Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 12: Recuerdos del naufragio

Rápido, Lía. No me sueltes. ¡Señora, déjela en paz! 

Por favor, ¡ayúdenme! no encuentro a mi hija. Estaba conmigo cuando me acosté, pero al despertar ya no.

La mano de la mujer se aferraba a mi brazo impidiéndome avanzar junto a mi novio, a eso se le sumaba la multitud de personas que había en el pasillo, todos despertados por la alarma. Escuchaba muchas quejas, algunas oraciones y palabras cuyo significado no conocía pero sabía que eran insultos hacia los que les impedían seguir el camino. Pero nada de eso me desesperaba más que aquella madre, que más que lástima me daba miedo. Temía que por aferrarse a mí yo no pudiera salvar mi propia vida.

Por favor, ¡Ya déjela! 

Con la poca paciencia que le quedaba, Adrián la separó de mí y evitó que volviese a tomarme. Nunca lo había visto así, pensé que podría golpear a la señora, pero logró contenerse, lo cual agradecí en mi interior. Una escena de aquel tipo lo único que habría echo es acabar con mis nervios. Probablemente me habría echado a llorar antes, lo cual no era para nada útil.

Las sacudidas cada vez las sentía más fuertes ¿O es que yo empecé a temblar junto con el barco? No lo sabía con exactitud, sólo era consciente de que si no hubiese sido por toda esa gente mis pasos habrían ido en zig zag. Adrián apretaba con fuerza mi mano, pero en aquel momento no me dolía ni me quejé pues yo le devolvía el gesto tan o más fuerte. 

No sé cuánto tiempo pasó, pero luego estábamos todos afuera en una zona del barco ¿Proa o popa? No lo sé. Algunos marineros se pasaban entre la multitud con varios salvavidas, repartiéndolos a todos, pero no faltaban los ansiosos que peleaban con los jóvenes, arrebatándoles de las manos los chalecos. Cuando tuve el mío puesto me aseguraba cada cierto tiempo de que estuviese bien abrochado, así como también Adrián lo hacía tanto conmigo como con él. Buscábamos algún lugar seguro, no muy a la orilla, pero ir más al centro para estar resguardado era casi imposible. No nos quedaba más que aferrarnos el uno al otro y mirar a los desesperados que no querían esperar a la muerte y por lo mismo se suicidaban.

Sentía mi nariz helada por el frío que hacía aquella noche y la tormenta, a lo cual se sumaba el agua de las olas que nos llegaba y salpicaba de pies a cabeza. No recordaba nunca en mi vida haber sentido un frío que me llegara hasta los huesos, tampoco había tenido mis dedos tan rigidos antes. Un pequeño dolor me acompañaba con cada mínimo movimiento de mis manos, por lo que evitaba ocuparlas.

Algo me golpeó la cabeza, haciéndome así caer en mis rodillas a pesar de que los brazos de mi novio trataban de sostenerme y mantenerme sobre mis pies. 

Lía, ¡Lía! Mírame decía Adrián frente a mí, tomando mi rostro con sus manos.

En el sueño me pregunté si estaba alucinando, pues al lado de Adrián vi a Oscar con cara de preocupación. ¿Qué hacía ahí?

Desperté con un grito ahogado en mi garganta. El cielo ya estaba aclarando poco a poco, todavía se podía ver algunas tonalidades de azul que se confundían con el agua. Tardé unos segundos en ubicarme, fui víctima de la pequeña inconsciencia que a veces nos acompaña los primeros instantes luego de un sueño. Cuando por fin lo logré sentí unos deseos enormes de llorar y gritar a todo pulmón, de tomar el remo y remar lo más rápido que pueda para llegar pronto a casa. 

Por mi mente pasaron el rostro de mis padres y hermano. ¿Todavía creerán que estoy viva o se estarán resignando a que estoy perdida en el mar y sin vida? Quería tener una respuesta a todas las preguntas que me hacía, pero no era una adivina. 

Ve con cuidado, por favor dijo mamá cuando se despidió.

Ay, mamá, ni que se fuera a hundir el barco le respondí restándole importancia a todas sus advertencias.

Uno nunca sabe.

Realmente no sabemos. Creemos hacerlo, pero es solo una ilusión, nada es seguro. Es increíble que tuvo que sucederme una tragedia de tal magnitud para comprender una regla tan sencilla como aquella.

—¿Por qué lloras? —preguntó Oscar medio adormilado.

—No estoy llorando.

Pasé mis manos por mi rostro algo avergonzada por haber despertado a mi compañero y porque tenía razón, mis lágrimas no pudieron ser retenidas como quería. Lo miré mientras lentamente y con pereza se sentaba a mi lado, estirándo sus miembros para espantar todo sueño guardado. Su cabello estaba despeinado, estaba sucio pues llevábamos días sin poder darnos un baño e incluso lo noté más delgado que la primera vez que lo vi. Y no era para menos, solo comía lo justo y necesario y a todas horas lo mismo: galletas oblea. La pesca realmente no era lo nuestro, todo intento fracasó, por lo que mis esperanzas de consumir algo diferente eran nulas.

—¿Qué sucede? —preguntó soltando un suspiro en cuanto se quedó quieto.

—Una pesadilla, eso es todo —le resté importancia.

—¿De qué tipo?

—Realista, del naufragio.

Dejó escapar el aire de sus pulmones como si aquello fuera un tema recurrente de conversación entre nosotros. Quería preguntarle si él estuvo conmigo esa noche, necesitaba saberlo pero no me atrevía a soltar la interrogación, de cierto modo me daba algo de miedo ¿Y si mi inconsciente me estaba jugando una mala pasada? Todo podría ser. Mis lágrimas se detuvieron. Agradecí al cielo por eso, no quería deshidratarme tan rápido, eso solo empeoraría las cosas.

—¿Qué has recordado?

—Lo que sucedió durante el nafrugio... ya sabes. La gente desesperada, Adrián llevándome entre la multitud... 

—¿Qué más? —preguntó al notar que no continuaba.

—También te vi a ti —dije luego de unos segundos de duda.

De pronto sus ojos saltaron de los míos al suelo, reacción que de cierto modo me desconcertó. Parecía sumido en sus meditaciones, como debatiéndose entre contarme o no algo que pudiese ser de importancia.

—¿Qué pasa Oscar?... ¿Realmente estuviste conmigo esa noche?

—Sí...

Eso me sorprendió. Traté de formular otra pregunta, pero las palabras no alcanzaban a salir por mi boca, solo balbuceos incoherentes que no serían comprendidos ni por la persona más cercana a mí. Luego me ordené a mí misma no presionarlo, dejar que hablase en cuanto estuviese listo. Aunque su silencio me exasperaba, necesitaba las respuestas en ese mismo instante, no podía esperar más.

—Yo estaba cerca de ti y tu novio... ¿Adrián?. Él lucía muy desesperado en cuanto perdiste el conocimiento... no sé por qué me acerqué, solo sé que lo hice. Esa noche también es algo confusa para mí, bebí varias cervezas en el bar, de hecho me había acostado solo unos minutos antes de que dieran la alarma. Supongo que se me calmó la borrachera con el susto porque creo haber actuado con mis sentidos alerta. Cerca de nosotros prepararon un bote, este bote y nos acercamos junto con otros desesperados por vivir. Subí yo, luego te subimos a ti y cuando Adrián iba a poner un pie encima... un marinero dejó que el bote cayera al agua. Me golpeé la cabeza, no sé mucho qué sucedió, solo recuerdo haber visto a los no tan afortunados que subieron con nosotros caer al mar.

Guardé silencio asimilando toda la información. ¿Él me había salvado la vida junto a mi prometido? Un sentimiento de culpa me embargó, me recriminé todas las ocasiones en que lo llamé idiota y amenacé con lanzarlo por la borda. La que merecía ser tirada era yo, él no había echo nada malo, me había salvado la vida que era todo lo contrario. Todo podía tener sentido, su dolor de cabeza el primer día, el por qué yo no recordaba nada, sin embargo me costaba creerlo. Más bien no quería hacerlo. Estaba en deuda con aquel hombre.

—No sé qué decir —admití luego de unos segundos callados—. Gracias... yo...

—No digas nada si no tienes qué decir.

—Perdóname.

¿Cuándo había sido la última vez que me había tragado mi orgullo? Seguramente mucho tiempo atrás. Oscar me miró algo incrédulo y sorprendido ¿Realmente era tan extraño que yo pronunciara aquella palabra? No sabía qué hacer, lo primero que pasó por mi mente fue abrazarlo y lo hice, gesto que fue correspondido poco después. Lo agradecí mentalmenete pues no estaba segura de si debí o no hacerlo. Probablemente aquella fue la primera vez que me di cuenta de cuánto comenzaba a querer a Oscar y cuán importante era para mí. 

—Te he llamado idiota, te he querido lanzar por la borda y resulta que tú me salvaste... qué vergüenza.

—Sinceramente yo también he tenido deseos de lanzarte, pero no lo haría.

—¿Por qué no?

—Porque te quiero.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro