Capítulo 8: Falsa alarma
—¡Sube rápido, Oscar!
Estaba desesperada, demasiado histérica que no sabía qué hacer más que tomar al chico de los hombros, los brazos, de donde pudiera y tirarlo hacia arriba para ayudarlo a subir de nuevo al bote. Las aletas cada vez estaban más cerca, a solo unos metros y temía que lo mordieran, hundiéndolo así para disfrutar de un banquete humano. Ya tenía un pie dentro, faltaba solo uno y entonces emergió a la superficie una cabeza de los "tiburones".
—Son... delfines —susurré un tanto confundida por la escena, terminando de ayudar a Oscar para que se estabilizara y sentara.
—Bromeas, ¿Cierto?
Su rostro cansado me miró incrédulo y luego se dirigió al mar, donde ya había alrededor de cinco animales juguetones saltando por aquí y por allá. Me sentí algo avergonzada, pues no había sido capaz de diferenciar las aletas, aun siendo veterinaria y habiendo estudiado aquellas especies, entre muchas otras.
Caí sentada en el bote, haciendo que se sacuda de lado a lado, pero no le presté atención al movimiento. Sentía mis piernas cansadas, me dolía la zona detrás de la rodilla y mis manos estaban agotadas de tanto apretarse alrededor de las extremidades de Oscar. Lo miré detenidamente y noté algunos rasguños que yo misma había dibujado en su piel sin querer al tratar de subirlo. Algo de sangre estaba comenzando a emanar y me sentí peor además de avergonzada por el daño causado.
—Hay que curarte esas heridas —le recomendé para que nos pusiéramos manos a la obra.
—Oh... creo que sí —se percató recién en ese momento.
Saqué el botiquín de debajo del plástico para luego sentarme a un lado de mi acompañante. Extraje de la caja lo que necesitaba: algodón y alcohol pues no eran heridas muy grandes como para ser vendadas. Con cuidado desinfecté las zonas afectadas, deteniéndome solo cuando lo oía quejarse por el ardor.
—Perdón —dije finalmente cuando guardaba todo.
—¿Por qué?
—Por los rasguños. No era mi intención hacerte eso.
—Hey, no pasa nada... solo intentabas salvarme. Son heridas positivas.
—¿Heridas positivas? —pregunté confundida pues no podía concebir que hubieran lesiones que fueran buenas.
—Sí, heridas positivas o, si lo prefieres así, "heridas nobles"... me lastimaste para salvarme y créeme que lo prefiero así a estar con mis brazos completamente bien pero en el agua siendo comido por estos supuestos tiburones –—ronizó riendo—. Gracias por salvarme, ahora sé que puedo confiar en ti.
Asentí levemente pensando en el término que había usado para llamar a sus rasguños. No lo había pensado así, tampoco estaba segura de que él tuviera razón en aquello, ya que técnicamente no salvé su vida del todo, los delfines no le hubieran hecho gran cosa. Pero en cierto modo me reconfortaba que él se lo tomara así y no estuviese resentido por lo que causé.
—Sí, puedes confiar en mí —dije finalmente.
—Tú también puedes confiar en mí... creo que tendré que hacer un anzuelo mejor.
—Solo procura no volver a caer —le advertí.
—Trataré.
—Adrián, ¿Qué hacemos ahora? —le pregunté yo asustadísima, aferrándome a él ya que las sacudidas del barco eran cada vez más bruscas.
—Tranquila, pronto pasará todo —me respondió asegurando una vez más mi chaleco salvavidas—. Te amo.
—Y yo a ti.
No importaba a dónde yo mirara, en todos lados había rostros aterrados, ojos llorosos, labios separándose excesivamente por los gritos y brazos sujetando a un ser querido. Los niños se asían a sus madres, llorando inconsolablemente. Otras personas rezaban en voz alta mientras algunos marineros trataban de mantener el orden con la poca compostura que les quedaba.
—¡El barco se está hundiendo!, ¿Cómo podemos mantener la calma? —alcanzaba a escuchar a un hombre gritándole a alguien
—No quiero morir —comenzó a susurrar una mujer de edad avanzada que estaba sentada en el piso cerca de mí y de Adrián—. No quiero morir, ¡Dios, no quiero morir!
El que parecía ser su esposo le pedía que se calmara, pero ella haciendo caso omiso se puso de pie y corrió por el barco. Perdí el aliento por unos segundos al ver cómo se lanzaba al agua, quitándose la vida antes de que la muerte llegara a hacerlo por ella. Y aquella señora no era la única que estaba sintiendo con fuerza los efectos del pánico.
Las gotas de lluvia caían con fuerza sobre mí, estaba empapada de pies a cabeza y las olas que nos llegaban no ayudaban, pues nos salpicaban y mojaban aún más. Sentía que el frío entraba hasta mis huesos, estaba temblando. O tal vez no era yo y era que la superficie del barco ya estaba cediendo. Sea como sea, pensé que ese era mi fin.
—Lía, cuidado.
Sentí que alguien me empujaba, no sé por qué y tampoco quién. Solo sé que algo golpeó mi cabeza fuertemente y que mis ojos se cerraron. No supe más de mí.
Cuando mis ojos se abrieron de golpe todo estaba oscuro, aún era de noche, pero no sabía qué hora podría ser. Una fina capa de sudor cubría mi cuerpo a pesar de que el ambiente estaba helado. Por un momento me sentí desorientada, no recordaba dónde estaba ni qué hacía ahí, por qué mi cama se movía tanto. Por eso cuando mi mente se iluminó con la realidad una gran desdicha me embargó, además de unos deseos inmensos de llorar.
No quería creer que aquella pesadilla fuese real, no quería admitirlo. Prefería perderme en mis imaginaciones acerca de cómo terminó el crucero, de las bonitas fotos que tomé y de los chismes que me esperaban en casa de personas envidiosas que quisieran tener mi suerte. Pero nada de eso formaba parte de la verdadera historia y eso me entristecía aún más.
—Lía... ¿Sucede algo? —escuché una voz masculina perteneciente al único hombre del bote.
—No —respondí aguantándome las lágrimas.
—¿Dónde estás?... estira tu mano.
A pesar de no querer hacerlo, lo obedecí y luego de unos segundos tanteando en la oscuridad lo encontré. Lo sentí aproximarse con cuidado para no caer, guiándose por mi extremidad, la cual sostenía y no soltaba; y que tampoco dejó cuando se sentó a mi lado.
—Ahora sí, dime qué te pasa.
Suspiré sabiendo que no se rendiría hasta saber todo. Poco a poco y con dificultad le conté cada detalle de mi pesadilla, tratando de no olvidar algún detalle y de no llorar. Pero me fue difícil contenerme cuando me abrazó, un gesto inesperado aunque me gustó y acepté. En sus brazos me sentí segura por primera vez desde que desperté en el bote.
—Saldremos de esto, Lía... lo haremos juntos —me aseguró.
Solo entonces supe que Oscar, más que un compañero, ya era mi amigo.
Yatita
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro