Capítulo 6: Recuerdos
Estaba cansada, ni siquiera el hermoso atardecer me animó a sentarme en el madero para apreciarlo. En cuanto empezó me quedé en mi lugar, recostada con una mano detrás de mi cabeza cumpliendo la función de una almohada. Era incómodo, el bote jamás sería como mi cama y eso me entristecía porque me hacía recordar mi casa y los pequeños detalles de ella que odiaba pero con los que en esa situación hubiese sido la mujer más feliz sobre la faz de la Tierra. Entre ellos estaba la gotera del lava manos que me molestaba las noches que no podía dormir, pero estando en el bote salvavidas hubiese dado lo que fuese para cambiar la marea por esas gotitas. Siempre se colaba una pequeña corriente de aire por mi ventana que no cerraba bien, pero hubiese dado el frío que haría esa noche por la pequeña corriente. Las galletas por los platos de comida que me disgustaban y así la lista seguía y seguía, sin tener un final claro.
Valoré todo lo que tenía antes de subirme al crucero y lo hice de verdad, recién en aquel momento me di cuenta. Recordaba las idioteces de las que me quejaba sin saber que había cosas peores, como estar en medio del océano sin saber si hay alguien más vivo a parte de ti y tu compañero. Y todo eso me llevaba a los días en que jugaba con mi hermano en el play station. No recordaba bien el nombre del juego, pero sabía que se trataba de que tu personaje sobreviviera después de una guerra en un mundo futurista. Eran tardes enteras llenas de risas y quejas por parte de mí puesto que él siempre era mejor que yo y no hacía más que refregármelo por la cara.
—Ya admítelo, eres mala en esto —me decía entre risas.
—No soy mala —le sacaba la lengua—. El día que te gane ya veremos si sigues diciendo eso.
—Será de pura suerte.
Me daba rabia eso, pero supongo que tenía razón. Nunca lograba vencerlo más de dos veces seguidas, mientras él mantenía rachas de hasta diez, sin interrupciones. Se lo decía a Adrián para avergonzarme, le gustaba molestarme frente a mi novio, pero supongo que le daba demasiada importancia, si hubiese hecho oídos sordos como me aconsejaba mamá todo habría sido diferente.
—Extraño a mi hermano —susurré cuando el cielo ya se estaba tornando azul.
—¿Cómo es él? —preguntó interesado.
—¿En qué sentido?
—En todo sentido que tú quieras abordar.
—Él... es muy parecido a mí en cuanto al físico —empecé a contarle luego de meditar un poco mi respuesta—. Es algo más alto que yo, cabello negro siempre corto porque si se lo deja crecer se le forman risos y no le gustan... sus ojos son cafés, su piel morena, un poco más oscura que la mía y es de contextura delgada... a veces es un idiota que no para de molestarme, me saca de mis casillas cuando me refriega que ha ganado la partida de los juegos, discutimos por muchas cosas... pero aun así le quiero, me hace reír como nadie, es un verdadero chiste cuando quiere... Hace buenas bromas... aunque las odio cuando me las hace a mí. Una vez me pintó la cara y me mandó a comprar el diario porque supuestamente papá lo quería leer... no sé cómo caí, mi papá nunca lee el diario —comenté riéndome, tratando de ocultar así las lágrimas que ya se estaban resbalando por el lado de mis ojos.
—Por lo menos tus amigos no te insistieron en aceptar una cita a ciegas por internet y lo arreglaron todo para que te tocara con tu maestra de historia.
—¿Saliste con tu maestra de historia? —pregunté incrédula y riéndome aún más.
—En mi defensa, tenía puesta una foto de su juventud en la que se veía... diablos, lucía preciosa... no sé qué le pasó en el camino.
—¿Y no notaste que la foto era antigua?
—Creí que estaba editada, eso me dijeron mis amigos.
—Nunca le voy a creer a mis amigas —susurré pensando cómo sería mi reacción si a mí me hubiesen hecho algo así— ¿Cómo era?
—¿La foto?
—Tu maestra cuando saliste con ella.
—Oh... era una mujer de unos cincuenta, de pelo negro con mechones canosos que contrastaban demasiado y le daban un aspecto de bruja. Su nariz no era muy grande y... tenía pocas arrugas, pero eso no la hacía más bonita, solo le daba un aspecto más joven. En realidad era fea, no sé cómo consiguió un marido...
—Quizá en esos tiempos aún se estilaba casar a las niñas con quien los padres estimaran conveniente... ellos han de haber encontrado algún buen partido para ella —reí un poco y pedí perdón en silencio por la burla que le hacía a una mujer que ni siquiera conocía, cuyo esposo debía estar muerto si estaba buscando citas en internet.
—Esa es una buena explicación... ahora puedo morir en paz.
No sabía si lo decía a modo de broma como se suelen tomar esas cosas o si lo decía enserio. Quise pensar que era la primera opción la correcta, no me apetecía quedarme completamente sola, eso me hubiese vuelto loca, más que el hecho de soportar las discusiones. Entonces comprendí que le estaba tomando cierto cariño, algún pequeño lazo nos estaba comenzando a unir. Lo sentía más cercano después de las anécdotas que nos contamos, que si bien podrían ser consideradas estupideces, para mí valían mucho ya que eso significaba que ya había algo de confianza entre nosotros.
Hablamos de muchos sucesos en nuestras vidas, desde nuestras odiosas rutinas hasta recuerdos del pasado. Nuestras voces se quebraban de vez en cuando por la melancolía de no poder volver a formar parte de las imágenes que visualizábamos en nuestras cabezas, pero aun así seguíamos con nuestro relato hasta acabarlo, sin presionarnos. Así, desde momentos de nuestras infancias, sin darnos cuenta llegamos hasta el día del naufragio.
—¿Alguna vez en tu vida te has sentido más impotente que nunca antes? —preguntó de pronto Oscar, luego de un silencio que se había prolongado por al menos siete minutos.
—¿Impotente?... mmm... ahora no recuerdo cuándo lo sentí con más fuerza, pero sí he tenido el sentimiento ¿Por qué?
—Por nada en especial... es solo que... en mi vida, el día en el que más sentí impotencia, fue el día del naufragio.
—¿Viste algo muy... trágico? —me atreví a preguntar luego de unos segundos debatiéndome entre si lo hacía o no.
—Sí, vi cosas trágicas... pero hubieron otras que... que simplemente me hubiese gustado evitar porque enserio me dolían, pero no podía.
Me quedé callada a la espera de que continuara por sí solo, pero no importó cuánto esperé, la continuación nunca llegó. La intriga me carcomía, pero supuse que el tema era algo privado y que no me incumbía, por lo que no quise menoscabar aún más en la herida hasta hacerla sangrar de nuevo.
Con aquellos pensamientos y el cielo estrellado sobre mí logré dormir.
Yatita
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