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Capítulo 2: Estoy nerviosa

Llevábamos ya un rato sentados sin saber qué hacer sumidos en nuestros pensamientos, meditando sobre los sucesos recientes. El sol estaba fuerte, hacía calor y mi sed aumentaba al igual que mi apetito, fue eso lo que me llevó a proponerle a Oscar que viéramos si disponíamos de bíberes en el bote como a veces se muestra en películas de sobrevivientes. Por muy estúpido que suene, trataba de recordar aquellos filmes que mi padre veía, con sus detalles y las hazañas de los protagonistas para mantenerse con vida. A pesar de que esto fuera en la vida real, de algo tenían que servir aquellos cuentos audiovisuales de más de una hora de duración. 

Oscar fue quie se agachó y buscó bajo la especie de manta de plástico y hurgó por ahí hasta encontrar una caja cubierta con un plástico impermeable para protegerla de la humedad. Mi curiosidad era grande, no pude evitar asomarme por sobre su cabeza para mirar el contenido de aquella especie de tesoro, alegrándome al ver aquellos envoltorios de colores vivos y letras juveniles para atraer a los consumidores.

—Bien... tenemos algo de comida —dijo Oscar con un tono de alivio en cuanto abrió la caja y miró su interior.

—Tendremos que repartirlo y racionarlo para el día... lo justo y necesario, total —me encogí de hombros— ... no nos moveremos tanto, no necesitaremos tanta energía.

—Cierto... pero ahora tengo hambre, pido permiso para comer algo —levantó su mano como si la capitana fuera yo, gesto que me causó algo de gracia.

—Saquemos para ambos, también tengo apetito.

Extrajimos de la caja dos paquetitos de galletas, uno para cada uno, para luego cerrarla, taparla con la manta impermeable que tenía sobre ella y nos sentarnos en uno de los maderos. Es curioso que nos sentásemos juntos en el mismo habiendo otros por los que elegir. Al menos yo no quise moverme más, la marea terminaría volviéndome loca y las piernas se me estaban cansando a pesar de haber estado sentada toda la mañana.

—¿Qué hora será? —pregunté de pronto.

—Amm... —miró al cielo— Como las 3 de la tarde.

—Siempre me ha costado saberla por el sol —me quejé un poquito.

—A mí también me costó, pero puedes aprender.

—Supongo que sí.

Terminé mi bocadillo. No sabía cómo entretenerme, no se me ocurría tema de conversación y no era el mejor momento para volverme loca. Miré el agua del mar, no pasó mucho tiempo cuando vi a un pez nadando cerca del bote. Recordé la última cena que tuve en el barco junto a Adrián: pescado frito con papas fritas. La boca se me hizo agua y mi estómago volvió a rugir, las galletas solo habían servido para engañarlo y darle la sensación de un pequeño alivio. Aunque yo sentía que mi apetito se había transformado en un hambre más salvaje. Y no era para menos, la cena el día anterior había sido a las 8:30PM, en ese momento eran las 3PM y no había tomado desayuno, algo a lo que no estaba acostumbrada.

Mi piel estaba calentándose y no había alguna sombra con la que cubrirme. Irme bajo el plástico solo ayudaría a acalorarme más  ¿Cómo aliviarme? Miré a Oscar, él parecía tener calor también, de su frente ya estaba cayendo una gota de sudor. Definitivamente sería más duro de lo que pude llegar a pensar y la incertidumbre de no saber cuánto tiempo estaríamos a la interperie no ayudaba en nada.

—Vi unas bolsas plásticas allá, tal vez podamos llenarlas de agua y refrescarnos con ellas como si fueran bolsas de hielo —propuso.

—Es una buena idea.

Nos dirigimos bajo el <<Techo>> de plástico, ahí encontramos las bolsas de las que habló Oscar. Me dio una a mí y él se quedó con otra, la sumergió en el agua, le hizo un nudo y se la puso en la frente.

—¿No llenarás la tuya? —preguntó de pronto.

—Sí, sí... lo voy a hacer.

Abrí mi bolsa sacudiéndola un poco y mirando en su interior para asegurarme de que no tuviese un hoyito y hacer esto en vano. Luego algo nerviosa me incliné, la sumergí y casi al instante la subí ya que me daba miedo irme de bruces al agua y morir después de haber sobrevivido al naufragio –Del cual aún prefería dudar porque quería mantener la esperanza -, fue vergonzoso notar que solo se llenó alrededor de un tercio de la bolsa y el resto era solo aire. Repetí el proceso, esta vez con éxito, entonces vino el reto de hacer el nudo que siempre me acomplejaba. Desde pequeña los globos que inflaba y las bombitas de agua las anudaba mi papá, nunca fui muy ágil con los dedos. Pero en aquel instante él no estaba conmigo y lo tenía que hacer yo. Intenté dos veces y en ambas fallé. Lo peor era que él me estaba mirando y se estaba riendo de mis torpes dedos.

—¿Quieres que lo haga? —preguntó con una pequeña risita.

—¿Hacer qué? —me empecé a molestar conmigo misma.

—El nudo, gruñona.

—No soy gruñona —le contesté sin mirarlo porque estaba en un nuevo intento que creí sería aquel en el que triunfaría, pero no fue así—. Bien, ten la estúpida bolsa.

Miré desde mi madero –Porque ahora nos sentamos cada uno en uno– cómo anudaba las correas con tanta facilidad que me llegó a dar algo de envidia. ¿Por qué el sí podía hacer eso y yo no?

—Estás nerviosa.

—No es por ti —me defendí recibiendo mi bolsa.

—Nunca dije que era por mí.

Deseé que la tierra me tragara, entonces recordé que no estaba en la tierra. Cambié mi deseo: que el océano me trague o que nada de esto hubiese sucedido. Me llamé mentalmente <<idiota>> tantas veces como creí necesarias sin saber cómo acabar con el momento embarazoso en el que estaba. No podía esconderme, definitivamente tendría que dar la cara y lo odiaba. Jamás debí tomar el estúpido crucero.

—Te entiendo... yo también estoy nervioso.

No supe qué responder a eso, por lo que me dediqué a pasarme la bolsa por mis brazos para refrescarme, las gotas que tenía en el exterior ayudaban bastante. Era tan helada como si tuviese hielo en su interior, la diferencia era que en vez de sólido, adentro estaba todo líquido.

Miré mi anillo de compromiso con angustia, si Adrián moría no sabría por dónde empezar, mi primer amor acabaría de una manera trágica. Habría quedado viuda antes de casarme. ¿Acaso le ha pasado eso a alguna mujer? No se lo deseaba a nadie, pero a la vez quería que alguien me comprendiera porque vivió la experiencia en carne propia y no se inventaba las palabras <<Te entiendo>> para pronunciarlas con lástima.

Mis manos temblaban, mi barbilla comenzaba a sacudirse, si no lo detenía pronto terminaría llorando y eso era lo que menos necesitaba. No sabía si había agua dulce en el bote y aunque hubiese, lo mejor que podía hacer era evitar deshidratarme más rápido llorando. Pero me fue casi imposible, poco a poco el nerviosismo se transformó en pena y la pena en sollozos que Oscar terminó escuchando. Mis intentos por hacerlo silencioso fueron en vano.

—¿Por qué lloras?

—Por todo... y por lo poco que hice para evitarlo.

Un <<no>> habría sido suficiente para evitar el crucero, pero dije sí y así condené a mi prometido y tal vez a mí. Solo esperaba que todo fuese un sueño y poderme despertar en la cama de la cabina que me fue asignada para continuar con mi vida como deseaba.

—Si sigues así, pronto todo lo que fuiste se convertirá en nada —me advirtió—. Y el haberte salvado del naufragio habrá sido en vano.

—Lo sé... 



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