Epílogo
Me senté frente al espejo de mi habitación y peiné mi pelo rizado que parecía ya un pompón gigante en mi cabeza. Mi piel se veía más oscura de lo que solía ser por culpa del sol que tomé esos días en el bote. ¿Cuántos fueron? ¿6? No estaba segura, pero no quería pensar en eso, mejor era alegrarme de que ya estaba en mi casa después de varias semanas.
El reencuentro con mi familia había sido muy emotivo. A pesar de que me tenían en la UTI de un hospital los dejaron entrar a todos y entre lágrimas nos abrazamos los cuatro. Creo que nunca había estado tan apegada a mis padres ni a mi hermano, después no quería que se fueran y me dejaran sola pues temía que aquella imagen se desvaneciera y despertara nuevamente en el bote. De hecho todas las noches regresaba a el, en mis sueños yo estaba recostada en un madero y la sombra venía a mí, a ahorcarme para acabar con mi vida de una buena vez por todas. Oscar nunca alcanzaba a salvarme y al abrir los ojos lloraba y lo llamaba. No me permitían verlo, eso era lo peor de todo. Regresé a casa sin la oportunidad de compartir con él un momento, su familia se lo llevó a su casa y la mía a mi hogar pues ya habría tiempo para encontrarnos cuando estuviéramos bien, debíamos descansar y no alterarnos.
Ya en casa me puse al día con las noticias y entonces supe que Oscar y yo éramos "La sensación del momento". En los noticiarios salían reportajes sobre nosotros dos, solo por ese medio me fue posible verlo. Se veía mejor estando limpio, afeitado y peinado, pero estaba realmente delgado luego de varios días alimentándose mal. Todos querían entrevistas nuestras, después de todo éramos los "Sobrevivientes", los dos afortunados que vivieron. Sin embargo yo no quería acceder a dar ningún testimonio, recordar esos días no hacía más que llevarme al llanto y a la angustia. Ni siquiera con mi familia lo comentaba, me guardaba mis recuerdos para mí.
—¡Ayuda!, ¡Estamos aquí! —gritábamos Oscar y yo una vez que notamos que estábamos en tierra.
—Hay una casa por allá —señalé.
—Tratemos de llegar.
Con esfuerzo nos bajamos del bote, pero casi en el instante en que pisé la arena de la playa caí sobre ella cansada. Mi respiración era dificultosa, sentía que todo me daba vueltas y en cuanto trataba de pararme mis piernas se doblaban involuntariamente.
—No puedo, Oscar... no puedo.
—Podemos... deberíamos poder.
Tres pasos más lejos del bote volví a caer y ahí me quedé, dándole la espalda al sol como si quisiera broncearme. Pero eso era lo último que se pasaba por mi cabeza.
Me regañé. Mis ojos se estaban llenando de lágrimas, no quería que mi madre notara que lloraba, eso no haría más que generar preguntas que no quería responder. Miré mi mano izquierda, aquel anillo que todavía envolvía mi dedo anular. Era algo ridículo que lo siguiera usando considerando que ya no tenía prometido, el mar se lo había tragado sin misericordia. Pero ahí estaba, haciéndome dudar una y otra vez de mis deseos de ver a Oscar. ¿Era correcto querer reunirme con él habiendo quedado poco tiempo antes sin novio? ¿Estaba obrando mal al recordar solo aquellos momentos de más cercanía entre los dos? No lo sabía, no lo tenía claro, mi mente era como un cielo nublado y dudaba de que saliera el sol.
En mi escritorio había dos fotos, una con Adrián tomada poco tiempo antes de embarcarnos y la otra era un recorte de un diario, una portada en la que salió Oscar. No se veía del todo bien, tenía la cara típica de un enfermo, demacrado luego de tanto tiempo a la deriva, pero era lo único que tenía de él. ¿Cómo estaría en ese momento?, ¿Se habría alimentado bien?, ¿Habría recuperado peso?, ¿Aun me recordaba? No lo sabía con exactitud, solo podía hablar por mí.
—¿Qué dia...?... ¡Vieja, llama a una ambulancia!
—Oh, Dios mío... ¿Están vivos?
—Sí, aun respiran.
Mi visión era borrosa, pero lograba ver al anciano que nos encontró tirados a orillas del mar. No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que nos halló, solo estaba agradecida de que se le ocurriera salir de su casa para mojarse los pies o tomar algo de sol. Mis ojos se cerraban solos, un momento me encontraba en la playa y al otro unos enfermeros me subían a una camilla, mientras otro grupo se encargaba de mi compañero de viaje. Aquella fue la última vez que logré verlo en persona.
—Lía... —me llamó.
Tomé los dos marcos, uno en cada mano y los miré atentamente. Amaba a Adrián, solía hacerlo y le estaba muy agradecida por los años que me había regalado, por los buenos recuerdos y su generosidad. Su familia era excelente conmigo, me visitaban desde mi regreso, acongojados por la muerte de su hijo, pero felices de saber que yo estaba con vida. Por otro lado estaba aquel hombre con quien había compartido solo una semana de toda mi existencia y no en las mejores circunstancias, pero le había tomado un gran cariño. Yo a él no lo estimaba, lo quería y muchísimo. Me confundía y eso era lo que a ratos me volvía loca. No podía quedarme toda mi vida llorando por alguien muerto, tampoco podía hacer las cosas a la rápida y precipitadamente. ¿Qué debía hacer?
Mi celular sonó sacándome de mi ensimismamiento. Era un número desconocido por lo que dudé en contestar, pero lo hice de todos modos.
—¿Diga?
—¿Lía?... ¿Te acuerdas aun de mí?
Conocía aquella voz masculina, era Oscar. Una sonrisa se formó en mi rostro y entonces supe qué era lo que quería hacer con mi vida desde entonces.
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