𝟭𝟱
«Bajo las estrellas».
El sol se había puesto, dejando que la oscuridad cubriera el paisaje apocalíptico. El grupo había encontrado refugio en una pequeña casa abandonada a las afueras de la ciudad. Encendieron una pequeña fogata en el patio trasero para mantenerse calientes y cocinar algo de comida.
Feyre estaba sentada en una roca cerca de la fogata, su herida ya tratada y vendada. Cardan se sentó a su lado, su rostro iluminado por la luz parpadeante del fuego. El resto del grupo estaba repartido, algunos descansando y otros vigilando el perímetro.
—¿Cómo te sientes? —preguntó él, su voz suave pero llena de preocupación.
Feyre sonrió, tratando de minimizar la gravedad de la situación.
—He tenido peores días. Esta herida es solo un rasguño.
Él asintió, aunque la preocupación en sus ojos azulados no se desvaneció del todo.
—Aun así, ten más cuidado. No quiero perderte.
Antes de que Feyre pudiera responder, Luna y Juno se acercaron, con sonrisas burlonas en sus rostros.
—Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? —se burló Luna con una sonrisa traviesa—. ¿El valiente Cardan cuidando a su damisela en apuros?
Feyre puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos.
—¿No tienen algo mejor que hacer?
Juno se rió.
—Oh, claro. Pero molestar a los tórtolos es mucho más divertido.
Cardan, sin perder su compostura, les lanzó una mirada fulminante.
—Cállense, chicas. No es el momento.
Luna levantó las manos en señal de rendición.
—Está bien, está bien. Nos iremos. Pero de verdad, cuiden el uno del otro.
Cuando se alejaron entre risas, Feyre y Cardan intercambiaron una mirada cómplice. La pelirroja suspiró, dejando escapar una risa suave.
—A veces me pregunto cómo hemos sobrevivido tanto tiempo con esas dos.
Cardan sonrió.
—Son buenas amigas. Incluso si son un poco molestas a veces.
La noche avanzaba lentamente y, a medida que las estrellas comenzaban a aparecer en el cielo, el grupo se reunió alrededor de la fogata, compartiendo historias y recuerdos de tiempos mejores. Feyre y Cardan se quedaron un poco atrás, disfrutando de la tranquilidad del momento.
—¿Sabes? —dijo él, rompiendo el silencio—. En momentos como estos, a veces pienso en lo que podríamos haber hecho diferente antes de todo esto.
Feyre se volvió hacia él, interesada.
—¿A qué te refieres?
Cardan miró hacia el cielo, pensativo.
—A todas las oportunidades que dejamos pasar, a las cosas que nunca dijimos. Me arrepiento de no haber sido más honesto contigo desde el principio, de no haberte confesado mis sentimientos desde que éramos unos críos.
Feyre lo miró a los ojos, una chispa de algo más profundo brillando en su mirada.
—Bueno, las cosas han cambiado. Ahora estamos aquí, juntos, tratando de sobrevivir.
Él asintió, su mirada intensa y cálida.
—Sí, y no cambiaría eso por nada.
Antes de que Feyre pudiera responder, Cardan se inclinó hacia ella, sus labios encontrándose en un beso suave pero lleno de emoción. Fue un momento breve, pero cargado de significado, un destello de normalidad en medio del caos que los rodeaba.
Cuando se separaron, Feyre sonrió, sus mejillas ligeramente sonrojadas.
—Eso fue... inesperado.
Cardan sonrió también, su expresión relajada y feliz.
—Sí, pero creo que era necesario.
El momento fue interrumpido por un ruido distante, alertando al grupo. Inmediatamente se pusieron en alerta, agarrando sus armas y preparándose para lo que fuera.
—¡Todos a sus puestos! —gritó Rex, señalando hacia la dirección del ruido.
Feyre y Cardan se levantaron rápidamente, listos para enfrentar cualquier amenaza. Pero mientras se preparaban para lo que pudiera venir, no pudieron evitar compartir una última mirada cómplice, sabiendo que, sin importar lo que sucediera, estarían juntos en esto.
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