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𝟬𝟵

«Reflexiones y recreo».

La mañana siguiente al enfrentamiento con la criatura mutante, el grupo se reunió para discutir sus próximos pasos. La amenaza había sido contenida, pero aún quedaban muchas preguntas sin respuesta.

—Necesitamos entender más sobre esta plaga —dijo Juno, mirando al grupo con seriedad—. No podemos seguir enfrentándonos a estos monstruos sin saber de dónde vienen o cómo detenerlos.

—Totalmente de acuerdo —añadió Harper—. Pero primero, ¿alguien tiene alguna teoría de cómo comenzó todo esto?

Feyre y Cardan intercambiaron miradas. Ambos recordaban claramente los primeros días del apocalipsis, cuando todo había comenzado a desmoronarse.

—Recuerdo que hubo rumores —comenzó ella, su voz pensativa—. Había historias sobre un laboratorio secreto, experimentos que salieron mal.

—Sí, escuché algo similar —añadió Cardan—. Se decía que un virus fue liberado accidentalmente, pero nunca hubo confirmación oficial. Todo fue muy misterioso.

—Y luego, de repente, la gente comenzó a enfermarse y a transformarse —dijo Luna, sacudiendo la cabeza—. Fue tan rápido que no tuvimos tiempo de reaccionar.

—Es casi como si alguien hubiera querido que todo esto pasara —murmuró Juno—. Pero ¿quién haría algo así?

El grupo quedó en silencio, reflexionando sobre la magnitud de la catástrofe que había cambiado sus vidas para siempre. Pero Feyre decidió cambiar el tono de la conversación.

—Bueno, no podemos resolver todo eso ahora —dijo, sonriendo—. ¿Qué tal si tomamos un pequeño descanso? No todo puede ser supervivencia y teorías conspirativas.

Cardan levantó una ceja, expandiendo una sonrisa lobuna.

—¿Tienes algo en mente, pelirroja?

—De hecho, sí —respondió ella, sus ojos verdes brillando con entusiasmo—. ¿Qué tal si jugamos un juego? Algo para despejar nuestras mentes y recordar que aún somos humanos.

—¡Eso suena genial! —exclamó Marcus, claramente emocionado—. ¿Qué tienes en mente?

Feyre se levantó, dirigiéndose a una de las cajas que habían recuperado del almacén. Sacó una pelota vieja y desgastada.

—Vamos a jugar algo simple, como un juego de lanzamiento. Podemos hacer equipos y ver quién tiene mejor puntería.

—¿En serio? —Cardan se rió, sarcástico—. Un juego de lanzamiento en medio de un apocalipsis. Me encanta.

El grupo se animó rápidamente, formando equipos y estableciendo reglas simples. Se turnaron para lanzar la pelota a objetivos improvisados, usando latas vacías y botellas de plástico.

—¡Vamos, Harper, tú puedes! —gritó Sam, animando a su compañera de equipo.

Harper lanzó la pelota y derribó todas las latas con un golpe preciso.

—¡Sí! ¡Eso es lo que digo!

—¿Ves? Aún podemos divertirnos —dijo Feyre, riendo mientras tomaba su turno—. Es importante mantener nuestro espíritu alto.

Cardan, quien era su compañero de equipo, sonrió.

—¿Qué te parece una pequeña apuesta, mi querida Feyre?

—¿Qué tipo de apuesta? —preguntó ella, alzando una ceja.

–El equipo que pierda tiene que cocinar la cena esta noche —respondió, su tono desafiante.

—Está bien —dijo Feyre, con una sonrisa traviesa—. Pero no te sorprendas si terminas siendo tú quien cocina.

El juego continuó con risas y bromas. Aunque estaban en medio de un mundo devastado, estos momentos de alegría y camaradería les recordaban la humanidad que aún quedaba dentro de ellos.

Después de un rato, el equipo de Feyre y Cardan ganó, lo que llevó a Cardan a declarar con orgullo:

—¡Espero que les guste cocinar, chicos!

—Bien jugado —dijo Juno, sonriendo—. Pero no te acostumbres. La próxima vez, ganaremos nosotros.

—Es una promesa —respondió Cardan, estrechando la mano de la chica en señal de respeto.

Mientras el grupo se preparaba para la cena, Feyre y Cardan se quedaron atrás, observando el sol ponerse en el horizonte.

—Esto fue divertido —dijo Feyre, sus ojos brillando con la luz del crepúsculo–. Gracias por hacerlo posible, Cardan.

—De nada —respondió él, con una sonrisa suave—. Es bueno recordar que aún podemos tener momentos como este, incluso en medio de todo esto.

—Sí —confirmó ella—. Estar juntos nos da la fuerza para superar cualquier desafío.

Cardan la miró, su expresión llena de una mezcla de gratitud y admiración.

—Lo mismo digo, Feyre. Lo mismo digo.

Y así, mientras la noche caía y las estrellas aparecían en el cielo, el grupo disfrutó de una cena sencilla pero deliciosa, fortalecidos por la camaradería y la esperanza que compartían. Porque en un mundo lleno de oscuridad y peligro, estos momentos de luz eran lo que los mantenía avanzando.

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