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Capítulo 1: El inicio

—Ya, cariño —decía entre risas—, todos nos miran.

—Que nos miren, solo somos un par de enamorados —me sonrió.

—Te amo.

—Y yo a ti.

Me sentía feliz así como estaba, yo entre sus brazos haciéndonos cariñitos entre risas como la pareja perfecta, y es que todos pensaban que lo éramos, después de todo no es común que un romance adolescente trascienda en tu vida hasta la adultez.  Así era lo nuestro: seis años de noviazgo interrumpidos solo en una ocasión en que terminamos por una tontería que supimos superar para volver. Mis padres lo aceptaban, era el yerno soñado, todas me envidiaban porque estaba con el lindo Adrián, que por motivo de nuestro aniversario me invitó a un crucero al que me fue difícil negarme. Estaba de vacaciones y no tenía grandes preocupaciones más que prepararme para el próximo año de universidad. La vida parecía sonreírme con tan solo 22 años.

—Te tengo una propuesta —dijo de pronto. Se metió la mano al bolsillo de su bermuda, se arrodilló y me miró con esos ojos azules intenso desde abajo, mientras yo seguía sentada en aquel piso del bar donde nos encontrábamos—. Mi querida, Lía... ¿Aceptarías a este tonto como esposo?

—Oh, Dios, ¡Sí! —lo abracé en cuanto se irguió—. Te amo

—Y yo a ti... invito a todos los presentes a brindar por mi hermosa prometida —alzó una copa que el cantinero le tendió—. A tu salud.

—A tu salud, cariño.

Nos besamos como si fuese la última vez que eso pudiese pasar... y realmente fue la última vez que probé esos labios. Él debía ir a hacer una llamada aprovechando la señal que llegó al teléfono, yo mientras me dirigí al área de la piscina para  tomar un poco de sol. Sorprendentemente no sentía tanto calor como los dos días anteriores, en los que estuve acalorada buscando algo con qué refrescarme toda la tarde. Del otro lado un chico rubio me miraba, cuando notó que lo descubrí apartó sus ojos. No le di mayor importancia y seguí pensando en el futuro que se avecinaba, la boda que recién me habían propuesto. Moría por contárselo a mi madre y mi mejor amiga, pero primero tenía que asimilarlo.

Al llegar la tarde vi con Adrián la puesta sol, luego todo me parece algo borroso. Recuerdo entrar al cuarto de juegos con él, apostar algunos billetes hasta entrada la noche para luego irnos juntos a la cama. <<Es la primera de muchas noches así>> pensé antes de dormirme. Desperté por un fuerte ruido que se ha de haber escuchado en todo el barco, o al menos esa sensación me dejó por lo fuerte que me pareció. Acompañado de el, se sentían las gotas de agua cayendo por los pasillos de afuera. Me pregunté: ¿Es posible que llueva después de un perfecto y hermoso día? Tal vez la baja de temperatura lo anunció y yo ni atención le presté.

—Quédate aquí, no salgas de la cama, hace frío —me pidió Adrián al sentir que me levantaba.

—Ya vuelvo, solo voy al baño y vuelvo.

Con mis pies en medio de la oscuridad busqué mis pantuflas con torpeza. No encendí la lámpara porque eso habría molestado a mi prometido. Una vez que logré ponérmelas salí a tientas de la habitación, el barco se estaba moviendo un tanto más de lo normal. Logré hacer mis necesidades y cuando me miré al espejo sentí como si algo me empujara hacia mi izquierda, lejos de la puerta. De repente la luz se apagó y logré escuchar nuevos ruidos.

—¿Qué sucede? —me pregunté con miedo.

Desesperada abrí la puerta y miré a ambos lados del pasillo. La gente corría de un lado hacia otro asustada.

—¡Adrián! —grité.

—Lía, por aquí —alcancé a oír a pesar de todos los gritos.

Me guié por su voz y entre la multitud logré encontrarlo. Nos tomamos de las manos y caminamos en la misma dirección en que caminaba la gente, difícilmente hubiésemos logrado ir por otro lado.

—¿Qué sucede? —pregunté con miedo.

—No tengo idea, pero el capitán ordenó que saliéramos de nuestros cuartos hacia la proa... ojalá solo sea un simulacro.

Ojalá lo hubiese sido. Desearía volver en el tiempo y advertirnos de lo que podría suceder como mi madre había hecho. Mamá estaba histérica cuando supo que me embarcaría, como toda persona preocupada por uno piensa solo en los peligros y casi no en los beneficios. Aun así me apoyaría en la decisión que tomase. Llegamos a donde nos habían pedido, estaba lloviendo a cántaros, no entendía qué sucedía.

—¡Tranquilos! ¡Todos tranquilos! —gritaba una y otra vez un marinero, o al menos eso parecía,

No recuerdo mucho lo que pasó después. Tengo vagas imágenes de una sacudida en el barco, muchas personas cayendo por la baranda, yo abrazada a Adrián y casi nada más. Desperté cuando ya era de día, el sol me daba de lleno en el rostro, si no me movía pronto a la sombra me quemaría y no quería quedar marcada por varias semanas. Pensé: <<Qué raro, siento el movimiento de las olas, antes no se sentía en el barco, al menos no del todo>>. Me erguí y entonces miré a mi alrededor asustada.

—¡¿Dónde estoy?!

Me giré en todas direcciones para mirar: mar, mar y más mar pero ni rastros del barco ¿A dónde se había ido y por qué no estaba sobre él?

—Adrián —pensé en él, el último momento que recordaba yo estaba con él— ¡Adrián!... ¡Adrián!

Grité a todo pulmón, todo lo que podía, pero de nada servía, no se le veía por ninguna parte. Un pedazo de tabla iba sobre las olas a un lado de mi bote, me pregunté a qué pertenecía y lo terrible se apoderó de mi cabeza ¿Y si había naufragado? Estaba lloviendo muy fuerte y la marea nos sacudía de forma violenta.

—No puede ser —susurré— ¡Adrián! —volví a gritar— ¡Adrián!

—Ya párale, ¿Quién te crees para no dejarme dormir?... no sé quién sea tu Adrián pero...

Un chico rubio salió de debajo de un plástico que cubría alrededor de un tercio del bote, y que si se estiraba lo cubriría completamente, seguramente para protegerlo de la lluvia. Algo mareado se puso de pie y entonces lo pude apreciar mejor: ojos mieles, buen cuerpo y mirada confundida. Pero no tenía tiempo para fijarme en chicos, ni siquiera estaba soltera para hacerlo libremente.

—¿Quién eres? —fue lo primero que se me ocurrió preguntar.

—¿Dónde estamos?

—No sé... desperté aquí.

—Mierda, ¿Por qué no recuerdo nada? —se empezó a preocupar llevando sus dos manos a la cabeza—. Encima estoy con un dolor del infierno.

—¿Quién eres?

—¿Acaso importa eso ahora?... soy Oscar, ¿Te sirve de algo?

—No me trates así si no quieres que te lance por la borda —le amenacé.

—¿Tú?... ¿Lanzarme a mí?... seguro, en un millón de años cuando, quizá, tu cuerpo mejore y tengas fuerza.

—¿Podrías callarte?... estamos en un bote salvavidas en medio del océano, ¿Sabes lo que significa?... tenemos que buscar a alguien por aquí...

—¿Dónde si no se ve nadie?

—¿Podrías por favor cambiar tu humor?... no estás solo —le reproché—. Solo intento ayudar, hacer algo y tú solo te quejas y ves lo malo de todo... por Dios, no sé qué te pasó a ti, a penas y sé lo que ocurrió conmigo pero no es para que te desquites con mi persona. Y si tuviera algo para el dolor de cabeza, créeme, te lo daría, pero no, no hay nada en mis bolsillos.

Nos quedamos un rato en silencio. Me senté en uno de esos maderos planos con mis brazos cruzados para luego colocar una de mis piernas sobre la otra como una señorita, tal cual mi madre me había enseñado. Miré a mi izquierda, luego mi derecha... nada, solo agua en movimiento, uno que comenzaba a desesperarme ¿Qué habría sucedido con el barco en el que estaba, al menos, hasta la noche que llovió? No quería pensarlo, pero probablemente había naufragado, en ese caso nosotros dos podríamos ser los únicos sobrevivientes como también uno de los tantos que lograron mantenerse con vida.

—Lo siento —dijo un susurro.

—¿Perdón?

—Lo siento, no debí tratarte así, al fin y al cabo... no es el mejor momento, debemos buscar el modo de salvarnos.

—Ya estamos salvados —hablé en voz baja.

—¿En medio del océano?... Lía, tenemos que salir...

—¿Cómo sabes mi nombre? —pregunté confundida, no recordaba haberme presentado ante él.

—Es difícil olvidar el rostro y el nombre de una chica bonita que anunció su matrimonio a todos en el casino —dijo  para luego aclararse la garganta y continuar con el tema anterior—, pero bueno, la cosa es que no nos podemos quedar aquí por siempre. Tiene que haber alguna solución para esto.

—Que un avión pase y nos vea —propuse mirando al cielo recordando las películas que solía ver en compañía de mi padre.

—Podría ser... si el barco naufragó vendrán a ver si hay sobrevivientes.

—Pero podrían asumir que no hay sobrevivientes —susurré asustada.

Se estableció un silencio entre los dos, seguramente asimilando la información, meditando sobre lo posible y lo verdaderamente ficticio. En mi mente seguía ocupando gran parte del lugar Adrián. ¿Por qué no podía recordar qué pasó para así armar la historia y estar informada de lo que le sucedió a mi prometido?, ¿Qué tan lejos estábamos del lugar del naufragio? Y ni siquiera era seguro que eso haya pasado. Quería mantener la esperanza de que todos estaban vivos.

—En ese caso tendremos que salvarnos nosotros mismos —rompió el silencio Oscar.

—¿Ah?... ah... sí... supongo.




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