tengo la llave del calabozo conmigo en el tercer piso y las puertas son muy gruesas para ser abiertas sin ella. Superen los pisos y llegarán hasta mi, aunque dudo que lo consigan.

Tras eso, se escucho un clic metálico como al cerrar la conexión del dispositivo de transmisión.

- John: sabía que esto no sería fácil, estad en guardia, no sabemos que tipo de trampas habrá preparado.

- Jolyne: cuidado, comienzo a escuchar algo.

Los aventureros sacaron las armas y se pusieron en posición de combate alertas de lo que pudiera aparecer. De puertas a los laterales de la planta baja del castillo empezaron a salir algo muy extraño, se trataban de lo que parecían ser muñecos con forma de espeluznantes payasos. Se movían como marionetas pero no había nada controlandolas, por lo que deberían tratarse de autómatas.

- Liz: ¿ninguno tiene miedo a los payasos verdad? Porque no es momento para quedarse parados.

- Jolyne: tranquila podemos con ellos.

- John: más bien, me dan ganas de machacarlos aún más.

- Liz: hay muchos, veamos quién de nosotros derrota más.

- John: vamos allá.

Fueron corriendo hacia las extrañas máquinas con forma de payasos de circo. Había una gran cantidad de ellos pero no tenían gran fuerza, al menos no tras haberse acostumbrado cada uno a la velocidad de entrenar con sus maestros y les recordaba a aquel ejército de esqueletos de la mazmorra. Conseguían macharcarlos, a algunos la cabeza y a otros el pecho, parece que funcionaban como seres vivos pero aún así no sangraban, sino que salía de ellos un líquido gris viscoso. No pararon hasta terminar con cada uno de ellos.

- John: bueno, ¿cuantos habéis hecho cada una?

- Jolyne: yo he hecho 46.

- John: te gané, he hecho 51.

- Liz: perdedor, me he cargado 53.

- John: vaya, por sólo 2 de diferencia.

- Jolyne: no perdamos tiempo y subamos al siguiente piso.

- Liz: ahí veremos que tipo de prueba o trampa nos han puesto.

Subieron las escaleras que se encontraban en el centro de la sala, y cuando estaban a mitad de ellas sonó de nuevo la voz por el transmisor.

- Transmisor: felicidades por parar a nuestros soldados, lo habéis hecho con facilidad pero se trataban seres sin vida. Veremos como os manejáis con nuestros dos generales.

Se volvieron a apagar los transmisores y al subir las escaleras se encontraron a dos sujetos.
Ambos estaban vestidos de rojo y la cara blanca, pero ambos tenían un aspecto muy diferente al del otro. Además, uno de ellos estaba jugando con cuchillos mientras tenía una sonrisa malévola, y el otro una máscara más simple pero igualmente perturbadora además de un violin metálico marrón, que comenzó a tocar al verles.

- ???: bienvenidos a vuestra muerte, soy Morobi el lanzador de cuchillos.

- ???: yo soy Dottore, el músico que tocará vuestro réquiem.

- John: ¿no se creen muy importantes para ser un par de payasos?

- Liz: creo que en vez de lanzar cuchillos solo suelta tonterías, y el otro no deja de desafinar todo el rato.

- John: creo que sería mejor pasar directamente al piso de arriba, no valen la pena ni escucharles hablar.

- Liz: espero que el jefe de un poco de juego, porque si esto son sus generales el jefe debe ser un mono de feria.

- Morobi: vais a morir aquí mismo, no deberías habernos cabreado.

- Dottore: ¡fortissimo! Este será el final de vuestra vida.

- Jolyne: ¡chicos cuidado!

- John: tranquila.

Morobi empezó a lanzarles varios cuchillos a cada uno pero ellos lo esquivaron o bloquearon con sus armas y Jolyne le devolvió los disparos con sus flechas volviéndose en un intercambio de largo alcance pero ninguno conseguía darle al otro.
Mientras tanto Liz y John fueron para atacar al músico y fue más complicado de lo que esperaban. El arco del violin estaba hecho de un hilo muy fino pero resistente de metal con el que bloqueaba la lanza de Liz, además el violin era mucho más macizo y pesado de lo que aparentaba por lo que la katana de John no era capaz de atravesarlo. Su contrincante era difícil de alcanzarle con un ataque ya que poseía una gran flexibilidad en sus extremidades pudiendo hacer muchas combinaciones entre ambas partes del instrumento.

- Dottore: parece que comenzais a bajar el ritmo de combate.

- Morobi: ja, no podrás darme nunca, se gastarán antes tus flechas o mis cuchillos.

- Jolyne: ¡chicos no vamos a ningún lado!

- John: tienes razón, así no les ganaremos, así que ¡cambio de enemigo!

- Morobi: ¿¿QUÉ??

John y Liz fueron a por el lanzador de cuchillos y Liz contra el violinista. Esto se notó notablemente ya que Morobi no era capaz de defenderse a corta distancia con pequeños cuchillos, al contrario que Dottore ya que al tener el violin con su arco solo podía manejarlo para bloquear las flechas de Liz.
Tras un tiempo después de usar esta estrategia el primero en caer fue el lanzador de cuchillos, el cual acabó con el brazo derecho cortado por la katana de John y el pecho atravesado por la lanza de Liz, deparandole un final sangriento.

- Dottore: ¡Morobi! Compañero, yo tocaré la melodía final de la vida de estos infelices.

Comenzó a tocar el violín mientras esquivaba cada una de las flechas de Liz con exagerados movimientos con su cuerpo. Cada vez tocaba aún más y más rápido y se movía cada vez más rápido también. Los aventureros pararon de atacarles al extrañarle tal actuación por parte de su oponente. Además comenzaron a sentir la misma sensación extraña que sintieron contra Kuro, el secuestrador de Kei en Vitrovia. Sin previo aviso se paró en seco y esto preocupo aún más a los aventureros, y sin darse cuenta se había dirigido hacia John al que dio una estocada con el arco del violin, solo consiguió rozarle pero debido al rápido movimiento al tocar y calentar el cable del arco, le causó una leve quemadura en su hombro. Luego fue a por Liz con un ataque horizontal que bloqueo con su lanza, acto después se volvió a alejar de ellos.

- Dottore: debe ser una buena lanza, la debería haber cortado como papel.

- John: debemos ocuparnos de él antes de que se ponga peor.

- Dottore: venid por mi.

Los tres fueron a atacarle, al principio era difícil por la velocidad del enemigo, pero progresivamente fueron acostumbrándose a su ritmo, se coordinaban con gran habilidad hasta que el daño empezaron a causarselo a él. Primero Liz le hizo un corte en la cara con su lanza, más tarde John le consiguió cortar los dedos de la mano izquierda, causando que soltara el violin. Le atacó de nuevo bloqueó la katana con el arco del violin, siendo aprovechado por Liz para atravesarle el cráneo sin poder pensarlo dos veces.

- Jolyne: ¡lo conseguimos!

- Liz: rápido, subamos a por él. Ya solo nos queda el último piso.

Subieron rápido por las escaleras para llegar al último piso, y allí se encontraba, Harlequin, el jefe de los asesinos sentado sobre una carta gigante con un traje rojo y amarillo, además de una gran sonrisa en su rostro.

- Harlequin: felicidades, han vencido a mis subordinados y mis autómatas, pero están muy lejos de poder vencer al jefe final.

- John: ¿estas seguro?

- Harlequin: sois fuertes, os lo admito. Pero sois nuevos en esta parte del mundo y aun os queda mucho por aprender. Pero podemos mataros sería realmente aburrido.

- Liz: entonces, ¿por qué no mueres tu?

- Harlequin: muy jocoso de tu parte. Tengo un juego para vosotros, si acertais tres adivinanzas sin fallar os daré la llave de la celda.

- John: ¿por qué tendríamos que creerte?

- Harlequin: no necesito mentir, puedo mataros cuando quiera.

Jolyne le disparó varias flechas a la cabeza pero fue capaz de cogerlas en plena trayectoria cuando estaba a su alcance.

- Harlequin: son buenas flechas, pero te las devuelvo.

Le lanzó las flechas al suelo, justo delante de sus pies.

- John: deberíamos evitar peleas innecesarias. Aceptamos.

- Harlequin: así me gusta, chico inteligente. Hemos visto que sois fuertes, pero en la vida también se necesita intelecto, pongámoslo a prueba.

- Jolyne: empieza.

- Harlequin: aquí va el primer acertijo. Es algo que que crece, pero que se encoge al mismo tiempo ¿Qué es?

Estuvieron un rato pensando hasta que Jolyne consiguió tener una respuesta.

Jolyne: La vida!, cuanto más tiempo pasa, más nos acercamos al final.

- Harlequin: ¡correcto! Solo os faltan dos.

- Liz: vamos por el siguiente.

- Harlequin: Cuando soy necesaria, me tiran, pero cuando ya no sirvo, vuelven a por mi. ¿Quién soy?

En este tardaron un poco más en conseguir la respuesta, aunque esta vez la pensó Liz.

- Liz: ¡un ancla!

- Harlequin: parece que no sólo sois fuerza, sino también inteligencia.

- John: ve por la última.

- Harlequin: este va dedicado a esta situación. ¿Cuál es la mayor estupidez que podría cometer un ser vivo?

En este acertijo estaban tardando bastante, no entendían cuál podría ser la respuesta que tenían que buscar para resolverlo.

- Harlequin: tic-tac-tic-tac, no tardéis mucho, si me aburrí desaparecere de aquí para siempre junto con la llave.

El jefe de los asesinos lanzó una carta girando hacia John y le hizo un corte en la cara sin que el pudiera verla venir.

- Harlequin: pero no me iré sin mataros a todos.

Se pusieron en guardia las dos aventureras, en cambio, John seguía pensando en una respuesta hasta que consiguió hallarla.

- John: ya lo sé. La mayor estupidez es, dejarse morir.

- Harlequin: parece que has entendido la pista sobre mataros.

- John: ¡hemos cumplido! Danos la llave.

- Harlequin: tranquilo, soy un asesino pero no un mentiroso, aquí la tenéis.

Le lanzo la llave de la celda hacia ellos y la cogieron, pero cuando volvieron a fijarse en él había desaparecido.

- John: ¿que ha pasado?¿Dónde está?

- Liz: creo que ya no debemos preocuparnos de ello, si no está, es un problema menos del que preocuparse.

- Jolyne: bajemos rápido a los calabozos para liberarlo.

Bajaron por las escaleras hasta el piso más bajo, habían desaparecido los cadáveres y todos los autómatas rotos como si hubiera desparecido junto con Harlequin. Intentaron no prestarle demasiada atención y bajar hasta los calabozos y cuando lo abrieron allí se encontraba, un hombre en ropa interior encadenadas todas sus extremidades.

Se encontraba inconsciente y muy delgado, debería llevar varios días sin probar nada de comida. Le cogieron y John se lo llevó en la espalda para bajar la montaña con él. Tardaron más en llegar hasta la casa del exmafioso para entregarle a su hombre.

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