Capítulo 14: La gaviota
—¿Qué es ese sonido? —escuché a Oscar preguntar luego de varios minutos.
Agudicé mi oído esperando oír lo mismo que él y así fue, al instante lo escuché, venía del cielo, era un ave. Alcé mi vista esperando encontrarme con aquel animal, fue necesario usar una de mis manos para protegerme del sol y no encandilarme. A pocos metros de nosotros y a poca altura venía volando hacia nosotros una gaviota. Tal fue mi emoción que di un pequeño salto sobre el bote, haciéndolo moverse de lado a lado casi hasta el punto de voltearlo. Afortunadamente logró estabilizarse y ninguno de nosotros cayó al agua.
—No hagas eso, podríamos caer —me advirtió Oscar, para luego agregar—: Tenemos que remar, de seguro va a tierra.
Sin esperar más tomó el remo, se sentó en un madero y comenzó con la ardua tarea de seguir esa ave que probablemente nos llevaría a nuestra salvación. Me posicioné a su lado para remar por el otro costado y así no hacerlo en círculos. Nos turnábamos unos segundos cada uno, bastante agotador y la falta de agua no provocó más que la fatiga temprana.
—Vamos, Lía, debemos seguirla de cerca —me animaba.
—Es difícil, estoy cansada,
Durante los primeros minutos la seguíamos de cerca con gran emoción y ansiedad, pero no pasó mucho tiempo para que nos quedáramos atrás. Ni los mayores esfuerzos nos ayudaron a alcanzarla nuevamente, unos quince minutos después la gaviota era tan pequeña que nos era imposible verla, ni siquiera achinando los ojos.
Me sentí impotente, la desesperación se apoderó de mí junto con los deseos incontrolables de gritar a todo pulmón, llorar hasta secarme definitivamente y golpear con fuerza algún objeto. Me vi tentada a soltar el remo que sostenía en mis manos, de lanzarlo tan lejos como me fuera posible, pero me contuve, Oscar me lo quitó pues ya era su turno de remar. Permanecimos en silencio un rato, sin decir nada, quizás de algún modo manteníamos la esperanza de volver a ver aquella ave que nos ilusionó con volver pronto a casa.
—Hay que seguir remando...
—Oscar, no tiene caso. La perdimos —las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos nublándome así la vista.
—Debemos seguir, podríamos llegar a algún puerto si seguimos el mismo camino por el que ella se fue.
"¿Qué camino si no hay camino en el océano?" quise gritarle pues sus palabras me parecían solo incoherencias de alguien que ha perdido la razón por la falta de agua y los largos días a la deriva. Pero luego me pregunté: "¿Quién es realmente el que se está volviendo loco?, ¿Él o yo?". Quizás la persona que perdía la razón no era él precisamente, si no que era yo la que requería de una atención psicológica, y tal vez psiquiátrica, urgentemente.
Mi mente se llenaba de recuerdos del pasado, aquellos días felices en tierra firme junto a mi familia y Adrián. Me atormentaba a mí misma repitiéndome que pude haber evitado todo esto con un simple "no". Me preguntaba si sería bien recibida en casa después de todo, si no me habrían dado por muerta ya y si la muerte no había cobrado mi vida sin que yo me diera cuenta, condenándome a una eternidad en el bote junto a Oscar. La última idea me aterraba y confundía. Si realmente yo ya no tenía vida, me extrañaba esa especie de "paraíso" en el que estaba.
Alrededor de media hora después subimos el remo y nos recostamos unos minutos pues la fatiga era insoportable. Mis brazos estaban cansados, levantarlos era un esfuerzo enorme y mi lengua por primera vez en mi vida no estaba húmeda. ¿Sería capaz de vivir sin agua? Lo dudé, creí que aquel ya era mi final, hasta ahí llegaba mi existencia. Me lamenté de haberme pasado años en la universidad quemándome las pestañas estudiando para después no poder ejercer la veterinaria tanto tiempo como tenía planeado. Muchas metas quedarían en el tintero si moría a esa edad, no alcanzaría a disfrutar la juventud como era debido. Mi mente no lograba más que hundirme en aquel hoyo en el que ya estaba sumergida y que parecía no tener fondo. Estaba atrapada en esa oscuridad que no me dejaba ni siquiera ver mi mano con claridad.
Alcé mi cabeza para observar el cielo tratando de encontrar a la gaviota para que nos siga guiando hasta tierra, pero por más que la busqué no la vi. Me giré para mirar en otra dirección, pero aquella ave fue la única y me aterraba la idea de no volver a ver nunca más ninguna.
—No importa cuánto busques, ya se fue —dijo Oscar cuando me buscando la gaviota—. Hace rato que se fue.
—Podría regresar o pasar por aquí otra.
—No creo —suspiró—. Necesito un vaso de agua.
—Yo también.
Volví a recostarme mirando al cielo pero casi al instante giré mi cabeza ya que la luz del sol me molestaba en los ojos. Traté de poner mi mente en blanco para evitar caer en la tristeza aun más, no me causaba gracia pisar el fondo del agujero en el que caí. La gaviota volvió a cruzarse por mi cabeza y no tardé en preguntarme por qué estaba sola en alta mar. Recordé mis días de universidad en los que estudié a estos animalitos, e incluso como cultura general, yo comprendía que ellas no volaban tan lejos de tierra. Solo para morir, cuando pescan lo hacen cerca al continente. ¿Habíamos estado siguiendo todo ese tiempo un ave que pretendía morir?
—Genial, me encandilé con la luz del sol. Parece que veo luces de colores incluso con los ojos cerrados —se quejó Oscar en voz baja.
—Es una ilusión.
Quise agregar algo más pero mi boca seca me impedía sostener una conversación larga. Entonces se me cruzó por la cabeza una teoría que yo consideraba peor que la anterior. Realmente me estaba volviendo loca, no tardaría en perder mi propio control.
—Oscar... ¿Y si la gaviota fue solo un espejismo?
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