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Capítulo 5: Nuevo comienzo

El amanecer se veía hermoso en medio del océano, mejor que cualquier otro que hubiese visto en otra parte del mundo. Sin embargo no me consoló del todo, deseaba poder ver aquella imagen de postal con algún ser querido, en tierra firme y sin miedos, pero eso se veía lejano a cumplirse.

A mi lado Oscar miraba con tranquilidad cómo el sol poco a poco iba saliendo e iluminando todo. Por fin tendría luz y mis temores se disiparían, al menos en parte lo harían y el resto me acompañaría. Suspiré suavemente en un intento por tener el mismo estado de calma que mi acompañante y lo logré. Me concentré en mantener mi mente en blanco para empezar bien aquel nuevo día, pero una voz masculina me sacó de mis pensamientos:

—Creo que ayer comenzamos con el pie izquierdo... ¿Te parece si hacemos las paces? —preguntó de pronto sin girar su cabeza, manteniendo sus ojos en el amanecer.

—¿Qué?... —en un principio no entendí, pero después de unos segundos caí en la cuenta de lo que él proponía— Ah, sí... claro.

—Entonces —me tendió su mano—, estamos en paz

—Lo estamos —le correspondí.

Me quedé mirándolo a los ojos, primero buscando algún rastro que me indicara que todo era una broma, que todavía seguía siendo un idiota, el mismo del día anterior. Pero en vez de eso, percibí sinceridad, al menos eso fue lo que yo creí al notar que él me miraba tan fijamente como yo a él. Sus ojos mieles se veían resaltados de un modo especial con la luz, eran realmente preciosos y me gustaban, tanto o más que los azules de Adrián.

—Entonces... ¿Soltarás mi mano? —rió un poco, logrando sacarme de mi ensimismamiento.

—Oh, sí, claro, lo siento —me disculpé avergonzada.

—Descuida —se aclaró la garganta—. Bueno, ¿Qué tal una presentación formal y tranquila?... no como la de ayer, contigo desesperada y conmigo irritado —Sonrió y al ver cómo yo asentía y le correspondía con el gesto continuó—: Me llamo Oscar Castillo, tengo 23 años, soy egresado de arquitectura amm... no sé qué más contarte

—Me llamo Lía Santibáñez, tengo 22 años y estudio veterinaria.

—¿Tienes hermanos?

—Sí, uno y es mayor que yo, ¿Y tú?

—No, soy hijo único. ¿Qué te gusta hacer?

—Dibujar... ver películas, no me gusta estar encerrada así que cada vez que puedo busco algún panorama y si me quedo en casa, leo ¿Y tú?

—También me gusta el dibujo y salir de casa, me gusta el deporte, la música... el póker, pocos me ganan en eso —me guiñó un ojo—. No leo mucho, solo los libros buenos que a veces mi mamá me recomienda y casi siempre tardo semanas en terminarlos, no porque me aburran, si no que no me agrada del todo leer, ni estar estático en un lugar. No sé cómo soportaré estos días estando sentado todo el tiempo.

"Estos días..." solo entonces caí en la cuenta que en el bote no estaría solo hasta esa tarde, yo no volvería a casa en un largo tiempo, quizás semanas, todo dependía de si lograba o no sobrevivir en el mar y cuánto tardáramos en encontrar tierra firme. Eso deprimía bastante porque la ansiedad se comenzaba a hacer presente, realmente quería acabar con todo en ese preciso instante, pero era imposible, a menos que un ente extraño hubiese aparecido y me concediese un deseo.

Luego de lo que me pareció cerca de media hora empecé a revisar el dichoso manual que el día anterior yo encontré pero que Oscar leyó ya que se adueñó del librito. Pero no quería entrar a discutir, por lo que lo hice sin quejas ni insultos para mi acompañante. Después de todo ya estábamos en paz o eso se suponía. Solo esperaba que la especie de tregua que teníamos durara lo más posible.

Era corto, apenas unas sesenta páginas con algunos dibujos, pero con palabras de gran valor para los dos. Algo de lenguaje técnico, pero nada ilegible. En el primer capítulo se recalcaba la importancia de ver qué contenía el bote, analizarlo y darle un gran uso incluso a las cosas más pequeñas e insignificantes. Verificar con cuánto alimento contaba el sobreviviente, como tarea principal —Lo cual despertó mi apetito matutino— y racionarlo.

—Yo opino que deberíamos empezar a llevar a cabo lo que dice el manual —opiné luego de unos minutos leyendo las primeras páginas.

—Yo creo lo mismo, ya sabemos que tenemos comida... propongo que primero comamos, por favor —pidió sobándose el vientre.

—Yo también quiero comer, tengo un hambre con el que me podría comer un animal entero, hasta sus huesos.

—Yo mataría por una hamburguesa... Pero no a ti —aclaró en cuanto notó que me lo quedé mirando con una ceja alzada, retándolo a que dijese algo más, como que la persona a la que mataría podría ser yo.

—Yo no sé si mataría... probablemente sí, si se nos acaba el alimento —comenté, aunque dudaba atreverme a asesinar a una persona. Quise despejar mi mente, nunca había estado en una situación de gran desesperación por comida, por lo que no sabía cómo me comportaría. Normalmente en esas situaciones se pierde la cordura y no se miden los actos, volvemos a nuestro estado primitivo en el que sobrevive solo el mejor.

Cuando ya hubimos comido lo que nos correspondía –que solo nos calmaba un poco y nos daba una leve sensación hambre saciada aunque solo hubiese sido engañada –nos pusimos manos a la obra. Era hora de revisar qué es lo que contenía nuestro bote, tal y como lo decía el dichoso manual que desde ese momento se transformaría en una especie de biblia para ambos.

Hurgamos cuanto pudimos metiéndonos debajo del plástico, pero se nos hacía difícil para retirar las cosas por lo que decidimos sacarlo. Oscar se arriesgó a acercarse a las orillas para desatar las cuerdas que lo ataban al borde del bote, mientras yo estaba atenta a cualquier movimiento en falso, lista para ayudarlo en caso de que me necesitara.

—Alguien apretó demasiado bien esto —se quejaba cuando no podía deshacer los nudos.

Una vez que terminó, volvió conmigo y juntos tiramos del plástico y lo dejamos caer en el otro extremo del bote, sin preocuparnos por doblarlo o algo parecido. Hacía un pequeño ruido cayendo un poco al suelo por lo mal acomodado y arrugado que estaba. Sin darle mayor importancia vimos lo que poseíamos: la caja con las galletas y agua, un pequeño botiquín de primeros auxilios y una cajita de herramientas básicas, como un desatornillador, un martillo, unos cuantos clavos, entre otras cosas que podrían sernos útiles en el futuro cercano.

—Bueno... debemos darle uso a estas cosas para que no estén aquí solo ocupando espacio —sentenció

—Pienso igual...

—Lo primero, ¿Tienes alguna herida?

Me revisé los brazos, dos moretones. Miré mis piernas cubiertas solo por el short del pijama. Solo entonces reparé en que no traía ropa de diario, si no que la playera y el pantaloncito que usaba para dormir. En cualquier otra ocasión hubiese estado avergonzada, mi madre no me permitía vestir así estando en familia, menos cuando había visitas o frente a un extraño. Pero la situación me hizo olvidar esas tontas preocupaciones y fijarme más en un pequeño corte que tenía en la rodilla derecha, el cual no había dolido mucho durante las horas que llevaba despierta. Eso explicaba el que no lo hubiese notado.

Me senté en un madero y dejé que Oscar se encargara de curarme, vertiendo un poco de alcohol en un algodón para luego pasarlo suavemente por la herida. Ardía bastante, pero me lo aguanté, intenté no quejarme y lo logré. Cuando hubo terminado fue su turno de revisarse, para su suerte no tenía nada y su ropa era normal, no un pijama.

Pero no podía dejar de preguntarme: "¿Cómo me hice el corte?"

Yatita

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