«Un nuevo desafío».

La noche pasó con relativa calma en el almacén, aunque Feyre apenas pudo conciliar el sueño. Entre las sombras y los murmullos del grupo, sus pensamientos vagaban hacia lo desconocido. Al amanecer, el grupo se reunió para discutir sus próximos pasos.

—Bien, tenemos que salir y buscar suministros. Los últimos saqueos dejaron nuestras reservas bastante bajas —dijo Juno, su tono autoritario.

—¿Quién va a salir esta vez? —preguntó Luna, ajustando sus gafas protectoras.

—Feyre, Cardan, y yo —respondió Rex—. Feyre necesita conocer el terreno, y Cardan conoce bien la zona.

La pelirroja asintió, ajustando su chaqueta y asegurándose de que su cuchillo estaba en su lugar.

—Estoy lista.

El grupo se movió con cautela a través de las ruinas de la ciudad. Las calles desiertas estaban cubiertas de escombros y vegetación, con los restos de edificios y vehículos abandonados a su alrededor. La tensión era palpable mientras avanzaban, con los ojos siempre alerta a cualquier movimiento.

—No me gusta este silencio —murmuró Feyre, sus ojos verdes escudriñando cada rincón.

—Es mejor que el ruido. El ruido atrae problemas —respondió Cardan, con una sonrisa sarcástica.

Rex lideraba el camino, su figura imponente abriéndose paso entre los obstáculos. Llegaron a un antiguo supermercado, sus puertas desmoronadas y ventanas rotas.

—Aquí es —dijo Rex, haciendo una señal para que entraran.

El interior estaba oscuro y lleno de estanterías volcadas y productos esparcidos por el suelo. Feyre se movió con cautela, recogiendo latas y botellas que aún parecían útiles. De repente, un ruido sordo rompió el silencio, seguido por un gruñido bajo.

—¿Qué fue eso? —susurró ella, sus sentidos agudizados.

—Problemas —respondió Cardan, sacando su cuchillo.

De las sombras emergió una figura demacrada y de movimientos erráticos. Un saqueador, con los ojos desorbitados y una expresión de desesperación.

—¡No se acerquen! ¡Todo esto es mío! —gritó, agitando una barra de metal.

—No queremos problemas, solo necesitamos algunos suministros —dijo Rex, manteniendo la calma.

El saqueador no pareció escuchar, avanzando hacia ellos con la barra levantada. Feyre, sin pensarlo, lanzó una lata hacia él, golpeándole en la cabeza y haciéndole tambalearse.

—Buena puntería —comentó Cardan, mientras Rex se lanzaba sobre el saqueador, desarmándolo con facilidad.

—No teníamos otra opción —dijo ella, recuperando el aliento.

—De acuerdo, terminemos rápido antes de que lleguen más —ordenó Rex, amarrando al saqueador con una cuerda improvisada.

El grupo recogió lo que pudo y se apresuró a salir del supermercado, volviendo al almacén con su botín. Al llegar, fueron recibidos por Juno y Luna, quienes revisaron los suministros con rapidez.

—Buen trabajo, chicos —dijo Juno—. Pero necesitamos más. Hay un lugar en las afueras de la ciudad que podría tener lo que buscamos.

—Es peligroso, pero no tenemos otra opción —añadió Luna, mirando a Feyre y Cardan—. ¿Están dispuestos a ir?

—¿Otra vez nosotros? —preguntó Feyre, levantando una ceja.

—Necesitamos a los mejores —respondió Juno, con una sonrisa irónica.

Feyre miró a Cardan, quien asintió con determinación.

—Estamos listos —dijo, sintiendo la responsabilidad de su nueva alianza.

Mientras se preparaban para la nueva misión, Feyre no podía evitar sentir una mezcla de emoción y temor. Sabía que cada día en este mundo apocalíptico era una prueba, y que solo los fuertes sobrevivirían. Pero con su nuevo grupo, empezaba a creer que tal vez, solo tal vez, tenían una oportunidad.

La jornada hacia las afueras de la ciudad prometía ser aún más desafiante, y Feyre estaba lista para enfrentar lo que viniera, con el idiota de Cardan y el resto del grupo a su lado.